Deporte, ideología y
manipulación
“Yo
creo que habría que inventar un juego en el que nadie ganara”. Jorge Luis
Borges
Alfredo César
Dachary
En este primer mes del año 2015, se estrena una
nueva película de Gabe Polsky, cuyo nombre nos recuerda una época que pensábamos
que había terminado, aunque hoy esta afirmación está en duda. Se trata de la
película “Red Army” (Ejército rojo) en el que se narra la historia del mejor
equipo de hockey sobre hielo de todos los tiempos, el cual era conocido como el
ejército rojo, orgullo del deporte de la hoy desaparecida
URSS.
Este equipo se convirtió en una de las mejores
armas de propaganda de ese país en plena guerra fría, por ello, el film se
transformó en una herramienta narrativa perfecta para mostrar las tensiones de
los últimos tiempos de la Guerra Fría y se convirtió en un ejemplo de
manipulación del deporte con fines ideológicos, ya que el deporte es un arma muy efectiva porque es
identificable y visceral, ideal para contagiar
ideología.
Los ejemplos hoy son muy significativos; en el
olimpismo donde la puja de los países por tener el equipo más fuerte es un tema
de “interés nacional”, antes lo lideraba la URSS, hoy un país emergente que
encabeza la economía mundial: China y su reflejo se da en los dos extremos del
espectáculo, por un lado es emisor de 1,100 millones de turistas y, por el otro,
es una potencia deportiva.
El deporte integra muchas instituciones y países
en el mundo y tiene presencia en el dominio del espectáculo y la comunicación y
con ello adquiere una capacidad insólita de intervenir en la formación de
identidades sociales e individuales y, a la vez, se realiza por una diversidad
de personas de diferentes identidades, género, capacidades cognoscitivas,
motoras y diferentes perfiles de personalidad, tanto en los que la practican o
los espectadores, administradores y funcionarios.
Y esto ha desembocado en que el peso del deporte
en las sociedades como práctica, actividad económica y espectáculo, excede en su
implantación cotidiana, y su papel atraviesa la economía, las estrategias
políticas y la gestión pública hace que se diluya con su aparente separación del
mundo del trabajo.
Para Norbert Elías, el proceso de civilización
europeo a partir del siglo XVII, no sólo trastoca radicalmente los patrones
cognoscitivos, sino también los objetos, procesos y capacidades de la
conciencia, las formas del vínculo entre sujetos, los modos de comprensión
relativas del individuo, frente a los procesos físicos y políticos. El deporte
también incorpora pautas éticas, hábitos de cortesía y de coexistencia a un
tiempo generalizado y altamente individualizado, expresado en estrategias
diferenciadas de control y en la gestión simbólica de la disputa.
Así, en el curso del proceso de civilización, no
se trata de la desaparición de la violencia como tal, sino del modo y las
condiciones de su aparición y los recursos colectivos para su gestión. Con ello,
el conflicto social asume la morfología del juego de competencias y acaso de
imitación, participa también de sus disponibilidades afectivas, de sus
despliegues escénicos, de sus placeres, de su efusión afectiva, sus
angustias y sufrimientos, mitigados
y desplazados.
El juego no es sólo un modo social de realizar
esta apertura de posibilidades de
la confrontación simbólica; el propio juego constituye un modelo privilegiado,
para la comprensión de los marcos mutables, las estabilidades y las
regulaciones, los patrones de control y los modelos disciplinarios de lo social,
donde las relaciones sociales aparecen así definidas como tensiones, en
colectividades sometidas a equilibrios y
desequilibrios.
Los rasgos compartidos entre el juego y el
deporte no bastan para reducir uno a otro, por el contrario, ambos se
diferencian por la naturaleza y la distinta fuerza de obligatoriedad de sus
reglas, por la participación diferenciada de los actores, por el sentido que
cobra su despliegue escénico y el papel social de su implantación espectacular.
En el deporte es posible vivir las afecciones,
las exaltaciones y las emociones de la derrota, el abatimiento, la victoria
suspendiendo, el riesgo de una pérdida o un dolor definitivo, allí se pone en
juego un régimen disciplinario y pautas de autocontrol de los participantes, la
efusión regulada de las pasiones y las emociones que abre también la
posibilidad de aprender y
comprender las tensiones y los
sentidos del conflicto social.
Elías logra identificar los orígenes del deporte
moderno y su relación con los conflictos sociales y políticos y como éste se
transforma en un instrumento de canalización de la disputa y, a la vez, un
espectáculo que cautiva a la sociedad, alejándolo de lo que realmente está en
juego.
En el 2014 fue el Campeonato Mundial de Fútbol en
Brasil, y ello dio lugar a varias reflexiones una de ellas es el libro “La
barbarie deportiva”. El deporte como expresión moral e ideológica del
capitalismo, un trabajo escrito por el arquitecto Marc Perelman, un experto
en la relación entre el cuerpo y la arquitectura.
Este evento “coincidió” con una gran
conflictividad social que se acentúa en la parte desarrollada del país a las
puertas del mundial, por lo que este libro analiza el papel del deporte en las
lógicas del capital.
En pocos decenios, el deporte se ha convertido en
una potencia mundial ineludible, la nueva y verdadera religión del siglo XXI. Su
liturgia singular moviliza al mismo tiempo y en todo el mundo a inmensas masas
agolpadas en los estadios o congregadas ante las pantallas de todo tipo y tamaño
que los aficionados visualizan de manera compulsiva.
Estas masas gregarias, obedientes, muchas veces
violentas, movidas por pulsiones chovinistas, a veces xenófobas o racistas,
están sedientas de competiciones deportivas y reaccionan eufóricas a las
victorias o a los nuevos récords, mientras permanecen indiferentes a las luchas
sociales y políticas, sobre todo la gente joven, son la expresión efectiva del
“pan y circo” a las masas hambrientas de justicia pero que se conforman con el
espectáculo.
La organización de un deporte de alcance
planetario como es el fútbol, la cual está fundamentada en un orden piramidal
opaco, donde la corrupción es una moneda de cambio, como el actual escándalo por
el mundial en Qatar, prácticamente “comprado” se ha erigido y consolidado como
un modo de producción y reproducción socioeconómico que lo invade todo.
Así el deporte, convertido ya en espectáculo
total, se afirma como el medio de comunicación exclusivo, capaz de estructurar
en toda su profundidad el día a día de millones de personas, desde la fisonomía
de las ciudades, hasta los ritmos de trabajo y la estructuración del tiempo
libre. La “colonización de la mente”, por este deporte transformado en un
mecanismo de alienación, no tiene límites.
Mientras dentro del campo del deporte, los nuevos
“gladiadores” se esfuerzan para obtener un nuevo récord, la mejora del
rendimiento, el sometimiento del cuerpo por encima de los límites humanos, hecho
que se convierte en la base del espectáculo, en su única motivación, en el fin
que lo justifica todo, por lo que el dopaje y las intervenciones-agresiones en
el cuerpo del atleta se han convertido en la normalidad, de una sociedad
aniquiladora de la modernidad decadente, donde el deporte-espectáculo lamina
todo a su paso y deviene el proyecto de una sociedad sin
proyecto.
El deporte hoy ha sido permeado y absorbido por
la economía de mercado, no es más un formador de jóvenes, sino una opción para
los más audaces, los más fuertes para entrar en su mundo, donde el éxito se paga
con fama y mucho dinero, aunque la vida útil del jugador sea muy corta.
El fútbol ha remplazado las inexistentes
discusiones en los órganos internacionales que se hablan en un idioma
diplomático que nunca es claro para el ciudadano de a pie, por ello es que los
resentimientos y complejos de los ciudadanos de diferentes países se han
transformado en grandes enfrentamientos personales.
El deporte se toma como el país, el triunfo de
una selección o la derrota es un éxito o fracaso del país, todos lo toman como
tal y allí cargan todos sus sentimientos y frustraciones, los odios e
injusticias que les toca vivir; es la gran catarsis, es el psicólogo colectivo
de pueblos enteros.
Desde los griegos en la antigüedad a los nazis en
el siglo XX, el juego fue utilizado de diferentes maneras pero siempre con un
cariz ideológico, al principio era algo sólo de hombres, luego fue de una raza y
hoy es como el mercado, se compra o vende, aunque siempre subsiste la
perspectiva chovinista, último escondite de la impotencia del sujeto en una
sociedad decadente o en un estado fallido.
alfredocesar7@yahoo.com.mx