De Barcelona a Génova en
ómnibus
Dejamos el hotel Adagio cuya habitación era
diminuta pero la ubicación espectacular, a menos de tres cuadras de La Rambla; y
caminamos por la Carrer de Ferran hasta el Passatge Madoz, donde tomamos un taxi
para dirigirnos a la terminal Nord de autobuses, ya que esa tarde partiríamos
por tierra hacia Génova. El taxista era un militante de la causa independentista
de Catalunya, y lo hizo saber en cada momento.

Hotel Adagio

Jordi Herrera era el chef de la cocina del
hotel

Passatge Madoz

Edificio frente a la Terminal Nord de autobuses
donde había un cartel en un balcón que decía “Independencia és
dignitat“
El autobús de la empresa Interlines partió de
Barcelona a las cinco y media de la tarde del día 29 de enero. Tomó la carretera
hacia el norte pasando por Girona y balnearios del norte de Catalunya. Y cuando
no habíamos llegado a hacer ciento cincuenta kilómetros, antes de la frontera,
paró cuarenta y cinco minutos para comer en Figueres
Vilafant.
Omar y yo pedimos unos bocadillos de jamón y queso
y tomamos refrescos. Y mientras algunos de los pasajeros cenaron opíparamente,
dos hombres negros compartieron una porción de pollo con
arroz.
Eran las nueve y veinte de la noche cuando pisamos
suelo francés. Subieron los gendarmes y muy educadamente pidieron los
pasaportes. Nosotros no tuvimos problemas, pero a uno de los negros le revisaron
el equipaje y no le permitieron continuar viaje.
Yo me dormí de a ratos porque el micro era muy
incómodo y no sabía cómo acomodarme. ¡Nada que ver con los ómnibus de Argentina!
No tenía apoyapiés ni baño ni nada, por lo que paraba cada tanto. Pero era el
único servicio que hacía ese recorrido, y solamente de
noche.
En plena madrugada me desperté y advertí que
estábamos pasando por Saint Tropez, una de las playas de la Riviera Francesa más
concurridas por los famosos de toda Europa. Y a pesar de la oscuridad y de la
lluvia pude divisar gran parte de sus construcciones que eran
magníficas.
Recorrimos poco más de cien kilómetros y paramos
en Nice donde se bajó un pasajero. Eran casi las cuatro de la mañana, todo
estaba vacío y seguía lloviendo. Y me llamó la atención ver un cartel de neón
que indicaba el precio de las habitaciones de un hotel. ¡Evidentemente no había
inflación!
A las cuatro y media estábamos en la frontera
italiana. Los gendarmes correctos, pero no tan amables como los franceses, se
llevaron todos los pasaportes. Y luego regresaron con un perro llamado Nico. El
animal se dirigió directamente al fondo, y entonces hicieron bajar a dos
hombres. A uno de ellos, que era alemán, le confiscaron once gramos de
cocaína.
Devolvieron los pasaportes y seguimos, pero
habíamos estado parados allí una hora y cuarenta y cinco minutos. ¡Por suerte!
Porque el autobús debía llegar a Piazza della Vittoria en Génova a las seis de
la mañana, y gracias a la retención en la frontera llegó después de las ocho, en
que por lo menos había algunos bares abiertos.
Hacía muchísimo frío, llovía y había viento.
Entramos a tomar unos cafés con croissants y a hacer tiempo para poder ingresar
al hotel. No teníamos idea de dónde estábamos y hacia dónde debíamos ir, por lo
que salí a comprar un plano, porque los taxistas italianos eran más ladrones que
los argentinos cuando detectaban que los pasajeros no eran del
lugar.
Descubrimos que estábamos en una zona
relativamente moderna donde se encontraba el Arco della Vittoria, también
conocido como Monumento ai Caduti o Arco dei Caduti, que construido en 1931, lo
habían dedicado a los genoveses caídos en la Primera Guerra
Mundial.

Desde una de las recovas frente a la Piazza della
Vittoria

Arco dei Caduti en la Piazza della
Vittoria

Parque automotor de primer nivel en la Piazza
della Vittoria
Cuando paró un poco la lluvia, cruzamos la plaza
para tomar un taxi y le pedimos que nos llevara al hotel Acquario en la Vico San
Pancrazio 9, en el casco antiguo de la ciudad. Supuestamente se trataba de un
tres estrellas pero no llegaba ni a una. El nombre respondía a su relativa
cercanía al Acquario di Genova, pero intentaron pintarle motivos alegóricos y
los delfines parecían dibujos hechos por niños
pequeños.
Siendo el mediodía salimos a comer, y la idea era
recorrer un poco el barrio, pero entre el mal tiempo, el ambiente social pesado,
y nuestro cansancio, nos refugiamos gran parte de la tarde en la
habitación.
Cenamos en un restorán-pizzería cerca del puerto.
Comimos una pizza cada uno porque la masa era extremadamente finita. Omar pidió
una Romana (con anchoas y aceitunas negras); y yo una Genovesa, con pesto.
Fuimos los únicos comensales. Indudablemente nada invitaba a andar por las
calles.
Ana María Liberali