Cuatro ideas
- ¿Un libro? Buying
Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism, de Wolfgang Streeck.
El autor combina un análisis brillante con la llama de la justa
indignación.
- ¿Una cita? “Si la
oposición constructiva es imposible, quienes no se conformen con dedicar su
vida a pagar las deudas contraídas por otros no tienen otra salida que la
opción destructiva” (Buying Time).
- ¿Una voz que debería ser
escuchada? Todas las que componen el 99% de la humanidad. Y
amortiguar una: la de los mercados financieros.
- ¿Una idea o medida concreta para
un mundo mejor? Una tasa global sobre las emisiones de CO2; la Tobin,
sobre las transacciones financieras; y más reformas que subordinen el poder
privado a los poderes públicos.
Nancy Frasser alerta sobre las consecuencias del
aumento de las desigualdades y sobre la obsolescencia de las formas actuales de
participación política. Considera urgente encontrar nuevos mecanismos para la
toma democrática de decisiones. También a escala trasnacional. De ello hablamos,
aprovechando una visita a Barcelona, invitada por el Centro de Cultura
Contemporánea.
Pregunta. La crisis que se
inició en 2008 ha trastocado muchas cosas y aún no parece que quiera irse. ¿Cómo
cree que influirá a largo plazo?
Respuesta. Esta crisis tiene
muchas dimensiones. Estalló en 2008 como una crisis financiera y rápidamente
derivó en una crisis económica general, pero no quedó ahí. Al tener que
endeudarse los Gobiernos para hacer frente a sus consecuencias, pronto se
convirtió en una crisis de la deuda soberana, y como la respuesta a esta
situación fue la política de austeridad, ha terminado provocando una grave
crisis social. Y todo ello sobre otra crisis de fondo, de la que se habla poco
pero que continúa agravándose, que es la ecológica. El resultado ha sido un gran
sufrimiento para la población. La precariedad se ha instalado como horizonte de
futuro y, claro, eso está derivando en una crisis política de imprevisibles
consecuencias.
P. ¿Qué tipo de crisis
política?
R. La severidad del
sufrimiento social y la falta de respuesta han llevado a los ciudadanos a pensar
que sus Gobiernos trabajan para los bancos y los inversores, en lugar de
trabajar para la gente. La legitimidad de los Gobiernos, de toda la estructura
política, ha quedado muy dañada, tanto en el ámbito nacional como en el europeo,
y también globalmente. Se ponen en cuestión aspectos fundamentales del sistema
político, y también del económico. La ciudadanía percibe que no tiene
instituciones o canales a los que puedan dirigir sus quejas, sus reclamaciones,
sus propuestas. Es un momento muy difícil, muy parecido al que se vivió en los
años treinta del siglo pasado.
P. Las desigualdades ya
crecían antes, pero la crisis las ha exacerbado. Algunos se sorprenden de que,
con el paro que hay y el rápido empobrecimiento de amplias capas de la
población, no se haya producido un estallido social. ¿Cómo cree que evolucionará
el sistema a partir de ahora?
“La falta de respuesta a la crisis ha
llevado a pensar que los Gobiernos trabajan para los bancos en lugar de para
la gente”
R. Hay diferentes
posibilidades. Una es que las élites políticas, hasta ahora pasivas, tomen
conciencia del problema, se pongan en marcha y acuerden introducir ciertas
reformas en el control de las instituciones financieras para prevenir una
situación como la que se produjo en 2008 por falta de regulación. En este caso,
el sistema seguirá cojeando más o menos como está, la desigualdad seguirá
aumentando y aspectos fundamentales, como la crisis ecológica, seguirán sin
abordarse. El segundo escenario es que las élites políticas no reaccionen y la
situación continúe deteriorándose. En ese caso las cosas pueden ponerse muy
feas. Podemos ver un planeta gravemente dañado, desgarrado por guerras y
conflictos por el agua, el petróleo o las tierras cultivables; escasearán
recursos fundamentales y el deterioro social llevará a un deterioro ético; será
un mundo lleno de tensiones en el que predominará la mentalidad del “sálvese
quien pueda”.
P. Algo de eso ya se está
empezando a ver. ¿Sería el triunfo del individualismo egoísta, de la sociedad de
cazadores de la que habla Zygmunt Bauman?
R. Sí, algo así. Pero hay
una tercera posibilidad, y es que los movimientos sociales, organizados en
sociedad civil, fuercen a las élites políticas a cambiar, a revisar las
estructuras, desde la forma de los partidos a los mecanismos de participación. Y
que ello permita crear nuevas formas de participación que propicien cambios
sociales profundos. Cambios a mejor, que hagan evolucionar el actual capitalismo
financiero de corte neoliberal a una forma de capitalismo más igualitarista y,
por tanto, más estable.
P. En su descripción, este
último parece el menos costoso.
R. Sí, pero aún cabe un
cuarto escenario, muy distinto: el de que se desencadenen grandes cambios
revolucionarios que nos lleven más allá del capitalismo, aunque este es muy poco
probable. En cualquier caso, la gran cuestión que subyace en el trasfondo de las
crisis que vivimos es la forma que vaya a adoptar el
capitalismo.
P. En las últimas décadas
hemos asistido al afianzamiento del sector financiero como motor de todo el
sistema. Esta forma de capitalismo, que crece con la globalización, tiene un
componente especulativo estructural, intrínseco al modelo. ¿Cree que aceptará
reglas y restricciones?
R. Es difícil, pero ha
habido otros periodos en los que el propio sistema ha sabido encontrar formas de
cambiar. Por ejemplo, en los años treinta del siglo pasado, tras la gran
recesión de 1929, supo articular una nueva forma de capitalismo más regulado,
que ha perdurado muchos años. Precisamente la ruptura de esas reglas por la
hegemonía de las teorías neoliberales es lo que nos ha llevado a la actual
situación.
P. Pero entonces las
empresas tenían unos propietarios interesados en llegar a compromisos con las
fuerzas sociales para asegurar la estabilidad del sistema. Querían legar las
empresas a sus hijos. Ahora, las sociedades pertenecen a miles de propietarios
dispersos y con escasa capacidad de decisión. La gestión está en manos de unos
ejecutivos que ya no tienen ni los mismos vínculos ni las mismas
motivaciones.
R. Todo eso hace que sea más
difícil imaginar que pueda surgir un impulso reformador desde el interior del
propio sistema. Pero también hemos escuchado algunas voces individuales muy
influyentes, como las de Warren Buffett, George Soros o Bill Gates, gente con
cierta visión que piensa diferente. Sin embargo, lo que puede forzar al mundo de
los negocios a reaccionar y aceptar cambios es la militancia organizada desde la
base de la sociedad. En los años treinta, el capital tenía mucho miedo de las
revoluciones sociales. Había sindicatos poderosos…
“La idea de que los
movimientos sociales puedan tener un pie en la política y otro en la sociedad
civil es muy interesante”
P. Pero el miedo a la
revolución también llevó a buena parte del poder económico a los brazos del
fascismo.
R. Sí, esa posibilidad
también está ahora sobre el escenario. Lo hemos visto en las elecciones al
Parlamento Europeo: formas de fascismo o neofascismo.
P. En España, Grecia o
Portugal, los países más castigados por la crisis, se han producido huelgas
generales y amplias protestas contra la política de austeridad que han sido
ignoradas. ¿No le parece peligroso que, en ciertos círculos radicales, pueda
prosperar la idea de que a lo único a lo que el poder parece sensible sea la
violencia?
R. Coincido en la crítica
que se hace a la completa falta de responsabilidad de los poderes públicos, que
solo parecen responder a las presiones de los mercados y los inversores. Pero la
tentación de la violencia es muy preocupante y espero que los movimientos
sociales no evolucionen en esa dirección, porque sería un desastre. La única vía
para cambiar realmente las cosas es la organización pacífica de la gente. Si hay
violencia, la gente les dará la espalda, no les seguirá por esa
vía.
P. Las encuestas reflejan la
crisis de los partidos tradicionales. ¿Qué tipo de organización permitiría
superar el descrédito de su forma de intermediar?
R. En este periodo en el que
la actividad política toma la forma de movimientos sociales, vemos una creciente
distancia entre el cuerpo electoral y los representantes de los partidos
políticos. Pero recientemente, a causa de la severidad de la crisis, hemos visto
también la emergencia de fuerzas políticas como Syriza en Grecia, o el fenómeno
Podemos en España, organizaciones de nuevo cuño que aspiran a llegar a las
instituciones sin renunciar a sus formas de representación de base. La idea de
que los movimientos sociales puedan tener un pie en el sistema político y otro
en la sociedad civil me resulta muy interesante.
P. ¿Y es
compatible?
R. Sí, creo que sí, que se
puede intentar. Veremos cómo evoluciona.