A Córdoba
Capital
En realidad la idea era pasar los días de Carnaval en alguna
pequeña localidad serrana de la provincia de Córdoba, pero debido a que lo
habíamos decidido muy sobre la hora, no quedaban plazas con las comodidades que
requeríamos y los precios que estábamos dispuestos a pagar. Fue por esa razón
que nos conformamos con hospedarnos en Córdoba Capital, y desde allí hacer
salidas diarias a diferentes lugares del valle de
Punilla.
El micro de la empresa Sierras de Córdoba saldría a primera hora de
la madrugada del viernes 8 de febrero de 2013, así que en un taxi partieron Omar
y Martín, y en otro, Ludmila, Laurita y yo. Y cuando al llegar a Retiro y
estábamos por despachar el equipaje nos dimos cuenta de que faltaba la valija de
Martín. Nunca le había ocurrido eso, pero salió tan entusiasmadamente rápido que
nadie reparó en ese detalle. Ya no había tiempo de volver, así que tuvo que
viajar con lo puesto.
Se trataba de un servicio con muchas paradas, incluso una bastante
prolongada en Rosario, por lo que tardamos casi once horas en llegar a destino.
Y ya en la terminal de Córdoba tuve que comprarle a Martín no sólo pantalones,
remeras, buzos y calzoncillos, sino también calzado. Pero, por suerte, había
muchas liquidaciones por fin de temporada, y en algunos casos, conseguí buen
precio adquiriendo varias prendas semejantes.
Ya resuelto el inconveniente, en sendos taxis nos dirigimos a los
Apartamentos Kube en la calle Montevideo entre Gral. Simón Bolívar y Arturo M.
Bas. Las mujeres nos ubicamos en el departamento 405 y los hombres en el 505,
justo un piso más arriba, pero sólo para dormir porque la mayor parte del tiempo
estábamos todos juntos.

Ludmila y Martín adueñándose del control remoto
del televisor

Y Laurita
invadiendo mi cama…
Las nenas no recordaban la ciudad porque habían estado cuando eran
muy chiquitas, así que donde primero las llevé fue a caminar al borde de la
Cañada, que sin duda se había constituido en un ícono de Córdoba
Capital.
La Cañada de Córdoba era el encauzamiento parcial del arroyo
homónimo que nacía en un paraje llamado La Lagunilla y cruzaba de sudoeste a
norte a la ciudad. Desde siempre el hilo de agua que corría durante el otoño y
el invierno se transformaba en río violento a causa de las lluvias torrenciales
de la primavera y el verano; y en muchas ocasiones no sólo que arrasaba con todo
lo que estaba a su paso, sino que se cobraba vidas humanas. En los infolios del
siglo XVII aparecían consignadas las crecientes de 1622, 1628, 1639 y la de
1667. Y si bien la superstición atribuía dichas catástrofes a la Reina de las
Aguas que supuestamente moraba en sus nacientes, tanto los gobernantes como los
jesuitas, en 1671 decidieron construir un murallón de canto rodado asentado con
cal, que desde entonces se llamara “Calicanto”, y que parapetaba la margen
derecha del cauce, a la que los edificios céntricos daban la espalda. De esa
manera, además del resguardo de las aguas, los ciudadanos del centro cordobés,
quedaban bien separados de los arrabales y del rancherío levantado por los
habitantes de los barrios “Costa
Cañada”, “El Abrojal” y “Pueblo Nuevo”. Además, hasta 1872, el
muro del Calicanto también fue utilizado para ejecutar a los reos sentenciados a
muerte.
Pero la madrugada del 20 de diciembre de 1890, cayeron doscientos
milímetros en sólo cuatro horas provocando una impresionante crecida del arroyo
La Cañada, que venció la protección del Calicanto dando origen a la muerte de
doscientas personas. Y además de otros eventos semejantes, el 15 de enero de
1939, una lluvia de ciento cuarenta milímetros, además de dos muertes y
numerosos heridos, arrasó los ranchos de “El Abrojal”, derribó puentes como si
fueran de papel, destruyó el pavimento, y dejó flotando a ómnibus, muebles y
animales, llegando al área céntrica. Y fue a partir de estos fenómenos que se
determinara la construcción de las obras de canalización, que fueran inauguradas
oficialmente el 4 de julio de 1944. La Cañada fue rediseñada en piedra, surcada
por numerosos puentes y acompañada por enormes árboles, en su mayoría tipas,
corriendo por la avenida Marcelo T. de Alvear.

Martín, Ludmila y Laurita junto a uno de los
puentes de La Cañada
Desde La Cañada continuamos caminando por la calle Montevideo hasta
la avenida Vélez Sarsfield desembocando en la plazoleta del mismo nombre que
había sido renovada recientemente. Allí se encontraba un monumento inaugurado en
1897 en honor al Doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, un cordobés que formó parte
importante de la historia argentina mediante la redacción del Código Civil. La
obra del escultor italiano Julio Tadolini fue inaugurada en 1897 y contaba con
frisos en su basamento que exponían los grandes momentos de la vida pública del
jurista.

Laurita, Ludmila y Martín en la plazoleta Dalmacio
Vélez Sarsfield
Nos encontrábamos en el
barrio Nueva Córdoba, uno de los más densamente poblados y con un crecimiento
edilicio muy superior al promedio de la ciudad. La particularidad era que la
mayor parte de los nuevos vecinos procedían de otros puntos de la provincia y
del país tratándose de estudiantes debido a la cantidad de centros
universitarios con la consecuente localización de librerías, fotocopiadoras,
gimnasios, tiendas de ropas, bares y pubs.
La traza de una “ciudad
nueva” había sido idea del empresario inmobiliario Miguel Crisol quien a
fines del siglo XIX consideró que Córdoba estaba ahogada dentro de un hoyo de
barrancas inundada por las lluvias torrenciales, interesándose por las tierras
de los Altos del Sur. Y fue así que a principios del siglo XX iniciara su vida
allí el barrio residencial más elegante, donde la clase alta cordobesa
construyera sus mansiones. Y a pesar de que dichas casonas eran reemplazadas día
a día por edificios en altura, el lugar cobraba cada vez mayor valor
inmobiliario por su proximidad al Centro y estar atravesado por boulevares
diseñados a semejanza de los de París del Barón Haussman, que lo hacían muy
agradable.

Martín
con sus sobrinas Laurita y Ludmila
en la
esquina de la avenida Vélez Sarsfield y boulevard San
Juan
En los inicios del desarrollo de Nueva Córdoba se realizaron una
serie de inversiones públicas entre las cuales se destacó la escuela secundaria
para muchachos que fuera encargada por el gobernador José Vicente de Olmos en
1906 y construida por el Ministerio de Obras Públicas de la Provincia. El
edificio fue diseñado por el arquitecto Elías Senestrari teniendo como modelo el
surgimiento del Renacimiento y se inauguró el 4 de noviembre de 1909. El
gobernador Olmos no llegó a verlo debido a que había fallecido poco antes, pero
fue honrado dándole su nombre al nuevo colegio.
A pocos días de cumplir sus setenta y ocho años, el terremoto de
Caucete del 23 de noviembre de 1977, a pesar de los cuatrocientos ochenta
kilómetros que separaban al epicentro de la ciudad de Córdoba, causó daños
estructurales que lo llevaron a su cierre. La construcción permaneció abandonada
durante muchos años hasta que en 1995, después de su restauración, quedó
convertida en una galería de lujo denominada “Patio Olmos Shopping
Center”.
Mi hijo y mis nietas, adictos a los shoppings, quisieron entrar,
pero estando el día tan despejado, me negué rotundamente y los llevé a pasear
por diferentes lugares de Nueva Córdoba, que además de ser un barrio con
excelentes ofertas culturales contaba con áreas parquizadas muy bien
cuidadas.

Martín con Laurita y Ludmila en la entrada
principal del Patio Olmos
Pero debido a la inestabilidad meteorológica del verano cordobés,
de pronto comenzó a nublarse y una fuerte tormenta amenazaba sobre nuestras
cabezas, así que no tuve más remedio que refugiarlos en el
shopping.
Los chicos, felices, rápidamente se dirigieron al sector del “Mundo Cartoon Network”, donde pasaron
por casi todos los juegos, hasta tanto mi billetera comenzó a pedir socorro ya
que los precios eran muy superiores a los del Shopping Abasto donde los solía
llevar en Buenos Aires; y para colmo, no aceptaban
tarjetas.
Las nenas lo entendieron perfectamente, pero a Martín lo tuve que
convencer llevándolo a merendar al local de Havanna, donde todos nos deleitamos
con los tan deliciosos alfajores marplatenses.

Martín jugando al tejo con
Laurita

Martín, Ludmila y Laurita en una taza
giratoria

Martín con Ludmila en el
mini-bowling

Martín feliz en los
arneses
Ya de noche, pasamos a buscar a Omar y cenamos en “8 mm”, una pizzería en el Boulevard San
Juan a una cuadra del hotel. Y tan felices como cansados, nos fuimos a dormir
temprano para al día siguiente iniciar las excursiones a las
sierras.
Ana María
Liberali