20
años: 2004
Creación
de la Red Latinoamericana de Estudios Geográficos
de
la Unión Geográfica Internacional
“Tanto
en el Centro Humboldt, como en la Unión Geográfica de América Latina, creada en
Puerto Rico en 1999, la necesidad de darle un lugar a la Geografía en diferentes
ámbitos y muy especialmente en el de la educación, se había manifestado tanto en
la documentación generada como en las acciones llevadas a cabo. Pero otro de los
objetivos de ambas organizaciones, había sido el de dar presencia dentro de la
Unión Geográfica Internacional, a la Geografía Latinoamericana.
Y
es así como el 18 de agosto de 2004, en uno de los salones del Centro de
Convenciones de la ciudad de Glasgow, Escocia, sede oficial del 30º Congreso
Internacional de Geografía, se dio formalidad a la creación de la Red
Latinoamericana (Latin American Networking) de la Unión Geográfica Internacional
(UGI). Al acto acudieron académicos de distintos países de América Latina y de
otras partes del mundo. La reunión fue presidida por los doctores José Luis
Palacio Prieto (en ese momento Vicepresidente 1ro de la UGI) y Álvaro Sánchez
Crispín (por entonces Presidente de la Unión Geográfica de América
Latina).
En
este escenario, se designó como directora de la red a la licenciada Ana María
Liberali, del Centro de Estudios Alexander von Humboldt (Buenos Aires,
Argentina). Ana María Liberali se ha desempeñado como presidenta de la Unión
Geográfica de América Latina y ha sido organizadora entusiasta de los Encuentros
Internacionales Humboldt, que se celebran anualmente en la República
Argentina.
La
dirección de esta red tiene a su cargo el enlace central entre ésta y los
distintos actores, institucionales y personales, que sirven de base para la
comunicación y el estrechamiento de relaciones académicas entre geógrafos de la
región y entre éstos y los de otros países que tengan interés en estudiar
América Latina. Al momento de su creación, la red contó con la presencia y
entusiasmo de cerca de una veintena de profesionales de la Geografía originarios
de Argentina, Australia, Austria, Brasil, Canadá, España, México y
Uruguay.”
www.georedweb.com.ar (nro
28)
Durante
el mes de setiembre, en Villa Carlos Paz, provincia de Córdoba, República
Argentina, se llevó a cabo el Sexto Encuentro Internacional Humboldt bajo el
lema “Más allá de los Noventa”,
coordinado por Humberto Voltolini.

Más
allá de los noventa
Omar
Horacio Gejo
Jorge
Osvaldo Morina
Centro
Humboldt
Universidad
Nacional de Luján
Cuando
a mediados de la década pasada se conformó el Centro Humboldt (CeHu), su
creación estuvo vinculada a dos planos efectivos de acción. El primero de ellos,
el inmediato, el concreto, lo fue el salir a enfrentar abiertamente a la
“Reforma Educativa”, esa burda creación, ese engendro patético que forma parte
de una vasta maniobra impuesta por obra y gracia de los organismos de
gestión del imperialismo, y cuyo fracaso estuvo inscripto en su propio
nacimiento. Desde y para la Geografía, la reforma significaba un doble desafío.
En primer lugar, no cabía la menor duda que representaba un ataque a la
independencia de nuestra disciplina, tras el desiderátum de una hipotética
superciencia social, que no era otra cosa que el desvarío oportuno de la
feligresía progresista local, llamada a darle letra al inefable experimento
regurgitando el catecismo de Anthony Giddens y su círculo áulico, es decir, de
los progenitores de la prematuramente fenecida “tercera vía”, el arrumbado
riel del laborismo pos-thatcherista, el del ajado Tony Blair. En segundo lugar,
significaba desde nuestra disciplina llevar a cabo una batalla ideológica que
confrontara con la imponente campaña propagandística desarrollada durante la
década pasada, y que hizo del seudo-concepto de globalización el ariete de esta
formidable ofensiva política integral de la burguesía. Y con ello integrábamos,
entonces, el segundo plano efectivo de acción, al sumar la actividad
intelectual, elemento decisivo, a las tareas de defensa del espacio
disciplinar.
Los
noventa
Las
ilusiones de una ideología antigeográfica
En
el segundo semestre del año 1995, en el marco de un seminario interno, el CeHu
trazó un cuadro de situación abarcativo, internacional, tratando de dar cuenta
así de la realidad que estábamos viviendo.
Como
consecuencia de ser un conjunto de personas vinculadas a la práctica de la
Geografía Económica desde la década de los ochenta, el esfuerzo intelectual, el
tesón cognoscitivo en el centro de estudios era necesariamente una proyección de
aquellas especulaciones desarrolladas en esa cátedra universitaria, que había
cargado con la responsabilidad de brindar una respuesta materialista al
crecientemente prevaleciente reino de la abstracción, como lo era el conjunto de
reverdecidas ideas ‘liberales’, convalidadoras de la huera lógica mercantil, tan
simplistamente claras expositivamente, como abstrusas desde el punto de
vista de elucidar la compleja trama de intereses de la que inequívocamente
son sus representantes.
Para
una materia como Geografía Económica la realidad argentina era harto propicia
para el despliegue de distintas especulaciones. Por ser un caso extremo, el
argentino forma parte desde hace tiempo de la galería de excentricidades, siendo
una manifiesta aparente disfuncionalidad desde el punto de vista de su aciaga
respuesta económico-social hace varias décadas: siete, cinco o tres,
dependiendo cada una de estas profundidades temporales de los variopintos
enfoques político-ideológicos prevalecientes. No consintiendo con ninguna de
estas interpretaciones que, por lo general, están excesivamente enraizadas en
fenómenos locales, intentamos superarlas partiendo de nuestro particular
enfoque geográfico, lo que implicó contextualizar el caso argentino en un cuadro
regional, comprendido y explicado éste, a su vez, en el desenvolvimiento del
sistema internacional.
Por
aquellos años, dijimos, todavía asistíamos al irresistible ascenso de la
“Globalización” como ideología. Por ella podían entenderse diversas cosas, pero
una era evidente, constituía un mazazo ideológico, pretendidamente conceptual,
tendiente a fortalecer la ofensiva política burguesa a lo largo y a lo ancho del
mundo, valiéndose, de paso, de una serie de dinámicas imágenes que hacían de la
circulación una realidad perpetua. De allí que la terminología de moda
enfatizara en el movimiento, la logística y el ‘just in time’, por ejemplo[1]. Pero detrás de estas ‘geografías’
circulatorias se escondía un verdadero manifiesto antigeográfico que era preciso
combatir, porque esa era la madre de todas las batallas en aquel
momento.
Podríamos
resumir los supuestos de la globalización, desde una perspectiva geográfica, a
partir de unos pocos trazos gruesos pero decisivos. Este macrofenómeno se
presentaba como un verdadero divisor de aguas. Su advenimiento implicaba dejar
atrás definitivamente todas las coordenadas hasta allí referenciadoras de los
acontecimientos. Tanto como que se hablaba de que asistíamos al fin de la
historia. Esta nueva época, pos-histórica, estaba engendrada básicamente
por la reducción de las distancias[2]. Este era el mecanismo por el que
desaparecían todos lo hechos significativos del pasado, llamados a sobrevivir
temporariamente, a lo sumo, como meros vestigios, o relictos, esto es como un
pasado desactivado, pasivo, desconectado del presente. El sentido de todo
esto no era otro que el intento de disolver los planteos problematizadores,
producto éstos de las históricas tendencias generadores de
diferenciación material, de desigualdades, y que inevitablemente hallan
correspondencia territorialmente.
Amparada
en una pretendida asepsia, la fuerza de la pos-geografía era supuestamente un
producto genuinamente tecnológico, es decir algo así como un omnipresente
mecanismo de clonación técnico, en el que el hombre, como ser social, quedaba a
un costado. Una fantasía casi prehistórica, indigna del cielo pos-histórico, que
no es otra cosa que la ingenua y reiterada ilusión en el progreso apolítico, era
la verdadera esencia preñadora de la teoría de las teorías, la macroabstracción,
el embuste finisecular.
Claro
que todo timo, todo embaucamiento, no puede erigirse en el vacío. Gran parte del
empuje, de la fuerza del discurso de la globalización, aparte de su lógico y
existente asidero, de su amarre real, el constituido por los innegables cambios
tecnológicos habidos en los últimos años, encontró un sólido y decisivo sustento
en el desmoronamiento de lo que se conoció como el Orden de Posguerra. Esas
complejas estructuras que propendieron a un equilibrio inestable durante casi
medio siglo, encauzaban las contradicciones de clases, partidos y estados,
elementos éstos a través de los cuales se procesa la síntesis histórica. Con la
‘Caída del Muro’, se liberaron distintas fuerzas que son hoy las que están en
juego y en pugna y que han hecho que el mentado ‘Nuevo Orden Mundial’[3] diste, y mucho, de haberse materializado,
más allá de haber representado en su momento una expresión de deseos y un
accesorio no menor de la irrefrenable ofensiva capitalista en pos de su
mundo global.
Ese
Orden de Posguerra se había caracterizado por sus fracturas, por su
fragmentación: por la división Este-Oeste, emergente de la confrontación
capitalismo-socialismo; por los marcos nacionales como receptáculos
privilegiados de la vida económico-política, habiéndose generado en esos
cincuenta años casi las tres cuartas partes de los estados nacionales
existentes; y por las diferencias marcadas entre el desarrrollo y el
subdesarrollo, como la súbita constatación del abismo existente entre los
centros, las ex metrópolis, y una vasta periferia, los espacios de la ex
colonias, intentando dar sus primeros pasos como países, innegablemente
atrasados. Esta geografía dicotómica[4] fue la marca distintiva de esa media
centuria. Con todos los reparos que se le podían hacer, implicaba, sin embargo,
una materialización, que ahora era pulverizada por el enfoque de la
globalización, que oficiaba como una aplanadora, transformando al planeta
en una superficie lisa, el ideal para las teoría y los teóricos ‘liberales’[5]. La desaparición del ‘sistema socialista’
decretaba el fin de la liza abierta en 1917 y definitivamente consolidada a
partir de 1945-1950. Esa amplia geografía socialista sería objeto ahora de una
integración plena al ‘mercado’, lo que impulsaría la restauración capitalista en
ella y su plena adscripción a la división internacional del trabajo, el
eufemismo desarrollista utilizado habitualmente para describir las desventajas
de someterse al Imperialismo.
Por
otro lado, desde hace casi tres décadas se acentúa la presencia del
fenómeno transnacional, es decir la creciente inadecuación de los marcos
nacionales para dar cuenta de una realidad económica, social, cultural y
política agudamente internacionalizada. Detrás de este hecho se mueven varias
ideas, todas ellas apañadas de alguna manera por la realidad, pero también todas
portadoras de la ideología de la clase dominante: la aparente presencia
avasalladora de las empresas transnacionales; la supuesta pérdida de peso
específico de los Estados Nacionales; y la pregonada retirada del Estado como un
agente constructor de la realidad. En suma, la existencia de una nueva realidad
, una realidad signada por la circulación continua, cada vez menos real, cada
vez más virtual, caracterizada por la aparición de una economía inmaterial
asentada en el sector servicios, que marcaría el ocaso de las sociedades
industriales y de todas las teorías del conflicto inherentes a ellas; que
estaría más allá de las determinaciones localizacionales y, como punto
central, que implicaría la definitiva subordinación de lo político al
fetiche de la economía, de esta economía virtual, de esta economía autónoma. De
aquí, por supuesto, al crecimiento sostenido, al desarrollo sustentable y a
definir a la política como ‘el arte de administrar, para quedar a merced de la
cantera de los prohombres del sistema, los emprendedores exitosos[6].
Nosotros
hemos destacado tres consecuencias geográficas resultantes de esta
interpretación. La primera de ellas es la afirmación de que el capitalismo
habría abandonado el período que inició a mediados de los anos setenta, una
etapa signada por haberse desinflado el crecimiento de las décadas de la
reconstrucción de la posguerra, aquellos años identificados como los
‘gloriosos’, los ‘dorados’. Tras un período de estancamiento e inflación, el
aparente relanzamiento de los noventa permitió vincular la ‘inmaterial’ economía
de servicios con un salto desconocido de la productividad y la cristalización de
éstos en la geografía económica norteamericana, que llegó a caracterizársela
como ‘turbocapitalismo’, una especie de versión capitalista neomilenaria,
notoriamente más eficiente que las vetustas fórmulas de ‘capitalismo
intervencionista’, conocido como ‘capitalismo renano’, ya sea el alemán o su
símil asiático, el nipón.
La
flexibilidad del capitalismo anglosajón – por ‘turbocapitalismo’- tenía una
certera base material, ya que imponía a los trabajadores el costo de la
adaptación permanente al frenesí innovador de los ‘exitosos’ capitalistas
norteamericanos[7].
La
segunda consecuencia es la que, partiendo del reconocimiento de la existencia de
un nuevo ciclo expansivo de largo plazo, señalaba la posibildad de una
confraternidad entre los capitalismos centrales. Es decir, el crecimiento
exuberante abría las puertas para una cohabitación de las
capitalistas, hecho que en su versión más onírica plantea el surgimiento de
un capitalismo global, algo así como la culminación, la consumación idílica de
la trasnnacionalización, mientras que en la versiones menos idealistas
encontraríamos la visión del domino mundial omnímodo de los EE.UU., ya sea
mediante las hegemonías unipolar, a través de su supremacía
politico-militar, o imperial , por medio de un mecanismo más complejo de
dominación, que incluiría la seducción decisiva de la faceta
cultural.
Finalmente,
para lo que se había conocido como la geografía del subdesarrollo, la periferia,
esta nueva era representaba una oportunidad áurea, única: con precaución desde
la segunda mitad de los ochenta, pero con fervor durante los felices noventa, se
propagandizó un seudo-concepto, el de los mercados emergentes, que no era otra
cosa que un icono del más pueril discurso ‘pro-mercado’, negador absoluto de la
realidad
Resumiendo:
la expansión ilimitada, el adiós definitivo a las crisis; la consecución de la
fraternidad universal; y el reparto de la prosperidad y felicidad para los
menesterosos, eran los tres fabulosos capítulos de este cuento conocido
como globalización.
Más
allá de los noventa
Tras
los sueños, regresa la realidad, la Geografía
Frente
a estos accesos de idealismo vulgar, el Centro Humboldt tituló a su programa de
actividades como la “Cuestión Periférica o Periferias en Cuestión”. Esto fue así
porque nos parecía crucial, frente a tanto discurso vacío, reponer un piso
material de discusión; y esto nos llevó a valernos, entonces, del argumento que
blandió la burguesía latinoamericana cuando tuvo que formalizar racionalmente el
proceso de industrialización mercado-internista[8]. Pero esto no era tan sólo un
reconocimiento conceptual, entendíamos, frente a la opinión prevaleciente, que
la periferia asistiría a un período convulsivo, porque tendería a concentrarse
allí, en lo inmediato, el cúmulo de contradicciones del sistema mundial,
imperialista: exactamente lo opuesto de aquello que se propalaba como la nueva
era de los mercados emergentes, del crecimiento sostenido, del desarrollo
sustentable y de algunas otras supersticiones al tono.
Los
Encuentros Humboldt (EnHu), que se inauguraron en 1999, han sido los testigos
del despliegue de una simple panoplia conceptual, con la que se acometió la
ímproba tarea de batallar contra los lugares comunes que, como hongos después de
una copiosa precipitación, brotaban generosamente por
entonces.
El
segundo EnHu, llevado a cabo en Mar del Plata (año 2000), reunió allí la
trilogía de conceptos vertebradores de esta batalla dialéctica: “Periferia,
Regiones y Países”. El primero de ellos consistía en reinstalar la vieja
desventaja posicional antedicha, en la que se encontraba la periferia más
avanzada, América Latina, tras la crisis del 30 y la Segunda Guerra Mundial; y
que llevó a establecer la necesidad de lo que hoy se denominarían políticas
activas, lo instrumentalmente opuesto a las ‘estrategias’ del “piloto
automático”[9], por ejemplo, tan usuales en los
noventa. Periferia era, entonces, devolver un plano que había estado
ausente en los últimos años, comenzando por oponer un atisbo de materialidad al
análisis iluso, vacuo de los “neoliberales”. Pero destacar un plano no era
geografizar, era apenas un ejercicio geométrico un poco más complejo que el que
habitualmente ensayaban los portadores del “pensamiento único”. Por ello, junto
a la Periferia aparecía Región. Es que con la región dábamos un salto en el
proceso de materialización de nuestra interpretación: a las desventajas
posicionales de la periferia, adosábamos las diferenciaciones situacionales que
caracterizan a las regiones, cargando así de profundidad temporo-espacial,
geográfica al análisis, una característica que el enfoque
periférico no posee, que la periferia desconoce. Por fin, la última escala, los
países. Precisamente cuando asistíamos impávidos al sonsonete del fin de las
naciones, sostener como escalón último de la realidad, y por lo tanto básico,
primordial, implicaba asumir los riesgos de ser calificado como un grupo de
extraviados en el tiempo. Sostuvimos, empero, entonces, y lo seguimos haciendo
hoy, claro, que los países son las geografías mínimas, los espacios que siguen
poseyendo la totalidad de los elementos que determinan las coordenadas
referenciadoras, los significados de nuestras vidas. Pero esta materialidad
vital, sustancial, era tal, sobre todo, porque además devolvía la posibilidad de
autonomizar nuestras decisiones frente a la infernal máquina de la globalidad.
Era el espacio en el que reaparecía en toda su dimensión un factor
estructurante decisivo de la realidad, el Estado. Un aparente convidado de
piedra al festín de la ilusión “neoliberal”, y apenas agitado como un fantasma
por la ‘oposición’ reformista, que de esta manera le abría las puertas para el
inevitable momento de las bancarrotas, cuando el ‘regreso’ del Estado, ahora más
‘social’, ahora más bueno, encubriría el rescate del capital
quebrado.
Cuando
en el Tercer EnHu (año 2001), en Salta, invocábamos “La vuelta de la Región”, ya
habíamos enfocado el análisis regional como un indicador inigualable de las
crisis que transitábamos y de las que sobrevendrían. Esta vuelta a la región no
era cualquier regreso, era un signo inequívoco del estallido de las
contradicciones incubadas durante la década del ‘turbocapitalismo’. En el
Centro, las megarregiones eran la contracara del enfrentamiento de los
imperialismos, eran las geografías resultantes de la colisión de aquéllos,
echando por la borda los sueños de un mundo sin fracturas, el destino manifiesto
e incruento de la globalidad poshistórica. En la Periferia, en tanto, los
desmantelamientos productivos generados por la ‘reestructuraciones’ capitalistas
de fines de siglo han operado, en términos generales[10], como verdaderos saltos al vacío, al no
a alcanzar a redefinir un curso positivo para incrementar su presencia
exportadora, por un lado, y mantener como una tendencia de largo plazo el
retroceso, la regresión del mercado interior, por el otro.
El
Cuarto EnHu , realizado en Puerto Iguazú (año 2202), que llevó por lema
“Geografía de la Integración”, específicamente abordó las escasas posibilidades
concretas de las megarregionalizaciones, en el contexto de una periferia
rezagada como lo es el cono sur de América, un tema que el reformismo agita
de cuando en cuando[11].
En
el Quinto Enhu, en la ciudad de Neuquén (año 2003), por eso “La cuestión
nacional” fue el lema. Pues en ella se concentraba la real puja de intereses
existente: el país frente a la globalidad; la política frente a la economía; los
trabajadores o la burguesía. Es decir, la asunción de una materialidad plena,
histórica.
Es
desde allí que llegamos a la cita cordobesa: “Más allá de los noventa”. Con
ella se está significando que se ha comenzado a producir una constatable
ruptura respecto de las ‘verdades’ de la década pasada.
Desde
mediados de los años noventa, y desde una lectura latinoamericana –aunque la
región no es la excepción-, se han verificado varias respuestas políticas
protagonizadas por las masas, que han contrapuesto su movilización, su presencia
en las calles, a la política dirimida institucionalmente, obligando a
apurados cambios políticos, procesados, sin embargo, dentro de los límites
de la institucionalidad existente.
El
levantamiento en Chiapas el primer día de 1994, suele considerarse el punto de
partida del conjunto de movimientos que genéricamente se han definido como
antiglobalizadores. Ya en el segundo lustro, la crisis se trasladó
definitivamente a Sudamérica: Ecuador, Perú, Bolivia y, finalmente, Argentina
fueron los epicentros de diversas oleadas de luchas populares coronadas por
precipitados cambios de gobierno, despedidos a empellones por rebeliones
populares. La eclosión popular decembrina de Buenos Aires, conocida
mundialmente como el “Argentinazo”, se constituyó en un paradigma del cambio de
humor regional, y más allá también, del agotamiento de la hegemonía discursiva
‘neoliberal’[12]. Pero esta refutación política ha
sido parcial, y la mayoría de las experiencias políticas pos-crisis, en general
catalogables como centroizquierdistas, prácticamente no han variado el cariz de
las políticas aplicadas[13].
Podríamos
aseverar que asistimos, pues, a cambios gatopardistas, impulsados por la
necesidad de fortalecer la política institucional ante la debacle provocada
por el auge de los ascensos populares, no encauzados a través de los canales
políticos tradicionales, hecho que llevó a la desestabilización y posterior
caída de varios ejecutivos en la región. Sin embargo, la envergadura de los
acontecimientos, así como su prolongación latente en el tiempo, más cierta
renovación en las expresiones políticas populares, cuando no la lisa y llana
volatilización del cuadro político tradicional, nos permite afirmar que sí,
objetivamente, nos hallamos más allá de los noventa.
Pero
el lema del Sexto EnHu también tiene otro sentido. Una vertiente mayoritaria de
los impugnadores del pasado reciente suele expresar su rechazo a aquél como una
oposición al “modelo”, entendiendo por éste al conjunto de las políticas
económicas prevalecientes en la década pasada[14]. Estas visiones descargan la
responsabilidad sobre el ‘Neoloiberalismo’, asociado a las políticas económicas
ortodoxas, caracterizadas por la liberalización comercial y financiera, y la
enajenación del patrimonio público. Así reducen el problema a una cuestión
técnica. Esto es lo que se ha expresado con aquello de que ‘otro país es
posible’, porque ‘otro modelo es posible’ pues ‘otra política económica es
posible’.
Lo
cierto que así como no es conducente la contradicción
globalización-antiglobalización, tampoco es fructífera la contraposición
neoliberalismo-antineoliberalismo. Y no lo es, por la sencilla razón de que lo
que se define como neoliberalismo es una fórmula estéril para analizar lo que
ocurre en la región. Habitualmente se identifica al neoliberalismo con la
pérdida de peso específico del Estado, tanto como que en algunos casos llega a
hablarse de la deserción a la ausencia de él. Pero aducir la retirada del Estado
para concluir que nos enfrentamos al capitalismo salvaje, o al mercado en estado
puro, es un profundo desconocimiento conceptual de las características de la
actual fase por la que atraviesa el capitalismo, y una ceguera por no registrar
concretamente sus manifestaciones cotidianas, donde lo que se observa es que
como pocas veces se ha visto una intervención tan abierta. Hablar de
neoliberalismo en estos términos es no entender al capitalismo imperialista: en
él la intervención es de carácter estructural. Además, es rehuirle a la cuestión
su verdadera entidad, es decir, retacearle su contenido social y
político.
Por
otro lado, no convenimos en aceptar remitir la debacle de nuestra región al
período de supuestos desaciertos de políticas ortodoxas. Nuestro enfoque
establece para la región un período de declinación más extendido en el tiempo
que el que habitualmente se concede. La región se ha conformado históricamente
como una periferia. Esto ha determinado su inherente incapacidad para integrar y
soldar su mercado interior, además de la consabida dependencia para
acceder al mercado mundial. La crisis del treinta y el descerrajamiento de
los intentos de industrialización, seguidos de un tránsito sinuoso conocido como
desarrollismo, para desembocar en el neoliberalismo, no constituyen una mera
anécdota. Este derrotero es, por el contrario, el acabado retrato de los límites
de un ‘estilo de desarrollo’, sí; de un ‘modelo de desarrollo’, también; pero
que ante todo describe los propios límites de la clase sobre la que recae la
responsabilidad de protagonizarlos[15].
Pero
a esta debilidad intrínseca –en términos generales- de toda periferia,
Latinoamérica le ha sumado desde la posguerra el carácter de rezagada, es decir
aquella que se encuentra con incesantes dificultades para defender una
relativamente precaria presencia en el mercado internacional. Esto denotaría el
fiasco de su ‘big-bang’ industrial local, por un lado, más una incierta
colocación de sus productos tradicionales primarios. En esta situación, el
concurrente retroceso del mercado interno no ha hecho otra cosa que coadyuvar
con el debilitamiento de los países constitutivos de la región, circunstancia
que explica el alza de la inestabilidad política, adjudicada ahora
metafísicamente a la debilidad institucional local.
Es
por eso que entendemos que Latinoamérica, como geografía capitalista,
afronta una crisis estructural que encuentra sus razones en la deficiente
adscripción al sistema mundial, y esto nos lleva a reafirmar la plena
validez del lema de la cita humboldtiana cordobesa que es, a la vez, culminación
de un camino y punto de partida del que tras ella
reiniciaremos.

Claudio
Caneto y Raúl Mercado (docentes de la provincia de Córdoba),
Ana
María Liberali, Humberto Voltolini y Omar Gejo (autoridades del CeHu),
durante
la apertura del Encuentro

En
primer plano, César Betancor, de la República Oriental del
Uruguay

Vania
Rubia Farías Vlach, de la Univversidad de Uberlandia
(Minas
Gerais – Brasil), durante el dictado de su conferencia

Participaron
colegas de Argentina,
Uruguay,
Brasil, Chile, Bolivia, Colombia y México
[1]
No es extraño, por lo tanto, que el Japón, que reunía supuestamente estas
características, fuera lanzado al estrellato del desarrollo, desconociendo
algunos elementos básicos de su experiencia socio-económica, que contradecían
manifiestamente los discursos en boga. Por eso en una temprana aproximación a
los problemas geográficos del desarrollo, el caso japonés fue abordado en esa
cátedra de Geografía Económica, confrontándose la experiencia nipona con la
brasileña. Los conceptos de Centro-Periferia jugaron allí un papel
determinante para discernir las notorias diferencias de desarrollo entre uno y
otro caso. Frente a la formación nacional desarrollada japonesa, que ejecutó una
inserción activa en el mercado mundial, la respuesta de la formación nacional
brasileña, de una experiencia muy larga de plena inclusión en el comercio
internacional, no superó jamás el umbral de un posicionamiento periférico, con
una manifiesta proclividad a la marcada subutilización de su vasta cantera de
recursos., un rasgo característico de una estructura capitalista no
desarrollada. El ejercicio comparativo no se agotaba simplemente allí, sino que
estaba dirigido a preparar el terreno para el tratamiento de la cuestión
argentina , comenzando por desmitificar la por entonces luminosa historia
oriental, así como también realizar un primer análisis del gigante sudamericano,
llamado a cumplir una función descollante en los acontecimientos
locales.
[2]
Por la ‘virtual’ desaparición de las distancias, lo que en buena medida
transformaba a la nueva era también en
pos-geográfica.
[3]
El Nuevo Orden Mundial significaba la mentada hegemonía unipolar norteamericana.
Tras la implosión de la Unión Soviética, en los primeros momentos arreció esta
idea de un mundo norteamericanizado, donde los EE.UU. cumplían la
función de supremo garante del nuevo estado de cosas.
[4]
Estas dicotomías se hallaban exageradas. Ni el ‘sistema socialista’ estaba
abstraído del sistema mundial, ni los nuevos Estados Nacionales podían escapar
al haber nacido con el arrastre histórico de su malformación congénita en tanto
colonias, y enfrentar a un sistema de relaciones establecidas, Imperialismo, que
había presiddo su formación como colonias y que determinó su existencia
‘independiente’ como neocolonias. Finalmente, y por lo que acaba de definirse,
la contraposición Desarrollo-Subdesarrollo, expresaba un intento de encubrir los
alcances de una cabal comprensión del desarrollo, aislando las dos
situaciones, desconociendo algo como el desarrollo desigual y combinado.
[5]
El superministro de economía la dictadura brasileña, Antonio Delfim Netto,
un hombre polémico y de ocurrente verba, en un reciente reportaje concedido al
matutino La Nación, de la ciudad de Buenos Aires, hizo gala de su militante
desarrollismo emprendiéndola sin demasiadas concesiones con los ‘liberales’:
“…en la teoría liberal no hay montañas, no hay ríos, no hay agujeros negros. Si
el mundo fuera limpio como esta mesa, el liberalismo funcionaría perfectamente”.
(NCeHu 1293/04).
[6]Una
de las fantasías más hilarantes es aquella que proclama ‘urbi et orbi’ la
necesidad de banqueros centrales independientes. Algo insólito por donde se lo
mire, pero repetido hasta el hartazgo y perseguido como fin plausible por los
organismos de gestión financiera del imperialismo. El ‘modelo’ no sería otro que
el del inefable y eterno Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal
estadounidense, una especie de oráculo para los adoradores de las finazas y para
los aduladores de los financistas. Este hecho demuestra que una fútil idea
con un poco de viento a favor puede hacer escuela. Es de reconocer, sin embargo,
el irreverente menosprecio que esta gente siente por el
ridículo.
[7]
Durante la primera parte de la década del noventa, sobre todo, existió algo así
como una puja de modelos entre el capitalismo anglosajón, tildado frecuentemente
de ‘salvaje’, de malo y el llamado capitalimo renano, conocido como la
versión ‘humana’, buena. Ya en la segunda mitad de la década, esta
‘contraposición’ ha ido perdiendo vigencia. Europa occidental, un teatro
privilegiado del Estado de Bienestar, por ejemplo, se está convirtiendo en uno
de los escenarios clave de la ofensiva patronal en busca de la competitividad
perdida, decidida por lo tanto a acabar con las prerrogativas adquiridas por los
trabajadores a lo largo del siglo pasado (NCeHu 1389/04 )
[8]El
papel de principal ideólogo le cupo al argentino Raúl Prebisch, que desde la
CEPAL teorizó sobre la modalidad periférica del capitalismo latinoamericano. No
era extraño que a un intelectual argentino le correspondiera tamaña
responsabilidad, pues nuestro país encabezaba las tareas de industrialización
luego de haberse cerrado la etapa de exportación primaria exitosa que durante
sesenta años había construido la estructura más avanzada
sudamericana.
[9] Luego
del lustro de haber reinado como superministro de economía de Carlos Saúl Menem,
Domingo F. Cavallo fue reemplazado por el presidente del Banco Central,
Roque B. Fernández. Fue éste el que popularizo aquello del ‘piloto automático’,
una imagen que pretendía dar cuenta de la fortaleza y estabilidad de su
economía y de la plena validez del ‘libre funcionamiento’ de los
mercados.
[10] Es
evidente que el Este de Asia, por ejemplo, no puede ser comparado con Africa, ni
tampoco, en buena medida, con América Latina.
[11]
La mayoría de las posiciones de centroizquierda han adherido con fervor a las
campañas de regionalidades por construir, bajo el supuesto de que es la economía
de escala la piedra de toque que resolverá las tribulaciones nacionales
latinoamericanas. Esto se asemeja bastante a los consabidos mecanismos de fuga,
que suelen oficiar como subterfugios para soslayar las tareas más
perentorias aquí y ahora, las inacabadas tareas de la construcción nacional.
Este escalón es saltado, al tiempo que no se explica porque tendría éxito la
estrategia en un marco ampliado habiendo fracasado estrepitosamente en
aquel otro.
[12]Debe
recordarse que nuestro país fue durante la última década del siglo pasado el
epítome de la servidumbre al recetario de los organismos de gestión
imperialista, el Fondo Monetario Internacional (F. M. I.), el Banco
Mundial (B. M.) y el Banco Interamericano de Desarrollo (B.I.D.), y esto
fue oficialmente reconocido por estas agencias de gestión, que hasta el año
1998, cuando comenzaría la larga recesión que desembocaría en diciembre de 2001,
ponían al argentino como uno - si no él - de los ejemplos del sistema
internacional.
[13]
Claro que hay diferencias marcadas entre los distintos ensayos nacionales. El
proceso venezolano, por ejemplo, evidentemente no puede asimilarse a las
respuestas ecuatoriana (Lucio Gutiérrez), boliviana (Carlos Mesa) o brasileña
(Lula). Para ver distintas perspectivas de los gobiernos ‘progresistas’
latinoamericanos puede consultarse un aporte del uruguayo Raúl Zibechi en NCeHu
1325/04.
[14]
En algunos casos se extiende el período de hegemonía de dichas políticas a más
de un cuarto de siglo, como han sido los casos chileno y argentino. En este
último, el programa económico del 2 de abril de 1976, encabezado por José
Alfredo Martínez de Hoz, es considerado la piedra basal del ‘neoliberalismo’
criollo.
[15]
Esto es lo opuesto a discutir sobre las bondades de las distintas técnicas de
administración contable, o achacar los ‘infortunios’ a los excesivos costos
laborales, hechos que para los ‘expertos’ constituirían las causas motrices del
abortado despegue regional.