A Bariloche vía
aérea
Eran las cinco y media de la tarde del lunes 17 de
febrero de 2014, cuando llegué al Aeroparque “Jorge Newbery” de la ciudad de
Buenos Aires junto con mi hijo Martín (23), y mis nietas Ludmila (12) y Laurita
(10).
Estaba que reventaba de gente, casi no se podía
pasar en los pasillos, y en medio del tumulto, Ludmila se paralizó. Era que
frente a nosotros, casi encima, también lidiando con la situación, se nos
apareció Juan Darthés, quien trataba de pasar inadvertido mediante sus anteojos
negros. Y por más que fuéramos sus admiradoras, no daba para hacérselo saber, y
mucho menos para que ella le pidiera un autógrafo.
Ante nuestra sorpresa nos encontramos con que la
fila para acceder a los mostradores de LAN era larguísima, por lo que debí
contener a mis acompañantes para que tuvieran la paciencia necesaria. Lo que
ocurría era que por mal tiempo en Córdoba, todos los vuelos habían sido
desviados a Buenos Aires, y por eso todo estaba desbordado. Obviamente, nuestro
vuelo estaba demorado en más de una hora y media, ante lo cual no tuve más
remedio que sentarme en uno de los bares, cuyos precios eran siderales. Las
nenas, siempre comprensivas, entendieron perfectamente que sólo podían pedir una
bebida, y en caso de requerir algo sólido, había que compartirlo; pero a Martín
era imposible explicárselo, así que me vi en la necesidad de comprarle un
alfajor que costaba exactamente el doble que en cualquier kiosco de la
ciudad.
Si bien a Martín le molestaba que le revisaran sus
cosas, cuando se trataba de viajar, no hacía ningún problema, por lo que pasó su
mochila sin dificultad por los controles.
Por normas que se habían impuesto desde Aerolíneas
Argentinas, a LAN no le correspondían mangas en el Aeroparque, así que tomamos
el ómnibus hasta la escalerilla del avión, y nos ubicamos en la parte posterior.
Martín en la ventanilla, Laurita en el centro, y Ludmila y yo en cada uno de los
asientos del pasillo.
En cuanto despegamos, después de las ocho de la
noche, la azafata distribuyó libritos de entretenimientos para los niños, y
cuando sirvieron el refrigerio, Martín solicitó repetirlo, además de comerse
algunas de las cosas que nos correspondían a sus sobrinas y a mí.
El vuelo fue excelente, y tardamos menos de lo
previsto a pesar de ir con viento en contra, pero de todos modos, cuando
llegamos ya era de noche. A pesar de todas las veces que ya había estado en
Bariloche, nunca había arribado por vía aérea, así que para mí también era toda
una novedad.
Tomamos un taxi hasta el hotel Pacífico ubicado en
la calle Moreno, a media cuadra del Bella Vista, uno de los más bonitos del
Centro.
Entre que todos nos acomodamos y nos
acondicionamos un poco, se fue haciendo algo tarde, y a pesar de que la
temperatura no fuera muy baja, el viento molestaba bastante, así que yo no
quería alejarme mucho. Pero los lugares que ofrecían comidas aceptables en
calidad y precio que estaban en esa cuadra, acababan de cerrar y entonces fuimos
a una pizzería que estaba a la vuelta, donde la mercadería era buena, pero la
atención no. ¡Muy mala onda!
Ya no había más nada para hacer, por lo que nos
encerramos en la habitación para ver televisión. Y a dormir porque al día
siguiente saldríamos en excursión.
Ana María
Liberali