20
años: 2006
Libro La Argentina como Geografía. Ciclos Productivos y Población
(1530-1990)
Octavo Encuentro
Entre los días 25 y 29 de setiembre, tuvo lugar en la ciudad de
Colón, provincia de Entre Ríos - República Argentina, el Octavo Encuentro
Internacional Humboldt.
En esa oportunidad se contó con la presencia de un elevado número de
colegas de la región así como del resto del país, Brasil, Chile y México;
encontr¡ndose ausente la delegación uruguaya.
Durante el Encuentro, la Dra. Elena Chiozza, dictó la conferencia “Cincuenta Años de La Argentina. Suma de
Geografía” en el marco de la C¡tedra de Argentina “Francisco de Aparicio”; y el Sr. Juan
Carlos Cena hizo lo propio en la C¡tedra de América Latina “Domitila Barrios de Chungara” sobre el
tema “Ferrocarriles, su importancia
geoeconómica”.
Los profesores Abel Ramos, Celia Vernaz y Adriana Viollaz tuvieron a
su cargo el desarrollo del marco histórico-geogr¡fico del Departamento Colón así
como de la situación ante la posible contaminación del río Uruguay por la
instalación de plantas de celulosa en la margen oriental. Al respecto, también
se exhibieron sendas películas sobre la problem¡tica en Argentina-Uruguay, y
sobre el sur de Chile. El Panel referido a dicha tem¡tica contó con
representantes de las cinco asambleas que luchaban en Colón contra la citada
instalación.
El lema del Encuentro, El “Retorno” de la Política, contó con un
Simposio y una Mesa Redonda en la cual participaron el Dr. Alfredo César
Dachary, el Lic. Gerardo de Jong, el Lic. Jorge Osvaldo Morina y el Prof. Omar
Horacio Gejo.
Otros simposios han abarcado ítems como La Situación de América
Latina, Movimientos Sociales, Crisis Rural, Ambiente y Política, Recursos
Naturales, El Espacio Rur-Urbano, Problem¡ticas Urbanas, Educación y Turismo;
teniendo lugar un panel sobre esta última tem¡tica donde se expusieron las
experiencias y proyectos de los profesionales de Colón.
Durante la jornada del día miércoles 27 se sesionó en la ciudad de
Concepción del Uruguay. Allí fueron presentados los programas de investigación
de la Universidad de Concepción del Uruguay y de la Universidad Autónoma de
Entre Ríos. Posteriormente en el Panel “Países de América Latina”, el Dr.
Alfredo César Dachary (México), el Dr. Adriano Rovira (Chile), la Dra. Vania
Rubia Farías Vlach (Brasil) y el Lic. Juan Roberto Benítez (Argentina)
expusieron el estado de situación de sus respectivas
geografías.
El Encuentro se desarrolló en un ambiente de camaradería sin por eso
dejar de discutir aspectos de car¡cter académico y
político.
Se contó, adem¡s, con la muestra de folklore y tango a cargo del
Ballet “Isadora Duncan”, dirigido por
Edgardo Garnier y Analía Mouth.
El Acto de Cierre estuvo a cargo del Dr. Álvaro S¡nchez Crispín
(Presidente de la Unión Geogr¡fica de América Latina) y de la Lic. Ana María
Liberali (Presidente del Centro Humboldt), quienes destacaron la gran
colaboración recibida tanto de parte de los colegas de la región como de quienes
trabajaron en todos los dem¡s aspectos de la organización. También tuvieron
palabras de agradecimiento para el Sr. Miguel Bazzuri, Director del Centro
Cultural Teatro Centenario, por hacer posible la realización del Encuentro en
ese espacio de alta significación histórica para la población.
El “retorno” de la
política
Por Omar Horacio Gejo
Centro Humboldt/ UNLu
Política y geografía
Ya no es extraño escuchar acerca de la crisis de la hegemonía
discursiva ‘neoliberal’. Comentarios por el estilo son aludidos frecuentemente
en charlas de entendidos, pero también en pl¡ticas de aquellos que no lo son
tanto.
Para el Centro Humboldt una aseveración de este tipo no constituye
una novedad; muy por el contrario, el citado debilitamiento ideológico se
contextualiza en la actual etapa que transitan sus Encuentros oficialmente desde
2004, cuando a la reunión de Villa Carlos Paz se la convocó bajo el lema de “M¡s all¡ de los noventa”. Ese llamado
tenía un claro sentido de dividir aguas, dando por hecho que est¡bamos en un
momento distinto al de la última década del siglo pasado, la que quedó
absolutamente igualada al omnímodo dominio de la ofensiva burguesa que, si bien
es bueno reconocer que databa de unos veinte años antes, se desató furiosamente
tras la caída de los regímenes de Europa Oriental. Este agudo ataque a las
condiciones materiales de vida de los trabajadores fue acompañado por una
impronta subjetiva aplastante, que supo conocerse como “pensamiento único” y que
demostró palmariamente, al unísono, la fuerza y la debilidad de las ideas. La
fuerza, porque como pocas veces hemos podido constatar la pertinacia ideológica
blandiéndose impune e impúdicamente, oficiando como un ariete devastador de las
desordenadas y aturdidas resistencias a la ofensiva política que, en aquel
tiempo, se enseñoreaba, valga la paradoja, como el tiempo de la no política. Y
al mismo tiempo la debilidad, porque el desarme conceptual de la oposición
demostró cómo las ideas de aquella vulnerable oposición eran esmeriladas hasta
una casi paralizante invisibilidad.
El Centro Humboldt nació a mediados de 1995, podría decirse que
cuando aún los bríos de la ‘globalización’ permanecían intactos. Y en cierta
medida eso era lo que ocurría. Sin embargo, esa descripción de aquella realidad
es un tibio ajuste a los hechos. En verdad, la creación del CeHu debe ser
enmarcada en una temprana reacción ideológica a los estímulos de las
vivificantes respuestas que los pueblos, las masas, los trabajadores comenzaron
a descargar ya en el transcurso del primer lustro de la última década del siglo
pasado. Ya hemos descripto en otras oportunidades cómo la sublevación zapatista
de enero de1994resultóunaguijónefectivo para las adormecidas conciencias de los
“intelectuales”. Digamos, entonces,
que la fundación misma del Centro Humboldt fue un producto de aquel temprano “retorno” de la política, de aquel
memorable ejemplo de resuelta acción política protagonizada por uno de los
sectores m¡s marginados de la nación mexicana.
Los Encuentros Humboldt, en tanto, demoraron cuatro años en aparecer.
Con ellos tratamos de desarrollar una consecuente línea de resistencia a aquel
conjunto de ideas que se erigían como el ‘paradigma de época’. Frente a ese
‘pensamiento único’ y unidimensional, de tono centralmente economicista, que no
titubeamos en calificar de verdadero manifiesto antigeogr¡fico, opusimos la
reposición de algunos conceptos que habían sido relegados ostensiblemente hasta
parecer definitivamente olvidados. Las reuniones de Mar del Plata (año 2000), de
Salta (año 2001), de Puerto Iguazú (año 2002) y de Neuquén (año 2003)
testimoniaron el despliegue ideológico que el Centro Humboldt –con su modestia
de recursos de todo tipo a cuestas- puso en juego para desbaratar la
inconducente trama de vulgaridades apañadas por la genuflexa cofradía de
rendidos a la ‘realidad’ finisecular. Con “Periferia, regiones y países”; con “La vuelta de la región”; con “Geografía de la integración” y con “La cuestión nacional”, los humboldtianos
trazamos una línea demarcatoria entre la geografía y la antigeografía. Es decir,
frente a la seudo-teoría de la globalización y todos sus postulados derivados,
establecimos una tajante distinción entre la geografía y el retintín vulgar de
sesgo economicista que todo lo permeaba, que todo lo teñía, que todo lo
confundía. Vale la pena aclarar que nuestra acción no se limitaba a tratar de
endicar –por así decirlo- la marejada de la unilateralidad discursiva
mencionada, ya que si bien definíamos a ése como el principal escenario de
batalla nunca dejamos de percibir que el pensamiento único no era tal, que había
‘alternativas’ ideológicas en desarrollo en aquel contexto, y que tales
construcciones conceptuales se desenvolvían alrededor de lo que definíamos como
discurso de cuño sociologizante, que no era otra cosa que el reflejo ideológico
de la construcción de una ‘oposición’ o ‘alternativa’ sistémica, construcción
apenas aparentemente superadora del credo oficial, pero que tendía a agrupar, a
nuclear a algunos de los descontentos.
En todos estos llamados latía el sentido del retorno, de la vuelta,
de la reposición de viejas verdades que habían sido sometidas a la pertinaz
corrosión de la ofensiva político-ideológica noventista. Era, entonces,
fundamentalmente, un volver hacer pie frente al tembladeral en que se había
convertido el terreno de las ideas tras el feroz vendaval de aquellos años. Y si
bien puede interpretarse ese desarrollo como un movimiento defensivo, debe
quedar claro, reitero, que su verdadero significado supera esa primera
impresión, pues el conjunto de los llamados hasta el quinto EnHu también
oficiaron de una ‘apertura de juego’, no tan sólo de mero bloqueo. Y esto ha
sido así porque, esencialmente, el Centro Humboldt era en sí mismo producto de
una respuesta política.
Geografía y política
Los años noventa, los lineales, los felices, los apacibles han
representado en realidad algo distinto de lo afirmado por la edulcorada versión
oficial. Es un hecho comprobado que detr¡s de un pronosticado crecimiento
continuo, sin resuello, uno encuentra en aquel decenio una tupida línea de
quiebres, de crisis financieras por ejemplo, que cubrieron la geografía
planetaria. Lejos de estar exentos de sobresaltos, esos años estuvieron
jalonados de sucesos convulsivos -financieros, sí, pero también políticos-en la
periferia en mayor medida, aunque presentes, de todas formas también en el
llamado capitalismo central. Es decir, no hubo expansión continua ni estabilidad
política garantizada, como afirmaban los vocingleros portavoces, recitadores del
apadrinado unicato ideológico.
En Latinoamérica, por ejemplo, asistimos a una cadena de
movilizaciones e insurrecciones que marcaron el período definitivamente. Una
región sobre todo, Sudamérica, que había accedido a la “democracia” con el correr de los
años ochenta, vio jaqueados a varios de los regímenes políticos engendrados
en aquella oleada democratizante que se conjugó en clave regional tras la
declinación de los regímenes represivos incubados al calor del desarrollo
del frente regional americano de la Guerra Fría -abierto éste luego de la
revolución cubana de fines de los cincuenta-, y que se enmarcaron
asimismo en el giro regresivo, concentrador, de los procesos de
industrialización que la región desenvolvía desde los años treinta y cuarenta.
Ese “desarrollismo represivo” dejó el lugar, finalmente, a la apertura
democr¡tica, la carta estratégica que esgrimió el imperialismo en el marco de su
cruzada “antitotalitaria”.
Es así como, con un desarrollo desigual durante los noventa-en
realidad desde fines de los ochenta si uno toma al “Caracazo” como punto de partida-, sobre
todo en la segunda mitad, se sucedieron remezones en escala que llegaron a
tumbar a varios gobiernos. A la aludida Venezuela, le siguieron los casos de
Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina para nombrar a los m¡s notables. En
particular, el “Argentinazo” fue una
representación simbólica concentrada de una crisis que recorrió pr¡cticamente
toda la región. Esta crisis, sin dudas, fue el resultado del callejón sin salida
al que había conducido el ‘modelo’ ‘neoliberal’, o en su aspecto m¡s
restrictivo, casi técnico-burocr¡tico, el hoy desdibujado “Consenso de
Washington”. Dejamos constancia, empero -vale para ello el llamado al VII EnHu-
que nosotros parcialmente validamos esta apreciación, pues definimos la
situación de América Latina como de una crisis estructural, que va m¡s all¡ de
los fallidos intentos de ‘reinserción’ del último cuarto de siglo acaudillados
por su declinante burguesía, y que son frecuentemente estigmatizados por el
confuso mote de experimento ‘neoliberal’.
Sin embargo, Latinoamérica no ha sido un caso aislado. Otra región
periférica la acompañó como coprotagonista de la inestabilidad. Medio Oriente,
una región caliente, fue desde la mitad del siglo pasado un testigo privilegiado
de las contradicciones sistémicas. Portadora del vital recurso energético, el
control que de él ha hecho Occidente ha sido producto de una serie de regímenes
represivos que han oficiado de guardianes del orden regional. Este dispositivo
se ha basado en la presencia vigilante y estabilizadora de ciertos estados:
Ir¡n, Turquía, Arabia Saudita y, fundamentalmente, Israel. Con ellos, el
petróleo fue puesto bajo control de las petroleras occidentales y de sus estados
habilitadores entre 1950 y 1980.
Pero en las últimas tres décadas muchas cosas han cambiado. Tras la
Guerra de los Seis Días (1967), la rotunda victoria militar israelí recrudeció
el calvario del pueblo palestino, la víctima predilecta de la creación de la
entidad política sionista. Desde esa guerra la causa nacional palestina se
potenció, gener¡ndose una confrontación abierta entre Israel y las distintas
facciones del movimiento nacional palestino. La agresión israelí al estado del
Líbano en la segunda mitad de los setenta sólo constituyó la prueba evidente del
abismo que se abría entre la supervivencia de la entidad política sionista y los
derechos nacionales del pueblo palestino, y la invasión del Líbano en 1982, que
determinó la presencia israelí como ocupante del sur de ese país durante
dieciocho años, lo confirmó plenamente.
Esa agresión al Líbano desencadenó, en buena medida, el curso futuro
de los acontecimientos del conflicto en la región. Claro que ello no podría
entenderse sin el vuelco fundamental que emerge de la volc¡nica revolución
isl¡mica iraní de 1978-1979. El abatimiento del régimen represivo modernizante
del Sha, uno de los custodios de Occidente, uno de los gendarmes del
imperialismo, generó un fulminante reposicionamiento en toda la región. La
inmediata larga guerra iraquí-iraní (1980-1988), con un Saddam Hussein cebado
por sus entonces aliados occidentales, quitó legitimidad a uno de los pilares
del Frente del Rechazo, la relativa coordinación de estados ¡rabes reacios a los
acuerdos de paz de “Camp David” (la
negociación piloteada por EE.UU. luego de la Guerra de Octubre de 1973), una
manifestación palmaria de la decadencia e impotencia irreversibles del
nacionalismo burgués ¡rabe, que le daba así la espalda casi definitivamente a la
causa nacional palestina.
Por otro lado, reorientó decisivamente la puja ideológico-política al
interior del movimiento nacional palestino, en el que los herederos de la
tradicionalmente conservadora Hermandad Musulmana –Hamas-se harían con el
control efectivo de él al calor de las intifadas de 1987 y 2000, tras la
declinación de la histórica dirección de Al Fatah bajo el liderazgo de
Yasser Arafat. También debe mencionarse, y hoy m¡s que nunca, la presencia del
radicalismo isl¡mico de raíz iraní al interior de la resistencia del sur del
Líbano. Forjada palmo a palmo en la lucha contra el ocupante sionista, la
dirección de ese movimiento (Hezbollah) acaba de erigirse en una virtual
jefatura nacional libanesa luego del reciente y fulminante conflicto de
casi un mes de duración y que culminó con la derrota política de
Israel.
Por último, tal vez ya desde mediados de los años setenta, pero
firmemente con el correr de los ochenta, la monolítica coalición de poder de
Arabia Saudita ha registrado fisuras. Un sector de la burguesía saudita, de la
que Osama Bin Laden es el emergente, salió al cruce de la férrea alineación con
EE.UU. por parte de la familia reinante, la monarquía clave en el Golfo.
Afganist¡n primero, y la Guerra del Golfo después, fueron los escenarios
principales donde se desarrolló la fractura de la clase dominante en Arabia
Saudita, hecho que aún perdura y que catapultó al encumbramiento político al
fundador de Al Qaeda.
Es sobre este terreno, y ante todo en el marco de la extraordinaria
reconfiguración geopolítica y geoeconómica internacional, resultado de la
lanzada restauración capitalista en el vasto espacio euroasi¡tico, donde debe
racionalizarse la opción de hierro elegida por el imperialismo: el rediseño del
mapa de Medio Oriente a través de la agresión permanente, esto es, mediante la
materialización de la doctrina de la guerra preventiva.
En síntesis, rebeliones en Latinoamérica y guerras en Medio Oriente
acabaron con la ilusión fukuyamista de la idílica paz infinita de los mercados
consumados. La economía de los noventa, una economía con mayúsculas que
subordinaba a la política a una especie de gestión estratégica administrativa
dio paso entonces a la irrupción vehemente de la política –ahora ella con
mayúsculas- que lo abarca todo o casi todo, como la suprema instancia en la que
la libertad sigue expres¡ndose como la inevitable precondición para la acción
humana.
Por todo ello, si es que la política ha “retornado”, y si lo ha hecho adem¡s como
debe ser, como geografía, sólo cabe darle la “bienvenida”.