NCeHu 261/15

Eliso Reclus
Eliseo Reclus y la geografía subversiva[1]
Rodrigo Quesada Monge[2]
La anarquía es la máxima expresión
del orden
Eliseo Reclus
http://www.elsoca.org/index.php/tribuna-libre/historia/3143-historia-eliseo-reclus-y-la-geografia-subversiva
Introducción
La eminencia
biográfica de este artículo reside en la recuperación de algunos datos de la
vida cotidiana de los hermanos Reclus, que nos permitirán entender muchas de las
reflexiones y análisis que se hacen luego. Sin embargo, la trama biográfica de
Eliseo y Elías Reclus, sin olvidar algunas menciones al pasar de los otros
hermanos, tales como Paul o Louise, no reposa en el simple informe curioso y
mórbido, sino, más que nada, en los comportamientos y actitudes existenciales
que permiten explicar algunas de las grandes decisiones políticas, científicas e
ideológicas tomadas por los dos hermanos, sobre los cuales se enfatiza en este
capítulo.
Buscamos entender,
en esta ocasión, como lo hemos hecho con otros autores anarquistas[3],
ciertos movimientos ideológicos, políticos y, por qué no, vitales, que nos
permitirán tener una visión más clara, del trajinar científico y social de uno
de los autores más complejos y contradictorios que ha producido el anarquismo.
Con Eliseo Reclus, sucede una cuestión bastante curiosa, y es que a él nunca le
preocuparon las contradicciones analíticas y hermenéuticas en las que incurrió
con frecuencia, cuando elaboraba su ideario libertario, según veremos en
capítulos posteriores. La metodología científica, sin embargo, lo obligó a
depurar sus argumentos cuando se trató de los estudios geográficos, sofisticados
y complejos en los que se involucró, en el momento en que emprendió la
realización de tres de las más grandes obras geográficas de todos los tiempos.
En estos casos, las contradicciones argumentales eran un lujo que no podía
darse.
Los intereses
políticos, académicos y existenciales que unieron tan estrechamente las vidas de
Eliseo y Elías Reclus, solo pueden comprenderse a partir de las características
particulares de la educación que recibieran de un padre y de una madre, a todas
luces excepcionales. Tal excepcionalidad no residió tanto en la prolífica
familia que lograron integrar, pues si todos los hijos hubieran vivido la prole
hubiera crecido a unos dieciséis, sino en que, en estas condiciones, por encima
de lo usual, los padres alcanzaron a mantener la disciplina de trabajo, la
probidad ética y las esperanzas profesionales, humanas y sociales de todos los
hijos, pues éstos terminaron siendo hombres y mujeres de bien, como acostumbraba
a decir la burguesía decimonónica.
Con este artículo,
el autor intentará realizar un retrato de la cálida y comprometida amistad
filial, humana y académica que los hermanos Eliseo y Elías, a lo largo de sus
vidas, lograron tejer desde una trabazón de temas, preocupaciones e intereses
similares en cuanto a resultados, productividad y legados, fertilizados con el
afán creativo en las ciencias naturales, las humanísticas y sociales. Esta
agenda de aspiraciones científicas compartidas, encajó milagrosamente bien con
otro orden de inquietudes, como lo fueron los asuntos políticos, los cuales se
encuentran en la esencia misma de la orientación que los hermanos Reclus
imprimieron a sus quehaceres académicos. Es decir, en el buen hacer científico
de estos hermanos, dentro del mundo de la geografía y de la etnología, dos
ciencias que por los años en que ellos vivieron, apenas despegaban, no es
posible separar el dato, la dimensión fáctica de la investigación, de sus
reflexiones políticas y sociales. La geografía para Eliseo y la etnología para
Elías, alcanzaron su mayoría de edad en el momento en que ambas ciencias fueron
capaces de hacernos comprender, que era posible la construcción de un mundo más
justo y humano, en el aquí y en el ahora.
La casa paterna
Elisée Reclus
(1830-1905), como sería su nombre en francés, fue uno de los más prolíficos
geógrafos del siglo XIX, y tal vez de todos los tiempos. Su capacidad de
producción académica, de investigación y escritura cotidiana es un ejemplo
extraordinario, sobre los distintos procedimientos desarrollados por los
científicos y académicos europeos, durante el siglo XIX, el de la
industrialización, de los grandes descubrimientos comerciales, marítimos,
geográficos y tecnológicos. No cabe duda de que las ambiciosas propuestas
temáticas, metodológicas, técnicas y analíticas, hechas por Reclus con relación
al quehacer del geógrafo y de la geografía, como disciplina, siguen asombrando
al mundo científico, académico y político de nuestros días.
Pero Reclus estuvo
ignorado durante muchos años por ese mismo mundo académico y científico europeo,
debido a razones que hoy no están debidamente esclarecidas. En el presente,
cuando muchas de sus grandes preocupaciones, como la tecnología, el papel de la
ciudad en el desarrollo de las civilizaciones, la evolución histórica de los
estados, la ecología y otras, han pasado a ser asuntos que motivan y aquejan a
los científicos contemporáneos, sus rigurosos y profundos trabajos de
investigación, han vuelto a ser editados para bien de las nuevas generaciones de
geógrafos, historiadores, antropólogos, sociólogos y politólogos.
Sin embargo, casi la
totalidad de su correspondencia, así como sus obras mayores, esto es La
Tierra, descripción histórica de la vida del globo (en dos volúmenes),
Nueva Geografía Universal (en diecinueve volúmenes) y El Hombre y
la Tierra (en seis volúmenes), no han sido traducidas por completo, o
reeditadas en español desde hace mucho tiempo. Las explicaciones para estas
carencias en nuestro idioma, pueden provenir de que mucha de la producción
científica e ideológica de Reclus pasó por España, sin encontrar el ambiente
propicio, debido al fuerte ascendiente religioso característico de las
estructuras políticas y sociales españolas, visceralmente contrarias al ideario
anarquista, durante gran parte del siglo diecinueve y del veinte. No obstante,
esta sentida ausencia de uno de los pensadores más rigurosos de la Europa de
entonces, se ha ido solucionando paso a paso, desde México, Argentina, Brasil y
Chile. Cabe pensar, también, que, debido a que Reclus nunca fue reconocido por
el medio universitario francés, sus obras apenas han recibido la atención
indicada en otros países, donde la influencia editorial francesa es
considerable, como es el caso español otra vez.
Muchos
intelectuales, académicos y políticos se preguntan todavía de dónde pudo haber
surgido semejante capacidad de producción científica, en un hombre que se casó
tres veces, tuvo varios hijos de los cuales solo dos niñas sobrevivieron, y
además dispuso de tiempo y de energía para viajar incansablemente por casi todo
el mundo conocido en su época, e involucrarse de pleno en las actividades
políticas y propagandísticas del movimiento anarquista, tanto así como para ir a
parar con sus huesos a las cárceles francesas, debido a su beligerante
participación en las acciones emprendidas por la Comuna de París, que sería
reprimida de una forma sangrienta y cruel en 1871.
Algunos sostienen
que ello se debió a la fuerte influencia de su padre, el pastor protestante
Jacques Reclus (1796-1882), quien sometió a sus once hijos a una férrea
disciplina de estudio, oración y trabajo, en la que predominaba,
paradójicamente, una ilimitada defensa de la libertad de escogencia, para
establecer las formas de comunicación que cada uno considerara correctas en sus
relaciones con Dios. La madre, Marguerite Zéline Trigant (1805-1887), resultó, a
la larga, un noble y dulce contrapeso de las escabrosas consecuencias generadas
por la insólita rigidez del padre. Eliseo mantuvo a lo largo de su vida, una
sostenida e intensa correspondencia con su madre, a la que le confesaba, con
lujo de detalles, sus aspiraciones más íntimas.
De los cinco
varones, hermanos de Eliseo, Elías (1827-1904) el mayor, tuvo una participación
política y afectiva sustancial en la vida del primero. Luego vinieron, Onésimo
(1837-1916), Armando (1843-1916) y Paul (1847-1914). Las hermanas fueron, Loïs
(1831-1910), Marie (1832-1918), Louise (1835-1917), Nóemi (1841-1915), Zéline
(18138-1911) y Ioanna (1845-1937), sin contar a Suzi que moriría a los veinte
años y Anna, quien no iría más allá de su primer año de vida. Todos ellos, como
puede verse, vivieron vidas largas y productivas, según nos cuenta el profesor
Dunbar[4].
Se puede agregar, además, que el comunismo místico del padre, quien nunca buscó
regalías de ninguna especie de parte de la iglesia, infundió en sus hijos un
sentido de la solidaridad y de la cooperación, que se nota con certeza en las
distintas formas de colaboración desarrolladas por los hermanos Reclus entre sí.
No sólo Elías, sino también Onésimo, Paul y las hermanas, contribuyeron en el
quehacer investigativo que las obras de Eliseo demandaban; ello junto a la
colaboración internacional procedente de notables investigadores extranjeros,
como Pedro Kropotkin (1842-1921), el eminente geógrafo y teórico anarquista
ruso[5].
El gran amor por la
literatura que la madre, Marguerite, les transfirió a todos sus hijos, y los
grandes esfuerzos que hacía Jacques, el padre, por vivir de acuerdo con su
conciencia, y no según lo esperaban las iglesias para las cuales trabajó, que no
solo lo hicieron ser reconocido como un “protestante entre protestantes”, es
decir, siempre inconforme con el lugar donde se encontraba, sino también como un
hombre bueno, generoso y espiritual, fueron factores decisivos en la formación
ética e intelectual de los hermanos Reclus[6].
Esta actitud del
padre, quien abandonó la Iglesia Reformada Francesa, donde se desempeñó como
pastor y educador, en la ciudad de Sainte-Foy-la-Grande, a orillas del río
Dordoña, lugar de nacimiento de Eliseo, para trasladarse a una iglesia más libre
en Orthéz, lo que le garantizaba mayor libertad de movimiento y de convicciones,
sembró en la mente de Eliseo y la de sus hermanos, un sentido de la
responsabilidad sobre lo que se piensa y se siente en relación con el mundo que
nos rodea, de profundas consecuencias en el largo plazo, pues, en el caso
particular de Eliseo y de Elías, ese tono sacrificial los llevó a exponer sus
vidas en los hechos que condujeron al baño de sangre de la Comuna de París.
La búsqueda
constante de formas de vida alternativas, en las cuales las convenciones y los
rituales no estuvieran presentes, o al menos no fueran el punto de partida y de
llegada de la vida de las personas, fue una constante en la vida familiar de los
Reclus, una impronta establecida por los padres, para quienes la vida no podía
reducirse a lo que se comería o bebería al día siguiente. La búsqueda y la
concreción de los sueños, el esfuerzo sostenido por transmitirles a las personas
que existen otras posibilidades más allá del aquí y del ahora, eran componentes
regulares en las conversaciones y en la correspondencia de la familia. Eliseo y
Elías, el hermano mayor, compartieron intensamente esa aspiración por la utopía,
a la cual luego, el primero, le acercaría sus pretensiones científicas, logrando
una rara síntesis entre Utopía y Ciencia, que aún desconcierta a muchos
pensadores y analistas del presente, porque, en un mundo tan concreto como el
nuestro, en el cual solo cuenta la porción de poder de que se dispone en la vida
cotidiana, tal clase de ensoñaciones, parecieran llegadas de otro tiempo[7].
Delirios revolucionarios,
imperialismo y ciencia
La
participación activa, diaria, beligerante y productiva de los dos hermanos
Reclus, Elías y Eliseo, en los hechos de la Comuna de París de 1871, todavía es
motivo de debate y discusión entre los académicos e historiadores, pues, para
algunos, este protagonismo de ambos, no se quedó en la simple contemplación
periodística de lo acontecido, o en las reflexiones teóricas a distancia y a
posteriori, a la manera de los marxistas recalcitrantes, sino que implicaron
cárcel, maltrato, humillaciones y la amenaza de ser enviados a los campos de
prisioneros que los franceses mantenían en Nueva Caledonia, famosos por su
crueldad.
Elías, el hermano
mayor, quien fuera director de la Biblioteca Nacional de París, durante
veinticuatro días, no tuvo tiempo de hacer grandes cosas con este puesto que
puso en sus manos el Comité Central de la Comuna, pero logró, al menos, sembrar
la duda y la esperanza de que era posible tomar todo aquel acervo cultural y
ponerlo al servicio de la clase trabajadora. Si la prensa burguesa de la época
terminó sorprendida porque los obreros levantados de París, no habían quemado ni
destruido ni un solo libro de aquella majestuosa y venerable biblioteca, fue
porque dicha burguesía, desgarrada por las contradicciones políticas e
ideológicas, prefirió aniquilar a palos a la clase trabajadora parisina, antes
que hacerle frente al invasor prusiano, que contribuyó estrechamente con el
gobierno de Thiers para que la carnicería fuera lo más completa posible.
Recordemos que
algunos de los monumentos adorados por la aristocracia y la alta burguesía
francesas (como la columna imperial en la Plaza Vendome y la estatua de
Votaire), que terminarían hechos añicos a manos de los obreros sublevados,
fueron precisamente los más representativos primero de las aspiraciones
imperiales de Francia, que empezaban a tomar forma por aquellos años, y segundo
el símbolo ignominioso de la opresión y la barbarie como era la cuchilla por la
que pasarían miles de trabajadores, una vez que la Comuna hubiera sido
derrotada[8].
La cotidianidad de
la Comuna, tan bien retratada por hombres y mujeres como Lissagaray, Louis
Michel y Elías Reclus, en diarios, documentos, cartas y artículos periodísticos
de profunda preocupación analítica, le permite al historiador de hoy disponer de
documentos invaluables, sobre el proceso de formación de las ideas anarquistas
de los hermanos Reclus. Sobre todo cuando es casi ineludible sostener que a
ellos se los puede considerar entre los fundadores originarios del pensamiento y
el accionar de los anarquistas, en el preciso momento en que las decisiones
políticas, y los eventos militares que se están fraguando, ante sus ojos,
revelan un conjunto de personalidades y escenarios decisivos, para comprender la
articulación de ese cuerpo de teorías y de métodos que se ha llegado a conocer
como anarquismo[9].
Son los años de 1872
a 1877, años decisivos en muchos sentidos, no sólo para los hermanos Reclus, que
se encuentran exiliados, sino también para la nación francesa, la cual, a partir
de este momento, seguirá el camino trazado por las tensiones internacionales que
los imperios ruso, inglés y alemán, estaban a punto de provocarle a la
humanidad. Tales tensiones terminarán decantadas definitivamente, a partir de
1884, cuando la Conferencia de Berlín se decidió por la atroz política de
empezar por repartirse África, y luego el mundo, un trayecto espeluznante que
conducirá indefectiblemente hacia la Primera Guerra Mundial. Ese largo período
de estabilidad de la Tercera República, entre 1877 y 1940, cuando los nazis
ocuparon de nuevo París, le garantizó a la burguesía imperialista francesa una
atmósfera relativamente homogénea en términos políticos e ideológicos, para
iniciar una carrera colonialista cuyas consecuencias serían incalculables.
Aquí reside una de
las diferencias fundamentales entre la clase de estudios realizados por Eliseo
Reclus, sobre el expansionismo colonialista europeo, y el amenazador
imperialismo norteamericano, que él sin embargo no llama así, y los sofisticados
y complejos análisis elaborados por figuras del calibre de Rosa Luxemburgo,
Lenin, Kautzky o Trotksky. Existe en el trabajo de Reclus una sostenida
preocupación por el espacio y sus distintas manifestaciones cuando dos formas de
civilización entran en contacto. La geografía física le permitió precisar los
contornos de la materia en estudio, sobre todo cuando se trataba de una
regionalización que requería constantemente de ser mapeada, si cabe el término,
y su noción de espacio, apenas intuida, llegará con el tiempo a convertirse en
un instrumento descriptivo y analítico imprescindible cuando asumió sus
reiterados y, con frecuencia, muy prudentes acercamientos al problema del
colonialismo.
La noción de
imperialismo llegó a convertirse en un dispositivo teórico que los economistas
marxistas volvieron suyo, sin que fuera posible el ingreso dinámico de otras
explicaciones, como aquellas relacionadas con la civilización, la cultura y la
vida cotidiana, temas que acercarían el trabajo realizado en etnología por Elías
Reclus, y en la historia como el realizado por Pedro Kropotkin.
De esta manera la
particular sensibilidad del etnólogo y del historiador en ambos casos
mencionados, hicieron que el encuadre político e ideológico ofrecido por el
anarquismo precoz de Eliseo Reclus, no encontrara obstáculos para disociarse de
las explicaciones talmúdicas de los marxistas más ortodoxos, sobre los problemas
relacionados con el desarrollo de las civilizaciones en un conjunto de espacios
determinados, en constante conflicto y confrontación. Es aquí donde resulta
menos que elegante, y más que abusiva, la afirmación de Marx y Engels, de que
Reclus no era otra cosa que un simple compilador, cuando el trabajo del segundo
sobre los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, es casi un
plagio total del trabajo del antropólogo norteamericano Lewis H. Morgan
(1818-1881), quien por esa época, los años setenta del siglo XIX (su obra
principal Ancient Society es de 1877), propuso una nueva sistematización
teórica de tales asuntos, la cual no pasó desapercibida a los fundadores del
socialismo autoritario.
Para los marxistas
el problema del imperialismo está estrechamente relacionado con el
funcionamiento de la economía capitalista. Es decir, para ellos, el imperialismo
es esencialmente una categoría económica[10].
Para los geógrafos libertarios, como Eliseo Reclus y Pedro Kropotkin, el
imperialismo es un asunto espacial. Con gran sabiduría, sin embargo, geógrafos
marxistas del presente, como el británico David Harvey, se han servido de ambos
enfoques, brindando, de esta forma, un tratamiento enriquecido de la noción de
espacio, en la cual el conflicto es abordado no como una cuestión eminentemente
económica, sino como una forma de articular distintas respuestas a los
encuentros históricos entre unidades espaciales complejas y diversas. Así ha
llegado a comprenderse con perfecta claridad que la teoría del imperialismo de
inspiración marxista es nada sin la noción de espacio, puntal teórico y técnico
de las investigaciones de los geógrafos libertarios.
Por eso no debería
extrañar que tanto para el geógrafo Eliseo Reclus como para el etnólogo Elías
Reclus, la geografía física haya sido tan decisiva en sus investigaciones de los
pueblos y de las civilizaciones a lo largo de la historia, pues de esta forma
han podido retratar con suma precisión los distintos mecanismos de apropiación
del espacio y sus transmutaciones culturales en la vida cotidiana. Basta
consultar los seis tomos de la obra de Eliseo Reclus titulada El hombre y la
tierra[11]
para apercibirse de que una nueva forma de hacer geografía había dado inicio
con el nacimiento del siglo veinte. Como bien lo anota una de sus mayores
conocedoras, se trata en realidad de un tratado de geografía humana y social,
que abría puertas, pistas y surcos totalmente inéditos en la investigación
geográfica[12].
Esa insospechada novedad analítica, reñida con el hieratismo político que
esperaba su tradicional casa editorial Hachette, hizo que la mencionada obra de
Reclus no fuera publicada en vida. Lo sería entre 1906 y 1908 por la Librería
Universal de París y bajo la tutela de su sobrino Paul, hijo de Elías, cuando el
muerto ya era inofensivo para un gran sector de la academia francesa, gazmoña y
acomodaticia.
Siempre fue un
problema para su casa editorial Hachette, la inquietud política e ideológica de
Eliseo Reclus. Cuando estuvo preso, y a punto de ser condenado a los campos de
trabajo de Nueva Caledonia, a raíz de su participación activa y beligerante en
la Comuna de París de 1871, Reclus se convirtió en un maldito t, en un paria, y
fue debido a su inteligencia y a su enorme intuición geográfica, que la casa
editorial mencionada, estrujó sus escrúpulos y decidió publicar sus trabajos,
bajo el entendido de que ninguna de sus ideas políticas, sociales o religiosas
se escurriría en los argumentos “científicos” que se esperaban de él. Por
supuesto que el apoyo de la comunidad académica internacional, sobre todo
británica y norteamericana, tuvo un papel protagónico incuestionable, para
lograr que la condena a trabajos forzados en Nueva Caledonia, fuera conmutada
por el exilio.
Después de haber
invertido casi veinte años de su vida en la preparación y redacción de la
Nouvelle Geographie Universelle (entre 1876 y 1894), para que fuera
publicada en pequeños fascículos al alcance de todos los bolsillos, Eliseo
Reclus, asumió una última posición rebelde, y se decidió por escribir El
hombre y la tierra como una especie de conclusión de aquella, pero en la que
(originalmente pensada en dos volúmenes, creció hasta seis), todas sus ideas,
intuiciones y revelaciones más profundas serían desplegadas sin contemplaciones.
Obviamente Hachette se negó a publicarla. Ya no era el Eliseo Reclus del pasado
a quien le habían publicado dos obras maravillosas para niños, como Historia
de un riachuelo (1869) e Historia de una montaña (1880),
en las que se exponen por primera vez argumentos geográficos de gran
complejidad al alcance de los más pequeños. La belleza y la poesía de esas dos
obritas, siguen insuperadas hasta nuestros días, pues resulta inaudito que de la
rigidez y dureza del científico abrumado por las estadísticas y las
descripciones, Eliseo Reclus hubiera podido dar el salto con tanta facilidad
hacia el lenguaje enamorado de la vida propio de los niños. La misma
transparencia está presente en el único libro teórico que Reclus escribiera en
1897, titulado La evolución, la revolución y la idea del anarquismo.
La Comuna de París
(1871)
Existen, por otro lado, dos obras indispensables en cualquier tratamiento
de la relación que Eliseo Reclus mantuvo con sus hermanos, tanto en el nivel
científico como en el nivel político. Una de ellas es la invaluable bitácora que
Elías escribiera de las sangrientas jornadas de la Comuna de París en 1871, la
cual debería ser lectura obligatoria junto al monumental testimonio escrito por
Lissagaray (1838-1880)[13];
y la otra es la historia de la amistad política y académica que Elías y Eliseo
mantuvieron durante años, escrita por el sobrino ingeniero Paul Reclus
(1858-1947), hijo del primero. A éste último no hay que confundirlo con el otro
hermano, el médico Paul Reclus (1847-1914), quien también los acompañó en los
eventos diarios de la Comuna de París y quien, como ellos, tuvo que esconderse y
exiliarse para no ser asesinado, acusado de subversivo y complotista contra el
gobierno burgués[14].
Rara vez ambas obras
han sido analizadas con fines históricos y descriptivos de los acontecimientos
que las hicieron posibles. La bitácora que escribiera Elías es de una inmensa
utilidad para establecer el comportamiento cotidiano, no tanto de los luchadores
callejeros, de los rebeldes atrincherados en las calles de París, sino también
de las reacciones asumidas por la burguesía parisina, para reprimir un
movimiento que se les había salido completamente de las manos. La otra obra,
escrita por un ingeniero eminente, como lo fuera el sobrino Paul Reclus, busca
ser un testimonio agradecido de las enseñanzas recibidas por una alianza
política y académica, la de su padre y de su tío, cuyos resultados aún pueden
apreciarse en el desarrollo de la geografía como ciencia social y humana, y en
el del ideario anarquista, fortalecido con ella en los campos organizativo e
individual. De tal manera que, según puede notarse a simple vista, no es posible
hablar, al menos en el caso de los hermanos Reclus, de la geografía social sin
hablar al mismo tiempo del anarquismo como ideal, como utopía, el cual se
encuentra expuesto con toda amplitud en la gran obra de Eliseo, El hombre y
la tierra, en la que el sobrino tuvo tanta participación.
El trabajo de Elías
Reclus sobre la Comuna de París, tiene la rara habilidad de haber logrado
establecer un enlace preciso entre lo que expresa el lenguaje, y los hechos
cotidianos narrados. Otras obras similares, como la ya varias veces mencionada
de Lissagaray, junto a las de Jules Valles, Napoleón Peyrat y Louise Michel, sin
dejar de ser testimonios excepcionales de un evento constantemente evaluado y
reevaluado, no lograron penetrar los resquicios emocionales y visuales a los que
llega el diario, por llamarlo correctamente, escrito por Elías Reclus. El valor
histórico de esta clase de narraciones reside en brindarle a la posteridad,
documentos de primera mano sobre las angustias, ansiedades, limitaciones y
epopeyas en las que se vieron involucrados hombres y mujeres comunes,
protagonistas de uno de los sucesos decisivos en la historia del movimiento
popular europeo, cuyas enseñanzas se prolongaron hasta el presente.
Qué se come, cómo se
come, cómo se distribuyen los alimentos, las discusiones y los debates en las
trincheras, sobre las formas más efectivas de repartir las pocas armas con que
se contaba, las pequeñas rencillas sobre los accesos y ajustes del ejercicio del
poder, en el aquí y el ahora, sin reparar en discusiones de orden jerárquico que
pudieran agotar los objetivos esenciales, tales como ofrecer una defensa
articulada y organizada de la ciudad de París, y proteger sus tesoros más
valiosos, los libros alojados en la venerable Biblioteca Nacional. Cosa curiosa
a este respecto, una vez que las tropas de los versalleses ingresaron a París,
su comportamiento contra los obreros, hombres, mujeres y niños, fue de una
crueldad sin parangón. Pero aquello que éstos tanto habían protegido, como la
biblioteca, no escaparon a los excesos y desmanes de la soldadesca atribulada y
despótica que hacía ingreso ostentando su poder y su autoridad.
El diario de Elías
Reclus tiene además la rara virtud de comunicar las preocupaciones del
“humanista libertario” que ve a sus compañeros de armas caer junto a su lado,
los destrozos causados por los obuses lanzados por la tropa versallesca, contra
las paredes de los hogares, los edificios públicos y las trincheras construidas
en varias bocacalles que conducían sobre todo a las estaciones de ferrocarril,
sin detenerse un momento en sus reflexiones sobre lo que todo aquello
significaba en sus vidas cotidianas, y en su futuro más inmediato. La mayor
parte de los que caen heridos a su lado, reflexiona Elías Reclus, son burgueses,
sin embargo, el amor por sus familias, por sus viejos y por sus hijos, queda tan
bien registrado en este diario, que bien podría decirse de su autor que ha
logrado cotas de belleza literaria, en los anales de los escritos políticos,
pocas veces igualadas. El estilo de exposición deja sin aliento al lector, pues
casi se siente el silbido de las balas y los retumbos de las trincheras al caer
en mil pedazos. Reclus incluso se da el lujo de pensar lo que podrían estar
sintiendo los conejos y las gallinas que ve correr despavoridos en el Jardín
Botánico, luego de los destrozos causados por los bombazos lanzados por la tropa
versallesca. En realidad es una lástima que este libro no haya sido traducido
todavía al español.
El relato de la
confrontación entre la soldadesca de Versalles y los comuneros adquiere en manos
de Elías Reclus una textura particular, pues él logra una exposición de los
espacios de combate casi visual. Sus descripciones sobre los barrios en los que
se combate puerta a puerta- al extremo de que en cada casa donde un comunero ha
caído la gente de Versalles pone un vigilante a tiempo completo-, adquieren una
relevancia irrepetible en otros textos de factura similar, pues no es posible
capturar París, hacerse dueño de ella, sin controlar sus calles y avenidas, sus
barrios, sus plazas, sus plazoletas, sus iglesias, sus monumentos nacionales, y
sus edificios públicos más emblemáticos.
La tensión
psicológica que Elías Reclus logra, cuando describe las batallas, las
discusiones y las mutuas inculpaciones, sobre quién debe ser juzgado como
responsable de haber llegado a tales extremos de violencia y brutalidad, se
detalla utilizando el lenguaje como una herramienta que al mismo tiempo permite
observar a los protagonistas enfrascados en sus debates políticos y militares,
con el telón de fondo de los cañonazos y el grito de los heridos. Solo aquel
narrador que es dueño de una talento particular para la construcción de tramas
novelescas, es capaz de haber realizado tales descripciones, transmitiéndoles a
los historiadores del futuro una sensación extraordinaria sobre lo que pudo
haber sido la recuperación de la ciudad de París, por parte de la gente de
Versalles, sin percatarse de que fueron precisamente los espacios los que han
atrapado a la gente en su cotidianidad y en sus confrontaciones diarias
políticas e ideológicas. No está de más recordar que son precisamente esos
espacios los que Walter Benjamin, de forma milagrosa, logra atrapar con sus
análisis de la vida burguesa en la Francia de finales del siglo XIX y principios
del XX[15].
Con su mentalidad
etnológica y, posiblemente influenciado por su hermano Eliseo, el geógrafo,
Elías Reclus logró con su diario transmitirle al futuro una combinación
inigualable entre los espacios geográficos que los revolucionarios reinventaron
mientras duró el experimento, entre marzo y mayo de 1871, y los nuevos usos y
costumbres que se fueron imaginando a lo largo de la existencia de este último.
Es decir, de acuerdo con el etnólogo Elías Reclus, la Comuna de París, no solo
inventó y se deshizo rápidamente de diversas formas de organizar el poder y la
autoridad, sino que también posibilitó otros medios de imaginar la cotidianidad
entre hombres y mujeres quienes, a pesar de sus distintas procedencias sociales,
pequeños burgueses, trabajadores, policías, militares y otros, fueron capaces,
todos juntos, de soñar por un momento que la utopía era posible, pues todas
aquellas nomenclaturas y definiciones profesionales, sociales, políticas y
económicas desaparecieron o, al menos, perdieron su fuerza durante aquellas
gloriosas semanas.
Cuando las tropas de
Versalles ingresaron a París, no lo hicieron solamente aniquilando a personas
sino, sobre todo, demoliendo sueños, esperanzas y utopías. Destruida la Comuna
de París, el siguiente día en el desarrollo y crecimiento del movimiento popular
a nivel internacional, empezó prácticamente de cero. Habría que esperar a la
masacre de trabajadores ocurrida en Haymarket en 1886, en Chicago, para que, de
nueva cuenta, las ilusiones de aquellos retomaran la dirección que les había
sido arrebatada defendiendo las calles de la ciudad de París en 1871, no sólo
contra el invasor alemán, sin también contra las traiciones y las pequeñas
pasiones de la gran burguesía parisina, que no tuvo empacho en voltearse de lado
con tal de proteger sus propiedades, su orden y su sentido común.
Es esta educación
política, académica, científica y personal la que amarra cada vez más
fuertemente los lazos que los hermanos Reclus han tendido entre sí. No se puede
desgajar, creo yo, la profunda amistad que existe entre estos hermanos, del
escenario político, social y cultural europeo de los años que median entre 1848
y 1871. Se trata de años decisivos en todos los terrenos, porque, junto al hecho
de que la herencia política de la Revolución Francesa de 1789, todavía se
encuentra a medio camino, entre su realización cabal y la promesa bañada en
sangre, el Segundo Imperio no logró encajar adecuadamente los anhelos políticos
de una burguesía que siempre miraba hacia atrás, y una aristocracia con avidez
de imperio, siempre mirando hacia delante, pero despojada de los recursos para
lograrlo. Estaba claro que el imperialismo francés llegaría tarde, pero a
caballo entre los espasmos democráticos de la burguesía y la tiranía de un poder
monárquico más despótico que nunca, porque ya había conocido de lo que era capaz
la burguesía liberal en alianza con los trabajadores radicalizados, en ciudades
como París, Berlín, Budapest, Viena y Nápoles.
Del republicanismo al
anarquismo
El viaje pedagógico,
por llamarlo de alguna forma, de los hermanos Reclus, como bien lo dice el mismo
Paul, el sobrino, en su célebre libro, ya mencionado, desde el protestantismo
hacia el anarquismo, está signado por la impronta de un padre que no dejó nada
al azar, en todo aquello que tuviera que ver con la formación de la conciencia
de sus hijos para enfrentar la cotidianidad, sin reparar en las consecuencias
personales. Los testimonios recogidos por Paul Reclus en lo que a esto compete,
me refiero al espíritu sacrificial de la educación recibida en el hogar, están
enlazados uno con otro por la brea de la sinceridad, la honestidad y la entrega.
Cuando los hechos de la Comuna de París se suscitaron, los hermanos Reclus
vieron el tema como algo natural y cotidiano. No se podía eludir el hecho de que
el entreguismo del gobierno de Thiers ponía a Francia en una tesitura histórica
sin precedentes, y al respecto había que tomar una posición determinada. A favor
o en contra del invasor. Para los alemanes no había dilema, pues la invasión
formaba parte del encuadre anhelado por el emperador germano Federico Guillermo
II de Prusia, para darle rienda suelta a sus afanes expansionistas, y para
tomarle el pulso a lo poco que quedaba del legado napoleónico.
Las mal llamadas
“revoluciones burguesas” que recorren Europa, entre los años que van de 1789 a
1871, no fueron otra cosa más que la prueba de fuego de las alianzas, las
expansiones y las contracciones, las turbulencias y los éxtasis políticos,
sociales e ideológicos de una burguesía y de una aristocracia dispuestas a
compartir el poder sin importar las circunstancias, y sin importar los aliados
que los acompañaran en el trayecto. De todas formas, siempre serían
descartables. El triste papel de corifeo jugado siempre por los trabajadores en
este proceso refleja lo poco dispuesto que estaba el sistema económico a ceder
sus márgenes de ganancia, ahí donde más le dolía, es decir la independencia de
sus esclavos asalariados. La claridad con que los hermanos Reclus visualizaban
este asunto, solo refleja parte de la elaboración hecha en casa de una
conciencia política y social levantada con el ejemplo, el amor al estudio y la
amistad. El resto del proceso pedagógico tendría lugar cuando los hermanos
Reclus tuvieron que abandonar París, como simples delincuentes, bajo amenaza de
la horca o del confinamiento definitivo en Nueva Caledonia.
La llegada a Suiza,
después de la aniquilación de la Comuna, y el encuentro con los camaradas de la
Federación del Jura, y sobre todo con Bakunin y Kropotkin, completaría aquello
que tan esmeradamente el padre Jacques Reclus les había transmitido: la
disciplina, la capacidad de sacrificio, el servicio a los desamparados y la
dedicación a la construcción de verdades científicas que no atentaran contra su
independencia personal. Por eso los hermanos Reclus nunca dejaron de ser
individualistas de veinticuatro horas.
Es un hecho que la
Comuna de París de 1871, a pesar de que uno de sus mejores y más sensibles
cronistas, Elías Reclus, como hemos visto, haya sostenido que él no fue más que
un sincero observador (algo así como “un termómetro en un rincón”, según su buen
decir), radicalizó las ideas y argumentos de un republicanismo socialista que él
y su hermano Eliseo tenían años de venir elaborando. No tenemos forma, como bien
lo dice Dunbar, de probar el momento y la situación en que ese quiebre, ese
giro, hacia el anarquismo se pudo dar; pero los hechos de la Comuna, el
significado real, de la vivencia política cotidiana, aceleraron el proceso.
Ambos hermanos formaron parte de la Guardia Nacional, pero ambos ignoraban
incluso cómo manipular un fusil y, cuando tuvieron que dormir en el suelo, a la
intemperie, mientras vigilaban, se enfermaron y padecieron lo indecible.
Ambos eran
académicos pequeñoburgueses radicalizados, que venían de un viaje espiritual,
ético y filosófico, impulsado por el ejemplo de su padre, en el cual la rebeldía
teológica y política de Spinoza, jugaría un gran papel. Pero en un principio,
hacia 1877, los análisis hechos por Reclus sobre la Comuna pecan de poco
generosos, y enfatizan el tremendo desorden político, programático y
organizativo que predominó en el proyecto. En esto sus reflexiones lo acercan
mucho a la evaluación emprendida por los marxistas, para quienes la Comuna fue,
antes que nada, un laboratorio en el que debían haber predominado el liderazgo y
la organización, ingredientes totalmente ausentes en aquella. A finales del
siglo XIX, hacia 1898, el tratamiento de Eliseo Reclus se modifica
sustancialmente, y observamos que sus valoraciones de la Comuna, ya no enfatizan
una cotidianidad vivida sin convicción en los asuntos militares, y privilegian
las enseñanzas recibidas en el nivel individual y como persona política.
El “anarquismo académico
individualista” de los hermanos Elías y Eliseo Reclus, aclimata sus raíces,
inevitablemente, en la tradición “spinoziana” (de la teología crítica del poder)
si cabe el término, heredada por su padre, y, a pesar de sus intentos por asumir
con pasión el legado teológico de aquel, como bien lo apunta el sobrino en la
obra mencionada, la actitud de ambos nunca logró remontar el ámbito de la
responsabilidad establecido por una defensa a ultranza de su libertad y de sus
acciones personales cotidianas. Alguien ha sostenido, erróneamente como lo anota
Dunbar, que Eliseo Reclus ya era anarquista en 1851, cuando redactó su
primer trabajo
conocido: El desarrollo de la libertad en el mundo, que posiblemente
escribió en su visita a Montauban ese año, después de una jornada a pie de tres
semanas con su hermano Elías, desde Estrasburgo a Orthez. Este ensayo que, para
Reclus, era de poca importancia, fue alguna vez desechado por él, pero su
hermana Louise lo recuperó y fue publicado por primera vez en 1925[16].
Es fácil dudar de la
verdadera matriz dura del anarquismo de Eliseo Reclus, en virtud de que la
experiencia de la Comuna, apenas conmovió sus convicciones republicanas y más
bien lo hizo batirse en retirada hacia el campo que mejor dominaba, la academia,
la geografía, la investigación y la escritura. Es cierto, Marx no devino más
marxista por haber dedicado la tercera parte de su vida a escribir El
Capital, ni los más de quinientos artículos que escribió con Engels para la
prensa de la época, sobre toda clase de temas, tampoco lo hicieron más
revolucionario que el día anterior, cuando hablaba y evaluaba desde lejos a la
Comuna de París[17].
Es un hecho, no son
las amistades las que te vuelven más o menos revolucionario, anarquista,
republicano o liberal. La entrañable amistad de Eliseo Reclus con Bakunin, a
quien le editó parte de sus obras, o con Kropotkin, a quien incluso le sugirió
títulos para algunas de sus pequeñas obras de divulgación, no lo hizo anarquista
de la noche a la mañana[18].
Para afirmar algo así, habría que tener muy claro que el anarquismo es antes que
nada una forma de actuar sobre la sociedad, la vida y la personalidad
individual. Una forma de actuación que viene estatuida por los criterios éticos,
sociales, culturales y políticos que rigen la vida de un individuo determinado
en su devenir con el resto de la sociedad y de la civilización. Tal forma de
actuación reposa, en última instancia, sobre la orientación que ese individuo en
particular le pueda dar a sus acciones con relación al Estado, la Iglesia
institucionalizada y el Capital.
El comunismo
libertario
Para algunos
autores, ni William Godwin, ni Max Stirner, ni León Tolstoi (y cabría la duda
con relación a Eliseo Reclus) pueden ser considerados fundadores del pensamiento
anarquista, porque si en la doctrina caben en un solo paquete liberales
radicales, marxistas, cristianos y taoístas, no es extraño entonces que en las
introducciones generales sobre el anarquismo se caracterice al mismo como algo
incoherente y difícil de encapsular en una definición preconcebida. En el
anarquismo auténtico, el de Bakunin y el de Kropotkin, existe una diferencia
esencial entre “individualismo” e “individualidad”, porque en la crítica que
ellos dos hacen del Estado, de la Iglesia y del Capital, considerados como
adversarios de clase, no se los reconoce como enemigos de la libertad
individual, algo que les preocupaba enormemente a Godwin, Stirner, Tolstoi y
Eliseo Reclus[19].
Este último fue
primero geógrafo y luego anarquista. Lo contrario de Kropotkin, quien primero
fue anarquista y luego geógrafo[20].
La mayor parte de los autores trata de encontrar una simetría epistemológica
entre el quehacer científico y el quehacer político de Eliseo Reclus, pero tal
cosa es imposible en vista de los resultados arrojados por sus investigaciones
geográficas, en las cuales el pensador francés intentó establecer un enlace
entre sus aspiraciones políticas y la dinámica espacial del crecimiento de las
sociedades y de las civilizaciones, sin reparar en las consecuencias ideológicas
y metodológicas de su empeño. Una geografía al servicio del desarrollo de la
paz, la fraternidad, la solidaridad y la ausencia de jerarquías era el proyecto
más ambicioso de Eliseo Reclus, pero sus estudios y descripciones del desarrollo
de la geografía física, social y humana revelaban una dinámica espacial en la
que el enfoque eurocéntrico y los sesgos colonialistas del imperialismo francés,
no se podían escamotear de forma sencilla[21].
Si su modesta
participación en la Comuna de París lo volvió anarquista, o radicalizó aún más
su socialismo republicano es una cuestión que poca gente se presta a discutir.
Casi todos los autores aceptan de forma tajante el ideario anarquista de Eliseo
Reclus, después de la Comuna; sobre todo cuando sus encuentros con Bakunin y
Kropotkin en Suiza, se tradujeron en una militancia, en un periodismo y en unos
afanes organizativos más inclinados hacia la bondad y la amistad entre personas
afines, que entre revolucionarios dispuestos a darlo todo por la transformación
de la sociedad y del mundo como lo conocemos.
El anarquismo es una
doctrina libertaria y una forma de socialismo libertario, por lo cual no todo
punto de vista libertario o socialista libertario es anarquista. En efecto, el
anarquismo es un concepto que debería ser reservado para una forma particular y
muy restringida de socialismo libertario, el cual surgió en la segunda parte del
siglo XIX. El anarquismo entonces estaba diseñado para combatir las jerarquías y
las desigualdades sociales y económicas, y especialmente a los terratenientes,
los grandes capitalistas y al estado. Estaba en favor de una lucha de clases a
escala mundial, y de una revolución organizada desde abajo, por los trabajadores
mismos en alianza con los campesinos, para crear un nuevo orden socialista, sin
estado y sin opresión de ninguna especie.
En este nuevo orden,
la libertad individual estaría en perfecta armonía con las obligaciones
comunales a través de la cooperación, la elección democrática de las decisiones
y una igualdad social, que tendrá lugar a través de la coordinación económica de
formas federales bien estructuradas y funcionales. Para los anarquistas son
fundamentales los medios organizativos revolucionarios que faciliten la
cristalización de una sociedad anarquista, donde el orden esté caracterizado por
la más completa ausencia de autoritarismo[22].
Con este criterio, el anarquismo de Eliseo Reclus pareciera ser más bien un
principio de vida, una moral, antes que una forma revolucionaria de enfrentar
las desigualdades sociales, económicas, políticas y culturales de la
civilización contemporánea.
En apariencia la
militancia anarquista de Eliseo Reclus se decanta con precisión después de la
Comuna de París. Más en virtud de lo que vio y presenció, que de lo que vivió e
hizo como supuesto revolucionario, el anarquismo de Eliseo Reclus, después de
ese nefasto capítulo de la historia moderna de Francia, afianza su vertiente
académica, y su militancia revolucionaria se limita al apoyo prestado a los
proyectos periodísticos de Bakunin primero, y de Kropotkin después. Algo similar
sucedió con el estudio de Marx sobre el mismo evento, pues el revolucionario
alemán convirtió a la Comuna de París en un laboratorio político en el cual puso
a prueba, no tanto el genial método descubierto por él y Engels-el materialismo
histórico-, sino también sus prejuicios y toda la mitología política existente
entonces, acerca del papel revolucionario jugado por los trabajadores en un
determinado momento de la historia europea.
Eliseo Reclus
siempre tuvo claro que su ideario se reducía a tres postulados esenciales,
1-individualista como anarquista; 2-socialista en materias sociales; y
3-republicano en temas políticos. Estos tres ingredientes siempre estuvieron
presentes en su trabajo académico y en sus esfuerzos políticos por colaborar en
la construcción de una sociedad y de una civilización más equilibradas y
armoniosas. Elie Faure, su sobrino, y un connotado crítico de arte en Francia,
sostenía que su tío Elías se nutría de la influencia de Michel de Montaigne; y
que su tío Eliseo era más un hijo intelectual de Rousseau que de ningún otro,
pensando tal vez, en que la influencia ideológica de Bakunin y Kropotkin, podría
ser evocativa de un radicalismo en el que Eliseo Reclus no creía[23].
En efecto, Eliseo
Reclus como los otros grandes teóricos anarquistas de la segunda mitad del siglo
XIX en Europa, veía con tolerancia distante los actos de violencia perpetrados
por algunos sujetos y grupos, contra autoridades políticas y representantes
empresariales destacados. Elías Reclus, su hermano, siempre más reposado y
cerebral, pensaba que la violencia indiscriminada no conducía a ninguna parte, y
generaba, por el contrario, resultados malsanos en el mediano plazo[24].
La violencia como fin en sí misma estaba descartada, cuando los objetivos
políticos de naturaleza republicana empezaban a ceder terreno ante la mayor
articulación y sentido práctico de los trabajadores europeos organizados. Es
decir que, la violencia se tornaba etérea cuando la organización política se
abría espacio en el imaginario cotidiano de los trabajadores. Sin embargo, se
hacía inevitable cuando los instrumentos de la opresión utilizados por las
clases dominantes, no permitían ningún espacio de maniobra a los sectores
sociales más desprotegidos. Ante la brutalidad de la burguesía, la respuesta
obrera no se hacía esperar, y Eliseo Reclus veía esta última como un mal
necesario, en determinadas circunstancias.
Para Eliseo Reclus,
en verdad un puritano asceta, que veía con malos ojos y disgusto los enormes
habanos que se fumaba Bakunin en reuniones políticas, la historia de la
humanidad era una espiral en crecimiento impulsada por tres grandes fuerzas
ineludibles. En primer lugar hablaba de la lucha de clases, luego de las
aspiraciones generales de los seres humanos hacia el equilibrio y la
racionalidad, y finalmente de la protección feroz del individuo y de su
expresión más conspicua, el individualismo. La lucha de clases, sin embargo, no
se asemeja, ni remotamente, a la propuesta por Marx y los marxistas, para
quienes la misma tiene una esencia revolucionaria cuyos datos de confrontación
política, social, económica y cultural (léase ideológica), definen el núcleo de
todo cambio, violento o no, del sistema económico imperante, así como de sus
patrones de civilización. Reducir la lucha de clases a una simple competencia de
signos de fuerza es el tratamiento más convencional y frágil de todos los que se
han hecho hasta ahora, dizque inspirados en Marx, Engels y Lenin.
En los hermanos
Reclus, la lucha de clases se asemeja mucho al “darwinismo social”, antes que a
la confrontación revolucionaria compartida por los anarquistas radicales de la
estirpe de Bakunin y Kropotkin. La supervivencia del más capaz o adaptado,
podría ofrecer un argumento a favor o en contra de los problemas de
civilización, pero no sería satisfactorio para explicar y justificar la
necesidad de construir un proyecto revolucionario que tumbara por los suelos al
régimen dominante, perfectamente sustentado sobre una plataforma de clase que
protegerá con uñas y dientes dicha dominación.
El equilibrio
esperado y profundamente anhelado, no tanto por los anarquistas, sino también
por algunas sectas liberales y republicanas, entre sociedad, naturaleza e
individuo, todavía en el siglo XIX, presenta vestigios de corte religioso y
milenario, procedentes del siglo XVIII. Esta trabazón temática y metodológica
entre sociedad y naturaleza no reside tanto en las aspiraciones de los sujetos
aislados, o de pequeños grupos de rebeldes, sino en el grado de supervivencia de
que son capaces las personas, cuando, por encima de lo que ofrece el sistema
económico, necesitan continuar con sus vidas. Llegar a entender que la relación
entre sociedad y naturaleza debería estar diseñada para proteger a las personas,
y no para generar ganancias, simplemente, tomó varios siglos de sacrificios,
conflictos sociales, guerras y masacres sin nombre, pues fue privilegio siempre
del sistema económico, crear y fomentar una clase de racionalidad y equilibrio
de civilización, en la que la noción de libertad estaba estrechamente articulada
a las cuotas de explotación y ejercicio del poder alcanzados por un pequeño
grupo de gente que se decían, y se dicen, dueños de hombres y
materias.
Una geografía
subversiva
La ecología social
que lograron vislumbrar hombres y mujeres como Kropotkin, Reclus y Emma Goldman,
atribuía a la noción de espacio una dosis de potencial explicativo sobre el
origen de aquellos conflictos arriba mencionados, que lograba poner en primer
lugar al espacio urbano, tal y como lo harían luego Lewis Mumford (1895-1990)[25]
y David Harvey, en tanto que escenario indefectible de luchas sociales,
económicas, políticas y culturales; pero también le devolvía al espacio rural su
deteriorado carácter agrario, en el cual las revueltas campesinas, cada cierto
tiempo, redefinían su agenda socio-política. En regiones como América Latina,
este espacio rural recuperó también su poderoso contenido étnico y lingüístico,
en el que la revuelta agraria adquiere una dimensión simbólica totalmente
inédita.
Ese equilibrio
armonioso, racional y valorativo al que aspiraba Eliseo Reclus, entre naturaleza
y sociedad, entre la construcción de espacios productivos y potencialmente
creativos de nuevos espacios, según el buen decir de Mumford, requisito de toda
civilización racional y éticamente sustentada, tenía que lidiar, constantemente,
con una fragilidad imprevisible, en la esfera de los conflictos humanos, a los
cuales Reclus llamaba lucha de clases.
Historiar la forma
en que una determinada civilización construye sus espacios de cultura, sorteando
los conflictos sociales y con la naturaleza, es uno de los postulados centrales
de la geografía histórica imaginada por Eliseo Reclus. No es posible la
producción de civilización sin imaginar los espacios correspondientes; y al
revés, no es posible, metodológicamente hablando, imaginar la noción de espacio,
desprovista de contenidos de civilización. Esta idea la llevaría hasta sus
últimas consecuencias nada menos que el gran historiador inglés Arnold Toynbee
(1889-1975)[26].
Las resonancias liberales de las tesis de Eliseo Reclus adquieren aquí, en la
obra de este historiador, sus contornos más refinados, por los cuales resulta
poco menos que imprecisa la afirmación de que Reclus había estado “enterrado”
durante mucho tiempo, hasta su más reciente redescubrimiento por una ecología
social subversiva y transformativa. Sin decirlo, expresamente, la historiografía
liberal ya lo había recuperado hacía mucho rato.
Tal cosa no es
extraña, ni sorprende, pues la totalidad de la obra de Reclus reposa sobre una
concepción heroica del individuo en la que las gestiones del héroe, buscan
asimilar los resultados de la lucha social (como hemos dicho, de fuerte
contenido darwinista), con las transformaciones operadas en la naturaleza a
consecuencia de la agresiva participación de individuos y de grupos humanos
organizados. La trilogía geográfica “reclusiana”, si cabe el término, es decir,
sus tres grandes obras geográficas, La Terre, La Nouvelle Geographie, L´Homme
et La Terre, son obras que fueron diseñadas con el criterio metodológico
liberal de que las acciones históricas de los seres humanos solo pueden ser
comprendidas en su justa medida, contra el telón de fondo de su impacto sobre la
naturaleza, entendida ésta, no solamente como un escenario natural, que cambia y
se modifica por sí mismo, sino también como el conjunto de fuerzas que ejercen
una tremenda presión sobre los resultados de aquellas acciones humanas y
sociales.
En razón del método
descubierto por Eliseo Reclus, tal y como lo hemos resumido arriba, y sobre el
cual se ha dicho muy poco, pues se le ha atribuido a otros científicos y
escuelas geográficas, en virtud de que Reclus no era un académico universitario,
y además se le ocurrió participar en la Comuna de París, es posible sostener que
la geografía social de nuestros días, así como la ecología social, han logrado
articular y reafirmar sus ámbitos de investigación, de la misma forma que sus
agendas temáticas y preocupaciones teóricas. Rara vez tal cosa se menciona, en
vista de que las pretensiones ideológicas de la burguesía reconocen y premian
las acciones heroicas, pero ignoran al héroe, lo vuelven anónimo, lo ningunean,
lo tornan invisible. Es heroico el quehacer académico de Eliseo Reclus, pero el
héroe, en este caso, debe ser obnubilado, oculto tras las brumas del tiempo y la
indiferencia de los gabinetes científicos, pues el perfil de sus acciones
políticas y revolucionarias es peligroso para quienes continúan cultivando el
prejuicio de que la ciencia no tiene sustrato social, económico, político e
ideológico.
La lidia constante
de Eliseo Reclus con su editor Hachette por más de cuarenta años, para que el
primero no dejara traslucir su ideario político en sus obras geográficas, las
cuales, según el buen criterio de los positivistas “comtianos” del momento, no
deberían permitir que las veleidades ideológicas de los autores dieran al traste
con la supuesta ciencia dura que se encontraría detrás de cada una de ellas, es
el fiel reflejo de esta incómoda tirantez entre ciencia e ideología, entre
heroísmo y héroe, entre anarquía y autoridad, entre individuo y sociedad que
penetró la totalidad de la obra escrita de Eliseo Reclus, incluso de su
correspondencia y de su labor periodística y divulgativa[27].
Las obsesiones de Eliseo Reclus por justificar y legitimar su individualidad,
que se notan en su correspondencia y en sus artículos para la prensa, no
constituyen una precisa y razonable defensa de sus presuntas ideas anarquistas.
Eliseo Reclus creía, como buen académico liberal, republicano y cristiano, que
las sociedades evolucionan, y que las gestas revolucionarias son los bemoles
irresueltos de aquella evolución[28].
Durante los años
sesenta del siglo diecinueve, los hermanos Reclus, Eliseo y Elías, vivieron
eventos y situaciones que aguzaron su ideario anarquista, pero también sus
contradicciones políticas, sociales y doctrinarias. Algunos autores apuntan a
que el primer anarquismo de Eliseo Reclus, hacia 1851, está todavía bajo la
impronta del cristianismo ortodoxo y radical de su padre; pero que su ingreso
militante, aunque discreto y desteñido en la Primera Internacional de los
Trabajadores, fundada en 1864, impulsa hacia delante un conjunto todavía
desarticulado de ideas, sentimientos e impresiones, recogidos sobre todo de sus
vivencias geográficas y antropológicas en países como Estados Unidos y Colombia.
Sería, sin embargo, la derrota de la Comuna de París en 1871, la que fijaría los
postulados esenciales del comunismo anarquista de Eliseo Reclus.
Esa década de los
años sesenta fue decisiva en muchos aspectos, pues la militancia errática,
excesivamente prudente y distante de los hermanos Reclus reforzó, por otro lado,
sus intereses científicos y fortaleció indiscutiblemente la vocación como
geógrafo de Eliseo y la de etnólogo de Elías. En el verano de 1869, por ejemplo,
el primero conoció a Marx y, junto con Mosses Hess, intentó ponerse de acuerdo
con el revolucionario alemán para iniciar la traducción al francés del primer
volumen de El Capital, el único que aquel alcanzaría a publicar en 1867.
Pero en vista de que los traductores pretendían resumirlo, y no se estableció
ningún acuerdo razonable sobre los emolumentos que cobrarían, la tarea tuvo que
postergarse. Marx y Engels empezarían a emitir criterios sesgados sobre Eliseo
Reclus en 1876, cuando argumentaban que los dos hermanos eran discípulos de
Bakunin, por quien no tenían ningún respeto académico en cuanto a cuestiones
económicas, y que los dos habían demostrado ampliamente su impotencia política
durante la Comuna de París[29].
El mismo Bakunin,
según Marie Fleming, puede haber tenido serios desacuerdos con los hermanos
Reclus[30];
sobre todo con Elías, a quien acusaba de cortejar a la prensa de la “burguesía
radical”, cuando planteaba sus dudas y reconvenciones sobre el problema
electoral, y acerca de las supuestas bondades de las medidas liberales
impulsadas por Napoleón III, con relación a materia sindical y laboral. Ese
coqueteo con la política electoral y parlamentaria, así como con las
deformaciones racionalistas de los masones, y de los librepensadores de la
Francia del Segundo Imperio, conducía a contradicciones que no parecían
perturbar la buena conciencia de los hermanos Reclus, pero que incomodaban a
revolucionarios anarquistas del calibre de Bakunin, para quien la estrategia
conspirativa y su obsesión por fundar sociedades clandestinas, buscaban fomentar
una mayor agresividad organizativa de parte de los trabajadores y de los
campesinos, en contra de monarquías adocenadas y de burguesías oportunistas
aterrorizadas con la sola idea de la revolución proletaria.
Cuando Eliseo Reclus
rechazó de plano, el encargo de Bakunin de convertirse en su agente de prensa y
de agitación política, durante las jornadas revolucionarias liberales en la
España de 1868, la amistad de ambos hombres pudiera haberse enfriado por un
momento, aunque al final de cuentas, Bakunin le pidió a Eliseo Reclus terminar
siendo algo así como su albacea testamentario con relación a su legado político
e ideológico. Los prejuicios de Bakunin contra el parlamentarismo y el
liberalismo de Elías Reclus cristalizaron cuando éste se hiciera cargo de la
misión frustrada que su hermano Eliseo hubiera rechazado. Las deformaciones
mutualistas y cooperativistas de Elías Reclus, de acuerdo con Bakunin, solo
podían evocar un sentido de la revolución en aquel, que no iba más allá de las
posibles concesiones que se le pudieran arrancar a la burguesía, en un momento
revolucionario determinado, como lo había probado el liberalismo postizo del
Segundo Imperio, presa del pánico de que una segunda oleada revolucionaria, como
la de 1848, sacudiera a Francia nuevamente.
Después de la
derrota de la Comuna de París, el movimiento socialista, el pensamiento radical
revolucionario y, por supuesto, el desarrollo y crecimiento organizativo del
movimiento obrero sufrieron un desplome realmente significativo. Esa derrota de
la Comuna puso en evidencia que había mucho por hacer. Todo lo relacionado con
la prensa, las acciones revolucionarias, las organizaciones, los liderazgos y
las consecuencias políticas de los mismos fueron sometidos a un escrutinio sin
precedentes, tal vez solo comparable con lo que hubiera sucedido en la etapa
final de la revolución burguesa en Francia, en 1789 y 1848, así como lo que
vendría con la revolución bolchevique, luego de la muerte de Lenin en 1924.
Se trataba de
impulsar una revisión de las teorías, del contenido y los resultados de las
acciones políticas, de los periódicos, de las revistas y de la educación
revolucionaria en general. Todo esto iba dirigido a reacomodar los peones en el
tablero que pudieran hacerle frente a la nueva oleada represiva que se
barruntaba. Porque las burguesías europeas se preparaban, poco a poco, ante la
conflagración que se avecinaba con la Primera Guerra Mundial (1914-1915). Pero,
antes, entre 1870 y 1914, la belle époque auguraba un período de
prosperidad, crisis, expansión imperialista, crueldad y genocidio, aplicados
contra los pueblos colonizados, y contra los movimientos populares nacionales,
de tal magnitud que haría de las burguesías europeas, sobre todo de la inglesa,
la francesa y la alemana, los puntales de la guerra que terminaría por devastar
al mundo, y replantearía totalmente el significado de la lucha social,
fortaleciendo al mismo tiempo el perfil ideológico del sistema económico.
No cabe duda que lo
sucedido con la Comuna de París fue una lección inolvidable. Pero sus
enseñanzas, junto a la leyenda construida en torno a ellas, residen más bien en
lo que pudo haber sido y no fue; contrario a lo que realmente sucedió en dicho
momento. A partir de ese instante, los hermanos Reclus, perdieron por completo
su fe en los partidos políticos de la burguesía liberal y republicana radical,
así como en el socialismo autoritario de inspiración marxista. De acuerdo con
algunos escritores, el pensamiento y el quehacer socialistas, de ahí en
adelante, se fragmentan en tres direcciones. Por un lado tenemos al socialismo
autoritario, por otro lado al socialismo parlamentario y democrático, y,
finalmente, por otro, a los anarquistas, quienes serán vistos como una rara e
intolerable excrecencia de todo lo sucedido con la Comuna de París.
Si los hermanos
Reclus, Eliseo, Elías y Paul, se comprometieron en los eventos iniciales de la
guerra contra la invasión alemana y el sitio de París por las tropas de
Bismarck, en julio de 1870, cuando la guardia nacional francesa se negó a
entregar las armas, en marzo de 1871, y se integró el Comité Central Provisional
de la Comuna de París, para enfrentar ahora a las tropas de Thiers, apoyadas por
los alemanes, fue porque sus convicciones nacionales, republicanas y
parlamentarias, todavía eran muy fuertes. Eliseo creyó hasta la derrota final
que era posible obtener resultados legislativos y judiciales, mediante un juego
de pesos y contra pesos que hicieran del Estado burgués una maquinaria maleable
e influenciable. Incluso creyó que presentar su nombre en dos ocasiones para las
elecciones municipales de febrero de 1871, haría posible el ejercicio de cierto
grado de influencia en los bien engrasados mecanismos del Estado
burgués.
Pero este último
reveló su verdadera naturaleza cuando Thiers le pidió apoyo a Bismarck para
sacar a la chusma parisina de sus guaridas comuneras y de sus trincheras
callejeras. Los hermanos Reclus, de esta forma, pudieron presenciar, ante sus
propios ojos, el verdadero carácter de clase del Estado burgués, dispuesto a
todo, por impedir que los trabajadores y la clase media radicalizada,
aglutinados en torno a la Guardia Nacional, se hicieran con el poder. A partir
de ese acontecimiento, la suerte de París estaba echada. Entre el 18 de marzo y
el 26 de mayo de 1871, los comuneros se organizaron para impedir que las tropas
de Versalles recuperaran París y la pusieran en manos de los alemanes como el
trofeo que estaban anhelando, después de una guerra en la que se apropiaron no
sólo de Alsacia y Lorena, sino también de la dignidad nacional burguesa de
Francia, la cual tendría que reconstruir a partir de sus aspiraciones
imperialistas y colonialistas.
La derrota de
Francia ante los alemanes en 1870, no sólo aceleró la formación de una ideología
colonialista más agresiva, sino que también, al surgir la III República, los
socialistas y los radicales de todos los pelajes en Europa tomaron consciencia
de que la revolución en Francia había retrocedido considerablemente. Tal cosa la
percibieron los hermanos Reclus con mucha claridad. Estaba visto que la
recuperación del movimiento popular tendría que operarse de forma irregular y
desigual, pues los primeros congresos que empezaron a realizarse, a partir de
1876, reflejaban la desintegración ideológica y estratégica que la derrota de la
Comuna había generado. No es casual que ese último año mencionado apareciera en
la prensa anarquista por primera vez el concepto de “comunismo anarquista”. Se
había alcanzado el punto de una profunda decantación estratégica, ideológica,
política y militar si se quiere, del movimiento popular en la Europa
industrializada de fines del siglo XIX. La aparente desesperación y
desarticulación transitoria en la que entrara el movimiento popular por esos
años, pudieran haber contribuido notablemente a un empuje de la violencia
revolucionaria, pues los atentados y las “expropiaciones” que tuvieron lugar en
1878, 1892 y 1894, marcaron la pauta para una forma de concebir la lucha de
clases en la que había mucho de artesanal, de improvisación e irracionalidad.
Es un hecho que los
años vividos por Eliseo Reclus en Suiza, aquellos que median entre 1872 y 1894,
aceleraron su ubicación como científico y como revolucionario, y le brindaron un
conjunto de herramientas sociales y políticas que le permitieron precisar con
rigurosidad algunos de elementos más conspicuos de su teoría del “comunismo
anarquista”, la cual no es creación suya únicamente, sino también de varios
otros de aquellos luchadores que lo acompañaron al exilio después de la derrota
de la Comuna. Las reuniones, los congresos, las conferencias, las charlas y,
sobre todo, el periodismo, fueron instrumentos generosos en ideas, discusiones y
movimientos para facilitar el diseño de una estrategia revolucionaria que
remontaba los convencionalismos del viejo socialismo utópico de gente como
Fourier, pero también del supuesto “socialismo científico” de Marx y Engels.
Para los años noventa, la cantidad de periódicos (unos diecisiete), dedicados a
los debates, los desmenuzamientos y la promoción del pensamiento revolucionario
y de sus estrategias correspondientes, era un indicador connotado de lo que
estaba sucediendo en el medio socialista organizado.
Como su
anti-estatismo se ha tejido en una lucha feroz por despojarse de sus últimos
vestigios de republicanismo y de parlamentarismo, una lucha interna, contra sí
mismo y contra los que quisieron convencerlo de lo contrario, su amor por la
humanidad no está desprovisto de ingredientes violentos, de fuerza, que buscan
explicar la necesidad de que los anarquistas se organicen para que la revolución
no sea simplemente caos, desorden y, de acuerdo con Eliseo Reclus, violencia
llana y brutal, con la cual algunos buscan derribar al sistema capitalista, con
bombas en las escaleras y los ascensores.
Esta clase de
violencia nunca fue de su agrado. Era muy importante precisar el objetivo
revolucionario, establecer las posibilidades de éxito y de fracaso, pues ya la
Comuna de París les había enseñado bastante, a muchos como él, el verdadero
sentido de estas reflexiones. Reclus era de los anarquistas que defendían la
tesis de que el fin justifica los medios, en situaciones revolucionarias
críticas. La evocación de la ética jesuita, que se asoma aquí, pareciera
proceder de la vieja influencia de su padre. Para Eliseo Reclus, fue la ausencia
de esta claridad teórica y práctica la que provocó la derrota de la Comuna.
Muchos de sus colegas y correligionarios, debido a ello, lo acusaban de estar
olvidando el ideario “tolstoiano”, el ideario cristiano de que una bofetada en
la mejilla izquierda, debía ser compensada con otra bofetada en la derecha. Pero
Eliseo Reclus sostenía que había dejado de ser cristiano hacía mucho rato, y que
nunca había creído en la tibieza y abyección presentes en el supuesto ideario
promovido por el gran escritor ruso, León Tolstoi, por el cual sentía un gran
respeto intelectual y artístico, pero nada más.
Para Eliseo Reclus,
particularmente, pues no está muy claro que sus hermanos Elías y Paul hayan
pensado lo mismo (aunque sus biógrafos más prestigiosos han establecido que su
sobrino Paul, el hijo de Elías lo acompañó en varias empresas editoriales), el
sistema capitalista era en realidad una máquina de moler carne. La mentalidad
revolucionaria, profundamente anti-capitalista de Eliseo Reclus fue más allá del
simple gesto, o de la pose intelectual y académica. Conoció y asumió con todo lo
que ello implicaba, los grandes descubrimientos hechos por Marx, en torno al
funcionamiento del sistema económico (ya hemos visto que estuvo a punto de
traducir el primer volumen de su obra magna, El Capital), y, además,
siempre se mantuvo en contacto con dirigentes obreros, como los célebres
relojeros suizos del valle del Jura, con la prensa obrera, y las organizaciones
clasistas, aunque, en muchas ocasiones los debates y las discusiones, sobre
temas estratégicos y tácticos, lo dejaban por fuera, agotado por su intento de
que la gente comprendiera, que la única primacía en el sistema económico debería
tenerla el bienestar de la gente, y no la ganancia.
Cuando la ganancia
hacía su aparición, y aquí reside el meollo de toda su “geografía subversiva”,
las relaciones entre los hombres y de éstos con la naturaleza entraba en un
conflicto insalvable, el cual solo hacia las lamentaciones y la amargura podía
conducir. La geografía social, la geografía humana de Eliseo Reclus, reposan
sobre una vasta investigación y comprensión de que las relaciones entre los
seres humanos y la naturaleza deben provocar el nacimiento de lo que él llamaba
“la fraternidad universal”. Este último concepto, surgido de su vieja idea de la
“república social”, iba más allá de las limitaciones impuestas por los estados
nacionales, las fronteras, las etnias y las lenguas en que se fragmentaba la
civilización burguesa. Por ello, con mucha anticipación, proponía la “rebeldía
permanente”, la “revolución permanente” contra los abusos sociales, naturales,
políticos y humanos que el sistema económico le propinaba a las personas.
El legado
revolucionario
Estos últimos dos
conceptos mencionados, no los podemos dejar pasar inadvertidos, pues tienen
demasiado contenido histórico e ideológico, al menos en lo que concierne a la
labor de agitación y publicidad del ideario anarquista en el que creían los
hermanos Reclus. La rebeldía permanente no resumía solo una actitud
existencial o vital con relación a la vida cotidiana y al quehacer
revolucionario del anarquista auténtico. Tampoco se reducía, como han pensado
algunos, al hecho de que una dieta vegetariana te vuelve revolucionario de la
noche a la mañana, por la cantidad de algas, de hongos o de quesos feta que
consumas diariamente. El vegetarianismo en el caso de Eliseo Reclus era una
cuestión de salud simple y llana; y una forma también de conjurar sus demonios
infantiles, cuando presenció, en más de una ocasión, las tareas infames que se
realizaban en las carnicerías y mataderos de Sainte-Foy-La grande, su pueblo
natal.
Pero además, la
rebeldía permanente implicaba un compromiso cotidiano con la labor intelectual,
denunciadora y creativa de quien creía, a pie juntillas, que había un vínculo
estrecho entre la moral con que se asumían los hechos de la vida cotidiana
(levantarse temprano, no hacerle ascos al trabajo, estar siempre dispuesto a
conversar y compartir con los amigos, la familia y la gente que te busca
simplemente para preguntarte sobre algo que la inquieta), y un proyecto
revolucionario de largo alcance, aquel comprometido con los constantes
señalamientos, críticas, reflexiones y denuncias que se hicieran contra un
sistema económico, especialmente diseñado para aplastar a las personas, metidas
en una jornada laboral pensada para enriquecer cada vez más a una minoría, y
despojar y someter a la gran mayoría.
En este proyecto
revolucionario que, para Eliseo Reclus tenía una textura histórica
incuestionable, es decir portaba un futuro asegurado, aunque las reverberaciones
teleologistas de su creencia no lo arredraban para sostener que el fin justifica
los medios, la labor académica y científica era ineludible, pues constituía el
sustrato del cual se nutrían las muchas rebeliones que podían componer una
condición revolucionaria. Esto hacía que su tratamiento de la rebelión tuviera
una naturaleza muy distinta a la elaborada por los bolcheviques, los leninistas
y los marxistas autoritarios.
Para Reclus, varias
evoluciones podían componer una revolución, la cual a su vez podía dar lugar a
nuevas evoluciones, y así sucesivamente, sin que una pared totalitaria, al fin
del camino, impidiera el avance hacia esa sociedad armoniosa y justa con la que
soñaba. Si para los socialistas autoritarios muchas rebeliones podían integrar
una situación revolucionaria, esta última, una vez que hubiera cristalizado, se
paralizaba y detenía su avance. Como puede verse, el asunto estaba perfectamente
articulado al problema de la percepción de clase que tuvieran los
revolucionarios. La rebeldía y la revolución eran el privilegio de los
inconformes, de los desajustados, de todos aquellos que por su ubicación de
clase en la estructura productiva del sistema económico, solo podían recibir
migajas, discriminación y maltrato. Con la dictadura del proletariado, decían
los anarquistas como los hermanos Reclus, la rebelión entraba en un nuevo
proceso autoritario de cristalización clasista que, a ellos, les resultaba
inaceptable, desde la perspectiva histórica y ética.
Por otro lado, mucho
antes de que a Parvus o a Trotsky se les ocurriera hablar de revolución
permanente, a los hermanos Reclus el concepto les pareció oportuno, sin
explicitarlo abiertamente, para saldar cuentas con el parlamentarismo
pequeñoburgués, y todos los mecanismos establecidos por las clases dominantes en
el sistema capitalista, conducentes hacia la democracia representativa, a los
juegos electorales y a las jerarquías estructuradas sobre bases autoritarias[31].
Si se ha de entender a la revolución permanente como ese largo y complejo
proceso revolucionario de profunda esencia clasista, que conduciría a los
trabajadores al poder, sin tener que pasar por los estadios definidos por los
estalinistas como el requisito indispensable para darle sentido a la revolución,
el concepto ya se encuentra bien avanzado en su definición intuitiva en muchos
de los trabajos, ensayos, conferencias y cartas de los hermanos Eliseo y Elías
Reclus. Con la gran diferencia de que para estos últimos, sobre todo para el
primero, la revolución no tenía por qué sujetarse a un proceso etapista
condicionado por la racionalidad cartesiana, y el autoritarismo burgués de
inspiración hegeliana, que encuentra en el fortalecimiento de las instituciones
del estado, el legítimo sustrato de la dominación burguesa y
capitalista.
Los comunistas
libertarios, como los hermanos Reclus, Bakunin, Kropotkin, Emma Goldman,
Alexander Berkman, Errico Malatesta y otros entendían que la revolución
permanente, no era únicamente el producto de varias rebeliones y evoluciones
orientadas a provocar la condición revolucionaria, explosiva, espontánea y
ampliamente participativa, que se agotaría de un chispazo en las trincheras, las
manifestaciones callejeras y el enfrentamiento con la policía. Su percepción de
la revolución iba más allá de la idea obsesiva por desmantelar la estructura
jerárquica y autoritaria del poder, y de la destrucción del aparato
burocrático-militar del Estado burgués. Para los comunistas libertarios era más
importante la gente, organizada en múltiples maneras diferentes, con el afán de
defender y proteger sus derechos, sus necesidades y sus esperanzas.
Porque, recordemos, mientras Kropotkin y Marx estaban
preocupados sobre cómo dividir la jornada laboral diaria entre trabajo mental y
físico, Eliseo Reclus lo estaba más por darle a la gente la posibilidad de
escoger qué clase de día de trabajo quería realizar. Para Reclus,
fundamentalmente, la anarquía era la perfecta tolerancia, el absoluto
reconocimiento de que los otros tienen libertad de escoger, y de darles la
posibilidad de hacerlo. Eso incluía, por supuesto, ofrecerles a las personas la
alternativa, la esperanza de optar por jornadas laborales en las que la
explotación, la humillación y el maltrato no fueran posibles, como sucedía en el
sistema capitalista.
Eliseo Reclus, tal
vez en mayor medida que Kropotkin, creía que era posible construir una sociedad
socialista en la que la cooperación fuera el componente vertebral; una sociedad
anarquista comunista, diferente de la sociedad mutualista con la que
soñaba Proudhon, el cual no pretendía destruir al mercado, sino solamente al
gobierno; y más bien ampliar la propiedad privada, antes que destruirla por
completo. Eliseo Reclus aspiraba a la aniquilación del sistema socio-económico,
lo cual vuelve ridícula cualquier afirmación de que era un republicano o un
liberal disfrazado, porque en realidad sus aspiraciones políticas eran de orden
colectivista[32].
Cada vez que se le acusa de republicano o liberal agazapado, tal acusación
reposa sobre una pobre, o tal vez muy tibia, apreciación de los cambios que
introdujo la experiencia de la Comuna de París, en la conciencia política y
social de los hermanos Reclus. Es curioso, pero, a pesar del gran respeto y
apreciación que Bakunin tenía por ellos, es a él a quien debe atribuirse el
sambenito de que los hermanos Reclus no eran más que intelectuales
pequeñoburgueses agazapados detrás de los intereses y de los afanes de la gran
burguesía europea.
Los intelectuales
anarquistas siempre buscaron identificarse como el partido de los
rebeldes, sobre todo después de 1879, cuando fundaron Le Revolté, que
vendría a sustituir otros dos periódicos, Le Travailleur y L´Avant
Garde concebidos para propagar la idea de la acción por los hechos,
tanto así como para que el último fuera cerrado por las autoridades suizas,
arguyendo que sus reportajes y análisis eran demasiado radicales. La acción por
los hechos, giraba en torno a un conjunto de ideas propuesto por Reclus: 1-toda
revuelta contra la opresión es en sí misma progresista; 2-el paso de toda
revuelta espontánea contra la injusticia, en una revuelta consciente significa
un avance considerable; 3-la decisión de realizar cierta clase de actos de
rebeldía debe reposar en la voluntad popular. Esto fortaleció el argumento de
que el fin justifica los medios. Los actos de violencia se propagaron y aunque
algunos de sus compañeros retrocedieron, ante la evidencia de que la violencia
no conducía sino a más violencia, Reclus siguió manteniendo una posición ambigua
sobre esta clase de propaganda.
La situación se
volvió crítica entre 1878 y 1890. Por ejemplo, en febrero de 1878, Vera Zazúlich
asesinó al jefe de policía de San Petersburgo, Petrov, por el trato brutal y
represivo que les había dado a los del movimiento radical conocido como Ir al
pueblo. En mayo y junio de ese mismo año, dos atentados tuvieron lugar para
asesinar al Emperador alemán. En octubre se intentó lo mismo con Alfonso XIII,
el Rey de España; y en noviembre el rey Umberto de Italia fue también víctima de
un atentado terrorista. Todos estos eventos fueron atribuidos a los anarquistas.
Pero el asesinato más sonado fue el del Zar ruso Alejandro II en 1881, por
Sophie Perovskaya, del grupo Narodnaya Volya (la Voluntad del Pueblo), un
atentado que fue concebido por algunos anarquistas como algo ejemplar y digno de
emulación; tanto así que recibió las positivas consideraciones de Kropotkin y de
varios liberales occidentales[33].
Hacia los años
noventa del siglo XIX, Reclus se volcó más hacia su trabajo académico, pero no
olvidó por completo sus intereses políticos reales. En ese momento el movimiento
socialista organizado desarrolló una inclinación sugestiva y sostenida hacia el
anarco-sindicalismo, sobre el cual Reclus tenía grandes simpatías, pero no
compartía sus estrategias de lucha. De la misma forma, Reclus rechazó el ingreso
de los anarquistas en la Segunda Internacional, fundada en 1889, pues ésta
proclamó abiertamente sus simpatías hacia los procedimientos parlamentarios,
para avanzar progresivamente hacia la sociedad socialista, algo en lo que Reclus
jamás creyó, menos aún cuando los anarquistas fueron expulsados primero en 1893
y definitivamente en 1896 de aquella organización.
El camino anarquista
hacia el socialismo tiene que evitar el aventurerismo parlamentario, la tragedia
del despotismo burgués, y la frustrante oferta hecha por el socialismo marxista
de una dictadura del proletariado, sostenía Eliseo Reclus. Estamos acostumbrados
a fijar la disputa entre marxistas y anarquistas desde la Primera Internacional,
cuando Marx y Bakunin se enfrentaron por el dominio y control de la misma[34].
En realidad esa separación se dio con todas sus implicaciones durante la Segunda
Internacional, pues fue aquí donde adquirió toda su potencia teórica y
estratégica. El predominio y auge del marxismo, no sólo desde la perspectiva
ideológica, sino también política y organizativa, dentro de las filas de aquella
organización, hicieron que algunos activistas e intelectuales anarquistas se
replegaran hacia las labores académicas, como le sucedería a los hermanos
Reclus, sino también hacia la ejecución de acciones individualizadas, que
algunos consideraban de naturaleza terrorista, y que les granjeó una importante
dosis de aislamiento, sobre todo en los países latinos y eslavos.
Después de los años
noventa del siglo diecinueve, el anarquismo pasó a ser una especie de orden
clandestina, más propicia para una visión del mundo sustentada en un radicalismo
anti-clerical, anti-capitalista y anti-estatal, propios de académicos y
políticos rebeldes, desencajados del orden natural de las cosas, es decir
burgués. Es en este momento, cuando nace la leyenda del anarquista como alguien
siniestro, enloquecido y tenebroso, atormentado por sus contradicciones éticas y
su neurosis social, torturado por policías anónimos, siempre perseguido por
culpas y remordimientos insondables, como les sucedería a muchos de los
personajes de las novelas de Fedor Dostoievsky (1821-1881) y de Joseph Conrad
(1857-1924)[35].
Para Elieo Reclus la
única forma de establecer una sociedad anarquista era mediante un proceso
revolucionario en el cual predominara la conciencia, antes que el instinto o la
buena voluntad. Su percepción del anarquismo se iluminaba con un acercamiento
riguroso e instrumental a la realidad, que solo el método científico podía
facilitar. Esto hacía que su proceso de indagación, recolección de pruebas,
indicios, apuntes, pruebas y errores, fuera diferente al de Kropotkin, quien
siempre creyó en la posibilidad teórica y metodológica de crear un nuevo sistema
de ideas cerrado sobre sí mismo, algo contra lo que él, Reclus, estaba en
contra, pues detestaba toda clase de sistemas que tuvieran el poder de dar
respuestas a todas las preguntas planteadas en su propio interior, como le
sucedía al marxismo. La crítica posterior haría suyas estas observaciones, pues
las inculpaciones anti-metodológicas no iban contra el pensamiento sistemático,
sino contra los dogmas científicos, todavía contaminados por los mitos de la
alquimia medieval[36].
Por eso nunca creyó en la posibilidad de que el anarquismo pudiera convertirse
en un proyecto social realizable a través de la democracia parlamentaria, del
anarco-sindicalismo, del terrorismo o de la dictadura del proletariado, todos
ingredientes de una quiromancia social portadora de un fuerte tufillo a
despotismo[37].
Conclusión
Eliseo Reclus murió
un año después que su hermano mayor, Elías. Había vivido una temporada
productiva, reflexiva y muy acompañada en Bélgica. Durante una época sintió con
fuerza la extrañeza de no estar autorizado para practicar la docencia, él, que
era un gran conversador, un hombre inclinado a las amistades auténticas y
duraderas. Sus distintas casas, en los diferentes lugares y países donde buscó
refugio por razones políticas o científicas, permanecían llenas de gente, de
acompañantes y amigos que lo visitaban constantemente; algunos con el afán de
compartir compromisos, otros con la esperanza de encontrar respuestas a las
grandes preguntas que los acongojaban.
Hasta el final de
sus días, Eliseo Reclus creyó en la necesidad de que sus trabajos científicos y
políticos se conocieran y se divulgaran, con el uso del mejor medio posible, la
pedagogía. Si hay algo que agradecerle a Eliseo Reclus, es habernos descubierto
la posibilidad real de que los hallazgos geográficos fueran patrimonio de toda
la humanidad, y no de unos cuantos privilegiados. A todo lo largo de sus
relaciones con Hachette, la editorial que le publicó prácticamente toda su obra,
siempre mantuvo viva la llama de que su trabajo científico llegara a la mayor
cantidad de gente posible. De hecho, su gran obra L´Nouvelle Geographie,
se publicó inicialmente en pequeños cuadernos cuyo costo era de unos cuantos
centavos. Charles Dickens, el gran novelista inglés, hizo lo mismo en su
momento, con gran parte de sus novelas más emblemáticas. Pero, este afán de
divulgación, de penetrantes aspiraciones pedagógicas, buscaba no sólo acercar a
la gente a la cultura, sino mover, sacudir sus consciencias. Reclus y Dickens,
no en vano, coincidieron plenamente con la pretensión más elaborada del siglo
XIX, industrial y deshumanizado, la enseñanza, el quehacer pedagógico. Sin
embargo, en el caso del primero la frustración es revolucionaria por pedagógica.
En el caso del segundo, la pedagogía, la revelación, como diría Octavio Paz[38],
no condujo a la revolución, sino a una resignación rabiosa.
Eliseo Reclus, al
final de sus días, pudo fundar la Universidad Nueva de Bruselas, pero en este
centro de investigaciones y divulgación cultural y política, mayormente
financiada por el mismo Reclus, no se concretó una de sus mayores aspiraciones:
la pedagogía de las ciencias geográficas, sino que se concentró en la promoción
de nuevos investigadores. Había cristalizado, se quiera o no, la quimera
autoritaria de la mayor parte de los gobiernos europeos que le dieron refugio al
geógrafo eminente: su enseñanza universitaria no tendría el aval oficial de la
academia reconocida. Es decir, la pedagogía geográfica “reclusiana” impulsaba
una ética, no tanto una técnica. Y para la mayor parte del mundillo académico de
entonces, contaminado por los rituales y los diplomas, quien no tuviera
formación universitaria no sería autorizado a ingresar en él, con el respeto y
el reconocimiento debido.
No obstante, con la
sabia ironía de la realidad, el principio de que la geografía “reclusiana”
promovía una ética y no tanto una técnica, se llegó a convertir en un verdadero
procedimiento teórico y metodológico para los geógrafos del futuro. De Reclus en
adelante, como bien lo señala uno de sus mayores discípulos, Yves Lacoste[39],
la enseñanza de la geografía no podría reducirse al manejo hábil y eficiente de
buenas técnicas y procedimientos de indagación espacial, sobre todo en el mundo
urbano, donde Reclus hizo tantas y valiosas sugerencias, sino que el estudio de
las distintas formas en que las civilizaciones construyen el espacio, urbano,
rural o ecológico, debe ir estrechamente relacionado con la noción de
convivencia, de ayuda mutua, sin el cual, anotaba de nuevo Reclus, es imposible
comprender el crecimiento y desarrollo de aquellas civilizaciones. Los seis
volúmenes de L´Homme et la Terre están orientados por este procedimiento
el cual, a la larga, es su mayor legado a las ciencias geográficas.
Este ensayo es el
primer capítulo de una obra compuesta por seis, y que lleva el mismo título. La
noción de “geografía subversiva” es de John P. Clark. Elisée Reclus.
Natura e Societá. Scritti di Geografia sovversiva (Milano:
Eléuthera. 1999).
Historiador (1952),
escritor y catedrático costarricense jubilado de la UNA-Costa Rica. Premio
(1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país. Su obra más reciente
es La fuga de Kropotkin (Santiago de Chile: Editorial
Eleuterio. 2013).
Véase nuestro último
ensayo mencionado arriba.
Gary S. Dunbar.
Elisée Reclus. Historian of Nature (Connecticut: Archon
Books. 1978) P. 18.
Véase nuestro ensayo
La fuga de Kropotkin (Santiago de Chile: Ediciones
Eleuterio. 2013).
Elisée Reclus.
Natura e Societá. Scritti di geografia sovversiva a cura di John P.
Clark (Milano: Eléuthera. 1999) P. 12.
Marie Fleming.
The Anarchist Way to Socialism. Elisée Reclus and Nineteenth-Century
European Anarchism (Rowman and Littelfield, USA. 1979) Capítulo 1.
Kristin Ross.
The Emergence of Social Space. Rimbaud and the Paris Commune
(London & New York: Verso Books. 2008) Introducción y Capítulo
1.
Federico Ferretti.
La Comuna de París y los orígenes del pensamiento anarquista: la experiencia
de los hermanos Reclus. Germinal No. 8. Octubre de 2009. Versión
digital.
Sobre estos temas
véase el extraordinario trabajo de Richard B. Day and Daniel Gaido.
Discovering Imperialism. Social Democracy to World War I
(Chicago, Il: Haymarket Books. 2011).
La versión que aquí
utilizamos es la traducción de Anselmo Lorenzo (Barcelona: Centro Enciclopédico
de Cultura. 1933). 6 vols.
Elisée Réclus.
El hombre y la tierra (México: Fondo de Cultura
Económica. 1986. Traducción de Carlota Vallée Lazo) Compilación de la obra en
seis volúmenes realizada por Béatrice Giblin. P. 57.
H. Prosper-Olivier
Lissagaray. History of the Paris Commune (UK: New Park
Publications. 1976. Translated from the French by Eleanor Marx). Existe una
excelente versión al español de R. Marín y E. Iribar, publicada por Txalaparta
en el 2007.
En esta ocasión
hemos utilizado la edición francesa de las obras de Elie Reclus. La
Commune de Paris au jour le jour (Paris. Schleicher. 1908) y de
Paul Reclus Les Fréres Élie et Élisée ou du Protestantisme a
l´Anarchisme (Paris. Les Amis d´Élisée Reclus. 1964).
Walter Benjamin.
The Arcades Project (Harvard University Press. 1999.
Translated from the French by Howard Eiland and Kevin McLaughlin). Véase sobre
todo la parte titulada Exposés. También se puede consultar con provecho
de David Harvey. Paris, Capital of Modernity (London
& New York: Routledge. 2003). Ver de la segunda parte el capítulo IV
titulado La organización de las relaciones espaciales.
Gary S. Dunbar. Op.
Cit. P. 24.
Véase a este
respecto el magistral trabajo de Jonathan Sperber. Karl Marx. A
Nineteenth Century Life (New York & London: Liveright
Publishing Corporation. 2013). Llamamos la atención sobre la segunda parte. Ver
también de Karl Marx. Artículos periodísticos
(Barcelona: Alba Clásica. 2013. Selección, introducción y notas de
Mario Espinoza Pino. Traducción de Amado Diéguez e Isabel Hernández).
La conquista del
pan y Palabras de un rebelde, dos obras ampliamente conocidas de
Pedro Kropotkin, llevan estos títulos a sugerencia de Eliseo Reclus. Ver la
excelente biografía escrita por Brian Morris. The Anarchist
Geographer. An Introduction to the Life of Peter Kropotkin (UK:
Genge Press. 2013).
Michael Schmidt and
Lucien Van Der Walt. Black Flame. The Revolutionary Class. Politics
and Syndicalism (Edinburg: AK-Press. 2009) Counter-Power. Vol. 1.
Pp. 41-48.
George Woodcock.
Elisée Reclus: An Introduction. En Marie Fleming. The Odyssey
of Élisée Reclus. The Georgraphy of Freedom (Montréal, Canadá:
Black Rose Books. 1988) Pp. 11-16.
Emmanuel Lézy.
Una geografía sacrificada: Elisée Reclus y los indios americanos. En
Guénola Caprón y otros (editores). La geografía contemporánea y
Elisée Reclus (México: Ediciones de La Casa Chata. 2011). Pp. 275 y
ss.
Ibídem. P. 72.
Gary S. Dunbar. Op.
Cit. P. 121.
Elías Reclus.
Impresiones de un viaje por España en tiempos de Revolución. Del 26
de octubre de 1868 al 10 de marzo de 1869 en el advenimiento de la República
(La Rioja, España: Ediciones Pepitas de Calabaza. 2007).
Los grandes ensayos
de Mumford sobre los orígenes y formación de las ciudades llevan la impronta de
sus reflexiones sobre la construcción del espacio urbano y la ecología social.
Toynbee dedicó una
gran parte de sus trabajos sobre la formación de las civilizaciones a la
construcción del espacio urbano como expresión de la cultura y de la ideología.
Elisée Reclus.
Correspondance. Tome III. 1889-1905 (Paris: Alfred
Costes Editeur. 1925. Edición de Paul Reclus).
Elisée Reclus.
L´´evolution, la révolution et l´ idéal anarchique
(Paris: P.V. Stock Editeur. 1902). Capítulo 2.
Marx y Engels.
Fredrich Engels. Collected Works. 1892-1895 (New York
& London: International Publishers. 2004) Volumen 50.
Marie Fleming (1988)
Op. Cit. Capítulo 3.
A este respecto se
pueden consultar las obras de Bill Dunn and Hugo Radice (Editors) 100
Years of Permanent Revolution. Results and Prospects (London: Pluto
Press. 2006) y de George Novack. Understanding History. Marxist
Essays (London and New York: Pathfinder Press. 8a. reimpresión.
2009). Por supuesto que no se pueden olvidar los brillantes trabajos de León
Trotsky.
Marie Fleming.
The Anarchist Way to Socialism. Elisée Reclus and Nineteenth-Century
European Anarchism (Rowman and Littelfield, USA. 1979) Pp. 194-195.
Ibídem. P. 205.
K.J. Kenafick.
Michael Bakunin & Karl Marx (Australia, Melbourne:
A. Maller, Excelsior Printing Works. 1948). Capítulo 1, p. 205.
Estos dos
escritores, uno ruso y el otro ingés de origen polaco, escribieron varias de sus
novelas tratando el problema del anarquismo y del terrorismo en el siglo XIX,
como si se tratara de figuras conceptuales similares.
Véase de Paul
Feyerabend. Against Method (London: Verso Books.2010.
Translated from the French by Ian Hacking).
Marie Fleming
(1979). Pp. 228-229.
Octavio Paz.
Prólogo. La casa de la presencia. En Obras Completas
(Barcelona: Galaxia Gutenberg-Circulo de Lectores. 1999) Vol. 1. P.
19.
Yves Lacoste.
Élisée Réclus, une trés large conception de la géographicité et une
bienveillante géopolitique. Hérodote. Revue de Géographie et de
Géopolitique No. 117. Pp. 39-52.
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