Al Parque Nacional Sierra de las
Quijadas, el desierto rojo
Aunque estando
en la Villa de Merlo teníamos gran interés en visitar el Parque Nacional Sierra
de las Quijadas, indudablemente enero no era una buena época para hacerlo, tanto
por la temperatura, que podía superar los 35°C, como por las escasas pero
posibles amenazas de lluvia torrencial, en una zona desolada sin ningún tipo de
refugio. Pero el guía que nos había demostrado solvencia tanto en conocimiento
como en responsabilidad en salidas anteriores, nos indicó que el pronóstico del
tiempo indicaba que en los días siguientes no pasaría de 25°C y no se
producirían precipitaciones, por lo que decidí hacer el paseo con mi hijo Martín
y mis nietas Ludmila y Laurita.
A la mañana muy
temprano nos pasó a buscar con su camioneta, aclarándonos que debíamos tomar un
camino más largo que el habitual, ya que no quedaba combustible en las
estaciones de servicio de los pueblos del norte de San Luis, debido a que la
mayor parte de los turistas, y estábamos en temporada alta, llegaban en
automóvil. Así que tuvimos que ir hasta la ciudad de Villa Dolores, en la
provincia de Córdoba, para poder llenar el tanque, porque que entre ida y vuelta
tendríamos que hacer alrededor de quinientos kilómetros. Piénsese que en 2011,
cuando nosotros estábamos allí, el pueblo más grande del norte de San Luis era
justamente la Villa de Merlo con treinta mil habitantes, mientras que el
aglomerado de Villa Dolores y localidades vecinas estaba próxima a los cincuenta
mil, teniendo muchos más comercios y servicios que los demás centros urbanos de
la región.
Villa Dolores
se encontraba a sesenta kilómetros al norte de Merlo, así que en poco más de
cuarenta minutos estuvimos allí.

Yendo
de la Villa de Merlo a Villa Dolores
Habiendo cargado el tanque con
combustible y los bidones con agua, continuamos viaje por la ruta número 20,
llegando al pueblo de Quines en cincuenta minutos más, ya que durante el
trayecto de setenta kilómetros, no había casi tránsito.
Quines era una pequeña población de
siete mil quinientos habitantes, donde se realizaba la “Fiesta Nacional del
Mate”. Hicimos una breve parada técnica y tomamos fuerzas para proseguir por los
ciento veinte kilómetros que restaban.

Monumento al mate en Quines
Con una superficie de 73533
hectáreas, el Parque Nacional Sierra de las Quijadas se encontraba hacia el
noroeste de la provincia de San Luis, había sido creado el 10 de diciembre de
1991, por Ley 24015, a fin de que integrara el sistema de Parques Nacionales
para proteger las especies que habitan el lugar y para conservar ambientes
representativos de las ecorregiones del monte de llanuras y mesetas, del monte
de sierras y bolsones y del chaco árido, además de preservar sus yacimientos
arqueológicos y paleontológicos. A esto debían agregarse 76467 hectáreas de
Reserva Nacional.

Martín junto al cartel de bienvenida al Parque Nacional Sierra de las
Quijadas
El Parque poseía numerosas
evidencias de antiguas ocupaciones humanas, particularmente en el sector
pedemontano de las sierras. Justamente muy cerca de la entrada se encontraba un
gran sitio arqueológico caracterizado por el emplazamiento de más de veinte
hornillos o botijas comprendidos dentro del perímetro de un gran asentamiento de
la cultura Huarpe.
Los estudios que se estaban llevando
a cabo indicaban que probablemente los hornos habrían funcionado para la
producción de piezas cerámicas que, a juzgar por los fragmentos hallados,
presentaban excelentes condiciones técnicas de fabricación. Se trataba de una
cerámica de color gris, de paredes finas y cocción pareja, con decoración de
tipo incisa en doble línea perimetral.

Al excavar el horno 6, se observó en su
interior:
-
una capa 1, de tierra acumulada después de abandonado el
lugar.
-
otras capas con carbón vegetal y ceniza acumulada, restos de las
sucesivas quemas.
La ausencia de otros restos significativos, y el hallazgo de cerámica
en los alrededores,
permiten suponer la utilización de los hornos para su
cocción
Los Huarpe fueron la antigua
civilización de la zona cuyana, y se dividían en Huarpe Allentiac (San Juan), al
sur los Huarpe Millcayac (Mendoza), y al este los Huarpe Puntanos o Huárpidos
(San Luis). De dicha etnia se sabía que eran de talla relativamente alta, cabeza
alargada, pilosidad más desarrollada y piel más oscura que la de otros pueblos
vecinos.
En el momento de la conquista
española los Huarpe se encontraban en pleno proceso de aculturación por
influencia de los Incas. Llevaban una vida sedentaria, cultivaban maíz y quinoa,
cosechaban algarroba, con la que elaboraban patay y chicha o aloja. Se
alimentaban de peces y patos y también cazaban venados siguiéndolos a pie y al
trote. Las viviendas eran de piedra en la montaña o de quincha en la llanura.
Fabricaban cestería apta para contener agua y cerámica polícroma. Adoraban a una
divinidad llamada Hunuc Huar, que suponían moraba en la Cordillera. Temida y
respetada, era invocada para satisfacer sus necesidades. El panteón huarpe tenía
genios menores como el sol, la luna, el lucero del alba, los ríos y los cerros.
Los muertos se enterraban en posición extendida y con la cabeza hacia la
Cordillera, rodeados de sus objetos personales y provisiones para el viaje al
más allá; y los parientes se pintaban la cara durante un tiempo en señal de
duelo.
Yo les comenté a mis nietas que
ellas podían buscar allí parte de sus ancestros, ya que una de sus bisabuelas
paternas tenía ese origen. Y si bien ella siempre lo había negado, por temor o
por vergüenza, tantos sus rasgos étnicos como algunas de sus prácticas
culturales, tenían que ver con los pueblos originarios del norte de la provincia
de San Luis.

El Parque Nacional protege el patrimonio natural y cultural de esta
región.
La permanencia de los restos culturales en su lugar de ubicación
original;
permite investigar el modo de vida de los antiguos habitantes de este
lugar.
Este recurso cultural, en particular, se encuentra en proceso de
estudio y conservación
La jurisdicción sobre las tierras
había sido cedida a la Administración de Parques Nacionales por la provincia de
San Luis el 3 de julio de 1989, mediante un acuerdo firmado por el gobierno de
San Luis, ratificado por Ley Provincial No Vii-0226-2004 (4844
“R”).
Sin embargo, en setiembre de 2009,
representantes de la comunidad Huarpe-Guanacache de San Luis, solicitó al
gobernador la restitución de las tierras de las sierras de las Quijadas, donde
según antecedentes históricos, sus ancestros habitaron. Ese mismo año, el
gobernador realizó la gestión ante el gobierno nacional, sin lograrlo. En 2010
la provincia de San Luis decidió transferir 73534 hectáreas del área protegida
al pueblo Huarpe mediante la ley provincial Nro. V-0721-2010, revocando el
otorgamiento de las tierras al Estado Nacional. Tanto el Ministerio de Turismo
de la Nación y entidades conservacionistas como el Comité Argentino de la Unión
Mundial para la Naturaleza, Aves Argentinas y la Fundación Vida Silvestre,
mostraron un rotundo rechazo a la medida dispuesta por la Provincia, por lo que
la Corte Suprema dictó una medida cautelar de “no innovar”, evitando así el
traspaso a la comunidad Huarpe.

En este lugar hubo un asentamiento de pobladores originarios,
los veintitres hornillos de barro cocido son la evidencia de esta
ocupación.
Grandes herramientas de corte hechas en cuarcita,
indican la tala y corte de leña para alimentar los
hornos.
La erosión producida por pisoteo y, por el agua van descubriendo las
paredes de los hornillos
Las sierras occidentales de San Luis
formaban parte del sistema de las Sierras Pampeanas, pero con características
fisonómicas distintas a las de los cordones orientales y a las de Córdoba. Al
este del río Desaguadero, se extendían cuatro cadenas con orientación
noroeste-sudeste, que desde San Juan hacia el sur se denominaban sierra de
Guayagás, Cantantal, de las Quijadas y del Gigante.
La sierra de las Quijadas, que
llegaba a una altura de 1200 m.s.n.m. presentaba una estructura convexa formada
por pliegues del terreno donde se localizaban estratos de edad reciente que
rodeaban a los antiguos. A partir de una línea axial, esos estratos descendían
hacia ambos lados abruptamente, sobre todo en el sector oriental, donde formaban
enormes farallones. La causa de dicha formación sería una gran fractura que
corría paralela a esos cordones, y al curso del río Desaguadero, por la ladera
occidental, a lo largo de la cual se habría producido el levantamiento de las
sierras. Cada grupo de elevaciones estaba atravesado, a la vez, por fracturas en
sentido este-oeste, provocando discontinuidad entre ellos. Y dentro mismo del
Parque se presentaban distintas formaciones geológicas con diferente origen,
tectónica, fósiles y fisonomía.
La base de las Sierras estaría dada
por la formación geológica La Cruz, que la encontramos durante todo nuestro
trayecto. Los estratos estaban conformados por grava y arena cuyo origen había
sido producto de la acumulación de sedimentos de cursos fluviales. Su antigüedad
máxima era de ciento diez millones de años y en la zona superior de la formación
se habían encontrado restos de rocas basálticas, provenientes de erupciones
volcánicas, datadas entre ciento cinco y ciento ocho millones de
años.

Sierra de las Quijadas, de estructura
compleja

Martín, Ludmila y Laurita junto a uno de los
farallones
Las depresiones del terreno al pie
de las sierras, en las quebradas y torrentes, estaban rellenadas por sedimentos
pleistocénicos ocasionados por la meteorización (desintegración de las rocas por
factores atmosféricos) producida por los grandes cambios de temperatura y otros
factores propios de los climas áridos.

Los chicos y el guía desplazándose por una de las
quebraditas

El guía llevando a los chicos por los escalones para sortear los
desniveles del terreno
El clima árido serrano, con marcada
amplitud térmica, tanto estacional como diaria, se manifestaba a partir de las
temperaturas medias de 12°C en invierno (con mínimas de -3°C) y 23°C en verano
(con máximas medias de 35°C). Y los escasos 300 mm anuales de lluvia se
distribuían irregularmente concentrándose entre fines de la primavera y
principios del otoño.
Y estos cambios eran los que
producían la erosión mecánica, tanto por la imperceptible dilatación de las
rocas como por las gotas de rocío que al penetrar en sus fisuras y aumentar su
volumen al congelarse durante la noche, contribuían a resquebrajarlas. Por otra
parte, ante la escasa o nula cobertura vegetal, la erosión eólica le daba
diferentes formas. La fuerza del viento no sólo trasladaba pequeñísimos granitos
de arcilla o arena de un lugar a otro, sino que esas pequeñas partículas
contribuían a pulir las demás rocas que se encontraran a su
paso.

Bloque rocoso erosionado por acción de las temperaturas extremas y
por el viento

Los suelos rojos indicaban la presencia de óxido de
hierro

Martín con sus sobrinas Ludmila y Laurita durante un merecido
descanso
Una de las curiosidades que teníamos
era el porqué del topónimo de las Quijadas. Y durante una breve pausa, se lo
preguntamos al guía.
Y él nos explicó que durante el
siglo XIX y principios del XX, esas sierras habían sido el refugio de bandidos
que asaltaban las carretas que cubrían el tramo Buenos Aires-San Juan. Las
interceptaban y luego partían a la zona de Potrero de la Aguada, donde los
intrincados laberintos rocosos les garantizaban esquivar la ley. Como premio,
los bandoleros faenaban vacunos para sus asados, y abandonaban allí los huesos,
conservándose por largo tiempo las mandíbulas, es decir, las quijadas. Por esa
razón, los carteles de búsqueda ofrecían recompensa por la captura de los
“gauchos de las quijadas”, que pasaron a formar parte de la historia folklórica,
dándole el nombre al lugar.

Refugios naturales en las rocas en Potrero de la
Aguada

Ludmila, Martín, el guía y Laurita en un cauce
temporario
Después de descansar e hidratarnos
convenientemente, iniciamos el recorrido por el sendero de los miradores del
Potrero de la Aguada.

Sendero Miradores del Potrero de la Aguada
Si bien se trataba de una senda de mil trescientos metros de longitud
de baja dificultad, tenía desniveles y cornisas con suelos inestables, por lo
que debía tener especial cuidado con las nenas.

Profundos precipicios que hacían muy peligrosa la
circulación

Suelos disgregables con riesgo de derrumbe

Cuevas formadas por algunos animales

En los bajos Laurita aprovechaba para soltarse de la
mano

No estaba permitida la recolección de ninguna
planta

Como tampoco de las rocas

Ludmila ayudándose con un largo bastón
y sosteniendo el imprescindible sombrero que el viento se quería
llevar

Martín sintió vértigo en algunos tramos
El “Potrero de la Aguada” consistía en una
microcuenca que confluía en una enorme depresión de más de cuatro mil hectáreas.
Ese hoyo gigante alimentaba al río Seco de la Aguada o Torrente de la Aguada,
que recorría el lugar sólo en época de lluvia, presentando arena y rocas en su
curso durante el resto del año. Además de la garganta formada por el río, el
paisaje incluía infinidad de grietas, graderías, cornisas y salientes que le
daban un aspecto imponente. El cerro más alto era el Portillo con una altura
aproximada de 1200 m.s.n.m., destacándose también El Mogote (1100 m.s.n.m.) y el
Lindo (1050 m.s.n.m.).

Vista panorámica del “Potrero de la Aguada”
Todos los cursos de agua que
discurrían por los faldeos eran temporarios debido a que recibían menos de 200
mm anuales concentrados en época estival. Ellos alimentaban al río Seco de la
Aguada, cuyo cauce llegaba a tener un considerable volumen de agua cuando las
precipitaciones se producían en forma violenta, pero sólo por pocas horas porque
debido a la gran desecación del terreno y a la alta evapotranspiración, la
humedad desaparecía rápidamente.

Curso de arena del río Seco de la Aguada

Otro pequeño curso que también permanecía seco

Los chicos extremaron cuidados al descender hacia los miradores del
Potrero de la Aguada
El conjunto de formaciones
geológicas tenía una antigüedad aproximada de 100 a 120 millones de años dejando
su testimonio en el espléndido anfiteatro denominado el Potrero de la Aguada,
situado en el corazón de la sierra. El conjunto de capas que componían las
sierras se elevó a partir de un plegamiento ocurrido veinticinco millones de
años atrás, y continúa, imperceptiblemente, levantándose en la actualidad. Luego
de los movimientos endógenos que dieran origen a las montañas, la erosión
ocasionada por el agua y el viento, generaron quebradas y valles que sacaron a
relucir los cortes sedimentarios.
Sin duda, el gran desierto rojo
había sido alguna vez un vergel cubierto de vegetación con ríos y lagos donde
vivieron varias especies de dinosaurios. Pero al levantarse la cordillera de los
Andes el clima de la región cambió sustancialmente, además de elevar los
estratos sedimentarios que permitieron llevar a la superficie los restos fósiles
de la flora y fauna de otros tiempos geológicos, tal cual lo sucedido en
Ischigualasto (San Juan) y Talampaya (La Rioja).
La formación de mayor antigüedad era
Los Riscos. De lejos podían verse elevados acantilados conformados por grandes
bloques sedimentarios.

Incontables capas de sedimentos al descubierto semejando un pastel de
hojaldre

Con Ludmila y Laurita en uno de los miradores del Potrero de la
Aguada

Mirando hacia abajo

Lugar elegido por Adolfo Aristarain para filmar secuencias de la
película “Un Lugar en el Mundo”

Martín, muy entusiasmado, se nos adelantaba
permanentemente
Los farallones,
con sus acantilados, cornisas y terrazas de color rojo intenso, apenas cubiertos
de vegetación, formaban un inmenso anfiteatro natural.

Anfiteatro natural del Potrero de la Aguada

En otro mirador con Ludmila, Martín y
Laurita
La formación geológica El Toscal,
ubicada en la zona de acceso al Potrero de la Aguada, poseía una antigüedad de
ciento diez millones de años. Estaba compuesta por grava y arena que en algún
momento había formado parte de un río. Pero como consecuencia de la erosión
fluvial y la disgregación de las rocas, no poseía restos fósiles. Debido a la
abundancia de carbonato de calcio se diferenciaba de las demás por su tono
blancuzco.
La formación Jume, con una
antigüedad de ciento veinte millones de años, estuvo originada por la
acumulación de arenisca, arcilla y fango en la cubeta sedimentaria; y se creía
que había sido surcada por ríos de gran caudal cuya erosión, sumada a la eólica,
habrían generado los sedimentos. Y esa era la formación que se caracterizaba
justamente por su riqueza en materia de fósiles, habiéndose rescatado allí,
tanto restos de vegetales como de dinosaurios y huellas, con diferente grado de
conservación.

HUELLAS DE NUESTRO PASADO
LEYENDO LAS TRAZAS FÓSILES
Millones de años atrás…
Los seres que habitaron esta región dejaron diversos rastros de su
presencia,
entre otros huesos
fosilizados y distintos tipos de huellas y trazas fósiles;
como las que se observan en la foto y en el suelo frente a
Usted.
La formación geológica El Jume, donde Usted se encuentra parado;
fue originalmente un barreal,
esto significa que las lluvias arrastraron gran cantidad de
sedimento
depositándolo en el
fondo de una cuenca o valle.
En este ambiente se formaban grandes charcos que se secaban
progresivamente
y en estos sedimentos quedaron enterrados restos de vegetación
y dejaron sus marcas los animales que allí habitaron.
En los períodos entre temporadas de lluvia y de sequía,
grandes dunas avanzaron sobre estos barreales
sepultando todas esas marcas y resguardando sus formas.
En el ambiente entre dunas, donde la humedad se conservaba en
pequeños charcos, habitaron organismos parecidos a los gusanos actuales, que
dejaron marcas en el barro del fondo,
los que con el tiempo se compactaron y se convirtieron en roca
sedimentaria.
Conservar esto es cuidar y valorar nuestro
pasado…

Tronco
fosilizado en la formación El Jume
La formación de menor edad, era la
Lagar, compuesta por arena y fango originados por arrastre de cursos fluviales y
como depósito, en zonas lacustres. Se caracterizaba por contener colores
rojizos, verdes y amarillentos al mismo tiempo. Allí fueron encontrados restos
fósiles muy bien conservados en una cuenca originada por la acumulación de
sedimentos en el lecho de un lago de aguas estancadas, que a lo largo de miles
de años se habían evaporado.
Entre los tantos restos fósiles
hallados, se encontraban troncos y raíces petrificados, placas rocosas con
improntas de la posible acción de gusanos, dinosaurios y reptiles voladores como
el curioso Pterodaustro Guiñazui, que vivió en el Cretácico Inferior, y se
caracterizaba por sus notables mandíbulas recurvadas hacia arriba; y
dos
especies de pterosaurios o lagartos alados, que existieron durante toda la era
Mesozoica, uno de los cuales tenía una dentición peculiar, con barbas que
formaban una especie de canasto, la cual le servía para retener los
microorganismos de los que se alimentaba filtrando agua.

Diversas manifestaciones fósiles a cada
paso
Pero el Parque Sierra de las
Quijadas no constituía solamente un paraíso para los paleontólogos, sino también
para los estudiosos de los ecosistemas actuales, ya que se había creado para
conservar especies endémicas (exclusivas del lugar) y otras vulnerables o en
vías de extinción. Y a pesar de la aparente escasez de flora y fauna, se trataba
de una zona muy rica destacándose por ser un ecotono entre el Chaco Semiárido y
el Monte de Llanuras y Mesetas, donde convergían especies de ambas ecorregiones.
Los arbustos insignes de la
ecorregión del Monte y Mesetas eran las jarillas, mientras que los ejemplares
característicos del Chaco Seco lo eran los algarrobos y quebrachos blancos, a
los que se unían varias plantas endémicas como la zampa, el romerillo y la
rosetilla o mata piedra.

Una verdadera área de transición entre dos ecorregiones

Estepa arbustiva con plantas espinosas y de sabor amargo

Plantas halófitas en un cauce abandonado

Diversas plantas xerófilas (resistentes a las zonas
áridas)
Las jarillas eran arbustos ramosos
que eran utilizados como fuentes de combustible, así como la sustancia resinosa
contenida en sus hojas se utilizaba como remedio veterinario para caballos y
mulas. Mientras que su infusión era consumida contra el cólera, las fiebres
intermitentes y para remitir el dolor causado por luxaciones y
fracturas.

Jarilla hembra (Larrea
divaricata)

Chañar (Geoffroea
decorticans)

Cactáceas y otras plantas xerófilas

Arbusto de troncos retorcidos
Ya se habían censado en el Parque
más de ciento cincuenta especies de aves, y esa gran diversidad se presentaba
por verse favorecidas por las condiciones del lugar que les facilitaba su
alimentación, reproducción y refugio, siendo las más significativas el caserote
castaño y el verdón, la chuña chica, el hornero, el loro barranquero, las
martinetas, la monterita canela y la de collar, el ñandú, el vencejo de collar,
los cóndores y las águilas moras. Entre las aves de escasa distribución y con un
estatus de “especie problemática” se destacaban la dormilona gris; el águila
coronada categorizada internacionalmente como “vulnerable”; el halcón peregrino;
el canastero castaño, considerado “vulnerable” y únicamente amparado por este
Parque y El Leoncito; el cardenal amarillo, considerado como “en peligro” a
nivel internacional y protegido sólo en tres áreas incluyendo esta; y el burrito
salinero, sólo amparado aquí. Y en cuanto a otras aves presentes pero
escasamente representadas en el sistema de áreas protegidas nacionales cabe
mencionar al inambú pálido, el pato gargantilla, el picaflor cometa, el gallito
arena, el cachudito pico amarillo, la dormilona cenicienta, el yal carbonero, el soldadito común, la
morenita canela, y el jilguero oliváceo, entre otras.
La fauna del Parque incluía variedad
de mamíferos como los armadillos, coipos, corzuelas pardas, gato montés, gato
moro o yaguarundí, guanaco, hurón menor, laucha colilarga baya, maras, mulitas,
pecaríes de collar, peludos, pichiciego menor, pumas, quirquincho chico, quiyá o
nutria, rata vizcacha colorada, tateto o morito, zorrino chico, zorros grises...
Entre los roedores muy poco representados en las demás reservas y parques
nacionales se encontraban el conejo de los palos, el tuco-tuco cuyano, la rata
vizcacha grande y la laucha de Roig, estas dos últimas sólo amparadas en este
Parque. Y se suponía que podrían existir más poblaciones de mamíferos chicos,
como roedores o murciélagos refugiándose en los recovecos de los inmensos
farallones aún inaccesibles para los científicos.
Entre los reptiles que habitaban
allí se encontraban el geko y otros tipos de lagartijas, el matuasto, y algunas
culebras y víboras como la falsa coral y la boa de las vizcacheras o ampalagua,
esta última encontrándose en condiciones críticas, categorizada a nivel nacional
como “en peligro”, por el alto valor de su cuero. Pero la más afectada, sin
duda, era la tortuga de tierra, considerada “en peligro” a nivel internacional y
“vulnerable” en la Argentina, por haberse convertido en una de las mascotas
silvestres más preciada.
Así lo indicó el guía, pero los
chicos se decepcionaron porque no vimos absolutamente ninguno. Tal vez por la
hora, aunque seguramente muchos de ellos estaban mimetizados con los arbustos,
agazapados detrás de ellos, o bien, debido a estar en vías de extinción, su
número ya era muy escaso.

Gran parte de la fauna se mimetizaba con la
vegetación
Si bien dentro del Parque se podían
hacer más recorridos, varios de ellos implicaban permanecer el día entero y
tener mejor disposición física. Por lo que pasado el mediodía, cuando ya las
piernas, el estómago y las bocas secas lo pidieron a gritos, regresamos a la
playa de estacionamiento y buscamos nuestras viandas para tener un apacible
almuerzo en el área de quinchos.

Martín junto al vehículo que nos transportaba en la playa de
estacionamiento del Parque

Laurita y Ludmila en la mesa del quincho que ofrecía el
Parque
Ya saliendo del Parque visitamos un
centro de información construido en piedras lajas encajadas, sin ningún tipo de
cemento, tal cual lo hacían los pueblos originarios.

Edificación realizada en base a piedras lajas encajadas, sin
cementación

Con Ludmila, Martín y Laurita junto a la pared de lajas
encajadas
Allí se nos informó acerca de las lagunas
o bañados de Huanacache, otrora lagunas encadenadas que abarcaban el noreste de
la provincia de Mendoza, el sudeste de la provincia de San Juan, y el noroeste
de la de San Luis, sector este que pasó a pertenecer al Parque Nacional Las
Quijadas. Esas lagunas habían estado habitadas por el pueblo Huarpe, que las
navegaba con embarcaciones semejantes a los caballitos de totora que usaban los
Uru en el lago Titicaca. Pero desde fines del siglo XIX dichas cuencas lacustres
se fueron secando debido a la sobreexplotación de las aguas de los ríos
Desaguadero, Mendoza y San Juan, por lo que desde 1999 fueron integradas al
sistema Ramsar, cuya misión era la conservación y el uso racional de humedales
mediante acciones locales y nacionales con cooperación internacional.
Junto al edificio de piedras se
exponían algunos tradicionales vehículos utilizados en la zona, como el sulky y
el carro.

“El Sulky”
Puesto “El Remanso. Lagunas de Huanacache”

Con Martín y Laurita que hacía como que tiraba del
carro

De repente se levantó viento, y Laurita salió corriendo a buscar su
sombrero
Cerca de allí se encontraba la
Escuela Rural Nro. 137 “Ministro José M. Ojeda” y algunas pocas viviendas
alimentadas en base a energía solar o eólica.

Escuela
Rural Nro. 137 “Ministro José M. Ojeda”

Pantalla solar, ideal para una zona con tanta
heliofanía

Molinillo que con pequeñas ráfagas de viento podía generar energía de
consumo doméstico
La visita al Parque había sido una
experiencia increíble, muy difícil de expresar con palabras. Habíamos aprendido
mucho acerca de la geología, la paleontología, el clima, la hidrografía y la
biogeografía del lugar; y habíamos aprehendido el paisaje con todos nuestros
sentidos.
Habíamos visto inmensos farallones
de color rojo intenso, con variadas formas, con el fondo de un cielo azul
intenso, pudiéndolos capturar con la cámara fotográfica.
Habíamos sentido en nuestras manos
la aspereza de las rocas al apoyarnos en ellas para que nos sostuvieran, y
evitar así alguna caída.
Habíamos cerrado nuestras bocas para
escuchar los silbidos del viento cuando pasaba entre los
farallones.
Nos habíamos detenido a oler el
aroma de plantas extrañas para nosotros, quienes habitábamos en una zona
húmeda.
También habíamos sentido en nuestros
labios cortajeados un intenso sabor salado que nos obligaba a hidratarnos
constantemente.
Y por sobre todas las cosas habíamos
disfrutado de nuestra compañía, algo absolutamente independiente del lugar en
que nos encontráramos. ¡Qué más podíamos pedir!
Ana
María Liberali