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China
Por qué “Occupy Central”
asusta tanto a Pekín
Eli Friedman
Viento Sur
Sábado 20 de septiembre de
2014
Tres años
después de que el movimiento Occupy Wall Street ocupara las calles del centro de
Manhattan, la variante más vigorosa de este tipo de movilización ya no se da en
Nueva York, Oakland, Londres o Madrid, sino en Hong Kong. Ahora, una nueva fase
del movimiento “Occupy Central” está a punto de desencadenar una oleada de
ocupaciones del espacio público para reivindicar más democracia en la
ciudad.
Desde la
restitución de Hong Kong al dominio chino en 1997, la política oficial de “un
país, dos sistemas” ha permitido a la ciudad seguir funcionando con sus propias
instituciones políticas y jurídicas. Aunque el territorio jamás gozó de una
democracia plena bajo dominación británica, el gobierno de Pekín prometió a Hong
Kong el sufragio universal tras la restitución. Sin embargo, a finales del
pasado mes de agosto, el Congreso Nacional Popular hizo exactamente lo que
temían muchos activistas defensores de la democracia en Hong Kong, al estipular
que los candidatos a la elección del jefe del ejecutivo de la ciudad, previstas
para 2017, deberán ser aprobados previamente por un comité especial cuyos
miembros, que forman parte de la elite política y económica, son seleccionados
en su mayoría directamente por Pekín. En respuesta a esta decisión, Occupy
Central se dispone ahora a hacer realidad su amenaza de organizar sentadas
masivas en el distrito central de negocios de Hong Kong, en demanda de una
democracia real. Benny Tai, uno de los líderes del movimiento, ha proclamado una
“era de desobediencia civil” en Hong Kong.
En muchos
aspectos, Occupy Central parece tener muy poco que ver con su progenitor
simbólico del otro lado del Pacífico. En efecto, el movimiento reivindica una
ampliación del tipo de sistema electoral que Occupy Wall Street condenó por
estar irremediablemente corrompido por el dinero y la influencia de las grandes
empresas. Los estudiante de Hong Kong cooperan estrechamente con partidos
políticos establecidos y el movimiento incluso recibe el apoyo de algunos
individuos del sector financiero. Sin embargo, más allá de estas importantes
diferencias, ambos fenómenos comparten una cuestión común: la indignación ante
el hecho de que nadie salvo los superricos tengan voz en la política.
Mucho
tiempo ensalzada por los conservadores en Occidente como bastión del libre
mercado y de la libre empresa, Hong Kong tenía en 2011 un coeficiente Gini de
0,537 [en el Estado español era del 0,345] , con lo que tal vez era la economía
desarrollada con mayor desigualdad en el mundo. Hong Kong se situó hace poco a
la cabeza del “índice de capitalismo clientelista” de The Economist. Al
igual que sus compañeros de EE UU y Europa, los licenciados universitarios de
Hong Kong se enfrentan a un mercado de trabajo desalentador. Si tienen la suerte
de conseguir un empleo, ya pueden prepararse para trabajar duramente durante
largas horas e intentar rascar dinero suficiente para comprar un pequeño
apartamento en el segundo mercado inmobiliario más caro del mundo. Un estudio
reciente señala que a una familia de clase media le cuesta en promedio 700 000
dólares estadounidenses (USD) criar un hijo o una hija. Además, Hong Kong no
cuenta con un sistema universal de pensiones públicas de jubilación, condenando
a los mayores a la incertidumbre.
Los
trabajadores no están mejor situados. Hong Kong no tenía salario mínimo hasta
2010, cuando después de vencer la resistencia de las empresas se fijó en míseros
3,60 USD por hora. Debido a los incansables esfuerzos de los empresarios
poderosos por bloquear la legislación propuesta, en la ciudad sigue sin existir
el derecho a la negociación colectiva. Los trabajadores y trabajadoras
inmigrantes de países como Filipinas e Indonesia están sometidos a menudo a unas
condiciones de trabajo brutales y al acoso físico y sexual de sus jefes. Con un
mercado de trabajo tan desregulado, el 20 % de la población de esta potencia
económica vive actualmente por debajo del umbral de la pobreza.
No es
extraño que las grandes empresas estén contentas con la situación y se hayan
alineado con Pekín. Yiu Kai Pang, presidente de la Cámara General de Comercio de
Hong Kong, ha saludado la decisión de Pekín afirmando que Occupy Central “no
solo afectará al orden social y la prosperidad económica de Hong Kong, sino que
minará también nuestra posición como centro internacional financiero y de
negocios”. El banco HSBC advirtió asimismo que el movimiento podría afectar
a la economía al degradar las perspectivas del mercado de valores de la ciudad,
advertencia que tuvo que retirar de inmediato ante la indignación del público.
El Partido Comunista de China (PCC) recibe el apoyo entusiasta del mundo
empresarial. En un sorprendente lapsus de sinceridad, Wang Zhenmin, decano de la
facultad de Derecho de la Universidad de Tsinghua y asesor del gobierno central
sobre asuntos de Hong Kong, ha declarado que demasiada democracia podría ser una
amenaza para los intereses de las elites económicas y el sistema capitalista de
Hong Kong, sugiriendo que había que evitarlo a toda costa.
Occupy
Central no es el primer movimiento de Hong Kong que se enfrenta a la poderosa
alianza de la gran empresa con el Estado. El año pasado, una huelga de los
trabajadores portuarios, que no habían visto subir sus salarios en 15 años,
bloqueó uno de los puertos de más tráfico del mundo durante semanas. Los
huelguistas recibieron un amplio apoyo de la sociedad de Hong Kong, doblemente
indignada por el hecho de que la compañía que da empleo a los trabajadores
pertenece al hombre más rico de Asia, Li Ka-shing. Este mismo año, un grupo de
manifestantes asaltaron la sede del consejo legislativo en un intento de
bloquear la financiación de un plan de desarrollo propuesto para los Nuevos
Territorios del nordeste. Los pobladores que iban a ser desplazados a causa del
proyecto se unieron a los estudiantes para protestar por lo que para muchos es
otro ejemplo de cómo los promotores inmobiliarios influyen en las decisiones
gubernamentales.
Occupy
Central ha surgido en parte de este sector descontento. Igual que en el caso de
Occupy Wall Street, los activistas de Hong Kong saben que necesitarán más
democracia política para lograr más democracia económica. Puede que unas
elecciones democráticas no basten para abordar todos los problemas de Hong Kong,
pero sin duda son indispensables. Por desgracia, parece que el PCC no está
dispuesto de ninguna manera a hacer concesiones en el terreno político. La
visión que tiene Pekín de Hong Kong es que ha de seguir el mismo camino que
otros Estados autoritarios hipercapitalistas como Singapur, los Emiratos Árabes
Unidos y Catar. Puesto que muchos de los problemas de Hong Kong –creciente
desigualdad, capitalismo corrupto, precios astronómicos de la vivienda y un
sistema político excluyente– también están latentes al otro lado de la frontera,
en China continental, no es difícil adivinar la causa del profundo temor de
Pekín. Si Occupy Central ya supone un gran incordio, solo pensar en un “Occupy
Tiananmen” causa tanto horror que hay que impedirlo a toda costa.
Que
comience la era de la desobediencia civil.
12/09/2014
http://www.thenation.com/article/18...
Traducción: VIENTO SUR
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