De Trujillo a Buenos Aires
Después de una nueva recorrida por el centro histórico de Trujillo,
en el Jirón Independencia 618, a pasos del hotel Colonial donde me estaba
hospedando, me llamó la atención un edificio de estilo barroco del siglo XVIII,
conocido como la Casona de los Leones, por las figuras escultóricas de su
portada.
La puerta estaba abierta y entré. Y entonces pude ver que en el
zaguán y en el patio principal, al cual daban gran parte de los salones, se
conservaban murales mudéjar y que sus pisos eran de canto rodado. El interior
contaba con exuberante decoración en estilo rococó con flores, motivos de caza y
atractivas cenefas, mientras que los techos estaban trabajados artesanalmente en
madera.
La casa había tenido como primera propietaria a doña Teresa Ramírez
de Laredo, y tras su muerte había sido vendida en construcción al matrimonio
Flores Samamé, quedando su hija Ángela como única propietaria, quien la cediera
a la orden religiosa de los Padres Franciscanos. Mediante una operación
inmobiliaria quedó en manos de la familia Ganoza Chopitea, que a su vez la
vendió al Banco Industrial del Perú. Posteriormente, bajo la administración del
gobierno regional, habían funcionado allí las oficinas de la Cámara Regional de
Turismo, la Policía de Turismo y el INDeCoPI (Instituto Nacional de Defensa de
la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual). Y por último
había sido vendida a Luis Deza Sánchez, quien la restaurara y convirtiera en el
resto-bar “Casona Deza”, respetando
cada una de las diez salas de estilo virreinal y el mobiliario colonial, por
estar declarada Patrimonio Monumental de la Nación.

Mobiliario original en una de las salas de la casona

Detalle del techo de madera trabajada
artesanalmente

Cenando en uno de los salones de la Casona
Deza
Después de cenar en tan bello y plácido lugar
decidí acostarme temprano ya que debía estar en el aeropuerto a las seis y media
de la mañana para tomar mi vuelo a Lima. Y como me costaba mucho despertarme, no
sólo por ser buho y no alondra, sino porque siempre me había caracterizado por
no hacer caso a ningún despertador, es que le pedí al conserje que me llamara a
las cinco de la mañana para tener tiempo suficiente para preparme a partir.
Y cuando estaba en lo más profundo de mis sueños,
oí fuertes golpes en mi puerta, creyendo que al no contestar el teléfono, habían
optado por despertarme de esa manera. Por lo tanto, entredormida y sin mirar el
reloj, grité: -“¡Gracias!”, y me fui
al baño a higienizarme.
Pero alguien continuaba golpeando la puerta
pidiéndome que saliera. Así que me acerqué y dije en voz alta que no se
preocuparan que ya estaba levantada.
Entonces, del otro lado, un hombre enfurecido,
gritó:
-
“¡Entregue a su marido de una
vez!”
“¡¿Qué marido? Si estoy sola!” – respondí.
“¡No lo defienda! Él se acostó con mi esposa!” – replicó amenazando con tirar la puerta
abajo.
Y cuando iba a llamar pidiendo ayuda, el patio se
llenó de pasajeros a medio vestir pidiendo que los dejaran dormir mientras que
el conserje con otros más, trataban de contenerlo para que no agrediera a su
mujer.
Al asomarme todos me preguntaron si era cierto lo
que el hombre decía, pero su mujer aclaró que siempre que se emborrachaba le
hacía la misma escena.
¡Ya no pude dormir más! Y con toda la bronca me
quedé leyendo hasta la hora de mi partida.
Cuando el taxi me pasó a buscar, el personaje del
escándalo ya estaba bastante sobrio en el lobby y me pidió disculpas. Le dije
que no era a mí a quien debía pedírselas sino a su esposa, que realmente no
sabía cómo lo aguantaba, ya que otra haría rato que le hubiese dado un botellazo
por la cabeza.
A las ocho de la mañana partió el avión y en una
hora y cinco minutos aterrizamos en el Aeropuerto Internacional “Jorge Chavez” de El Callao, pero la
conexión a Buenos Aires recién salía cuatro horas después, así que tuve que
esperar pacientemente hasta ese momento.
El aeropuerto de Lima era bastante agradable por
lo que no se me hizo demasiado larga la espera. Aproveché para recorrer algunos
locales y vi un anuncio que me sorprendió muchísimo. En una casa de deportes
había un cartel en español y en inglés que ofrecía una camiseta del equipo de
fútbol argentino firmada por todos los jugadores, cuando a mi entender lo más
lógico hubiera sido que se refirieran a la selección peruana, aunque no hubiera
tenido demasiados méritos.

“¡GANA UNA CAMISETA OFICIAL DEL EQUIPO DE FÚTBOL
ARGENTINO
FIRMADA POR TODOS LOS
JUGADORES!”
O cómprala a
30U$S
El vuelo salió de Lima a las 13,10 y en cuanto
decoló, cansada por el episodio vivido durante la madrugada, me recosté contra
la ventanilla y me dormí.
Cuando me desperté ya eran las siete de la tarde,
un manto de nubes lo cubría todo y había aparecido la luna.

Diversos tipos de nubes lo cubrían todo y había
aparecido la luna
En el mapa de la pantalla pude ver que estábamos
sobrevolando la provincia de Santa Fe, faltando sólo cuarenta minutos para el
aterrizaje.

Los estratos se superponían a los
cúmulos

Cúmulos y luna
llena
De pronto comenzamos a descender atravesando
varias capas de nubes hasta llegar a ver con nitidez las Lechiguanas y el Paraná
de las Palmas frente a la localidad de Ramallo en la provincia de Buenos
Aires.

Fuimos atravesando varias capas de
nubes

Vimos las Lechiguanas y el Paraná de las Palmas a
la altura de Ramallo
Y cuando supuestamente todo indicaba que estábamos
por aterrizar, volvimos a tomar altura.

Nuevamente ascendimos sobre las nubes
Pocos minutos después el comandante anunció que
debido al mal tiempo no teníamos pista en Ezeiza.

Una vista
maravillosa

Sobre un extenso colchón de
nubes…

¡La sombra de mi propio avión reflejada en el arco
iris!

Sobrevolando el río de la
Plata

Cúmulus nimbus y
cirrus
Y después de sobrevolar el área circundante a
Buenos Aires durante más de media hora, iniciaron los preparativos para el
aterrizaje indicando que íbamos a tener que soportar una intensa
turbulencia.

El avión se movió como una coctelera al pasar por
estas nubes

Visibilidad cero durante el
aterrizaje
Finalmente aterrizamos en el Aeropuerto
Internacional “Ministro Pistarini” en
medio de una lluvia torrencial que no permitía tener la más mínima visibilidad.
Y si bien esa última etapa del vuelo no había sido agradable, estaba compensada
por el festival de nubes que se habían presentado ante nuestros ojos previamente
al descenso.
Ana María Liberali