El Papa Francisco y el mundo real
(Segunda parte)
“El desperdicio de alimentos es un triste signo de la
“globalización de la indiferencia”.
Alfredo César
Dachary
El Papa Francisco inicia su encíclica Laudato Si’ de este año con un
cántico de San Francisco de Asís dedicado a nuestra madre tierra la cual nos
sustenta, gobierna y nos da diversos frutos y coloridas flores y hierbas, una
referencia que no es casual para este jesuita, que ve en San Francisco un
predecesor en el amor a la tierra por todo lo que nos da y de la cual
dependemos.
Pero en el siglo XX, el siglo corto para Eric Hobsbawm, el que
comenzó con la primera guerra mundial y terminó con la caída de la URSS, pero
que nos dejó la amenaza nuclear como un patíbulo montado por el propio hombre,
el Papa Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con
rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz: “Dirigió su
mensaje Pacem in terris a todo el mundo católico, pero agregaba y a todos los
hombres de buena voluntad”.
Ocho años después de esta encíclica en 1971, pero en plena guerra
fría el Papa Pablo VI se refirió a “la problemática ecológica, presentándola
como una crisis, que es una consecuencia dramática de la actividad descontrolada
del ser humano: debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, y el
ser humano corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta
degradación”.
Francisco recuerda este esfuerzo del Papa que lo llevó a hablar en la
FAO sobre “la posibilidad de una catástrofe ecológica bajo el efecto de la
explosión de la civilización industrial, subrayando la urgencia y la necesidad
de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad, porque los progresos
científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el
crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico
progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre” (3ro. y 4to.
punto de la introducción).
El Papa Juan Pablo II también se ocupó de este tema y en su primera
encíclica, advirtió que “el ser humano parece no percibir otros significados de
su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso
inmediato y consumo. Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global. Pero
al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para salvaguardar las
condiciones morales de una auténtica ecología humana. La destrucción del
ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al
ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas
formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone
cambios profundos en los estilos de vida, los modelos de producción y de
consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad” (5to.
punto).
El Papa Benedicto XVI renovó la invitación a “eliminar las causas
estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos
de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio
ambiente. Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus
aspectos, porque el libro de la naturaleza es uno e indivisible, e incluye el
ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por
consiguiente, la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la
cultura que modela la convivencia humana” (6to. punto).
Esta última reflexión se ponen en un mismo nivel y una profunda
interrelación entre la degradación de la naturaleza y el destino de la
convivencia humana es un eje
fundamental para entender el fenómeno complejo de la vida desde la perspectiva
de la totalidad, y no separado o por partes ya que el destino del hombre, la
sociedad, la cultura y la naturaleza están integrados en un mismo universo y
dimensión.
Y ello lo recoge el Papa Benedicto y “nos propuso reconocer que el
ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento
irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se
deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades
indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene
límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea
por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero
también naturaleza”. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de
que la creación se ve perjudicada “donde nosotros mismos somos las últimas
instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo
es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no
reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos
a nosotros mismos” (Segunda parte del 6to. punto).
Con esta recuperación de la reflexión de sus antecesores y una
situación mundial cada vez más difícil de entender y menos aceptar, el Papa sale
a la palestra del mundo en crisis no sólo ambiental sino moral, con un
instrumento históricamente legitimado, las encíclicas papales.
No cabe duda que el Papa es una persona informada por sí y con un
equipo de apoyo que lo aterriza en los problemas terrenales más agudos, como son
muy específicamente el del agua y de la biodiversidad luego de trabajar el tema
climático como un bien común de gente de este planeta.
En este momento en que el mundo está amenazado por el tratado que ha
sido firmado a presión por Estados Unidos con cincuenta países, muchos de ellos
europeos y otros americanos, sobre los servicios, que permite que las grandes
transnacionales controlen el agua potable del mundo, la definición del Papa
llega a tiempo.
Francisco en el punto 29, 30 y 31, lo desarrolla al afirmar: “…Un
problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los
pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son
frecuentes enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por
microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se
relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un
factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil. Las aguas
subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la contaminación que
producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo
en países donde no hay una reglamentación y controles suficientes. No pensemos
solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos químicos
que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en
ríos, lagos y mares”.
Estimados lectores reconocen estos temas, estos problemas, estas
tragedias que se dan como en gran parte del mundo, donde los pobres son
mayoría.
Pero la reflexión papal va allá al sostener “…mientras se deteriora
constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la
tendencia a privatizar este recurso escaso y convertido en mercancía que se
regula por las leyes del mercado”. En realidad, el acceso al agua potable y
segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la
sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de
los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los
pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a
la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con más
aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos más
pobres. Pero se advierte un derroche de agua no sólo en países desarrollados,
sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto
muestra que el problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural,
porque no hay conciencia de la gravedad de estas conductas en un contexto de
gran inequidad.
En Chiapas, la principal zona de recarga de agua del país, empresas
privadas como Coca-Cola, una de las embotelladoras más grandes del mundo, buscan
controlar las fuentes del líquido y expanden su presencia con pretextos como la
construcción de escuelas para llegar a las comunidades donde adquieren los
predios con cuerpos de agua, señalaron delegados de organizaciones no
gubernamentales que participan en el foro En defensa del agua (La Jornada, 27
abril 2005).
La comercialización del líquido en botellas de plástico es otra de
las formas de privatización del recurso, proceso que se ha expandido en el mundo
durante los años recientes, y las empresas que controlan ese mercado buscan
asentarse en las regiones donde el agua está garantizada. Sumado al control de
los servicios de agua potable que ejercen tres empresas en todo el mundo - Suez,
Vivendi y RWE-Thames - están estas compañías embotelladoras que también
monopolizan la actividad.
De acuerdo con información de la Conagua, en la zona se recarga 50%
del agua de todo el país. La empresa estaría considerando la instalación de una
embotelladora en San Cristóbal de las Casas, donde se presentan escurrimientos
del cerro Huitepec y en Huixtán, zonas con grandes reservas
hídricas.
Y la lógica de Francisco llega al final del proceso de captura y
control del agua cuando afirma que: “…una mayor escasez de agua provocará el
aumento del costo de los alimentos y de distintos productos que dependen de su
uso. Algunos estudios han alertado sobre la posibilidad de sufrir una escasez
aguda de agua dentro de pocas décadas si no se actúa con urgencia. Los impactos
ambientales podrían afectar a miles de millones de personas, pero es previsible
que el control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en
una de las principales fuentes de conflictos de este
siglo…”.
La claridad, la honestidad y lo lineal del razonamiento permiten que
estas ideas lleguen a la sociedad no como parte de una estrategia de cooptación,
como lo hace el sistema sino como una lección de liberación como hoy lo plantea
éste, el Obispo de Roma.
alfredocesar7@yahoo.com.mx