¡Eres
tú!
¡Fuera Peña
Nieto!
Guillermo
Almeyra
La Jornada
México, 18/11/14
Nunca un gobierno mexicano ha
recibido un repudio más vasto. Hay un hilo rojo de sangre entre las matanzas de
Tlatelolco de tiempos de Díaz Ordaz y Echeverría, los 50 mil muertos durante el
gobierno de Calderón y los más de 15 mil que lleva en su haber la administración
con Peña Nieto, que es el representante de las trasnacionales y la oligarquía
reducida que explotan México.
El PRI en el gobierno
siempre reprimió sangrientamente o asesinó a los henriquistas, a Rubén Jaramillo
y otros dirigentes campesinos, a los ferrocarrileros, maestros, médicos, pero
nunca descansó sólo en las desapariciones y los asesinatos, porque en otros
periodos todavía podía añadir a sus crímenes concesiones y promesas, y aún tenía
en su seno grupos y tendencias nacionalistas que se diferenciaban de los
fascistas del PAN. Ahora el PRI está unido al PAN y al resto de los partidos del
régimen y tiene dirigentes que plantean la necesidad de un nuevo Díaz Ordaz, es
decir, de matanzas masivas ejemplarizadoras
y de la imposición del
orden
de los cementerios a los nacos y patas-rajadas
que osan
protestar. Ante la desintegración del Estado, convertido en un semiestado ligado
a la delincuencia y dependiente de Estados Unidos, el capitalismo ya no puede
gobernar sino con la violencia y los métodos clandestinos e ilegales.
Eso asusta a una parte de
los empresarios e industriales, a los que debió dirigirse antes de su viaje Peña
Nieto, porque aquéllos temen que la banda de siervos ineptos que sólo piensan en
gozar el lujo malhabido y en multiplicar los Atenco fabrique una situación tal
de odio y desesperación que lleve a millones de mexicanos y mexicanas a
arriesgar la muerte para salvar al país de la crisis que se profundiza y de la
desaparición como nación soberana y sacarse de encima el peligro constante de
asesinato, violación, despojo, desaparición ilegal. Incluso en los serviles
diarios del régimen comienzan a escucharse voces de crítica y
diferenciación.
Por su parte, los creyentes
sinceros y los religiosos populares que creen en los principios humanitarios, de
amor, de igualdad de todos los seres humanos, de justicia y repudio a la
explotación del prójimo, se unen a las movilizaciones por la aparición con vida
de los desaparecidos de la Normal Rural de Ayotzinapa. Los estudiantes de todo
el país y los sindicalistas más conscientes se rebelan a su vez y llenan las
calles. En las grandes empresas y en las clases medias pobres, si bien no hay
todavía paros ni movilizaciones, debido a la desinformación y la intoxicación
por los medios y la despolitización, serpentea sin embargo una sorda inquietud.
El mismo gobierno de Estados Unidos no sabe si desembarazarse de Peña Nieto para
salvar lo salvable de su dominación en este país –como intentó hacer en su
momento con Somoza en Nicaragua– o si esperar que la rabia se calme, que la ola
de indignación popular refluya.
La protesta popular, por su
parte, ya alcanzó un punto alto y, al mismo tiempo, llegó a límites peligrosos.
En efecto, es general la conciencia de que estamos ante un nuevo crimen de
Estado, no ante un delito de un grupo de narcotraficantes y del alcalde de
Iguala (a los que el gobierno quiere transformar en chivos expiatorios, sin
convencer a nadie). El odio y la rabia se concentran en manifestaciones de
repudio y en la quema de los atributos formales del poder estatal, como sucedió
hace más de dos siglos con la destrucción de la prisión de La Bastilla, símbolo
odioso de la tiranía. Pero el poder no está en las casas de gobierno ni en el
Parlamento: está en Washington, en las trasnacionales, en la bolsa y las cámaras
empresariales, Televisa, Tv Azteca, la jerarquía eclesiástica, los bancos. Ese
es el poder que hay que quebrar, el de los amos y mandantes de Peña Nieto. La
legítima violencia de los oprimidos debe ejercerse con eficacia para que no se
disperse en el aire.
Este fue un nuevo crimen de
Estado y es el Estado el que debe cambiar. Pero eso no se logrará, como propone
Morena, pidiéndole a Peña Nieto que renuncie antes del primero de diciembre y
convoque a elecciones anticipadas (¿organizadas por sus agentes de la llamada
justicia electoral, que le dio el triunfo al fraudulento Calderón y al
fraudulento Peña Nieto? ¿O por el Congreso PRIAN-PRD y adláteres al cual hay que
barrer?
Peña Nieto no renunciará.
Debe ser echado por la sociedad movilizada, una parte importante de la cual son
los 15 millones que votaron por López Obrador queriendo un cambio. El propuesto
paro del 20 debe servir para explicar y organizar en las grandes empresas y en
los barrios un paro cívico nacional preparatorio de una huelga general nacional
obrera-estudiantil-campesina con la exigencia democrática de la aparición con
vida de los de Ayotzinapa, la libertad de los presos políticos, el castigo a la
corrupción estatal coludida con el narcotráfico y a los responsables de los
crímenes y desapariciones, el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés sobre
los derechos indígenas, la anulación de las leyes lesivas a los derechos
laborales, de la ley contra la educación pública, de la entrega de los recursos
naturales.
Sólo una amplia
movilización popular podrá separar en las fuerzas armadas a los legalistas y
nacionalistas de los agentes del narcotráfico y del imperialismo como sucedió en
Bolivia o en Túnez. Sólo ella podrá hacer pensar dos veces a Washington antes de
llevar a cabo su tentación constante de intervenir en México, como durante la
Revolución Mexicana o cuando Lázaro Cárdenas nacionalizó el petróleo. Un frente
único contra Peña Nieto y el gobierno oligárquico proimperialista podrá imponer,
como en Bolivia, la expulsión del Presidente y un gobierno provisorio que
organice elecciones generales limpias para una asamblea constituyente con los
medios de comunicación bajo control popular y distribución justa de los espacios
y tiempos.