Las revoluciones constituyen verdaderas
necesidades. Cierto que hay muchos cambios continuos, pero al acumularse se
producen cambios bruscos. Georges Politzer
El asesinato de 6 personas, 25 heridos y la desaparición
con vida de 43 normalistas de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de
Ayotzinapa, hechos orquestados por el Gobierno de la República en los que
participaron el Ejército, la Policía Federal [1]
y elementos de seguridad del municipio de Iguala,
Guerrero, el pasado 26 y 27 de septiembre de 2014, generó una ola de protestas
alrededor del mundo: movilizaciones masivas principalmente en los estados de
Guerrero, Michoacán, Oaxaca y el Distrito Federal; tomas de edificios de
gobierno, radiodifusoras, carreteras, casetas de cobro, gasolineras, puentes
internacionales y aeropuertos; cierres de tiendas de autoservicio trasnacionales
y bloqueos a instituciones bancarias en todo el país; paros escalonados de
estudiantes en más de 115 planteles –los principales del país- de educación
superior que incluyen a la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto
Politécnico Nacional, la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México, La Universidad Pedagógica Nacional, La
Universidad Autónoma de Chapingo y la Escuela Nacional de Antropología e
Historia; manifestaciones en consulados y embajadas mexicanas; pronunciamientos
en el medio intelectual y artístico; declaraciones de organizaciones de derechos
humanos y organismos internacionales y la proliferación de publicaciones en las
redes sociales.
Una respuesta social que no se había registrado en otros
hechos brutales de negligencia, violencia y represión estatal como el incendio
de la Guardería ABC en el que fallecieron 49 niños, 76 resultaron heridos de
entre cinco meses y cinco años de edad en Hermosillo, Sonora en 2009; la
localización de más de 193 cadáveres en 47 fosas clandestinas en el municipio de
San Fernando, Tamaulipas en 2011, o el asesinato y desaparición sistemática de
luchadores sociales en todo el país, sucesos que tienen en común, haber quedado
impunes, como cientos de casos más en nuestro país.
El caso Ayotzinapa confirmó e hizo visible el hartazgo, la
desesperación y la indignación de la población trabajadora a un sistema político
carente de legitimidad, que promueve medidas económicas para incrementar las
ganancias de las corporaciones trasnacionales que operan en nuestro país y que
orilla a la inseguridad y la degradación económica a las
personas que debería proteger. El secuestro de los normalistas también parece
representar el inicio de un periodo revolucionario en nuestro país como a
continuación veremos.
El ambiente socioeconómico
En la historia de los pueblos pueden distinguirse dos
tipos de eventos: los hechos históricos, que son sucesos cotidianos:
políticos, económicos, culturales y tecnológicos, que pueden documentarse
bibliográfica, gráfica y audiovisualmente; se manifiestan en la continuidad
social -la cual no es estática, ni ausente de conflictos-, en muchos casos
intentando trastocarla y se presentan aparentemente aislados o desconectados del
todo social. Y los acontecimientos revolucionarios, que son
los que desencadenan procesos de cambio social, se insertan o aparecen como
resultado de estos procesos. Son eventos que alteran la continuidad e inercia
del sistema social o modo de producción predominante.
De esta manera, los sucesos de la Guardería ABC, los
asesinatos de San Fernando y la represión sistemática de luchadores sociales,
aparecen como hechos históricos, y a la vez, como cambios
cuantitativos que fueron erosionando la legitimidad y la continuidad del régimen
político, hasta desembocar en la represión estatal a los normalistas de
Ayotzinapa, que se manifiesta como un detonante social y acontecimiento
revolucionario, el cual desestabiliza al sistema y abre la puerta de la
revolución social, desplegando cambios cuantitativos en cascada, que pueden
desembocar en cambios de calidad.
¿Cómo distinguimos un periodo revolucionario? El proceso
se inicia cuando el modo de producción predominante –el Capitalismo en este
caso- no es capaz de retroalimentar regiones sustanciales de su estructura.
Aparece entonces el conflicto en forma de cambios cuantitativos que pretenden
reparar los daños que afectan al sistema social. Estos cambios se manifiestan en
la continuidad del modo de producción y se perciben como hechos aislados a
través del tiempo, aun cuando irrumpan con profundo dramatismo. Son cambios que
soporta el sistema social sin alterar su naturaleza económica.
Surge entonces un detonante que no sólo sacude la
conciencia social, sino que articula y da sentido a los cambios cuantitativos,
vinculándolos entre sí, haciendo visible y nítido el encadenamiento de procesos
económicos y políticos. A partir de entonces, se transforma en un referente
histórico que alimenta cambios cuantitativos en cascada, que el sistema ya no es
capaz de soportar. Sintiéndose herido y en peligro de muerte, se defiende con
una vehemencia contrarrevolucionaria de extrema violencia, intentando eliminar
los elementos desestabilizadores o absolverlos con sus mecanismos adaptativos.
El proceso puede desembocar en un salto brusco o cambio de
calidad. El modo de producción se colapsa regionalmente y cede ante la nueva
conformación o disposición del sistema. La revolución se consuma y se inicia un
reacomodo en las relaciones sociales de producción que deben articularse con las
relaciones políticas. En tanto, el modo de producción predominante no haya sido
superado históricamente, los elementos residuales en contubernio con los poderes
globales continuarán ejerciendo presión y generando conflicto, reagrupándose
continuamente con el objetivo de regresar al estado anterior, que las fuerzas
contrarrevolucionarias conciben como el estado ideal de la sociedad.
Marx (1983:251) decía que al llegar a cierta fase de
desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en
contradicción con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones
de propiedad que es su expresión jurídica. De este postulado teórico se deriva
una consecuencia: las fuerzas productivas requieren sostener correspondencia con
las relaciones de producción. Si esto no ocurre, dichas relaciones se convierten
en trabas suyas. En el siglo XXI, observamos que las fuerzas productivas están
al servicio del mercado y la acumulación de capitales a nivel mundial. Esto
quiere decir que los beneficios de este desarrollo no alcanzan a la mayor parte
de la población mundial que se debate en la sobrevivencia, aun cuando en esta
mayoría, se ubican los que producen la riqueza social: los trabajadores de la
ciudad y del campo.
La imposibilidad de acceder a los bienes sociales
suficientes para mejorar sus condiciones de vida, está ligada a las recurrentes
recesiones económicas planetarias, que aparecen cuando el ciclo de la
producción-distribución-cambio y consumo de mercancías se interrumpe o no se
completa cabalmente debido a la imposibilidad de las personas de acceder
plenamente a dicho ciclo.
Aunado a ello observamos –como también lo explicó Marx-
que el Capitalismo es un sistema depredador que se autodestruye al devorar sus
dos fuentes de riqueza y de reproducción: la naturaleza y el trabajo. El caso de
Grecia en 2012 ejemplifica plenamente esta situación. En ese país europeo el
poder legislativo aprobó un plan de austeridad que incluía el recorte de 15 mil
plazas en el sector público, la flexibilización de las leyes laborales en
prejuicio de los trabajadores y una reducción del salario mínimo de 751 a 600
euros (12 mil 637 a 10 mil 96 pesos mexicanos). De esta manera, la población era
obligada a pagar los costos de las turbulencias financieras y la indisciplina
fiscal de los sucesivos gobiernos griegos (La Jornada, 2012).
También en México, los gobiernos de los últimos 30 años
han impuesto medidas en contra de los trabajadores, como comprimir salarios,
atacar sus derechos sindicales y los contratos colectivos de trabajo, reducir
sus prestaciones, además de privatizar casi todas las empresas estatales,
satisfaciendo con ello las demandas de los acreedores financieros
internacionales como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional
(FMI) de acabar con el Estado benefactor e imponer el modelo neoliberal. Por si
esto fuera poco, recientemente el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en
el gobierno, impulsó y aprobó en la Cámara de Diputados y en la de Senadores un
paquete de 11 reformas y 81 cambios en leyes secundarias, que en el discurso
oficial están destinadas a generar mayor eficiencia y competitividad para
reactivar la economía del país, pero que también eliminan obstáculos legales a
los capitales extranjeros que ya operan en los sectores estratégicos de la
economía, como petróleo, gas y minería.
De acuerdo a Cartocrítica, una organización civil
independiente, el gobierno de Enrique Peña Nieto ha concesionado casi 5 millones
de hectáreas para la explotación petrolera en territorios indígenas: 210
municipios de Tabasco, Veracruz, Campeche, Chiapas, Hidalgo, Coahuila Hidalgo,
Puebla, Tamaulipas y Veracruz. Casi la totalidad del territorio de los chontales
ha sido comprometido; 38% de los totonacos, 31% de los popolucas y 20% de los
huastecos y náhuatl (Ánimas 2014).
En el caso de Guerrero, éste es uno de los estados que
registran mayores niveles de pobreza en México. De acuerdo a cifras del Banco de
Información del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) esta
entidad contaba con 3,388,768 habitantes, de un total de 112,336,538 en la
República Mexicana en 2010. Cifras oficiales indican que el porcentaje de
población guerrerense en situación de pobreza fue de 69.7%, es decir 2.44
millones de personas al cierre de 2012, lo que representa un incremento frente
al 67.6% de 2010. Sus actividades económicas predominantes son la agricultura,
en la que destaca la producción de maíz, de cocotero, café, mango, limón, melón,
sandía y okra (Luna 2014) y el turismo, principalmente de Taxco, Zihuatanejo y
Acapulco, en los que actualmente se registra una caída estrepitosa, debido a la
recurrencia de tormentas tropicales y huracanes, la violencia delictiva y el
conflicto reciente que ha orillado al cierre de negocios, pérdida de empleos y
cancelación de reservaciones para la época de vacaciones decembrinas.
De 2011 a 2013, el crecimiento de su Producto Interno
Bruto (PIB) fue de apenas 0.5% en promedio, en contraste con el 3% de la media
nacional, señala un reporte de Banamex. Las actividades terciarias (comercio,
turismo, servicios, etc.) contribuyen con el 73.4% del PIB, mientras que el peso
del sector secundario (industria) es de 21.3% (contra 35.3% del nacional). No
obstante, en 2013, la entidad recibió 110.3 millones de dólares por concepto de
inversion extranjera directa, principalmente por el sector minero, en donde
operan compañías como Minera Gold Corp, Minaurum Gold, Zhong Ning Mining
Investment de China, Vedome Resources, entre otras. (Luna 2014).
En Guerrero, ha sido común el cobro de cuotas a ganaderos,
comerciantes y transportistas por parte de las organizaciones delictivas
coludidas con los gobiernos y la policía municipal, y el mal uso de los recursos
públicos que la Federación transfiere a los estados y municipios para educación,
salud, infraestructura básica, seguridad pública, programas alimenticios y se
asistencia social (Goche 2014). A la explotación económica se suma también la
dominación política y la degradación cultural.
Las condiciones objetivas para un levantamiento popular ya
existían en Guerrero desde décadas atrás. No obstante, las condiciones
subjetivas de fragmentación ideológica y aislamiento social, no habían sido las
propicias para generar un movimiento del alcance de Ayotzinapa, el cual rebasó
los límites regionales para obtener eco más allá de las fronteras nacionales.
El proceso revolucionario
Un proceso revolucionario plantea la existencia de un
escenario de condiciones materiales de precariedad, inestabilidad económica,
explotación extrema y represión, por un lado, y condiciones subjetivas de lucha,
que combatan al Estado políticamente, por el otro.
Asimismo, requiere una base organizativa, que en el caso
de Guerrero recae principalmente en la Coordinadora Estatal de Trabajadores de
la Educación (CETEG), y la Coordinadora Regional de Autoridades
Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC) y los mismos estudiantes de la Normal
Rural de Ayotzinapa, que son organizaciones de masas influenciadas por partidos
y núcleos proletarios que cuentan con un programa político de organización
clasista. Tales organizaciones luchan por mejorar sus condiciones laborales y
educativas, además de proteger a sus comunidades de la delincuencia, en
particular del narcotráfico y que mantienen movilizaciones en todo el estado.
Asimismo, forman parte de la Asamblea Nacional Popular (ANP) que incluye a más
de 50 organizaciones sociales de Guerrero y del país. A esto se debe que la
respuesta al ataque a los muchachos normalistas haya sido tan contundente. No
fue el caso de la Guardería ABC en la que no existían antecedentes de lucha
equivalentes.
Una revolución puede rebasar las fronteras del
Estado-Nación, como ocurrió con los países de Centroamérica, en que el triunfo
de la Revolución Sandinista de Nicaragua en 1979, alentó procesos similares en
Guatemala y el Salvador, que se desarrollaron en la siguiente década; o con los
países que protagonizaron la “primavera árabe” en el año 2010, que se inició con
revueltas populares en Túnez y en Egipto, que derrocaron a sus respectivos
gobiernos y continuó con Libia y Siria, donde los gobiernos se resistieron a
dejar el poder y la población tomó las armas. En Libia derrocaron al gobierno
con ayuda de la OTAN y en Siria continúa la guerra civil.
Una revolución también puede ser delimitada
territorialmente dentro de un Estado-Nación, como en el caso de la lucha del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que descartó la idea de tomar
el poder político federal y se concentró en desarrollar la autonomía de facto en
los territorios que controla, subsistiendo como contradicción al Capitalismo,
con los conflictos que esto conlleva.
En un periodo revolucionario se manifiestan las distintas
formas de lucha: la lucha armada organizada se acompaña de manifestaciones
callejeras, acciones de desobediencia civil, huelgas de trabajadores, paros
estudiantiles, toma de edificios de gobierno e instauración del poder popular y
todo tipo de acciones de propaganda contra el régimen en lugares públicos,
masivos, eventos ceremonias, manifiestos, declaraciones en medios y ahora
publicaciones en las redes sociales. Los símbolos de poder son denigrados y
ridiculizados. El 13 de octubre integrantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa
incendiaron el Palacio de Gobierno de Chilpancingo, la capital del estado,
después de una manifestación en la que participaron maestros, padres de familia
y estudiantes para exigir la presentación con vida de los 43 estudiantes
desaparecidos (Ar Pim 2014). El 11 de noviembre integrantes de la CETEG
irrumpieron en la sede del PRI, también en Chilpancingo, donde hicieron
destrozos y prendieron fuego a una parte del lugar (Aristegui Noticias 2014).
Durante la Marcha multitudinaria del 20 de noviembre se quemó un muñeco del
presidente en el Zócalo de la Ciudad de México, el corazón del país. Estos actos
desafían al régimen político y permiten a las clases explotadas distinguirse de
sus opresores. Al adquirir conciencia de clase, los trabajadores adoptan sus
propios símbolos.
El estado de Guerrero ha sido muy prolífico en
organizaciones guerrilleras. Allí surgieron el Partido de los Pobres (PDLP),
dirigido por Lucio Cabañas Barrientos y la Asociación Cívica Nacional
Revolucionaria (ACNR), encabezada por Genaro Vázquez Rojas en las décadas
1960-70. Ambos maestros rurales egresados de la Escuela Normal Rural de
Ayotzinapa. El Ejército Popular Revolucionario (EPR) irrumpió en este estado, el
28 de junio de 1996, en el primer aniversario de la matanza de 17 campesinos de
Aguas Blancas, del municipio de Coyuca de Benítez, en la región de la
Costa
Grande.
En el mes de octubre de este año, el Ejército Popular
Revolucionario (EPR), el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI),
el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Milicias Populares y las
Fuerzas Armadas Revolucionarias-Liberación del Pueblo emitieron 13 comunicados
en los que se exige la aparición con vida de los 43 normalistas y se hace
responsable de los hechos al gobierno de Peña Nieto (Gil, 2014). El 6 de
octubre, El ERPI anuncia la conformación de la “Brigada Popular de
Ajusticiamiento 26 de Septiembre” para enfrentar a los sicarios del Estado, los
denominados “Guerreros Unidos”, a quienes se atribuye la desaparición de los
normalistas.
Una revolución toma forma a través de sucesivas luchas de
obreros y campesinos, tras continuas derrotas: la Revolución Mexicana tiene sus
antecedentes en la huelgas obreras de Cananea, Sonora en 1906 y de Río Blanco,
Veracruz en 1907; y concluye en 1917 con la promulgación de una nueva
Constitución; La Revolución Rusa ensayó sus primeras insurrecciones obreras
entre 1905 y 1906, pero es hasta 1917 cuando los bolcheviques, dirigidos por
Lenin, toman el poder político en esa extensa región del planeta.
Las revoluciones son grandes conmociones sociales, capaces
de cambiar el perfil de una época, acelerar los ritmos del desarrollo de grandes
regiones, incluso de todo la humanidad, modificar la secuencia de los procesos
históricos y acelerar el progreso. Aunque hunden sus raíces en las
contradicciones y necesidades económicas, las revoluciones son hechos políticos,
jalones mediante los cuales las clases emergentes desplazan a los representantes
del viejo orden, destruyen las estructuras que sostenían su poder e imponen las
suyas… suelen ser traumáticas y violentas, no tanto por ellas mismas como por la
enconada resistencia que han de vencer. La crueldad, las venganzas, los ajustes
de cuentas y el terrorismo caracterizan mejor a la contrarrevolución que a la
revolución. Por la grandeza de sus metas y propuestas, las revoluciones se abren
paso con dificultad, no sólo por lo arduo que resulta destruir el viejo orden,
sino por lo complejo de construir uno nuevo (Gómez, 2007).
La revolución no es entonces un evento puntual delimitado
en espacio-tiempo; el derrocamiento de una clase social y la toma del poder
político por otra, es tan sólo un momento del proceso revolucionario que incluye
un antes y un después de este acontecimiento: se inicia con la generación del
entorno socio-económico de explotación extrema y el estancamiento de las fuerzas
productivas; continúa con la aparición de un detonante ideológico –que
generalmente es un acto de brutal represión del Estado- el cual confirma la
necesidad colectiva de cambiar las condiciones materiales de vida y abre las
puertas a un periodo revolucionario en el que se profundiza la lucha de clases;
prosigue con la toma del poder político por parte de la vanguardias políticas de
la clase que aspira al poder; y concluye con el despliegue y aplicación del
proyecto político revolucionario, que busca consolidar las nuevas relaciones
sociales para facilitar la evolución de las fuerzas productivas en beneficio de
un mayor número de personas. De esta manera, la revolución puede consolidarse o
ser destruida por la contrarrevolución, en alguna de sus fases. Algunos procesos
revolucionarios ceden a las reformas del régimen y se desmovilizan militarmente,
porque son reconocidos como fuerza beligerante y obtienen garantías para
continuar la lucha política. Tal fue el caso del Frente Farabundo Martí de
Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador y la Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca (URNG) que firmaron sus respectivos acuerdos de paz en 1992 y 1996.
Es evidente la dificultad de contar con un fechamiento
preciso de las distintas fases por las que atraviesa un proceso revolucionario.
De allí que se enaltezca la toma del poder político como la referencia
fundamental.
Una revolución o proceso revolucionario puede ser
destruido, aun cuando se haya tomado el poder del Estado, debido a que las
contradicciones sociales propias del modo de producción predominante siguen
operando a nivel internacional.
La desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) y del Bloque de Países Socialistas de Oriente nos deja dos
lecciones: en primer lugar, que la humanidad no se dirige irreversiblemente al
Socialismo, en forma lineal y absoluta. Antes, el Capitalismo nos puede destruir
a todos, como lo está haciendo. Esto quiere decir, que no existe garantía de un
triunfo del proletariado en el mundo, aunque esto no impide que se luche por
ello; y en segundo lugar, el Socialismo no puede desarrollarse plenamente en un
solo país como pensaba el Stalinismo, aunque sí puede desarrollarse como
contradicción dentro del modo de producción capitalista –como en el caso de Cuba
y Venezuela- y pugnar por expandirse hasta lograr desterrar al Capitalismo del
planeta y entonces sí podrá consolidarse. Para ese entonces, no habría necesidad
de conservar las fronteras de los Estados-Nación actuales.
El detonante social
Los detonantes sociales sacuden y dinamizan la conciencia
de clase; generan la movilización política y la toma de posición de todos los
sectores que componen la sociedad, que se ubican en algún extremo de la lucha
entre el Capital y el trabajo. Se trata de acontecimientos que profundizan la
lucha de clases, la cual aflora con toda su crudeza y beligerancia.
Ayotzinapa constituye un detonante de cambio social de la
misma forma que el Movimiento estudiantil de 1968, que aunque no desembocó en el
derrocamiento del Estado -quien implementó la denominada “guerra sucia” contra
el movimiento armado y la disidencia política-, si generó cambios económicos,
políticos y educativos en los años siguientes a las movilizaciones masivas, que
hoy se perciben en la cultura contemporánea.
Las imágenes de los estudiantes normalistas atacados
brutalmente por las fuerzas del Estado, aglutinaron la indignación, el repudio y
el enojo social que desplegó el movimiento en todas direcciones. Los normalistas
rurales lograron generar una identidad plena con la clase trabajadora de la
ciudad y del campo e importantes núcleos de la clase media, que vieron en los
normalistas -quienes emplean un gran esfuerzo para salir adelante en condiciones
adversas de vida-, un símbolo de lucha y dignidad. A ellos se suma la figura de
sus padres, que buscan incansablemente a sus hijos desaparecidos, generando
empatía con millones de padres dentro y fuera del país, quienes comprenden la
desesperación e incertidumbre de perder a un hijo y obtener de las autoridades
de los todos los niveles de gobierno: simulación y retórica populista en lugar
de solucionar su demanda.
El desprecio por los humildes, aunado a la torpeza e
insensibilidad del régimen, condujo al presidente Peña a manifestar su deseo de
“que realmente superemos esta etapa de dolor, demos un paso hacia adelante y
estemos dispuestos a construir un mejor entorno”, el cual le redituó mayor
repudio y descrédito entre la población, pues aunque se han realizado más de 70
detenciones de presuntos responsables de la desaparición de los normalistas,
queda la certeza generalizada de que el principal responsable de los
acontecimientos en Iguala es el Estado; y cuando se confirmó la muerte de
Alexander Mora Venancio, uno de los 43 normalistas desaparecidos, por medio de
análisis realizados a restos óseos, por el Laboratorio de Genética de la
Universidad de Medicina de Innsbruck, Austria -presuntamente recuperados en el
basurero de Cocula, Guerrero, según la PGR-, ningún representante del gobierno
federal o estatal se acercó a los padres del estudiante para informarles sobre
su fallecimiento, hecho que fue tomado por ellos mismos como una humillación.
En esta situación de intensa lucha social, resulta
emblemático que sean algunos de los mismos padres quienes llamen al pueblo a la
revolución:
… ya se requiere que entremos en otras cosas más fuertes,
porque las marchas ya no dejan nada, más que armarse e ir sobre ellos, el que
sea, y quitar a las autoridades que están. Si la gente nos ayuda, hay que
entrarle y quitar a todo este mal gobierno, pero hay que entrarle con una
revolución; ya hay que armarse, porque ya no hay de otra. Marchas, marchas y
marchas, pues ya no dejan nada… armarse para quitarlos y poner a gente honesta,
que vea por el pueblo y que trabaje bien, porque el mismo gobierno solapa a
todos los delincuentes y asesinos, y eso los va tirar la gente (Ocampo y
Morelos, 2014).
La VII Asamblea Nacional Popular reunida en la Escuela
Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa el pasado 20 de diciembre, se
pronunció por un boicot a las elecciones federales que se llevarán a cabo en
2015, y llama a intensificar las acciones como bloqueos de puertos, aeropuertos,
liberación de casetas, cierre de autopistas, tomas de gasolineras y distribución
gratuita, toma de los medios de comunicación, bloqueo total al Distrito Federal
como parte de las acciones a enmarcarse en las “Jornadas Acción Global por
Ayotzinapa”, que buscan generar las condiciones para una Huelga Política General
en el país (Sin embargo, 2014-a).
Ni las 10 medidas para fortalecer a las instituciones en
materia de seguridad pública, así como de procuración e impartición de justicia,
presentadas por el presidente en Mensaje a la Nación a finales de noviembre, ni
las acciones anunciadas a principios de diciembre para reactivar la economía de
Guerrero, que incluyen incentivos fiscales, impulso al turismo y medidas de
seguridad, devolvieron al Gobierno de la República la escasa credibilidad y
legitimidad que contaba antes de los hechos de Iguala. Con estas medidas -u
ocurrencias-, pretende generar la imagen de que la corrupción y la delincuencia
vienen de fuera, de elementos contaminantes y no desde adentro del Estado como
realmente ocurre. Villanueva concluye (2014): Peña no entiende que “él forma
parte de lo que se debe cambiar”.
A más de tres meses de ocurridos la desaparición de los
normalistas, el proceso de Ayotzinapa ya presenta consecuencias políticas,
sociales, económicas y culturales relevantes en forma de una avalancha de
cambios cuantitativos:
1) Ha logrado mantener el interés y la indignación de la
población en el caso durante estos meses en las calles y en los medios privados
de difusión masiva, aun en época de vacaciones de fin de año. Desde los primeros
días, a los editorialistas y conductores de noticias no les quedó otra
alternativa que “sumarse” al reclamo social de que aparezcan los estudiantes con
vida. Las redes sociales han rebasado a los medios tradicionales de difusión de
noticias, adelantándoseles incluso, en compartir los contenidos multimedia al
momento de estar ocurriendo una movilización o un hecho represivo y no han dado
tregua al sistema político, al que se han encargado de evidenciar cotidianamente
su carácter corrupto, en particular, de la pareja presidencial.
2) Alentó a trabajadores, estudiantes y campesinos a
profundizar sus luchas y en algunos casos, a asumir la autonomía en sus
comunidades: en diciembre de 2014 pobladores del Estado de Guerrero habían
tomado 35 palacios municipales, lo que representa el 43 por ciento del total de
ayuntamientos en la entidad. En cinco ayuntamientos se instalaron gobiernos
autónomos, con concejos y asambleas populares (Goche, 2014). El Movimiento
Popular de Tecoanapa, Guerrero informó que todos los municipios de la Costa
Chica, de Guerrero ya habían sido tomados por los concejos municipales populares
y que las movilizaciones contra el gobierno continuarían (Lara 2014).
3) La lucha por la aparición con vida de los normalistas
de Ayotzinapa se hermanó con otro movimiento de gran trascendencia histórica: el
de los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional que generó un Paro
generalizado de labores en más de 40 escuelas debido a la imposición de un
reglamento autoritario y la adecuación de los planes de estudio a los
requerimientos del Capital imperialista. No sucedía un hecho de esta naturaleza
desde 1987 en que desarrolló una lucha contra el porrismo [2]
en esa institución. A la par de su movimiento, los estudiantes
politécnicos se dieron tiempo y espacio para apoyar a sus compañeros
normalistas. La influencia de Ayotzinapa llevó a las autoridades federales a
aceptar la mayoría de las demandas de los politécnicos y firmar acuerdos
públicos en diciembre. Los políticos se dieron cuenta que la posible
radicalización del movimiento estudiantil se podría articular con la lucha de
las organizaciones guerrerenses, acelerando una insurrección popular de
magnitudes impredecibles.
4) Consigue la renuncia del gobernador del Estado de
Guerrero, quien había sido acusado de participar con el narcotráfico, siendo
éste un hecho inédito en los últimos años, en que ningún mandatario había dejado
su cargo por las movilizaciones sociales, aun cuando este ejemplo podría
replicarse en otras entidades federativas. Asimismo, se logra la separación del
cargo, como presidente municipal de Iguala, de José Luis Abarca Velázquez, quien
fue posteriormente detenido al lado de su esposa, María de los Ángeles Pineda
Villa, ambos responsables de los hechos del 26 y 27 de septiembre.
5) Opone a la imagen idílica y fantasiosa que ha promovido
el gobierno de México en el extranjero, la imagen real de una nación saqueada,
degradada económica y culturalmente por los mismos que hoy ven “un país de
oportunidades”. En octubre del presente año 16 diputados del Parlamento Europeo
se manifestaron “profundamente consternados” por los hechos ocurridos en el
estado de Guerrero y solicitaron que el proceso de modernización del Acuerdo
Global entre México y la Unión Europea (UE), que negocian actualmente las
partes, sea suspendido hasta poder “reconstruir la confianza” con las
autoridades mexicanas en materia de derechos humanos (Appel y Alcaraz 2014). Y
en noviembre i ntelectuales y catedráticos de 25 universidades del mundo
convocaron al Foro Global “México y la herida abierta del mundo”, con el cual
invitaban a estudiantes, comunidades académicas y ciudadanía en general para
que, entre noviembre y diciembre, generaran espacios de información, reflexión y
diálogo sobre la crisis de ingobernabilidad y violaciones de derechos humanos
que vive México y que ha sido puesta en evidencia con la desaparición de 43
estudiantes normalistas (Sinembargo 2014-b).
6) Debilita sustantivamente, a lo interno como externo de
nuestro país, la imagen de Peña Nieto, quien representa la irracional embestida
neoliberal en nuestro país. Apuntalado en los medios de divulgación masiva y en
los partidos políticos oficiales, había impulsado y logrado que se aprobaran
meses atrás en el Congreso, un conjunto de reformas que daban garantía al
Imperialismo financiero para acceder sin obstáculos legales, a la producción de
los principales recursos de la economía nacional, como el gas, el petróleo y la
minería. Dentro de este paquete se encuentra la Reforma educativa, cuyo objetivo
no explícito, era acabar con el pensamiento crítico en las escuelas, en
particular con las normales rurales sobrevivientes. La presión social e
internacional orilló a Peña a firmar una minuta con los padres de los
desaparecidos y los representantes de la normal de Ayotzinapa, en el cual se
compromete a entregar los recursos necesarios para estas escuelas (Romero y
Ramírez 2014). Los principales diarios, publicaciones y cadenas de noticias
internacionales, señalaron el derrumbe político del actual presidente: el diario
estadounidense The New York Times dedicó su espacio editorial del 11 de
noviembre a hablar del fracaso del gobierno de Peña. Por su parte The New
Yorker, en su edición del 12 de noviembre señala que Peña Nieto es a menudo
descrito como un “actor”, en México y en el extranjero se vendió a sí mismo como
un modernizador neoliberal y reformador que iba a llevar a cabo el “Momento de
México”, pero hoy su gobierno de violencia y corrupción, asola el país. The
Washington Post aseguró el 19 de noviembre que el Presidente Enrique Peña Nieto,
quien ha tratado de dirigir la narrativa nacional lejos de la violencia del
narcotráfico y hacia la Reforma Económica, se encuentra justo donde no quería
estar. El Analista en seguridad Alejandro Hope comenta en BBC News de Londres
que el caso se combinó con la compra de una mansión de US $7 millones por parte
de su esposa, Angélica Rivera y el conflicto de interés que representa. Observa
que el desempeño de la economía es uno de los temas que más críticas ha causado
entre los especialistas, pues las expectativas eran muy altas y concluye que “el
país está al borde de una recesión”. El influyente diario francés Le Monde
publicó una nota de portada con la cabeza: “Revuelta de los mexicanos contra el
Estado-mafia”. La televisión pública RT de Rusia publicó un reportaje enmarcado
en el segundo aniversario de Enrique Peña en el poder y aseguró que su
popularidad ha caído al nivel más bajo para un presidente mexicano desde 1995.
Televisión Nacional de Chile (TVN) destacó que el crimen de Iguala es uno de los
peores de la historia reciente de América Latina. TeleSUR de Venezuela realizó
un reportaje titulado: Mexicanos rechazan políticas del gobierno de Enrique Peña
Nieto (Palestino 2014). La Revista Forbes indicó que l a crisis política y
social detonada por la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural
de Ayotzinapa despertó serias dudas sobre la capacidad del gobierno de Peña
Nieto para hacer frente al problema de violencia en el país (La Jornada 2014).
7) Las movilizaciones han obligado al Estado mexicano a
resolver el caso pronta y satisfactoriamente. El alargamiento de las
investigaciones, el montaje de hechos inverosímiles, como la versión del
Procurador General de la República de que los estudiantes fueron asesinados,
quemados y reducidos a cenizas por miembros de un Cártel del narcotráfico o el
intento de desviar la atención con noticias escandalosas y distractores, ha
abonado mayor descrédito al actual régimen.
8) Asimismo, el movimiento logró contener y evidenciar la
represión del Estado, aun cuando los normalistas tomaron la sede del Congreso
local e incendiaron el Palacio de Gobierno de Guerrero, el pasado 13 de octubre
y teniendo como antecedente la represión sistemática a las manifestaciones
contra el régimen, aumentando con ello el número de presos políticos en el país.
El Gobierno Federal ha fracasado en su intento de desacreditar y aislar a los
profesores de Guerrero y más recientemente a los padres de familia. Tanto
padres, estudiantes de la Normal de Ayotzinapa como integrantes del Movimiento
Popular en Guerrero han sido amedrentados continuamente para que abandonen la
lucha: los presionan para que dejen de movilizarse, los vigilan afuera de sus
casas y a los papás les están ofreciendo dinero para que dejen de buscar a sus
hijos (Sin embargo, 2014-c). El Gobierno Federal lleva a cabo una estrategia
para desprestigiar a todas las organizaciones que apoyan el movimiento: las
autoridades ya habían intentado vincular a los jóvenes normalistas con el grupo
delincuencial Los Rojos; el Centro de Inteligencia y Seguridad
Nacional “fichó” a los abogados que acompañan a los familiares de las víctimas,
el Secretario de Marina Vidal Francisco Soberón Sanz afirmó que los padres de
los normalistas eran “manipulados” por grupos que sólo buscan intereses
particulares y el domingo 14 de diciembre, un grupo de policías en estado de
ebriedad rompió las vallas del sitio donde se iba a realizar un concierto en
apoyo al movimiento, provocando un enfrentamiento entre activistas solidarios y
la policía (Camacho 2014). La represión alcanzó a las movilizaciones de la
Ciudad de México, donde se provocaron enfrentamientos con la policía y se pudo
documentar la detención arbitraria de personas, agresiones físicas y
psicológicas a manifestantes, defensores de derechos humanos y periodistas. A 11
personas detenidas tras la Manifestación del 20 de noviembre se les intentó
imputar los cargos de motín, asociación delictuosa y tentativa de homicidio. De
acuerdo a versiones de funcionarios consultados por el diario La Jornada (Méndez
2014), los agentes ministeriales que tenían a cargo la investigación, recibieron
la indicación de sus mandos superiores de acreditar también el delito de
terrorismo a los detenidos. Y aunque se les trasladó a penales de alta seguridad
fuera de la Ciudad de México, para dificultar su defensa, 9 días después fueron
liberados por falta de elementos para procesarlos. En el norte del país,
elementos del Ejército mexicano ingresaron a la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila. Uno de los estudiantes denunció
que entraron armados, tomaron fotografías y vídeos, además, traían nombres de
alumnos que habían participado en la manifestación del 20 de noviembre (El Siglo
de Torreón, 2014). El pasado 2 de diciembre, con el voto mayoritario del PRI y
los partidos de derecha, se aprobó en la Cámara de Diputados una Ley de
Movilidad, que consiste en reformas a los artículos 11 y 73 de la Constitución
Política Mexicana y que puede servir al Estado para criminalizar las protestas,
reprimiendo las manifestaciones con el pretexto de garantizar la movilidad de
otros ciudadanos. El dictamen fue enviado al Senado, quien podrá aprobarlo en
los próximos meses.
De esta manera, el Movimiento Internacional por Ayotzinapa
representa una ventana abierta, que permite visualizar escenarios alternativos
al de la violencia y la inseguridad institucionalizadas, el despojo de los
recursos naturales y la explotación desmedida de la fuerza de trabajo mexicana.
La brutal represión a los normalistas evidenció de manera
nítida que los sicarios del narcotráfico -por un lado-, y el ejército -por el
otro-, constituyen los brazos armados del Estado mexicano, que donde quiera que
se establecen –el segundo con el pretexto de combatir a los primeros- inhiben en
las poblaciones el ejercicio de sus derechos colectivos y garantías
individuales, como los de libre tránsito, libertad de expresión y manifestación;
impiden también que defiendan sus recursos naturales como sucede en el Estado
Guerrero, en el que las mineras trasnacionales -principalmente canadienses-,
pretenden despojar y controlar amplios territorios de las comunidades campesinas
y evitar que defiendan su derecho mismo a la vida.
Ayotzinapa se levanta vigorosa, renovada y digna;
aportando dirección y sentido a la fragmentada lucha social, resultado de
sucesivas derrotas políticas. Su fuerza radica en la justeza de sus demandas:
presentación con vida de los 42 normalistas desaparecidos y castigo para los
autores materiales e intelectuales de los hechos, renuncia de Enrique Peña Nieto
porque no representa los intereses, ni aspiraciones del pueblo mexicano, que han
permitido aglutinar a los trabajadores del campo y la ciudad, a estudiantes,
intelectuales, amas de casa, junto a organizaciones de lucha social y política.
El principal desafío es mantener la unidad del movimiento,
promoviendo la inclusión de los diversos sectores sociales en una lucha
revolucionaria e imaginativa, en la que uno de sus objetivos estratégicos sea
construir organizaciones permanentes, que se preparen para profundizar la lucha
de clases, que confronten sus ideas y posturas políticas en debates francos y en
los que se respeten los acuerdos. El movimiento debe prepararse para generar
cambios políticos a su paso, a la par que evade la represión…
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Notas
[1] La versión que ha
sostenido el Gobierno Federal es que se trató de un hecho aislado del crimen
organizado. En realidad fue una acción coordinada de las fuerzas del Estado,
para hostigar a una de las Escuelas con mayor tradición de lucha social en
México, que estorba a la Reforma Educativa impulsada por el gobierno en turno y
a la que pretendía desaparecer. Una investigación periodística, basada en
documentos oficiales (informes inéditos y declaraciones judiciales), vídeos y
testimonios obtenidos por la Revista Proceso y analizados con el apoyo del
Programa de Periodismo de Investigación de la Universidad de Berkeley,
California, revela que fuerzas federales actuaron directamente en el atentado
contra los normalistas. De acuerdo con la información obtenida por Proceso
en la Normal de Ayotzinapa, el ataque y desaparición de los estudiantes fue
dirigido específicamente a la estructura ideológica y de gobierno de la
institución, pues de los 43 desaparecidos uno formaba parte del Comité de Lucha
Estudiantil, máximo órgano de gobierno de la escuela y 10 eran “activistas
políticos en formación” del Comité de Orientación Política e Ideológica (COPI).
Un informe inédito del gobierno de Guerrero –fechado en octubre y entregado a la
Secretaría de Gobernación (Segob) hace más de un mes– señala que desde su salida
de las instalaciones de la Normal de Ayotzinapa, los estudiantes eran
monitoreados por agentes de las administraciones estatal y federal (Hernández y
Fisher 2014). Organizaciones de la sociedad civil expresaron en un comunicado
que “testigos estudiantes y gente local, afirman que los atacantes, después del
incidente recogieron los casquillos; que la calle estaba cerrada por policías
encapuchados, con armas largas y uniformes oscuros (distintos de los de la
policía municipal) y que estaban equipados con pecheras, rodilleras, cascos,
coderas, y pasamontañas; que una patrulla traía soporte para ametralladora,
además de que en uso de los camiones se encontraron residuos de gas
lacrimógeno”. También aseguran que el Procurador General de la República miente
cuando dice que los normalistas fueron asesinados y quemados. El titular del
Instituto de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Jorge
Montemayor, demostró que tal como lo presentó la dependencia de gobierno a la
opinión pública resulta imposible haberlo realizado: “la hipótesis de que fueron
quemados en el basurero de Cocula no tiene ningún sustento en hechos físicos o
químicos naturales”. (Sin embargo, 2014). Denunciaron también que el ataque en
Ayotzinapa no es un hecho aislado y que las agresiones se deben a que “Guerrero
es un estado que se encuentra en la franja de oro del país, tiene 705
concesiones a trasnacionales mineras vigentes que amparan una superficie de
1,317,452 hectáreas, equivalentes al 20.5% del total de su territorio y a tan
sólo una hora de Iguala, se encuentra la mina de oro más importante de
Latinoamérica, de la que se pretende extraer más de 60 millones de toneladas del
metal áureo”.
[2] En México se les
denomina porros a los jóvenes y adultos que operan en la Escuelas
públicas de Educación Media Superior y Superior (bachilleratos y universidades).
Suelen asistir a los partidos de futbol soccer y americano –de allí el nombre- y
se comportan violentamente. Algunos de estos grupos funcionan como grupos de
choque, ya que son financiados por las autoridades estatales para atacar, vejar,
robar, generar miedo en las escuelas e impedir la organización
estudiantil.