En Yacanto de
Calamuchita
Eran los primeros días de marzo de 2011 en que teníamos algunos
días libres debido al feriado de carnaval, y en menos de dos meses de haber
estado en Yacanto de Traslasierra, Martín, Omar y yo fuimos a Yacanto de
Calamuchita, en la ladera oriental de las Sierras Grandes de Córdoba,
precisamente en el cordón Comechingones.
Buscamos por internet un alojamiento que fuera tranquilo pero que
no estuviera alejado de los servicios urbanos que pudiéramos necesitar, y
encontramos la posada La Ensenada, que estaba ubicada en el camino al cerro Los
Linderos, a sólo cuatro cuadras de la plaza, el supermercado, los restoranes y
demás servicios de Villa Yacanto, un pueblito de montaña de mil quinientos
habitantes.

Martín junto a la
piscina de la posada “La Ensenada”
Cuando llegamos el lugar nos pareció maravilloso, no sólo por la
infraestructura sino por el paisaje que lo rodeaba y la serenidad del
ambiente.

Martín feliz rodeado de
montañas
Y prontamente se nos comentó que el complejo había sido construido
íntegramente de acuerdo con la escuela del Feng Shui tradicional, con el
objetivo de lograr el equilibrio energético y la armonía con el Universo, de
manera que influyeran positivamente en la vida de las personas que lo habitaran.
Esto implicaba no sólo la orientación de habitaciones y muebles, sino la
elección de algunos materiales como la utilización de lámparas de sal que
generaran iones negativos, neutralizando así la contaminación
electromagnética.

Martín en los jardines
de la posada “La Ensenada”, íntegramente diseñada en base al Feng
Shui

Martín
junto a las habitaciones construidas en piedra y
quebracho

Adoquines de madera en los caminos del
jardín

Martín deambulando por el predio, que en total contaba con siete
hectáreas

Martín descansando en el bosquecito del
complejo

Vista panorámica de la
posada “La Ensenada”
Pero además de haber sido rediseñada en base a los lineamientos del
Feng Shui, nos hicieron saber que nos encontrábamos en un lugar de importancia
histórica.
En primer lugar, entre las rocas de los jardines se podían observar
morteros comunitarios, fieles testigos de la presencia de los Comechingones.
Posteriormente, en el siglo XVII el sitio estuvo en manos de la
Compañía de Jesús, que llevara a cabo las denominadas misiones jesuíticas,
formando parte de la Gran Estancia de San Ignacio de los Ejercicios, hasta su
expulsión en 1767 por el rey Carlos III. De esa época se mantenían en buen
estado de conservación las construcciones de pircas de los dos corrales, y un
murallón en forma de arco que los unía frente al arroyo Yacanto, a modo de
ensenada, sirviendo de protección a los animales que allí se
criaban.
En el siglo XVIII la estancia se había vendido a la familia
Villagra, que se dedicó mayormente a la
ganadería.
Y en el siglo XX, ya en poder de la familia Marrero, se le dio el
nombre de “La Ensenada”, convirtiéndose en el epicentro de los primeros loteos
realizados en la zona, por lo que se la consideraba lugar
fundacional.

En el predio quedaban morteros comunitarios
pertenecientes a los Comechingones
Los nuevos dueños decidieron mantener el nombre “La Ensenada” por
considerar que era muy apropiado a su propuesta turística, ya que tal cual las
embarcaciones buscan una ensenada como lugar seguro donde estar a salvo de un
temporal, quienes allí se albergaran también buscarían un refugio, aunque fuera
en tierra firme, donde protegerse y aislarse de sus
problemas.
Para lograr un ambiente relajado, al margen del paisaje que ya lo
predisponía, no aceptaban niños menores de doce años ni mascotas, que pudieran
perturbar la paz allí reinante; además de ofrecer diversos tipos de masajes,
Reiki, y otras terapias naturales.

Martín se mantuvo relajado todo el
tiempo
El único inconveniente que se nos presentaba era que no servían ni
almuerzos ni cenas, y si bien el casquito del pueblo estaba a sólo cuatro
cuadras, había muchos perros sueltos y Martín estaba en la etapa en que les
tenía fobia. Así que, a los brincos, esquivando todos los canes que nos fuera
posible, o bien agradeciendo a quien nos llevara en algún vehículo, llegábamos
diariamente al área urbana que contaba con una oferta gastronómica variada y de
excelente calidad, que incluía platos típicos de la zona como cabrito, ciervo y
truchas.

Martín optó por probar
la trucha de la zona
Si bien nos sentíamos muy bien dentro de la posada, y el primer
día lo destinamos a descansar y relajarnos, no había sido el principal motivo de
nuestro viaje. Así que al día siguiente, en un vehículo, salimos a recorrer el
área circundante.

Los campos serranos cercanos a la
posada
Habiendo recorrido diecisiete kilómetros desde nuestra partida
llegamos a El Durazno, un lugar mucho más tranquilo aún que donde estábamos
parando.
La localidad no contaba con una estructura turística muy
desarrollada por lo que eso mismo se convertía en un sitio ideal para disfrutar
del ambiente serrano pudiendo realizar caminatas, cabalgatas, mountain bike,
safari fotográfico, senderismo, avistamiento de aves, pesca de
truchas…

Ambiente serrano en El
Durazno

Se podían hacer caminatas por las zonas
arboladas

Junto
a Omar en El Durazno

Animales de buena raza para las
cabalgatas

Caballos pastando al pie del cerro Los
Linderos

La práctica de la pesca debía realizarse con
mosca y señuelos,
y como en toda la región, con devolución
obligatoria

En una parte del río El Durazno, la
vegetación podía reflejarse en sus tranquilas aguas

Pero en otros sectores aumentaba su
velocidad produciéndose rápidos

Y en algunos corría encajonado formando
pequeños saltitos y se volvía más profundo

Omar y el guía
bajando hacia el lecho del río
La
flora original estaba representada por el bosque chaqueño empobrecido,
conformado por algarrobos blanco y negro, quebracho blanco, mistol, itín,
tintinaco, tala, brea, garabato, sombra de toro, piquillín… Pero tanto por la
extracción de madera como por abrir paso a la agricultura, el bosque original
había sido degradado generando un principio de desertificación. Y paralelamente
existían zonas reforestadas con cedros, pino ponderosa y eucaliptos, que se
adaptaban perfectamente tanto al clima como a las condiciones
edáficas.
Si
bien reforestar suele ser más positivo que dejar la tierra yerma, las nuevas
especies no necesariamente cuentan con los mismos eslabones de la cadena
alimentaria o bien de las necesidades de nidificación de las aves que habitaban
el bosque nativo. Además, en muchos casos, las plantaciones, al estar destinadas
a la extracción de maderas, suelen ser fumigadas para evitar que insectos u
otros animales alteren o deformen los futuros postes o
tablones.

La zona había sido reforestada luego de
la extracción de especies nativas

Área forestada con fines
extractivos
Respecto de la devastación del bosque nativo, se estaban haciendo
reclamos a las autoridades municipales debido a la evidencia de desmontes
indiscriminados argumentando que sólo se estaban talando los árboles quemados
por los últimos incendios de las sierras, dudosos accidentes muy convenientes
para los buenos negocios.

Bosques quemados en la zona de El
Durazno

Tétrica imagen de un arbol muerto en
pie
Los
vecinos acordaban que se talaran, de forma controlada, algunas zonas boscosas
para favorecer la instalación de infraestructura turística, ya que bien llevada,
contribuiría a mantener la belleza natural del lugar. Pero de la manera que se
estaba llevando a cabo no sólo se estaba disminuyendo un pulmón verde, sino que
se ponía en riesgo a la zona ya que los árboles eran los que contenían la
humedad del suelo evitando aludes e inundaciones; además, los bosques eran una
muralla natural para vientos y tormentas, a la vez que constituían la única
forma de vida de muchas especies animales, y en consecuencia, para las personas
que allí habitaban.
Respecto de la fauna podían encontrarse, aunque cada vez menos,
zorros, liebres, tucu-tucus, comadrejas, armadillos, escuerzos, perdices,
zorrinos, patos criollos, lechuzas, loros, halcones, cóndores, y en las zonas
más apartadas, pumas.

Áreas boscosas junto al río El
Durazno

Parte de la vegetación había sido
implantada

Diversidad de fauna habitaba en los
bosques y en el río

Área reforestada luego de un
incendio

Los bosques implantados cubrían gran
parte de las sierras
El Durazno era una villa veraniega que contaba en ese momento con
poco más de cien habitantes estables, muchos de ellos residiendo en casas de muy
buen nivel.

Algunas casas de muy buen nivel en ese
alejado paraje

Otras más
sencillas…

Pero todas con un paisaje espectacular a
su alrededor…

Y con una flora tan agreste como
bonita…

Las viviendas tenían grupos electrógenos
propios
ya que en ese momento aún no contaban con
energía eléctrica
Y después de un buen rato de disfrutar del entorno y de respirar
aire puro, retomamos el zigzagueante camino para emprender el retorno, antes de
que los cúmulos que nos habían acompañado durante todo el paseo, se convirtieran
en nimbos.

Muchos
habitantes de la zona circulaban en bicicleta sin correr ningún
peligro

Camino zigzagueante por las Sierras
Grandes

Siguiendo las curvas del camino hasta la
cima de la sierra

El alambrado indicaba la presencia de
ganado hasta en las cumbres

Vista de la Sierras Grandes desde el
valle de Calamuchita

Ya de vuelta en el complejo, Martín en el
lobby, cansado pero muy contento
Esa noche, por suerte después de que volviéramos de cenar en el
pueblo, se largó una fuerte tormenta, con todos los condimentos: relámpagos,
truenos y rayos. Algo absolutamente frecuente durante el verano
cordobés.
Ana María Liberali