NCeHu
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Alainet
1/8/14
Europa ha dedicado, en los últimos seis años, 1.820 millones de euros al
control de sus fronteras en equipamiento e infraestructura tecnológica. Pero
sólo fueron 700 millones los invertidos en apoyo a procesos de asilo, servicios
de acogida e integración de refugiados. Así lo sostiene un reciente estudio de
Amnistía Internacional (AI), que apunta que las prioridades “se han focalizado
en sellar las fronteras más que en las obligaciones humanitarias”.
A pesar de que los derechos de los migrantes forman parte de la política
exterior de la Unión Europea, muchos de estos acuerdos se centran, en palabras
de AI, en “evitar la inmigración ilegal y devolver a las personas mediante
convenios de retorno que en abrir más canales legales para promocionar los
derechos de los inmigrantes”. Más si se tiene en cuenta que la mayoría huye de
conflictos. En 2013, la mitad de todas las entradas irregulares y el 63% de las
llegadas por mar fueron de personas procedentes de países como Siria, Eritrea,
Afganistán y Somalia.
Un ejemplo de disuasión son las devoluciones en caliente que se producen en
España, el muro más meridional. En el último incidente murieron 14 personas de
las 250 que intentaban llegar a nado a la Península desde Marruecos, mientras la
Guardia Civil les lanzaba pelotas de goma. Ya son 400 las personas fallecidas en
la costa italiana de Lampedusa en 2013. En los últimos seis meses, otras 200 han
desaparecido en las aguas del Mediterráneo o del Egeo.
Uno de los discursos más manidos en defensa de cerrar las fronteras es
considerarlas garantes del orden establecido porque, de lo contrario, se daría
un efecto de inmigración en masa hacia los países más ricos. Esta idea de
rechazo y de miedo al extranjero no es nueva: es la misma que durante todo el
siglo XIX se empleó contra los judíos o los católicos en Europa.
Con frecuencia se escuchan juicios a favor de restringir la entrada de
personas que no cuenten con el permiso de ciudadanía. En este sentido, Joseph H.
Carens, profesor de Políticas en la Universidad de Toronto (Canadá), sostiene
que los destinatarios de estos argumentos no son, claro está, futbolistas,
millonarios o grandes escritores, sino gente cuyo último recurso es la esperanza
de vivir otra realidad.
H. Carens expone el derecho a emigrar basándose en la libertad de
movimiento que existe dentro de un Estado: Incluso en un mundo ideal donde las
desigualdades económicas fueran mínimas, habría razones suficientes, y siempre
legítimas, para lanzarse a buscar nuevas oportunidades, desde pertenecer a una
religión minoritaria y discriminada en un territorio, a estar junto a una
persona querida o por enriquecimiento cultural.
“El punto de vista dominante entre los economistas clásicos y neoclásicos
es que la libre movilidad del capital y la mano de obra es esencial para
maximizar las ganancias económicas globales. Sin embargo, la libre movilidad de
la mano de obra requiere de la apertura de fronteras físicas”. Es donde la
globalización esconde su rostro de modernidad y progreso y evidencia sus
ambigüedades.
De hecho, desde la caída del muro de Berlín en 1989, se ha multiplicado la
construcción de nuevos muros: entre México y Estados Unidos, en Cisjordania,
entre India y Pakistán, entre Irak y Arabia Saudí, entre África del Sur y
Zimbabue, entre España y Marruecos, o entre Tailandia y Malasia. Mientras Europa
se enroca en su preocupación por impedir el acceso a más inmigrantes o de
regularizar a los que ya viven dentro de sus fronteras, para la entrada y salida
de capitales extranjeros no es necesario saltar vallas ni tener permiso de
ciudadanía.
“Los muros generan zonas de no-derecho y conflictividad, agravan muchos de
los problemas que tratan de resolver, exacerban las hostilidades mutuas,
proyectan hacia el exterior los fracasos internos y excluyen toda confrontación
con las desigualdades globales”, señala Daniel Innerarity, catedrático de
Filosofía Política y Social. Cualquier política de inmigración será un fracaso
si se desentiende de lo que ocurre en el origen.
- Laura Zamarriego Maestre es periodista
Twitter:
@LZamarriego
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