De Santiago de Chile a Buenos
Aires
Junto con Martín y Omar tomé
el ómnibus en la terminal de Santiago que rápidamente rumbeó hacia el norte por
la autopista Los Libertadores para llegar en una hora y media a la ciudad de Los
Andes. Y en ese recorrido de ochenta kilómetros pudimos observar los cultivos de
cereales, frutales y hortalizas así como la cría de animales del valle central
de Chile, limitado por la cordillera de la Costa en el oeste y la de los Andes
en el este. En realidad se trataba de una planicie estrecha con varios valles
transversales con clima mediterráneo continentalizado con precipitaciones
inferiores a cuatrocientos milímetros anuales y concentradas en el invierno. Uno
de esos valles era el del río Aconcagua que ofrecía las mejores condiciones para
los viñedos destinados a la elaboración de vinos de excelente calidad, una de
las producciones más importantes.

Valle Central de Chile, un verdadero
vergel

Cultivo de cereales en las proximidades de la
ciudad de Los Andes
Al pasar la ciudad de los
Andes, el micro viró hacia el este tomando la ruta número sesenta que seguía el
curso del río Aconcagua, donde a medida que avanzábamos la vegetación nos
mostraba fehacientemente la marcada disminución de las precipitaciones. A la vez
íbamos tomando altura en el marco de un paisaje majestuoso que llegaba a su
máxima expresión al ascender por los caracoles, tan hermosos como
peligrosos.

Comienzo del ascenso por Los Caracoles

A mitad de camino por Los
Caracoles
El alto riesgo del cruce de la
Cordillera, cuando ya estábamos en los comienzos del siglo XXI, se debía a la
mayor cantidad de cargas y de pasajeros transportados en camiones, ómnibus y
automóviles no teniendo como alternativa un ferrocarril que había sido
inaugurado en 1910, año del centenario de Chile y Argentina, y que fuera
clausurado en 1984. El Ferrocarril Trasandino, como era conocido, unía las
ciudades de Santa Rosa de los Andes y Mendoza, en un recorrido de doscientos
cuarenta y ocho kilómetros, y llegando a una altura de tres mil ciento setenta y
seis metros en Los Caracoles. Y debido a las características de la zona,
elevadas pendientes, grandes y prolongadas nevadas y aluviones, tuvo la
particularidad de ser de trocha angosta con cremallera en algunos tramos, y de
haber necesitado tanto la construcción de túneles así como de cobertizos. Dichos
cobertizos servían, además, como refugio cuando se producía alguna tormenta de
nieve.

Cobertizos abandonados del ex Ferrocarril
Trasandino
Mientras veía las ruinas de
esa infraestructura ferroviaria, que había significado un gran esfuerzo
ingenieril, económico y político en la época de su construcción, recordaba
cuando mi padre había hecho ese viaje en mayo de 1962 con el fin de asistir al
Campeonato Mundial de Fútbol en Chile, y había quedado varado una noche en ese
lugar por una tormenta de nieve.

Lugar donde mi padre había quedado varado una noche de mayo de
1962

Ya el deshielo estaba llegando a su
fin

Escasa áreas verdes en pleno
verano

Pendientes muy abruptas en el sector
chileno

Cielo azul y ni una nube en todo el cruce de la
Cordillera

Las laderas peladas de vegetación permitían visualizar la
diversidad de minerales

Muchos conos de deyección producto de la erosión
mecánica

Un extenso cobertizo cercano a
Portillo
A poco más
llegamos a Portillo, el centro de ski con mayor tradición y raigambre de Chile
que se encontraba a 2850 m.s.n.m. Había sido lugar de entrenamiento de equipos
olímpicos europeos y norteamericanos.

Valle en U en Portillo durante el
verano
Pasando Portillo
dejaríamos la República de Chile por el Paso de los Libertadores ingresando al
túnel internacional Cristo Redentor que se encontraba a una altitud de 3209
m.s.n.m. con una extensión de 3080 metros, de los cuales 1654 correspondían a
territorio chileno y 1516 al argentino. Había sido construido en 1980 paralelo a
un túnel similar hecho a principios del siglo XX para el Ferrocarril Trasandino.
El túnel vial se encontraba excavado bajo el cerro Caracoles de 4238 m.s.n.m. y
del Santa Elena de 4131 m.s.n.m. Esta obra había aportado mayor seguridad ya que
previamente se cruzaba por un camino muy estrecho, sinuoso y escarpado que
pasaba por la estatua del Cristo Redentor a 3833,8 m.s.n.m., quedando
posteriormente limitado al acceso del turismo.

Esquema del antiguo paso entre Chile y Argentina
Habíamos
atravesado la Cordillera Principal o Cordillera del Límite, que no era la de
mayor altura sino la que constituía una verdadera barrera orográfica dando
origen a la divisoria de aguas entre el Pacífico y el Atlántico, mientras que la
Cordillera Frontal, donde se encontraba el cerro Aconcagua, el más alto del
continente americano con 6962 m.s.n.m., estaba formada por cordones montañosos
más elevados, pero separados por los valles de los ríos del sistema del
Desaguadero, una cuenca endorreica del centro-oeste argentino.

Río de las Cuevas, ya en territorio
argentino

Cerro Aconcagua (6962 m.s.n.m.), el más alto de
América, totalmente argentino
Pero por
cuestiones propias del lugar, los controles fronterizos de ambos países se
hacían más adelante donde las condiciones geográficas eran menos agresivas. Así
que nos pusimos en la larga fila de micros, autos y camiones del Complejo
Fronterizo Los Horcones, a 2800 m.s.n.m., donde todo parecía sumamente estricto
y cuidadoso.

Martín en el Centro Fronterizo Los
Horcones
Sin embargo, la
impermeabilidad de la frontera no era tal, por lo menos para algunos. Ante la
vista de todos, un hombre a caballo arriaba mulas que pasaban solas con su carga
atravesando las zonas más escarpadas donde sólo ellas podían acceder. Ese tipo
de contrabando estaba muy generalizado en las áreas montañosas de América
Latina, ya que el burro o la mula, además de poder transitar por pendientes
sumamente pronunciadas, seguían fielmente sin jinete el camino previamente
delimitado. De ahí que se asignara el mote de “mula” a las personas que se
dedicaban al contrabando hormiga.

Hombre a caballo arriando las
mulas

Mulas con carga y sin jinete siguiendo el camino
conocido
Después de Punta
de Vacas, ya estábamos en pleno valle del río Mendoza donde las laderas eran más
suaves y mayor la policromía del paisaje.

Ancho valle en U por efecto de la erosión
glaciaria

Aunque con exiguas pasturas, había áreas de cría
de ganado

Vegetación en el cono de
deyección

Los Penitentes, “rocas testigos” que semejaban
monjes ascendiendo en la montaña
Transitábamos
por la ruta nacional número siete y cuando faltaban cien kilómetros para llegar
a la capital mendocina, pasamos por Uspallata. Habíamos descendido hasta los
1900 m.s.n.m., y comenzaban a aparecer las nubes, ausentes en el resto del
camino. El valle de Uspallata, situado entre la Cordillera Frontal y la
Precordillera, estaba poblado de álamos reparando a la pequeña localidad y
generándole un microclima más benigno que el de su
entorno.

Cúmulos en el valle de Uspallata

Uspallata, un oasis entre cortinas de
álamos
Dejando
Uspallata el paisaje volvía a tornarse árido lo que se manifestaba a través de
las plantas xerófilas existentes a la vera de la
ruta.

Estepa arbustiva en el camino entre Uspallata y
Potrerillos

Detalle de la estepa
arbustiva
El río Mendoza,
que durante el estiaje se podía cruzar de un solo salto, durante el período de
nevadas y especialmente de deshielo, aumentaba su caudal de tal manera que
producía desastres en sus márgenes. Por esa razón entre los años 1999 y 2003 el
consorcio entre Industrias Metalúrgicas Pescarmona (IMPSA) y Cartellone
construyó el Embalse Potrerillos para controlar el flujo de agua destinándola
para el riego así como para la producción de electricidad dando cobertura al
veinte por ciento de lo consumido en la provincia de
Mendoza.

Gran cantidad de estratos y cúmulos sobre la
superficie del Embalse Potrerillos
Y si bien todo
parecía positivo, los especialistas en neotectónica de la Universidad de Buenos
Aires habían advertido que en la zona se han producido avalanchas de rocas secas
desencadenadas por sacudidas sísmicas que en épocas pasadas llegaron a endicar
al río Mendoza. Y debido a existir evidencias de sucesivas reactivaciones de
dichos movimientos consideraban que ante la reiteración del fenómeno natural, se
podría producir una gigantesca creciente que al volcarse a dicho dique
ocasionaría desastres incalculables en las localidades de Potrerillos, Cacheuta
y Luján de Cuyo.
Nada tan grave
había ocurrido hasta febrero de 2009, momento en que pasábamos por allí, pero de
todos modos algo indicaba que los estudios de pre-factibilidad no habían sido
hechos con profundidad, ya que en menos de seis años el embalse había perdido
una parte significativa de su capacidad de almacenaje debido al elevado
contenido de limo del río Mendoza, reduciéndose de 1500 hectáreas a 1300 la
superficie del espejo de agua. Dicha reducción no había repercutido en la
producción de energía pero sí en cuanto a su capacidad de control del caudal del
río, con consecuencias peligrosas para el tramo inferior, e incluso de la
capacidad del vertedero.

Espejo de agua de Potrerillos reducido por el
limo del río Mendoza
Cuarenta
kilómetros más y ya estábamos en Luján de Cuyo, una de las ciudades del sur del
Gran Mendoza, destacada tanto por su destilería como por los viñedos y bodegas
de nivel internacional.

Destilería de Luján de Cuyo, explotada en ese
momento por Repsol

Viñedos de Luján de Cuyo
Ocho horas
después de haber salido de Santiago de Chile, seis andando y dos de espera en
los controles aduaneros, arribamos a la terminal de ómnibus de Mendoza, donde
por reglamentaciones de la provincia todos nos debimos bajar del vehículo junto
con los equipajes para que fuera desinfectado como medida de prevención hacia la
fruticultura, como también para cargar las viandas destinadas a nuestra cena y
desayuno a bordo, lo que demandaba aproximadamente una hora. Todos aprovechamos
para merendar en los bares de la terminal, usar los sanitarios y estirar un poco
las piernas porque aún nos quedaban otras trece horas para llegar a Buenos
Aires, cuya mayor parte del viaje transcurriera durante la
noche.
Al llegar a
destino prontamente tuvimos que hacernos cargo de nuestras actividades
laborales, pero con la imagen de la Cordillera grabada en las pupilas, lo que
siempre ayuda a sortear los avatares de la vida cotidiana.
Ana María
Liberali