NCeHu
842/14
¿No al
Estado?
Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada
México, 4/12/14
La crisis que estamos
viviendo no se parece a otras que han conmocionado al país en las últimas
décadas, aunque algunos rasgos parezcan repetirse. La situación actual no está
directamente vinculada al colapso súbito de las cuentas públicas, como ocurrió
en el umbral de los sexenios de Salinas y Zedillo. Tampoco expresa el malestar
de un sector social bien definido, como en el 68. La economía, ciertamente,
determina el ritmo y el rumbo del país en un horizonte global que no supera aún
el efecto devastador de la gran recesión, pero es la política la que se
tambalea, como si de la noche a la mañana su aparente fortaleza se convirtiera
en debilidad. Años de violencia extrema cultivada en los intersticios del
Estado, allí donde las instituciones debían servir al ciudadano, han gestado una
profunda indignación popular que espontánea e inevitablemente se dirige contra
los máximos representantes del poder, independientemente de las
responsabilidades atribuibles a cada una de las autoridades. El desbordamiento
de la protesta tras la tragedia de Iguala prueba la fragilidad de las
instituciones, el fracaso de una ruta que no reconoce el desajuste abismal entre
las necesidades, los problemas y los sentimientos del país real y el
funcionamiento del Estado. Sin embargo, ni las autoridades ni los partidos en el
Congreso asumen hasta hoy la gravedad de los hechos y en qué grado erosionan la
democracia. Confían en remodelaciones parciales del orden legal pero omiten la
reflexión sobre qué país saldrá de esta crisis. Sujetos a las inercias del
poder, no perciben la conexión sustantiva entre la desigualdad que define la
vida mexicana, la expansión de la violencia criminal y la descomposición de la
vida pública. El juicio negativo alcanza a todos los partidos, anulando en los
hechos las virtudes de la competencia electoral como fórmula para superar
pacíficamente las disputas en curso. Peligrosamente, los ciudadanos se preguntan
no ya por quién votar en 2015, sino por algo más grave y preocupante: ¿tiene
sentido votar, aunque no hacerlo garantice la victoria sin contrapesos de los
usufructuarios del poder?
Algunas reacciones
presuntamente radicales se alzan contra el Estado, pero en México el No al
Estado no es una consigna libertaria, sino la expresión condensada de los
ideales de una burguesía parasitaria que nunca fue democrática ni mucho menos
igualitaria. Las clases populares necesitan del Estado, hoy acorralado por
aquellos que sólo pretendían convertirlo en el promotor de los intereses
particulares que en teoría resolverían los grandes problemas nacionales.
Esa es parte de la discusión estratégica que acompaña esta crisis, luego de que
el modelo constitucional ha sido desarmado sin remedio. El camino de las
reformas estructurales , tal cual se han aprobado, no asegura el cambio
que la sociedad mayoritaria exige, pero crea condiciones para la inestabilidad y
el conflicto, como lo subrayan las declaraciones levantiscas de los prohombres
de la libertad de empresa, siempre tan dispuestos a reclamar sus privilegios,
junto con la mano dura como manera de gobernar.
La crisis actual, no
se olvide, no sólo responde a la ineptitud del Estado para atender demandas
visibles y justas, sino también a la desconfianza histórica de cierto
antigobiernismo histórico, arraigado en el espacio y la mentalidad de las
fuerzas conservadoras que le arrebataron la Presidencia al PRI. Ese es el centro
de las campañas de desconfianza hechas de rumores y quejas que tiñeron la
decadencia del viejo presidencialismo, al punto de que hoy Peña Nieto vive la
mayor crisis de credibilidad de un mandatario a estas alturas del
sexenio.
Está claro que, al
mismo tiempo que la protesta popular, desde los cenáculos empresariales corre
una visión del país que no admite del gobierno otra cosa que sumisión absoluta,
garantías totales para sus privilegios y, sobre todo, eficacia para mantener el
orden a toda costa. Si bien nadie debería engañarse en cuanto al significado que
para ellos tiene el estado de derecho , es imposible no ver en los
reiterados actos de provocación el intento de poner en entredicho las razones de
las movilizaciones pacíficas para arrinconarlas, antes de que éstas hallen un
cauce que les permita actuar renovando los métodos de acción y dándoles nuevos
contenidos.
El Presidente sigue
atrapado, como no podía ser de otro modo, en su mundo de reflejos y referencias
políticas. No las puede cambiar. No ve en su actuación signos de error. Y se
comunica tan bien o tan mal como lo ha hecho siempre, valido de los mismos
recursos. No ve, por tanto, lo principal: que la sociedad ha cambiado mucho mas
rápido que el gobierno, que la crisis de credibilidad es la crisis de opciones
aquí y ahora.
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