Este sábado al anochecer, un día después de que el Gobierno haya dado por asesinados a los 43 estudiantes de Ayotzinapa,
una manifestación recorrió el centro de México DF hasta el Zócalo, plaza
principal de la capital y centro simbólico de la República. Durante el camino la
marcha fue ganando volumen hasta convertirse en una larga columna de miles de
personas que acudieron a una convocatoria no partidista levantada en una sola
jornada a través de redes sociales, con la indignación colectiva como
palanca.
El transcurso de la manifestación fue pacífico, pero al llegar al Zócalo un
grupúsculo violento aprovechó la ausencia de despliegue policial para echarse
contra la puerta de madera del viejo Palacio Nacional, sede del presidente del
Gobierno, pintando sobre ella con aerosol, golpeándola y llegando a tratar de
incendiarla. Las llamas incluso prendieron en la madera. Los radicales,
alrededor de una docena de jóvenes que pusieron un broche de caos a una
multitudinaria manifestación cívica, estuvieron más de una hora cebándose con la
puerta sin fuerzas de seguridad a la vista, hasta que unos 50 guardias salieron
del Palacio y lograron alejarlos y establecer un perímetro de seguridad en torno
a la puerta.
El momento de la intervención de los guardias llegó en un instante de
especial tensión en el que un hombre vestido de civil, tal vez un oficial, se
acercó por un lateral hasta el núcleo de violencia y al cabo de unos segundos
echó a correr, intentando escapar, y fue alcanzado y golpeado en el suelo por
varios radicales. Acto seguido apareció una fila de guardias por un lateral del
Palacio. Por entonces, el Zócalo ya se había quedado prácticamente vacío y la
muestra masiva de indignación ciudadana por el crimen de Iguala había sido
sustituida por un insólito pandemonio de ira a pequeña escala en un escenario de
crucial trascendencia simbólica en México.
Después de que los guardias asegurasen la puerta, llegaron agentes
antidisturbios de la policía local del DF y se desplegaron por la plaza para
dispersar definitivamente a los radicales. Hubo golpes contra algunos de los que
quedaban en el Zócalo y un hombre quedó herido. Los policías se replegaron y al
cabo de unos minutos llegó una ambulancia para atenderlo. Cuando los paramédicos
lo atendían, una mujer que estaba al lado sufrió un ataque epiléptico. Hubo
detenidos, pero de momento no hay información oficial del número de
arrestos.
Cuando empezó la marcha, dos horas antes, al frente iba una bandera de México
de 15 metros de largo cuyas bandas laterales, en vez de rojas y verdes, como en
el emblema de verdad, son negras. La banda blanca se mantenía en el medio, con
el escudo del águila devorando una serpiente, pero sobre la representación del
origen del imperio azteca no ponía ‘Estados Unidos Mexicanos’ sino ‘El Estado ha
muerto’. La bandera era obra del “contingente de la comunidad artística”, según
explicó uno de sus miembros, que prefirió no dar su nombre. Era un actor de
teatro de 28 años con la voz rascada de gritar.
Decía que la
concentración se había organizado a través de las redes de manera espontánea, y
esperaba que ese siguiese siendo el modo de movilización hasta alcanzar el mayor
volumen posible: “No buscamos que nadie tome el control, sino que todos nos
unamos a la propuesta de quién sea. No queremos que se cree un caudillismo. ¡Y
tenemos que lograr ser muchos más, al menos 100.000 o 200.000!”.
La
manifestación partió de delante de la sede de la Procuraduría General de la
República, responsable de la investigación de la matanza. En un cartel se leía:
“Murillo, ¿estás cansado? Pues nosotros estamos hasta la madre. Renuncia”, en
referencia al procurador general Jesús Murillo Karam, que el viernes, en la
rueda de prensa en la que informó del fatal testimonio de tres sicarios -que los
43 habían sido asesinados y quemados en un basurero-, casi al final, tras
responder durante media hora a preguntas de reporteros, dijo ante el micrófono:
“Ya me cansé”. Un resbalón en la prórroga de una comparecencia que durante una
hora había sido sólida y que justo cuando acababa dejó esas tres palabras que en
las redes sociales se ha convertido en un lema de hartazgo ciudadano:
#YaMeCansé.
Más carteles: “¿Y si tu hijo fuera el 44?”. “Ya me cansé del
miedo. De las redes a las calles”. “México, me dueles mucho. ¿Qué cosechas
sembrando cadáveres?”. “Fuera todos los partidos, ni PRI, ni PAN ni PRD”. “La
conciencia del pueblo no cabe en la cabeza del Estado”.
Y además de los carteles, los lemas coreados, sobre todo uno que ya ha
resonado otras veces en el México de los 30.000 desaparecidos: “¡Vivos se los
llevaron, vivos los queremos!”. Y otro que ha ido resonando cada vez más de
manifestación en manifestación y que alude a la mafia narco-municipal (alcalde y
policiales locales incluidos) que estuvo detrás de la masacre de Iguala: “¡Fue
el Estado! ¡Fue el Estado!”.
Esta es la cuarta manifestación desde el día
de los hechos, 26 de septiembre. La penúltima fue el miércoles pasado y convocó
a decenas de miles de ciudadanos, más de 100.000 según los organizadores y
20.000 según el Gobierno del DF. La mayoría eran estudiantes veinteañeros, dado
que la marcha había sido convocada por las principales universidades de la
capital. La de este sábado no tenía otro motor que la indignación por los hechos
tétricos conocidos el viernes y la fuerza de agregación exponencial de las
redes. Para el jueves 20 de noviembre se está convocado un paro nacional,
también a través de esos medios y sin aparentes liderazgos sectoriales.