1) Los límites del keynesianismo (Michel Husson); NCeHu
15, 2/2/15.
2) El eclipse de la socialdemocracia
Se ha quedado sin su prenda más preciada: la bandera del cambio está en
otras manos
Josep Ramoneda
El País
Madrid, 15/2/15
Pedro Sánchez ha dado un
golpe de autoridad con la disolución de la organización socialista madrileña.
Quizá ha comprendido que toda renovación socialista es inútil si no alcanza a
los anquilosados poderes territoriales. Sánchez corre riesgo. Las camarillas
muerden. Pero es un paso indispensable. Al mismo tiempo, sigue la pertinaz caída
del PSOE en los sondeos. La socialdemocracia está en apuros en toda Europa. ¿Por
qué?
La socialdemocracia adquirió su reputación por
su capacidad mediadora, por saber tejer equilibrios razonables entre las clases
sociales y, especialmente, entre el mundo empresarial y los trabajadores.
Después de la guerra, contó para ello en Europa (España navegaba con retraso)
con unos años excepcionales, con la intimidación soviética y, junto con Estados
Unidos, con una posición casi de monopolio en tecnología y consumo energético.
La crisis del petróleo y, más tarde, el hundimiento del comunismo soviético y la
globalización erosionaron el invento. La socialdemocracia se adaptó mal (o
demasiado bien, dirán algunos). Mientras el capitalismo iba transitando de la
hegemonía industrial a la financiera, hizo suyos todos los tópicos de la
derecha: la desregulación, la competitividad, la meritocracia, el
individualismo, las privatizaciones, la desvalorización del Estado y de la
política. Tony Blair, símbolo de aquellos años, se entregó a la tarea con el
entusiasmo del catecúmeno. La socialdemocracia suscribió un pacto de
modernización escrito por la derecha. Asumió el consumo masivo y el crédito
fácil como forma de control social y asistió impávida al brutal crecimiento de
las desigualdades.
Cuando estalló la crisis y
emergieron las fracturas sociales, herencia de los años en que todo era posible,
la socialdemocracia se encontró del lado de los culpables del desastre. Se
intentó presentar la crisis como un problema nacional y cultural: la austeridad
del Norte y la frivolidad del Sur. La fiesta ha terminado, decían con
desfachatez sus beneficiarios. Pero hoy ya es evidente que ha sido un conflicto
de clases, en el sentido clásico, entre las élites financieras y las clases
medias y populares, que se ha dado en todos los países.
Por el camino, la socialdemocracia ha perdido por completo el control
del lenguaje. Y en política quien marca el sentido de las palabras gana. E
incluso se ha quedado sin su prenda más preciada: la bandera del cambio está en
otras manos. Recuperar la credibilidad a corto plazo no es fácil: la mochila es
pesada. Parapetarse en el establecimiento bipartidista esperando que los demás
se quemen es un nuevo "sacrificio hecho para nada", en palabras de Michel Feher,
que acelera su fatal destino. La derecha siempre aguanta porque su programa es
obedecer al poder real, una opción segura por la fuerza de la servidumbre
voluntaria. A la socialdemocracia se le exige más. Necesita conectar con el
malestar de la gente y darle respuesta a escala europea. Quizá el único consuelo
sea que los que pisan el espacio a la socialdemocracia evocan, a menudo, los
principios que le dieron vida.
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