NCeHu
894/14
Ciudadanía o
barbarie
Jordi
Borja
Sin
Permiso
28/12/14
Hobsbawm
en un bello texto recorrió la historia de Inglaterra desde el siglo XIII hasta
el XX para exponer como los derechos políticos y sociales para todos habían sido
conquistados gradualmente por las luchas de las clases populares, subordinadas y
explotadas por los dueños de los bienes productivos y por la mayoría de los
gobernantes (1). Marx y Engels proclamaron “socialismo o barbarie” en el siglo
XIX y vieron en la burguesía los protagonistas de una revolución industrial que
enriquecía a una minoría y mantenía en la pobreza a la gran mayoría. Pero la
resistencia de los trabajadores les convertía en la fuerza
civilizatoria portadora de más libertad y igualdad. Más tarde
en América Latina Sarmiento retomó y modificó la consigna, “civilización o
barbarie”. Percibió en la sociedad urbana, el Estado democrático y la educación
pública la victoria sobre la barbarie. El llamado Estado del bienestar fue un
avance popular y ciudadano que esbozaba una síntesis de ambas proclamaciones.
Pero los progresos fueron precarios y las crisis cíclicas provocaban regresiones
de los derechos sociales y políticas en detrimento de las clases populares y
medias. Henri Lefebvre (2) dio un nuevo paso adelante y
planteó la identificación entre el capitalismo postindustrial y la urbanización
del conjunto de la sociedad. Su propuesta, “la revolución será urbana o no será”
ha sido recuperada en los últimos años por pensadores de la ciudad, y de la
urbanización sin ciudad, como David Harvey (3).
Actualmente vivimos un cambio de época. La llamada “globalización”
en su dimensión financiera ha estimulado la economía especulativa, la
urbanización sin ciudad, la dualización social y la subordinación corruptora de
los gobiernos a los mecanismos ciegos e invisibles de los mercados. El resultado
ha sido la crisis de la economía productiva, la precarización y la reducción de
la masa salarial, el descrédito de las instituciones políticas y de los
gobernantes y el gradual desmoronamiento del “estado del bienestar”. Las
ciudades, ámbito por excelencia de la organización del trabajo y de la
reproducción social, son el escenario de la crisis y del conflicto (4). La
democracia nació en las ciudades, su degradación se vive y se hace más visible
en el espacio público urbano y la resistencia social se expresa en este mismo
espacio político y físico.
El marco
legal establecido, denominado erróneamente “Estado de derecho”, se ha convertido
en muchos casos como Estado contra los derechos. En estos momentos históricos de
cambio la democracia se enfrenta con el Estado y los poderes económicos
dominantes. Las clases populares, víctimas de los gestores del cambio, son
también las fuerzas de resistencia y la esperanza de una alternativa. La
cuestión de los derechos está hoy en el centro del conflicto social y de la
naturaleza del Estado.
La
reacción de los gobiernos evidencia que la bandera de la democracia no reside en
el Estado sino en la sociedad política movilizada y principalmente en las clases
populares. Los gobernantes y los mercados tienden a fragmentar, precarizar y
excluir a los trabajadores, criminalizan los conflictos sociales, modifican las
leyes para facilitar la represión, promueven el miedo como instrumento de
generar un consenso pasivo y resignado y en nombre de la seguridad aplican el
terrorismo de Estado y degradan la justicia institucional mediante la
arbitrariedad clasista. En España a lo largo de la última década se han
modificado varias veces el código penal y muchos ayuntamientos gobernados tanto
por el PP (derecha) como por el PSOE (socialistas) han aprobado normas de
civismo propias de la extrema derecha. Para colofón hace unos días la mayoría
conservadora ha aprobado en el Congreso de diputados una “ley de seguridad
ciudadana” que inmediatamente se ha hecho famosa como “ley mordaza”. Una
ley que criminaliza la expresión de los conflictos en el espacio público y que
de facto permite reprimir cualquier manifestación crítica contra las
instituciones políticas y las entidades económicas.
Un
aspecto especialmente perverso es la aplicación de sanciones pecuniarias enormes
a los promotores y convocantes, también a los que han apoyado
públicamente o a los participantes de actos en los espacios o en los edificios
públicos, o ante la entrada de instituciones,
empresas o residencias de dirigentes
políticos o económicos. Se penalizan las manifestaciones, concentraciones,
ocupaciones pacíficas, escarches, piquetes informativos, resistencia a la
policía (no mostrar el carnet de identidad, haber grabado a un agente, etc). Y
se aumentan las sanciones si se trata sedes y dirigentes de instituciones o
partidos políticos y de grandes empresas o bancos. Es suficiente la palabra de
un policía como prueba. Y basta que un pequeño grupo de provocadores o
infiltrados cometa algún acto de violencia es suficiente para sancionar a
cualquiera que haya promovido o participado en un acto sirve
para condenar tanto a los que promovieron o apoyaron el acto o participaron en
el mismo. Las sanciones que se aplican son administrativas, las aplica el
ministerio del Interior al margen de la judicatura. Las multas pueden llegar a
600.000 euros y en la mayoría de los casos son de bastantes miles de euros. Por
ejemplo grabar la intervención policial en el espacio público se multa con 30
000 euros. Las personas que sufren estas sanciones pueden quedar gravemente
afectades pues pueden perder su vivienda u otros bienes, ser deudores durante
muchos años, etc. Es decir discapacitarles como ciudadanos. Se trata de una
forma de terrorismo de Estado especialmente perversa, arbitraria e injusta. Una
forma de represión propia de las tiranías absolutas, no hay delito, las penas no
se derivan de un juicio promovido por la judicatura, las sanciones no son
recurribles frente a una institución que no sea la que las ha impuesto, los
represores son los que aplican la pena al margen de testigos neutrales, se
sancionan no conductas concretas de individuos sino la mera presencia o apoyo en
un acto masivo. Es el retorno al “Estado absoluto” anterior a las revoluciones
democráticas de los siglos XVIII y XIX. Es el caso del Estado español y del
gobierno del PP (5). La barbarie hoy procede del Estado, la ciudadanía se
conquista y se ejerce en el espacio público en defensa de las libertades. La
democracia se defiende frente a unos gobiernos que han
pervertido el derecho.
Notas:
1. “La clase obrera y los derechos humanos”,
conferencia de E.J. Hobsbawm en Emory University, Atlanta,
1982.
2. Henri
Lefebvre, profesor de la Sorbonne (Paris), filósofo y sociólogo marxista y
excomunista, uno de los fundadores de la “sociología de la vida cotidiana y que
renovó la sociología urbana con sus obras escritas a finales de la década de los
60, especialmente El derecho a la ciudad y La revolución
urbana.
3. Nos
parece significativo que los dos “cientistas sociales” probablemente más citados
en el mundo sean Habsbawm y Harvey, ambos británicos y marxistas. De Harvey ver
Ciudades rebeldes, Akal, Madrid. 2013
4. Veáse
del autor “Revolución urbana y derechos ciudadanos”, Alianza Editorial
2013
5. Ver
“La bestia sin bozal” de Jaume Asens y Gerardo Pisarello, Editorial Catarata,
Madrid, 2014
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