“Estamos decididos a todo, incluso a perder la vida” dijeron los
padres de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos, en una conferencia
de prensa realizada el viernes 24 en Chilpancingo, Guerrero. Dos días
antes, el 22 de octubre, miles de manifestantes en México y en numerosas
ciudades del mundo participaron del reclamo universal: “Una luz por
Ayotzinapa”. Mientras se encuentran nuevas fosas con restos humanos,
mochilas, zapatos, y lapiceras, toda la clase dominante de México y sus
poderosos aliados al norte del Río Bravo, miran para otro lado, como si
nada tuvieran que ver ni que hacer en esta nueva tragedia mexicana.
Reproducimos en este dossier los artículos de Miguel Concha y Luis
Hernández Navarro, que complementan los trabajos ya publicados semanas
atrás sobre los crímenes de lesa humanidad en Guerrero. Redacción de SP.
A un mes de Ayotzinapa
Los dolorosos e
indignos hechos que se dieron en el tan golpeado sur del país, ahora en
Iguala, Guerrero, a casi un mes de acontecidos, en los que se
desaparecieron forzadamente a 43 jóvenes normalistas, se ejecutaron
arbitrariamente a tres, y más de una veintena padecieron tortura y tratos
crueles, inhumanos y degradantes, son con mucho una muestra del horror y
la tragedia en la que nos encontramos. Tan sólo tratar de imaginar el
terror al que fueron sometidas estas personas, uno se llena de indignación
y profunda consternación por lo que sucede en México. Parecía en efecto
superada una etapa de nuestra historia, pero no es así: los crímenes de
Estado están todavía presentes entre nosotros, pues los casos de
Ayotzinapa son un crimen de lesa humanidad.
El pasado miércoles,
cuando miles y miles de personas marcharon en muchas ciudades de la
República y del mundo, quedó claro que en la sociedad no entendemos este
caso como aislado del resto del contexto nacional, ni mucho menos creemos
que sea producto sólo de la violencia crecida del crimen organizado; por
el contrario, ya sabemos que el Estado mexicano es el responsable de estos
crímenes: desapareció a los estudiantes normalistas, los ejecutó, los
torturó y los maltrató. Así es como deben pasar a la historia estos hechos
estrujantes, que han conmovido masivamente a las personas y pueblos del
mundo.
En este sentido, y por
lo que hace a la desaparición forzada, puedo decir que, tal como establece
la Convención Interamericana sobre el tema (artículo 2), se trata
de la privación de la libertad a una o más personas, cualquiera que
fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de
personas que actúen con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del
Estado, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer
dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona,
con lo cual se impide el ejercicio de los recursos legales y de las
garantías procesales pertinentes. Hoy conocemos las formas en que los
agentes del Estado participaron directamente, junto a sus secuaces, en la
desaparición de los 43 normalistas.
Con base en lo
anterior, al Estado se le generan obligaciones que no puede evadir. Son su
responsabilidad, y por ende debe destinar todos los recursos posibles,
echar mano de manera inmediata de todos los medios a su alcance, para
realizar la búsqueda y presentar con vida a quienes han sido objeto de tan
graves violaciones a sus derechos humanos, o fundamentar su paradero. En
primer lugar, estos hechos jamás debieron ocurrir, pues el Estado está
obligado a prevenirlos mediante la realización de acciones legales e
institucionales efectivas, así como a evitar que estas violaciones se
cometieran por parte de autoridades relacionadas con
particulares.
En todo momento debe
proteger y respetar los derechos de las personas, y por tanto tiene que
crear mecanismos correlacionados con las actividades que realicen sus
servidores públicos, e impedir que cometan actos de desaparición forzada.
Debe además contemplarlo en su marco normativo, teniendo en cuenta las
probabilidades de que se den casos como estos en el ejercicio de sus
funciones, y en todo momento esforzarse por erradicar estas prácticas
entre instituciones coludidas con particulares.
En el caso de
Ayotzinapa, muy a nuestro pesar, es evidente que a escasas horas de
completarse un mes de los hechos, el Estado mexicano ha demostrado
incumplimiento en su obligación de garantizar los derechos de las
víctimas, pues el gobierno federal tardó hasta 10 días en asumir que se
trataba de un caso que compete a los tres niveles de la administración y a
los distintos poderes de la Unión.
Debo decir que es
obligación explícita del Estado en su conjunto establecer un sistema
integral de colaboración en todos sus niveles para la búsqueda inmediata y
la localización de las personas desaparecidas, así como para la
investigación de los hechos, la atención a las víctimas y la reparación
integral del daño. En relación con esto, el Estado debe garantizar también
que en un contexto de graves, manifiestas, masivas y sistemáticas
violaciones a los derechos humanos, la desaparición forzada constituye un
crimen de lesa humanidad que no puede investigar de manera aislada, tal
como la comunidad internacional se lo ha venido exigiendo.
Ayotzinapa es un
crimen de Estado, lo repetiremos y denunciaremos hasta el cansancio. Hasta
que todo el mundo se entere de que el Estado mexicano ha configurado un
aparato que comete graves violaciones a los derechos humanos. En este
caso, a jóvenes normalistas y a sus familias. Estas últimas tienen el
principalísimo derecho a la verdad, y podría agregar que a la verdad
verdadera. Es decir, a saber cómo sucedieron en realidad los hechos. Es
inaceptable que el Estado administre la información y limite el acceso de
los familiares a conocer sobre los procesos de investigación y búsqueda.
Es un derecho de las familias ser informadas primariamente sobre los
pormenores de lo que pasó y está pasando.
Asimismo, en cuanto
hace a su obligación de reparar los daños, el Estado debe proceder de
manera individualizada, es decir, por cada una de las personas afectadas y
por cada uno de sus familiares. Y ésta no debe depender de la
investigación, de la sanción a los posibles responsables, ni del éxito o
no de la búsqueda de las personas desaparecidas.
La reparación debe
además proveerse de manera integral, así como estar apegada a las
necesidades y exigencias de las víctimas. No debe calcularla, debe
preguntar sobre los mecanismos que las víctimas establezcan en cuanto a
forma y medios por los cuales consideren que podrían ver medianamente
reparado el daño ocasionado. De entrada sabemos que nada puede ayudar más
a las familias que la presentación con vida de los jóvenes desaparecidos
forzadamente. Hoy las familias y toda la sociedad somos conscientes de que
en México necesitamos organizarnos pacíficamente para erradicar este
sistema de muerte. Ayotzinapa debe ser un punto de quiebre en el
país.
Miguel Concha es un
sacerdote mexicano, veterano activista de la lucha a favor de los derechos
humanos.
La
Jornada 25-10-2014
Guerrero y la narcopolítica
Una narcomanta de dos metros de largo fue encontrada en
la madrugada del 16 de octubre. Apareció en la barda posterior de la
escuela secundaria número tres en Iguala, Guerrero, a menos de un
kilómetro del 27 batallón de infantería. En ella, en un mensaje escrito
con letra de molde en pintura roja y negra, El Choky solicita
justicia al presidente Peña Nieto. De paso, denuncia, con nombres,
apellidos y seudónimos, a los responsables del asesinato y desaparición de
los normalistas de Ayotzinapa.
El Choky fue
señalado en días pasados por el fiscal general del estado, Iñaky Blanco,
como jefe de sicarios de Guerreros Unidos, y responsable de ordenar
la matanza y desaparición de los jóvenes el pasado 26 de septiembre, tras
el ataque contra ellos de policías y sicarios.
La lista de los
asociados al grupo delincuencial delatados en la manta es larga: ocho
alcaldes, directores de Seguridad Pública, el delegado de la Secretaría de
Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano y distintos personajes. Según el
denunciante, éstas son las gentes que el gobierno deja andar libres y
cometiendo tanto delito contra la población. Finalmente aclara: No
toda la culpa la tengo yo. Firma: “Atte: Choky”.
El clima delincuencial
denunciado por el narco mensaje no es exclusivo de Iguala y de
siete alcaldías de la Tierra Caliente. El tipo de relación entre el edil
José Luis Abarca, su policía local y el crimen organizado, puesto al
descubierto con la masacre del pasado 26 de septiembre, está presente en
muchos municipios de Guerrero. Se trata de una relación que involucra
también a importantes políticos locales, legisladores estatales y
federales, dirigentes partidarios, jefes de la policía y mandos militares.
Es por ello que podemos caracterizar al régimen político existente en la
entidad como un narcoestado.
Denuncias como la
del Chokycorren de boca en boca entre los guerrerenses. Empresarios,
dirigentes sociales y periodistas han documentado este nexo. Parte de la
prensa local y la nacional los ha publicado. En algunos casos, como en
Iguala con el asesinato de los tres dirigentes de la Unión Popular,
incluso se han presentado acusaciones formales ante las autoridades
correspondientes. Todo ha sido en balde.
Quienes han alertado
sobre la extensión y profundidad de la narcopolítica en la entidad
han sido eliminados y amenazados. Cuando el empresario Pioquinto Damián
Huato, líder de la Canaco en Chilpancigo, acusó a Mario Moreno, alcalde de
la ciudad, de tener vínculos con el grupo delincuencial Los Rojos,
fue víctima de un atentado en el que murió su nuera y quedó herido su
hijo.
Invariablemente los
políticos señalados han negado las acusaciones y las han explicado como
resultado de rencillas políticas, que ellos no son responsables del
comportamiento de sus familiares o amigos. Han dicho que las autoridades
deben investigarlos y que están en la mejor disposición de aclarar las
cosas. Pero nada se ha hecho. El pacto de impunidad que blinda a la clase
política ha actuado entrado una y otra vez.
Según el obispo Raúl
Vera, quien estuvo al frente de la diócesis de Ciudad Altamirano entre
1988 y 1995, la impunidad es la característica más lacerante de Guerrero y
su desafío más importante. Su extensión y persistencia –señala– alienta el
crimen y la violación de los derechos humanos y la dignidad.
Pero la violencia no
es sólo asunto de disputas entre grupos político-delincuenciales por
centros de producción, rutas y plazas. Es también resultado de la decisión
de los poderes fácticos de deshacerse de líderes sociales opositores y de
la protección que desde el poder se les brinda a quienes los liquidan o
desaparecen.
Las víctimas de
desaparición forzada y de ejecuciones extrajudiciales durante el gobierno
de Ángel Aguirre son múltiples. La relación de asesinados y
detenidos-desaparecidos durante su administración es enorme.
Entre otros muchos,
forman parte de ella los ecologistas Eva Alarcón Ortiz y Marcial Bautista
Valle. Los normalistas Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría. Los
dirigentes de la Liga Agraria Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata,
Raymundo Velázquez y Samuel Vargas. La ambientalista Juventina Villa y a
su hijo Reynaldo Santana. El síndico de Iguala, Justino Carbajal. Los
integrantes de la Unión Popular Arturo Hernández, Rafael Banderas y Ángel
Román. Rocío Mesino, que estaba al frente de la Organización Campesina de
la Sierra del Sur. Los campesinos Juan Lucena y José Luis Sotelo,
promotores de una autodefensa en Atoyac. Los organizadores campesinos José
Luis Olivares Enríquez y Ana Lilia Gatica Rómulo.
La narcopolítica no es asunto exclusivo del viejo PRI.
Integrantes de varias corrientes en el PRD han sido señalados como parte
de ella. De manera reiterada, el miembro de Nueva Izquierda y presidente
del Congreso estatal, Bernardo Ortega, ha sido señalado como jefe del
grupo Los Ardillos. Su padre estuvo preso por el asesinato de dos
agentes del AFI y fue ejecutado al salir libre.
Servando
Gómez, La Tuta, reveló en un video que Crescencio Reyes Torres,
hermano de Carlos, líder del sol azteca en la entidad y parte del Grupo
Guerrero, dirigido por David Jímenez, es uno de los principales
dueños de laboratorios para la fabricación de drogas sintéticas,
aliado del cártel Jalisco Nueva Generación.
Al mismo gobernador
Aguirre se le ha relacionado reiteradamente con el cártel Independiente de
Acapulco. De su líder Víctor Aguirre se dice que es primo del mandatario.
Por supuesto, tanto el gobernador como el resto de los acusados han
rechazado enfáticamente cualquier nexo con grupos
delincuenciales.
Pese a la multitud de
denuncias contra ediles y funcionarios en la entidad, los arrestos han
sido escasos. Feliciano Álvarez Mesino, alcalde de Cuetzala del Progreso,
fue detenido por secuestro y delincuencia organizada. Él se reivindicaba
como parte del Grupo Guerrero. El oficial mayor de Chilapa, el priísta
Vicente Jiménez Aranda, fue apresado por secuestro.
El asesinato y
desaparición forzada de los normalistas de Ayotzinapa ha destapado la
cloaca de la narcopolítica guerrerense. Falta ver si la pueden volver
a tapar.
Luis Hernández
Navarro, periodista, es
coordinador de opinión y editorialista del diario mexicano La
Jornada
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21-10-2014 La Jornada
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