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Países árabes
“La ‘primavera árabe’ ha acabado en invierno”
Gilbert
Achcar
Viento
Sur
Martes 30 de diciembre de 2014
Entrevista con el conocido académico libanés Gilbert Achcar, autor
de “The People Want: A Radical Exploration of the Arab Uprising”
(2013), sobre la lucha por la democratización de Oriente Medio y África del
Norte. Todo comenzó el 18 de diciembre de 2010 con una revuelta popular
desencadenada por la autoinmolación de un vendedor callejero tunecino, Mohamed
Bouazizi, que protestó de este modo contra el régimen corrupto y autocrático del
país. Esto dio pie a una serie de levantamientos revolucionarios en Oriente
Medio y África del Norte que derribaron a los gobiernos dictatoriales de Túnez,
Libia, Egipto y Yemen. Popularmente conocido por el nombre de “primavera árabe”,
el movimiento ha ido cayendo desde entonces en el caos, dando lugar a un aumento
del poder de los fundamentalistas musulmanes. En esta entrevista realizada por
Skype, el profesor de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS), de
la Universidad de Londres, afirma que la región no ha perdido todavía la
esperanza. Reproducimos algunos extractos.
Desde las revueltas de 2010-2011, salvo en Túnez, el modelo de
democracia liberal no ha conseguido levantar el vuelo en los países de Oriente
Medio y África del Norte. ¿Queda todavía alguna esperanza o contempla usted
incluso la democracia liberal “electoral” como una respuesta a la crisis en
curso en la región? Hemos visto, por ejemplo, cómo a pesar de las elecciones
celebradas en junio de este año, el dictador Bachar el Assad, del partido Baas,
conserva el poder en Siria…
La
cuestión de la democracia en la región de Oriente Medio y África del
Norte no puede reducirse a la democracia liberal tal como prevalece actualmente
en Occidente. Aunque entendamos el liberalismo en su sentido exclusivamente
político, los países árabes están muy lejos de practicarlo, y esto se aplica
también a Túnez, donde ahora se ha establecido un gobierno formalmente
democrático. La región sufre una crisis social y económica muy profunda, que
está en la raíz de la agitación general y de las revueltas. Para resolver la
crisis actual es preciso que la región se aparte del modelo socioeconómico
liberal, que es el causante de la crisis. El verdadero escollo es la combinación
de un “Estado profundo” sumamente represivo y corrupto con un capitalismo de
amiguetes de la peor calaña. Esta combinación no ha sido desmantelada en ningún
país de la región, ni siquiera en Túnez. En Siria, donde la dictadura baasista
está atrincherada en el poder desde hace medio siglo, las elecciones carecieron
de toda legitimidad democrática. Para lograr una democratización real es preciso
desmantelar el “Estado profundo” que mantiene el orden sociopolítico en la
región.
La oleada inicial de esperanza de que los pueblos árabes pudieran
librarse de los regímenes autocráticos parece haberse desvanecido. Cuando
comenzó el movimiento en 2010 hubo mucha euforia, ahora ya no la hay. ¿Hacia
dónde evoluciona el movimiento en su opinión?
La
euforia, cuando comenzó el movimiento, era fruto de ilusiones, pero la
justificaba el hecho de que los pueblos de la región empezaron a salir
masivamente a las calles con ánimo de imponer su voluntad. Sin embargo, el acto
de salir a las calles no bastó por sí mismo para lograr los objetivos a que
aspiraban. Hubo un enorme levantamiento popular en la región de Oriente Medio y
África del Norte, pero con unas fuerzas progresistas débiles y/o desorientadas.
Incluso en un país como Túnez, donde existe una potente organización progresista
en forma de movimiento sindical dominado por la izquierda, esta última carece de
una estrategia acertada. Cayeron en la trampa de la bipolaridad entre dos
fuerzas igual de reaccionarias: los antiguos regímenes por un lado y las fuerzas
de oposición fundamentalista islámica por otro.
Las
fuerzas progresistas se han aliado sucesivamente con uno u otro de estos dos
polos contrarrevolucionarios. En estos momentos predomina la lucha intestina
entre estos dos sectores reaccionarios en países como Siria, Yemen, Libia y
hasta cierto punto también en Egipto. Esta es la causa principal de que se haya
perdido todo el impulso del movimiento inicial. Las fuerzas fanáticas del
fundamentalismo islámico han crecido en toda la región, sobre todo en el caso
del autoproclamado “Estado islámico” y califato. Lo que debió estar claro desde
el principio salta ahora a la vista: el cambio radical de régimen solo puede ser
violento debido a la extrema brutalidad del antiguo régimen. Sin embargo,
concluir que el antiguo régimen ha ganado la partida sería un signo de miopía.
Los países de la región siguen siendo los que tienen las mayores tasas de
desempleo del mundo, y hasta que no se resuelva esta cuestión crucial, la
revuelta continuará. Vengo diciendo esto desde 2011 y por eso mismo he sostenido
que lo que comenzó entonces no es una “primavera” −que implica estacionalidad−,
sino un proceso revolucionario prolongado que durará varios años y décadas hasta
que la región alcance una estabilidad duradera.
En su obra califica usted a los países árabes de Estados rentistas,
ya que derivan la mayor parte de sus ingresos del petróleo y del gas. La
reciente caída de los precios del petróleo en todo el mundo ha golpeado
duramente a las economías de estos países. ¿Qué clase de transformación
socioeconómica es necesaria para resolver la crisis actual de la región?
Efectivamente, la región entera depende en gran medida de las
exportaciones de petróleo y gas, materias cuyos precios los fija el mercado
mundial, y estos precios son sumamente volátiles. Por tanto, los países de la
región se enfrentan al riesgo de fuertes subidas y bajadas de la economía. Sin
embargo, no todos los países de la región se exponen a los mismos efectos, pues
mientras unos son importadores de petróleo, otros son pequeños productores y
otros exportadores masivos. De todos modos, el petróleo domina la economía
regional en su conjunto. Un aspecto importante del cambio radical necesario en
la región, por consiguiente, es la diversificación de las economías mediante el
desarrollo de una base industrial real y la reducción de la dependencia de las
exportaciones de petróleo y gas. La región no carece de recursos naturales,
capital y mano de obra, aunque gran parte de los recursos naturales y del
capital acumulado gracias a su exportación están bajo control occidental. Todos
los grandes exportadores de petróleo de la región –los países miembros del
Consejo de Cooperación del Golfo, que abarca a los Estados árabes más ricos–
dependen de EE UU para su supervivencia y seguridad. El reino de Arabia Saudí es
el verdadero causante de la caída de los precios del petróleo y lo está haciendo
en detrimento de su propia economía por razones estratégicas y en beneficio de
EE UU. El grueso del dinero saudí guardado en el extranjero está invertido en
bonos del tesoro de EE UU y en bancos estadounidenses. Todo esto redunda en
pérdidas netas para el conjunto de la región. El imperialismo occidental ha
creado el sistema regional de las monarquías del Golfo con el fin de asegurarse
la explotación de sus recursos, y esto puede seguir siendo así hasta que se haya
extraído la última gota de petróleo de la región.
Otro
aspecto del cambio radical que hace falta para que la región supere su
desastrosa condición estriba en la realización del sueño de un dirigente como el
antiguo presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser, quien quiso unificar a los
países árabes en una república federal o una unión de repúblicas. Se trata de un
grupo de países que hablan la misma lengua y comparten la misma cultura, pero
están divididos en dos docenas de Estados para servir a los intereses de
antiguas fuerzas imperiales que desean perpetuar esta división. Esto en un
periodo en que Europa, con su mayor diversidad de culturas, ha estado
construyendo su propia unión.
¿Apoya usted la intervención de Occidente en países árabes que,
como Siria, están sumidos en luchas intestinas? En su libro no adopta usted una
postura categórica al respecto…
El
imperialismo occidental es una parte importante del problema de la región y
definitivamente no es parte de la solución. Sin embargo, esto no me lleva a
adoptar actitudes mecánicas para oponerme a cualquier forma de intervención en
cualquier circunstancia. Cuando se da la circunstancia de que una ciudad o una
población entera están a punto de sufrir una masacre de grandes dimensiones
–como fue el caso de Bengasi en Libia o de la ciudad de Kobane en la parte siria
del Kurdistán–, a falta de cualquier alternativa uno no puede oponerse a las
incursiones aéreas en la medida en que contribuyan a evitar la amenaza
inminente. Pero tan pronto dicha amenaza se ha disipado, entonces
sí hay que oponerse a esta intervención directa de Occidente. EE UU, que dirige
tales intervenciones, trata siempre de apoderarse de los procesos en curso y
orientarlos en función de sus propios intereses, y por eso me opongo a la
intervención militar directa de Occidente en general. Sin embargo, apoyo la
petición de entrega de armas formulada por la revuelta libia en 2011, por la
oposición democrática siria desde 2012 o por las fuerzas de izquierda kurdas en
2014. Necesitan armas para repeler a unas fuerzas que cuentan con mucho más
armamento pesado que ellas. Sin embargo, EE UU, tanto en Libia en 2011 como en
Siria desde entonces, se niega a suministrar a las oposiciones democráticas las
armas defensivas que precisan. Por eso creo que EE UU tiene una gran
responsabilidad en la enorme masacre cometida contra el pueblo sirio y en la
destrucción de su país. Si la oposición siria hubiera recibido las armas
defensivas que reclama desde el principio, y en particular armas antiaéreas, el
régimen sirio no habría sido capaz de utilizar su fuerza aérea, con la que ha
perpetrado la mayor parte de la devastación y las muertes en el curso de la
guerra civil en este país.
Los Hermanos Musulmanes se han beneficiado mucho de las revueltas
de la primavera árabe, pues ganaron las elecciones en Túnez y Egipto y
desempeñaron un papel importante en los levantamientos de Siria, Libia y Yemen.
Sin embargo, con la caída del gobierno de Mohamed Morsi en Egipto el año pasado,
sus esperanzas parecen haberse frustrado. ¿Podemos concluir que el
fundamentalismo islámico no es la respuesta a las reivindicaciones de las masas
en estos países? Le pregunto esto porque toda la primavera árabe y sus secuelas
se han analizado sobre todo desde el punto de vista de los movimientos
islámicos, lo que impulsa el discurso intervencionista de Occidente en la región
…
No solo
el fundamentalismo islámico no es la respuesta, sino el propio islam no es la
respuesta, aunque tampoco es el problema. Las revueltas de 2011 no se produjeron
por motivos religiosos, sino que fueron la culminación de la crisis
socioeconómica y de la opresión política que imperan en la región. El fracaso de
los Hermanos Musulmanes se debe sobre todo a que carecen de una política
económica y social diferente de las que aplicaban los antiguos regímenes. En
Túnez y en Egipto no resolvieron las crisis sociales. Lo que estamos
presenciando ahora es el declive de los Hermanos Musulmanes acompañado del
ascenso de fuerzas fundamentalistas que son mucho peores, concretamente Al Qaeda
y el Estado Islámico. La ausencia de un liderazgo progresista es la razón
principal de que diversas fuerzas del fundamentalismo islámico sean capaces de
capitalizar el descontento popular en la región. Para comprender esto desde un
punto de vista histórico basta recordar el surgimiento del fundamentalismo, que
se inició en la década de 1970. En la mayor parte de los países de mayoría
musulmana, el fundamentalismo islámico había sido marginado en los años sesenta,
cuando estaba en auge el nacionalismo de izquierda, representado sobre todo por
Nasser. Fue cuando esta última corriente entró en declive, a partir de los años
setenta, que asistimos al ascenso de las fuerzas del fundamentalismo
islámico.
Durante la “primavera árabe” se destacó el papel de los medios de
comunicación en las revueltas y el de las redes sociales en la organización del
movimiento sobre el terreno. Cuatro años después, ¿cree usted que todavía pueden
ejercer alguna influencia en la organización del movimiento y sus resultados?
El papel
desempeñado por los medios de comunicación modernos y las redes sociales no se
puede revertir, por supuesto. Se ha producido un cambio profundo en el entorno
tecnológico global de la humanidad. La televisión por satélite desempeñó un
papel importante en el reciente levantamiento, y lo sigue haciendo en la
actualidad, aunque en menor grado que en 2011. Por otro lado, el papel de las
redes sociales sigue creciendo. Cuando se calificó la revuelta árabe en 2011 de
“revolución Facebook”, fue una exageración, claro está, pero con su parte de
verdad. Facebook, Twitter, YouTube, todos esos medios se han convertido en
importantes herramientas para la difusión de mensajes e imágenes desde todo el
espectro político, desde las fuerzas progresistas hasta las de extrema derecha,
pues es sabido que el Estado Islámico utiliza Internet profusamente.
¿Qué aconseja a
las fuerzas progresistas que aspiran a una revolución
efectiva?
Las
fuerzas progresistas necesitan armarse de valor para apostar por la lucha y
apostar por la victoria. Si no se produce un cambio radical liderado por ellas,
lo único que veremos será lo que he calificado de “choque de barbaries”. Siria
es el ejemplo más claro en este momento, con el régimen sirio por un lado y el
Ejército Islámico y Al Qaeda por otro. Sin embargo, la revuelta todavía no es
cosa del pasado. La “primavera” árabe ha acabado en “invierno”, pero todavía
quedan estaciones por venir.
25/12/2014
http://www.thehindu.com/opinion/op-ed/arab-spring-has-now-turned-into-a-winter/article6716540.ece
Traducción:
VIENTO SUR
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www.avast.com
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