A Santiago y
Valparaíso
Si bien pretendíamos
quedarnos unos días en Antofagasta, después de que el perro corriera a Martín en
la costanera, ya no era posible llevarlo a la playa porque había quedado muy
alterado, así que decidimos continuar viaje hacia la capital chilena.
Desde un locutorio
llamamos al hotel Imperio para hacer la reserva correspondiente y prontamente
nos dirigimos a la terminal donde tomamos un ómnibus que en diecinueve horas
recorrió los mil cuatrocientos kilómetros que nos separaban de
Santiago.

Tarifas telefónicas
planchadas en el puerto internacional de
Antofagasta
A la mañana
siguiente de haber arribado a Santiago, Martín se levantó más tranquilo,
desayunó y se preparó para salir a pasear, pero a poco de andar, nos encontramos
con que había tantos perros vagabundos como en Antofagasta, por lo que tuvimos
que tomar un taxi para regresar al hotel.

Martín ya más
tranquilo en el hotel Imperio

Martín desayunando y
mirando el diario El Mercurio
Entonces, como desde
hacía tiempo él estaba obsesionado con viajar en el metro de Santiago, se me
ocurrió llevarlo a andar de una estación a otra gran parte de la tarde, tomar la
once en el shopping de Las Condes y volver a la hora de cenar al hotel. En los
horarios pico el apretujamiento de gente y los hurtos lo convertían en algo
mucho peor que el subte de Buenos Aires, pero subiendo más tarde o más temprano,
se podía viajar placenteramente. Y eso nos permitía, además, evitar el cruce con
los canes.

Martín subiendo al
metro de Santiago
Martín siempre amó
Santiago de Chile, y si bien en parte podía deberse a que había ido en muchas
oportunidades desde los dos años de edad, de hecho allí tenía lo que más le
gustaba: el metro de gran velocidad y las montañas. Pero además, el trato de los
desconocidos para con él era extremadamente amable. Mientras íbamos de un lado
para el otro, cuando los pasajeros que se ubicaban cerca notaban que era
especial, le daban conversación y le ofrecían desde dulces hasta frutas, lo que
lo hacía sentirse super mimado. Todo lo contrario de lo que ocurría en Buenos
Aires donde lo miraban de reojo y trataban de esquivarlo todo lo posible. Y esa
discriminación él la percibía más que nadie.

Fuera de las horas
pico, todo estaba a nuestra disposición
El metro de Santiago
era muy moderno, veloz, silencioso y no generaba sacudones en las frenadas
aunque se realizaran en un corto trecho; y supuestamente eso tendría que ver con
unas ruedas especiales que le servían de
amortiguación.

Sistema de
rodamiento muy original en el metro de
Santiago

Martín saliendo de una estación del metro de
Santiago
Al otro día fuimos
en un ómnibus hasta la ciudad de Valparaíso, donde ya en la terminal, nos
esperaba una verdadera jauría, así que tuvimos que refugiarnos en un patio de
comidas cercano, y hacer una breve recorrida en
taxi.

Martín en un patio
de comidas de Valparaíso
Habiendo conocido
las principales ciudades chilenas desde Arica, en el límite con Perú, hasta
Punta Arenas, en el estrecho de Magallanes, mi preferida siempre había sido
Valparaíso. Y justamente, además de su historia y su particular característica
de centro cultural, su belleza radicaba en que gran parte de ella estaba
construida sobre un manojo de cerros que daban hacia la bahía, en forma de
anfiteatro natural.
En los cerros se
podían encontrar desde los palacetes con los más variados tamaños y estilos
arquitectónicos hasta viviendas absolutamente precarias, construidas en chapa y
madera casi en el aire.
Algunos de los
cerros contaban con funiculares llamados ascensores, mientras que a otros sólo
se podía llegar mediante largas escalinatas en pendientes muy pronunciadas. Sin
embargo, la ciudad se había originado en el Barrio Puerto, en una zona baja a la
que se denominaba Plan, siendo la única de la ciudad donde existían anchas
avenidas, además de estar localizados los edificios públicos y religiosos más
emblemáticos, así como los principales bancos, comercios y servicios. Y por esa
tradición de ciudad-puerto, era que a los nacidos en Valparaíso, tal cual a los
que nacimos en Buenos Aires, se les dijera
“porteños”.
Le pedí al taxista
que nos llevara hasta lo alto de uno de los cerros para tener la imagen
panorámica que más me gustaba y poder tomar fotografías desde
allí.

Uno de los
principales cerros de Valparaíso, con diversidad de viviendas

Vista parcial de la
bahía de Valparaíso desde los cerros hacia el
norte
Entre los tantos
edificios que se veían desde lo alto, nos llamó la atención uno con techos rojos
que ocupaba la manzana entera entre las calles Independencia, Freire, Colón y
Rodríguez. Contaba con un patio interior y una capilla con una cúpula. Y se
trataba nada menos que del Colegio de los Sagrados Corazones, fundado en 1837,
la institución educativa privada más antigua de Chile, que comenzara a funcionar
con veinticinco alumnos y tres religiosos como profesores. La capilla había sido
inaugurada en 1874 con la torre aún inconclusa, pero el sismo de 1906 le provocó
serios daños que extendieron su construcción por largos
años.

En primer plano, la
iglesia y el colegio de los Sagrados
Corazones

Vista del puerto de
Valparaíso hacia el sur de la bahía
Al bajar pasamos por la
iglesia de la Compañía de Jesús, ubicada en el Plan al pie del cerro Larraín.
Construida en 1899, fue declarada Monumento Nacional de Chile, en la categoría
de Monumento Histórico. Había sido restaurada debido a los daños que le
provocara el terremoto de 1906.

Iglesia de la
Compañía de Jesús, Monumento Nacional de
Chile
Continuamos
transitando por la avenida Argentina, nombre que se le diera en 1910, Año del
Centenario de ambos países. Y allí se encontraba el monumento
“Solidaridad”, inaugurado en 1995. La escultura fue realizada por el
chileno Mario Irarrázabal, tenía doce metros de altura y estaba revestida
totalmente en cobre. El artista pudo ejecutarla luego de ganar un concurso
llamado por la Corporación del Cobre en
1991.

Monumento “Solidaridad” en la avenida Argentina de
Valparaíso
El día estaba
hermoso, ideal para caminar, pero debido a nuestras limitaciones de movilidad,
volvimos a la terminal de buses para retornar tempranamente a
Santiago.

Autopista
Valparaíso-Santiago
Esa noche cenamos en
el hotel unas espectaculares chuletas Kassler, que consistían en cerdo ahumado
con guarnición, una típica comida alemana que en Chile era frecuentemente
consumida en los buenos restoranes.
Ana María
Liberali