Las ciudades son recursos naturales, sostiene
esta especialista, y por lo tanto, son bienes comunes que corresponde preservar
con distintas formas de participación.
Marina Artusa
Clarín
Buenos Aires, 31/5/15
Hay días en los que Sheila Foster, una
jurista estadounidense especializada en el uso del espacio urbano, desafía a su
hijo de diez años preguntándole, por ejemplo, qué habría que hacer para que
Nueva York, donde viven, no pierda su onda. “Hablamos sobre lo que significa
vivir en una ciudad, sobre el bien común como algo que no siempre es material”,
dice Foster. Conversamos con ella en Piazza Galvani, Bolonia, donde asistió a la
Fiesta de la Colaboración Cívica.
Usted define la ciudad como “bien común urbano”¿Qué
implica?
Es un recurso común, que no le debe pertenecer a nadie, y
que debe ser cuidado colectivamente para beneficio público. Porque todo el mundo
tiene un interés común en él. Puede ser un recurso material: un parque, un
terreno, una calle, ciertos edificios. Puede ser inmaterial como el patrimonio
cultural de un barrio. Mi teoría es que toda la ciudad es un bien común urbano.
¿Cree que las ciudades están preparadas para administrar
colectivamente ese bien común urbano?
Creo que es algo que ya está sucediendo. Hay grupos que
organizan y gestionan colectivamente algunos barrios de Nueva York, por ejemplo.
En muchas ciudades hay grupos de conservación en los parques, hay huertas
urbanas. Creo que la pregunta que hoy deberíamos hacernos es qué diversas formas
puede adoptar la acción colectiva sobre el bien común urbano
y a qué diferentes escalas. ¿Se trata de un paradigma que
podría introducirse en cualquier ciudad del mundo?
Sí. Parte de mi objetivo es construir un marco de
referencia para la ciudad como un bien común urbano que pueda aplicarse en todas
las ciudades o de diferentes modos según cada ciudad. En Italia, Bolonia tiene,
por ejemplo, un reglamento para compartir la administración de los bienes
comunes urbanos que no funcionaría en cualquier otro lugar porque la política es
diferente, la cultura cívica es diferente. Pero creo que sí hay un marco con la
idea base según la cual la ciudad es un recurso que funciona como un bien común,
un recurso natural como el aire, el agua y que, por lo tanto, no tiene sentido
que haya un único actor –la administración pública- que lo monopolice. La acción
colectiva es un fenómeno emergente urbano en expansión.
¿Por qué estalla ahora?
Sucede en parte porque el mundo se está urbanizando. El 70
% de la población en un par de décadas vivirá en ciudades, en grandes áreas
metropolitanas. Por esa razón hoy se debate quién puede ocupar las ciudades y
cuánto administrar de sus recursos. Hay una gran presión en contra de la
privatización de espacios públicos. En algunas ciudades medianas o chicas se
está tendiendo a revitalizar el bien común urbano porque el gobierno local no lo
puede hacer por falta de dinero o porque tiene otras prioridades.
¿Cómo es la gestión colectiva del bien común urbano en
contextos de pobreza?
Creo hasta que es más sencillo en países pobres porque los
recursos del estado son menores y se tiende a confiar más en la acción
colectiva. En Bogotá, por ejemplo, las comunidades de pocos recursos a menudo se
involucran más en acciones colectivas y crean aspectos básicos de la vida para
conservar limpias sus comunidades. Creo que cuando uno se mete en las grandes
ciudades el tema se vuelve un desafío mayor porque hay más reclamos sobre cómo
se emplean los recursos y el bien común se encuentra entre el estado y el
mercado. En lugares poco desarrollados no han incorporado el lenguaje del bien
común pero se ocupan de su cuidado colectivamente de un modo más natural.
¿Qué sucede con el sentimiento de frustración que la gente
puede experimentar ante la ausencia del rol que debería cumplir la
administración pública?
Es cierto que la gente puede sentir que está haciendo lo
que se supone que debería hacer la administración pública. Por eso tiene que ser
una sociedad, una colaboración entre las dos partes. La gente necesita respaldo
institucional para el manejo colectivo de los bienes comunes y la administración
pública tiene un rol estratégico en facilitarlo. No se trata de que la gente lo
haga sola sino que la administración pública debe venir al encuentro para
facilitar y respaldar a ese grupo. Implica otro modo, más colectivo, de tomar
decisiones. Se aparta de la decisión simple tomada por unos pocos y postula
decidir quién marca la agenda, quién está involucrado en el proceso de tomar
decisiones que los involucren.
Usted habla de la ciudad como bien común urbano con su
hijo. ¿Cree que las nuevas generaciones conviven mejor con esa idea?
Claro. Y gracias a Internet, que es un recurso abierto.
Ellos comparten, crean juntos. Son la generación que lleva en su ADN la
colaboración. Viven en un mundo donde la información circula y el compartir es
un concepto natural. El problema es que las ciudades no están gobernadas por
niños sino por una generación mayor que debe aprender la acción colectiva para
gestionar el bien común urbano.