NCeHu
404/14
Rumbo al XVI
EnHu (147)
América Latina como
geografía
Bariloche, 6 al 10 de octubre
Del fin del comienzo al comienzo del
fin Capitalismo, violencia y decadencia
sistémica
Jorge Beinstein Alainet, 10/6/14
De Libia a Venezuela pasando por
Siria y México, Ucrania, Afganistán o Irak... en lo que va de la década actual
hemos presenciado el despliegue planetario permanente de la violencia directa o
indirecta (tercerizada) de los Estados Unidos y sus socios-vasallos de la OTAN,
toda la periferia se ha convertido en su mega objetivo militar. La ola agresiva
no se aquieta, en algunos casos se combina con presiones y negociaciones pero la
experiencia nos indica que el Imperio no agrede para posicionarse mejor en
futuras negociaciones sino que negocia, presiona con el fin de lograr mejores
condiciones para la agresión.
Estas intervenciones
cuando son “exitosas” como en Libia o Irak no concluyen con la instauración de
regímenes coloniales “pacificados”, controlados por estructuras estables, como
ocurría en las viejas conquistas periféricas de Occidente, sino con espacios
caóticos atravesados por guerras internas. Se trata de la emergencia inducida de
sociedades-en-disolución, de la configuración de desastres sociales como forma
concreta de sometimiento lo que plantea la duda acerca de si nos encontramos
ante una diabólica planificación racional que pretende “gobernar el caos”,
sumergir a las poblaciones en una suerte de indefensión absoluta convirtiéndolas
en no-sociedades para así saquear sus recursos naturales y/o anular enemigos o
competidores... o bien se trata de un resultado no necesariamente buscado por
los agresores, expresión de su fracaso como amos coloniales, de su alta
capacidad destructiva asociada a su incapacidad para instaurar un orden colonial
(“incapacidad” derivada de su decadencia económica, cultural, institucional,
militar). Probablemente nos encontremos ante la combinación de ambas
situaciones.
También es posible suponer que el
Imperio en su decadencia se encuentra prisionero de una maraña de intereses
políticos, financieros, mafiosos... conformando una dinámica autodestructiva
imparable que lo obliga a desplegar operaciones irracionales si observamos al
fenómeno desde una cierta distancia histórica, pero completamente racionales si
reducimos la observación al espacio de la razón instrumental directa de los
conspiradores, a su micromundo psicológico (la razón de la locura como razón de
estado o astucia mafiosa imponiéndose a la racionalidad en su sentido más
amplio, superior).
Aunque esos desastres no
representan necesariamente acciones de verdugos despiadados destruyendo paraísos
periféricos, el capitalismo es una totalidad global y lo que aparece como la
decadencia del centro imperial es la manifestación decisiva pero parcial de un
fenómeno planetario que incluye a la periferia atrapada por la
sobredeterminación burguesa universal (decadente) de sus sociedades. La
operación de destrucción de Libia lanzando sobre su territorio oleadas de
mercenarios y bombardeos pudo triunfar aprovechando la degradación del régimen
kadafista, el golpe neonazi de Febrero de 2014 en Ucrania capturó al gobierno de
una “república” resultado del desastre soviético que la había sumergido en una
gigantesca podredumbre sucedido por la instauración de un capitalismo mafioso,
la desestabilización de Venezuela orquestada por los Estados Unidos se apoya en
sectores de las clases medias conducidos por la vieja burguesía local que no fue
eliminada después de quince años de “revolución” (“bolivariana”, autoproclamada
“socialista”) eternamente a medio camino... esas élites no fueron barridas del
escenario aunque si irritadas, enfurecidas por el ascenso social de las clases
bajas.
Todo esto nos conduce a la necesidad de
establecer el momento de la historia del capitalismo en que nos encontramos. ¿Se
trata del burdel sangriento global preludio de una nueva acumulación primitiva
cuna de un futuro suopercapitalismo o de los manotazos finales, desesperados de
una civilización que ha entrado en el ocaso?
Propongo responder a ese interrogante utilizando aquella vieja y tan
repetida frase de Churchill en plena Segunda Guerra Mundial cuando al terminar
la batalla de El Alamein señaló que ese hecho no era “el comienzo del fin (de la
guerra) sino el fin del comienzo” de un proceso mucho más importante, decisivo.
Nos encontramos actualmente en presencia del fin del comienzo, va concluyendo la
etapa preparatoria de la declinación occidental que se prolongó durante varias
décadas y comienza a emerger el comienzo del fin, el desmoronamiento del
capitalismo como civilización que como otras civilizaciones en declive
probablemente recorra una trayectoria temporal compleja de duración
indeterminable de antemano.
Aunque no puedo dejar
de señalar diferencias decisivas con las civilizaciones anteriores como su
carácter planetario (no limitada a una región), la masa de población incluida en
el proceso (actualmente unas siete mil millones de personas y no unas pocas
decenas o centenas de millones), el descomunal desarrollo de sus fuerzas
productivas por ejemplo con capacidad industrial y militar como para destruir
completamente la vida en el planeta. Lo que plantea de manera radicalmente
distinta la opción a la que se han enfrentado todas las decadencias de
civilizaciones: superación o hundimiento en un largo desastre del que emergía
más adelante una nueva civilización desde el espacio anterior o impuesta por una
fuerza externa. Esto no es la decadencia de Babilonia devastada por los pantanos
difusores de malaria generados por su propio desarrollo ni la de la Roma
imperial abrumada por el parasitismo y la hipertrofia militar resultado de su
dinámica imperialista marchando hacia el abismo mientras buena parte del resto
de la humanidad ignoraba esos hechos[1].
Violencia y decadencia
sistémica
El fenómeno sobrederminante es
la decadencia, demostrada por numerosos indicadores como la declinación en el
largo plazo (desde los años 1970) de la tasa de crecimiento económico global
motorizada por el enfriamiento tendencial del crecimiento de los países
centrales y luego el acompañamiento de esta tendencia por un proceso de
hipertrofia financiera que se articula con un despliegue parasitario sin
precedentes: consumista, militar, burocrático.
Nos
encontramos ante sociedades imperiales tan decadentes que ya no pueden movilizar
militarmente a su juventud como en el siglo XX, aunque su capacidad financiera y
sus avances tecnológicos le permiten contratar mercenarios en remplazo de las
fuerzas operativas tradicionales (la oferta de lumpenes proveniente de todos los
continentes es directamente proporcional al progreso de la decadencia), utilizar
armas como los drones y otros artefactos mortíferos súper sofisticados que
establecen una brecha técnica descomunal entre agresores y agredidos y abrumar
con manipulaciones mediáticas a sus víctimas directas y al resto del mundo.
Estas “ventajas” son al mismo tiempo expresiones de
poder y de debilidad, de capacidad destructiva pero también de descontrol
ideológico de sus propias sociedades, de ilegitimidad interna de sus operaciones
lo que sumado a su deterioro económico les impide pasar de la destrucción a la
reconstrucción colonial de los territorios conquistados.
Las transformaciones burguesas de las sociedades europeas habían
generado desde fines del siglo XVIII la posibilidad de integrar al conjunto de
la población a sus distintas aventuras militares, de ese modo el
ciudadano-soldado y la guerra de masas reemplazó al mercenario y a los ejércitos
de las aristocracias. Los asesinos a sueldo dieron paso a los asesinos
voluntarios o forzados que daban su vida no por dinero sino en defensa de la
“patria”, de la “libertad”, etc.
Pero la
decadencia del capitalismo y su transformación después del aggiornamento burgués
de China y del derrumbe de la URSS en sistema único (es decir en dominación
planetaria, visiblemente amoral de las élites parasitarias) derrumbó los mitos,
las legitimaciones que permitían a los estados fabricar causas nobles para
enviar a la muerte al ciudadano común.
La pérdida
de legitimidad del aparato militar occidental aparece como un rasgo decisivo de
la decadencia pero la reproducción imperialista continúa y el ejercicio de la
violencia contra la periferia retoma la vieja tradición de los ejércitos
mercenarios.
Ahora la propaganda del poder hacia
sus poblaciones no tiene como objetivo arrastrarlas al campo de batalla
(operación inviable) sino más bien obtener su aprobación pasiva o diluir su
rechazo ante aventuras físicamente distantes presentadas como fenómeno virtual,
como un elemento más del entretenimiento brindado por la televisión y otros
medios de comunicación.
El despliegue bélico fue
teorizado por la llamada “Guerra de Cuarta Generación” resultado de las
reflexiones en el alto nivel militar de los Estados Unidos posteriores a la
derrota de Vietnam visualizada como “guerra asimétrica” donde la fuerza enemiga
con bajo nivel tecnológico y reducida potencia de fuego pero bien integrada a la
población pudo derrotar al ejército imperial poseedor de un elevado nivel
tecnológico y un gigantesco poder de fuego.
La
nueva doctrina militar apunta no a la simple destrucción de la fuerza militar
enemiga sino principalmente al conjunto de la sociedad que la sostiene. La
desintegración social (económica, moral, cultural, institucional) pasa a ser el
objetivo buscado y ese proceso puede darse o no con intervenciones directas sino
más bien con combinaciones variables de intervenciones externas (militares,
mediáticas, económicas, etc.) y acciones de desestabilización interna.
Se establece de ese modo una amplia variedad de
escenarios de agresión. En un extremo podemos ubicar a las guerras de Afganistán
e Irak, en una zona intermedia a Libia, Siria o Yugoslavia y en el otro extremo
a las llamadas intervenciones blandas o revoluciones coloridas como en Paraguay,
Honduras o Ucrania. Todas ellas implican el despliegue intenso de acciones
violentas al comienzo de la operación, en algún momento de la misma o como
resultado de la victoria imperialista. Pero estas guerras de configuración
variable no resuelven el problema de la dominación colonial de la periferia, el
caos instalado entorpece, encarece o a veces hace imposible los saqueos
sistemáticos.
El atajo de la Guerra de Cuarta
Generación aparece como lo que realmente es: el máximo posible de agresión en un
contexto de debilidad estratégica del agresor cuyo resultado no es solo la
caotización periférica sino también la degradación interna. Las operaciones
mafiosas hacia afuera terminan por consolidar prácticas mafiosas dentro del
aparato dominante del Imperio donde se extienden las camarillas parasitarias,
las tendencias irracionales, las locuras elitistas, las rupturas de las reglas
de juego institucionales.
Comienzo del fin: el mundo después de
2008-2013.
El sexenio 2008-2013 marca la
transición entre la declinación relativamente suave, controlada del sistema
iniciada hacia comienzos de los años 1970 y su degradación general de la que
estamos presenciando los primeros pasos.
La crisis
desatada entre fines de los 1960 y comienzos de los 1970 no fue superada como
las anteriores a través de una gran ola depresiva destructora de empleos y
empresas que reduciendo salarios y concentrando la producción y la demanda
solvente disparaba un nuevo ciclo ascendente de la economía, la era de las
“crisis cíclicas” descriptas por Marx había concluido. Aunque Marx explicaba que
esas crisis recurrentes irían acumulando desorden en el sistema hasta que las
fuerzas entrópicas adquirieran una dimensión tal que ya ninguna reconstrucción
capitalista sería posible. Quedaba así pronosticada la crisis general del
capitalismo, el esquema teórico derivado de la lógica de su dinámica de
acumulación. Lo que de ningún modo podía ser pronosticado era su desarrollo
histórico concreto, sus tiempos, sus protagonistas de carne y hueso, los atajos
e innovaciones sociales que permitieran postergar o precipitar el desenlace.
La evaluación prospectiva de Marx era un escenario muy
general que daba cabida a una amplia gama de futuros posibles, no se trataba de
una profecía apocalíptica en la que se establece una fecha o como calcularla,
descripciones precisas de actores y coreografía, etc. Pero ese esquema teórico
permitía a Marx y Engels explicar por ejemplo que “dado un cierto nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas, aparecen fuerzas de producción y de
medios de producción tales que en las condiciones existentes provocan
catástrofes, ya no son más fuerzas de producción sino de destrucción” [2] lo que
abría la reflexión acerca del carácter autodestructivo de la civilización
burguesa en su etapa decadente más avanzada.
Y ello
comenzó a ser innegable alrededor de 2008-2013 aunque mucho antes de ese período
fueron apareciendo alertas al respecto casi siempre ignoradas por los grandes
medios de comunicación y por las ciencias sociales, cuando se referían a
posibles desastres ambientales, sanitarios o políticos los atribuían a manejos
irracionales corregibles al interior del sistema. A lo que se plegaron “desde la
izquierda” algunos adoradores masoquistas del capitalismo proponiendo una suerte
de eternización de sus ciclos, tratando de destacar en la crisis en curso las
señales de la próxima recuperación del sistema, pero esas señales eran puras
fantasías o bien letanías conservadoras basadas en que “siempre” el capitalismo
había conseguido superar sus crisis por supuesto a costa de los trabajadores lo
que normalmente entristecía al auditorio (y no mucho al disertante).
Entre los variados factores de la
decadencia se destacan dos que resultan decisivos: la degradación (e
hipertrofia) financiera y la degradación (e hipertrofia) militar.
Desde 1990 (aproximadamente) mientras el Producto
Bruto Mundial venía decreciendo suavemente en progresión aritmética (desde los
años 1970) la masa financiera comenzó a crecer en progresión geométrica. Los
productos financieros derivados, su espina dorsal, pasaron de representar unas
dos veces el PBM a fines de los 1990 a unas 12 veces en 2008 pero a partir de
allí la expansión se estancó y tendió a decrecer poco a poco.
Durante su ascenso la especulación financiera fue la muleta
parasitaria que permitió a los consumidores, empresas y estados del Primer Mundo
seguir gastando e invirtiendo aunque los rendimientos marginales de la avalancha
financiera fueron decrecientes al cuadrado en términos de crecimiento del
producto bruto de los países centrales, cada vez hacía falta más droga
financiera para obtener cada vez menos expansión económica hasta que finalmente
en 2008 el mecanismo se quebró, el peso financiero se hizo insostenible y se
desató una seguidilla de auxilios estatales al sistema financiero para impedir
su derrumbe.
Pero estos auxilios no reactivaban la
economía solo frenaban la debacle financiera haciendo aumentar las deudas
públicas hasta el punto en que el estado norteamericano estuvo dos veces al
borde del default mientras las deudas públicas más las privadas de Japón
llegaron en 2013 al 520 % del PBI, al 510 % de Gran Bretaña, etc. A partir de
allí los auxilios se agotaron y el Primer Mundo ingresó en lo que en el mejor de
los casos para él podría ser descripto como un largo periodo de estancamientos,
recesiones y crecimientos anémicos que no debe ser pensado como una meseta de
enfriamiento estable de la producción, el consumo y el empleo sino como un
tobogán descendente.
El crecimiento cero o
la declinación aunque sea suave significan el aumento tendencial del desempleo y
en consecuencia el ingreso en un complejo fenómeno de desintegración
social.
Por su parte la militarización de los Estados Unidos no terminó con
el fin de la guerra fría, luego de un breve estancamiento hacia fines de los
años 1990 recomenzó la expansión de los gastos militares de tal modo que para
2012 su volumen real (sumando todas la erogaciones con finalidad militar del
estado, no solo las del Departamento de Defensa) se llega a una cifra
equivalente a aproximadamente el 9 % del producto Bruto interno[3]. Lo que
podríamos abarcar como área militar y de seguridad se deslizó del pasado
“clásico” poblado por militares y agentes profesionales de tipo tradicional
adscriptos directamente a la administración pública a una nueva etapa con
participación ascendente de mercenarios, estructuras privadas contratadas por el
estado, y una multitud de organizaciones públicas y privadas informales
oscilando entre la legalidad y la ilegalidad, mezcladas con negocios
clandestinos (drogas, prostitución, tráfico de armas, etc.). Guerra de Cuarta
Generación, lumpen-burguesía financiera y lumpen-militarismo se convirtieron en
el núcleo duro ideológico-físico de una élite imperial degradada que algunos
autores señalan como lumpen-imperialista[4].
Pero
así como la mega burbuja financiera apuntaló primero el funcionamiento del
sistema para luego convertirse en un salvavidas de plomo, la degeneración
militarista-mafiosa y su novedosa doctrina aparecieron como la tabla de
salvación de estructuras militares y de inteligencia ineficaces ante una
periferia aparentemente lista para ser devorada pero que se les escapaba de las
manos. Sin embargo esas esperanzas eran ilusorias, lo único que han conseguido
es destruir países, fracasar en el intento o ambas cosas al mismo tiempo
acumulando gastos y déficits fiscales: la criminalidad converge con la
estupidez.
La “transición 2008-2013” significó un
cambio fundamental en las formas de la guerra (su degradación radical) que dejó
al descubierto el carácter de la mutación en curso del conjunto del capitalismo.
Hacia mediados de los años 1950 y haciendo referencia a la por entonces reciente
practica bélica nazi Johan Huizinga señalaba que históricamente la guerra
siempre había formado parte de las civilizaciones o culturas “puesto que una
comunidad (en guerra) reconocía a la otra (contra la que hacia la guerra) como
humana... y separaba claramente y de manera expresa la guerra de la paz, por un
lado, y de la violencia criminal, por otro. La teoría de la guerra total –
destacaba el historiador- ha renunciado al último resto lúdico de la guerra (es
decir a toda regla de juego) y con ello a la cultura, al derecho y a la
humanidad en general”[5]
A
mi entender la ruptura hitleriana con relación a la práctica y a la teoría de la
guerra, es decir la “guerra total” y sus genocidios fue un anticipo, un primer
ensayo en plena crisis capitalista de lo que actualmente aparece como Guerra de
Cuarta Generación. En el primer caso se trató de una monstruosidad temprana,
pionera “alemana” pero con antecedentes en la cultura más reaccionaria de los
Estados Unidos, autores como Domenico Losurdo han establecido de manera rigurosa
evidentes raíces ideológicas estadounidenses del nazismo[6]. Ese desastre
expresaba la enfermedad de una civilización que todavía disponía de reservas
sistémicas (morales, productivas, institucionales, etc.) como para reponerse y
que aún no había sufrido una metástasis general. El tumor hitleriano fue
extirpado a medias y el mal pudo sobrevivir ocultándose en las sombras a la
espera de una nueva oportunidad, llegaron los juicios de Núremberg, los crímenes
de guerra (la violación de las reglas de juego de la guerra
moderna) fueron condenados selectivamente de manera prolijamente desprolija.
Cuando hacia fines de los años 1930 Hermann Rauschning
escribió una obra esencial para entender el funcionamiento del fenómeno: “La
revolución del nihilismo”, acertó al señalar que “la esencia de la dominación
nazi es el nihilismo”, la negación a la vez criminal y suicida de la realidad
humana, pero se equivocó completamente cuando pronosticó que “ese fanatismo
producido y difundido por la maquinaria del poder es tan vacío, tan artificial e
inauténtico que todo ese gigantesco aparato podría derrumbarse de un día al otro
a causa de un solo acontecimiento sin dejar ningún rastro de vida autónoma”[7].
Rauschning no supo (o no quiso) hundir el bisturí hasta el fondo, de hacerlo se
hubiera visto obligado a colocar en el banquillo de los acusados al
conservadorismo burgués en su conjunto y a partir de allí a los aspectos
destructivos (y autodestructivos) de la civilización occidental a la que él se
enorgullecía pertenecer.
Ahora cuando vemos al
cáncer fascista propagarse tranquilamente por toda Europa al ritmo de la crisis,
desde el avance irresistible del Frente Nacional en Francia hasta la victoria
neonazi en Ucrania, pasando por Holanda, Bélgica, Croacia, Hungría, los países
bálticos, Grecia, etc. no podemos dejar de constatar el enraizamiento profundo
del mismo no solo en la tragedia de los años 1920-1930-1940 sino en historias
muchos más antiguas, en fanatismos religiosos, en genocidios coloniales y otras
prácticas sociales de gran crueldad (el nazismo clásico no era superficial ni
inauténtico, hundía sus raíces en la larga trayectoria criminal de Occidente).
Pero lo más significativo y terrible ha sido la
reinstalación sin mayores escándalos de la doctrina hitleriana de la guerra
total, rebautizada Guerra de Cuarta Generación y a veces edulcorada como “golpes
blandos” o “suaves” o bajo la delirante presentación de guerras o bombardeos
“humanitarios”. Ahora ya no se trata de una experiencia pionera y en cierto modo
sorpresiva, “anormal” sino de un vale-todo aceptado por el conjunto de las
élites imperialistas. El hecho de que la forma capitalista de hacer la guerra
haya sufrido tal transformación está estrechamente vinculado a (forma parte de)
la transformación del capitalismo en un sistema destructor de fuerzas
productivas extendiéndose al contexto ambiental con sus tierras, mares,
montañas, animales, etc. apuntando hacia la aniquilación de todo el patrimonio
histórico de la humanidad, de toda la acumulación de civilizaciones.
¿Retorno al origen?
Podríamos establecer paralelos entre la coyuntura actual y los
orígenes de la modernidad. Robert Kurz puso al descubierto los orígenes
militares del capitalismo. Hacia el siglo XVI, según Kurz “no fue la fuerza
productiva, sino por el contrario una contundente fuerza destructiva la que
abrió el camino a la modernización, a saber, la invención de las armas de fuego.
La producción y movilización de los nuevos sistemas de armas no eran posibles en
el plano de estructuras locales y descentralizadas que hasta entonces habían
marcado la reproducción social, sino que requerían en diversos planos una
organización completamente nueva de la sociedad. Las armas de fuego, sobre todo
los grandes cañones, ya no podían ser producidas en pequeños talleres, como las
premodernas armas de punta y filo. Por eso se desarrolló una industria de
armamentos específica, que producía cañones y mosquetes en grandes fábricas”[8]
.
Un buen ejemplo de ello es la presencia en pleno
siglo XVI del célebre “Arsenal de Venecia” fábrica militar muy admirada en su
época, probablemente la primera industria moderna, que inspiró a muchos
emprendimientos militares y civiles posteriores y cuya organización productiva
basada en una eficaz división de tareas esbozaba el modelo que varios siglos
después en el inicio de la revolución industrial inglesa describió Adam
Smith.
Fue efectivamente en torno de
los desarrollos militares que se fueron generando redes comerciales y
financieras que permitían a los príncipes y demás señores de la guerra lanzar
sus aventuras.
Las mismas estaban destinadas a las
luchas intestinas de las aristocracias y a la represión de las masas campesinas
pero su objetivo principal era el pillaje de la periferia, disparador decisivo y
alimentación duradera, plurisecular de la emergencia y consolidación del
capitalismo, sus mercados internos centrales, su ciencia, su arte y su expansión
industrial y tecnológica (existe por ejemplo una sobreabundante literatura
referida a la incidencia de la inundación de oro y plata proveniente de las
colonias americanas en la transformación burguesa de Europa)[9].
Fue la alianza militar-parasitaria, entramado de
mercenarios, aristocracia militarizada, comerciantes-bandidos, usureros de alto
nivel, etc. la plataforma de lanzamiento de la conquista de la periferia
permitiendo que una relativamente pequeña economía guerrera realizara un pillaje
desmesurado con relación a su tamaño inicial. En el siglo XVI el producto bruto
de Occidente apenas superaba el 10 % de lo que podríamos considerar como
producto bruto mundial contra 23%-24 % China o 27%-28% India[10].
Hubo una primera tentativa: las Cruzadas cuando
aproximadamente en los siglos XII y XIII los occidentales lanzaron una sucesión
de invasiones al rico Cercano Oriente ocupando parte de su territorio[11].
Pero esa colonización fracasó pese a la enorme
crueldad desplegada, los pueblos invadidos disponían de una capacidad militar
que les permitió expulsar al invasor por medio de lo que podríamos llamar guerra
de larga duración, la disparidad militar entre invasores e invadidos no fue lo
suficiente grande como para sellar la derrota definitiva de las víctimas.
La situación fue
cambiando desde el siglo XV y experimentó un gran viraje en el siglo XVI en que
Occidente adquirió una superioridad técnico-militar decisiva sobre el resto del
mundo. La batalla de Lepanto (1571) probó la superioridad técnica
occidental sobre el Imperio Otomano, la eficacia del Arsenal de Venecia estuvo
detrás de esa victoria[12], medio siglo antes los españoles habían utilizado su
abrumadora superioridad técnica para aplastar al Imperio Azteca que no conocía
la pólvora ni las armas de metal.
Esa superioridad
militar de Occidente no fue producto del azar, se apoyó en el vertiginoso
desarrollo de su ciencia militar durante los siglos XV y XVI, la ingeniería
militar estuvo en el centro del Renacimiento europeo, heredaba a la ingeniería
militar medieval que su vez mantenía vínculos con la ciencia militar de la
antigüedad greco-romana. Bertrand Gille relata que “cuando en 1328 Felipe V de
Valois concibió el proyecto de partir a las cruzadas Guy de Vigevano se
convirtió en su consejero militar y escribió para el rey un tratado sobre
máquinas de guerra...que puede ser considerado como uno de los principales
antecedentes de la ciencia militar posterior”. Gille destaca que “ciertas
ilustraciones del tratado presentan analogías sorprendentes con algunas imágenes
de antiguos manuscritos griegos y romanos” que junto a otros desarrollos
medievales demuestran según el autor una clara continuidad científico-técnica en
el tema militar desde Grecia y Roma hasta llegar a los siglos XV y
XVI[13].
La continuidad histórica de
la “demanda” (el militarismo) para esa ciencia se remonta primero a la Edad
Media europea una de cuyas características principales fue el sobre
dimensionamiento de sus dispositivos bélicos, la excesiva proliferación de
organizaciones militares conducidas por príncipes aspirantes a emperadores y
titulares de “imperios” como Carlomagno pasando por señores de la guerra de todo
tamaño, bandas de mercenarios, etc. Militarismo feudal enlazado históricamente
con la Antigüedad europea guerrera e imperialista, constatemos solamente que
como lo observa James O'Donnell con relación al imperio romano ya en decadencia:
“después de llegar al trono en el año 284 el emperador Diocleciano y sus
sucesores pudieron restaurar las fronteras romanas y el orden romano
multiplicando por cinco o diez el número de soldados y funcionarios. Diocleciano
aumentó el número de soldados a 400 mil y más tarde llegó a alcanzar los 650 mil”[14].
En su libro “Matanza y
cultura”[15] Víctor Hanson desarrolla la larga trayectoria belicista de
Occidente y al referirse a sus victorias militares del siglo XVI señala que “el
dinamismo militar europeo era un continuo de la Antigüedad clásica, no una
consecuencia casual de la edad de la pólvora y del descubrimiento del Nuevo
Mundo... desde Grecia hasta el presente... las afinidades demostradas por las
sociedades occidentales en su forma de hacer la guerra resultan asombrosamente
duraderas” y agrega luego: “las falanges macedonias, igual que el ejército de
Cortés, la flota cristiana que combatió en Lepanto y la compañía de fusileros
británicos que defendió Rorque's Drift (1879-África, las tropas coloniales
fueron derrotadas por los zulúes) disponían de un armamento muy superior al de
sus adversarios”.
No se trata solo de superioridad
técnica sino de la extrema crueldad en su “forma de hacer la guerra” lo que
lleva al autor (pese a su admiración hacia Occidente) a señalar que: “algunos
estudiosos equiparan a Alejandro Magno con Cesar... o Napoleón con quienes
compartía su voluntad de hierro, su genio militar innato y la búsqueda de un
imperio más poderoso de lo que los recursos naturales de su tierra nativa les
permitían. Alejandro en efecto guarda afinidades con ellos, pero a nadie se
parece más que a Adolf Hitler”. El paralelo inevitable entre las falanges
griegas, las legiones romanas, los cruzados, las tropas coloniales españolas,
inglesas, francesas y los ejércitos hitlerianos establece el hilo conductor
“occidental” de una larga sucesión de guerras, conquistas y matanzas.
La acumulación originaria del capitalismo se basó, fue
exitosa gracias al saqueo desmesurado de una periferia y de recursos naturales
gigantescos, relativamente “infinitos” dado el nivel técnico y la capacidad de
rapiña de los imperialistas europeos de ese entonces. Pero esa desmesura es
imposible actualmente, el planeta es demasiado pequeño para las necesidades de
lo que sería un nuevo proceso de acumulación capaz de potenciar el parasitismo
occidental hasta generar una suerte de supercapitalismo global.
Las potencias centrales son lo suficientemente grandes
como para destruir al planeta (lo que significaría su autodestrucción) y es por
ello, a causa de su gigantismo que no pueden salvarse, iniciar un nuevo ciclo
ascendente devorando recursos humanos y naturales aunque para sobrevivir como
imperio necesitan alimentarse de sus víctimas. Esto marca una diferencia
cualitativa esencial con lo ocurrido hace cinco siglos, ahora la violencia
imperialista no es la de un monstruo vigoroso, en su infancia o juventud sino la
de un monstruo viejo y obeso.
Occidente
Es necesario asociar conceptos artificialmente disociados como
“civilización occidental”, “civilización burguesa”, “Imperio” (occidental) y
“capitalismo”. El capitalismo aparece como un fenómeno histórico con raíces
geográficas occidentales bien delimitadas cargando una pesada herencia cultural
específica. Occidente emergió como una empresa imperialista colectiva, agrupando
a varios estados expandiéndose globalmente y al mismo tiempo enfrascados en
feroces disputas intestinas, la unificación llegó luego de un largo recorrido
plurisecular al final de la Segunda Guerra Mundial bajo el mando de una
superpotencia neo europea: los Estados Unidos.
El
estallido de la guerra en 1914 pero especialmente la ruptura rusa de 1917 marcó
el inicio del declive occidental aunque la tendencia pareció revertirse desde
los años 1990 con el desplome de la URSS y en cierto sentido antes a partir de
la reconversión capitalista de China. Pero no fue así, de la desintegración
soviética luego de una década de desastres apareció Rusia como potencia
militar-energética crecientemente autónoma aunque manteniendo estrechos lazos
comerciales y financieros con Occidente y del aburguesamiento chino no nació un
país subdesarrollado dócil a los intereses norteamericanos como India o México
sino una potencia periférica también con importantes márgenes de autonomía.
El deterioro general de la dominación occidental, de
su jerarquía imperialista, es decir del capitalismo como sistema mundial ha
engendrado el fenómeno de despolarización, de descontrol periférico, China y
Rusia pero también Irán, y los juegos más o menos independientes de algunos
estados “progresistas” de América Latina ilustran el proceso. Los “bárbaros” del
siglo XXI se organizan sin tutela romana o negociando con la Roma moderna ya no
como simples vasallos, pero esa Roma no puede reproducirse como tal, su
parasitismo no puede sobrevivir sin los tributos crecientes de sus súbditos
periféricos, necesita cada vez más sangre de sus víctimas (petróleo barato,
litio, oro, cobre, salarios miserables, mayores ventajas comerciales,
mega-transferencias financieras, etc.) mientras las víctimas van encontrando los
caminos para reducir el pillaje gracias precisamente al debilitamiento del
parásito (lo que no impide en ciertos casos que los bárbaros se pillen entre
ellos).
Algunas precisiones nos pueden ayudar a entender mejor lo que
está ocurriendo.
En primer lugar el hecho
de que la consolidación de los estados burgueses centrales ha estado (y sigue
estando) estrechamente asociada a la expansión y consolidación colonial, la
extracción masiva de riquezas de la periferia permitió y sigue permitiendo la
integración de las sociedades centrales y la permanencia de su guardián
estatal-militar, el fin o el debilitamiento grave de dicha explotación marcaría
el eclipse de esos estados y de sus bases sociales.
En segundo lugar la comprobación de que el capitalismo es un sistema
basado en un encadenamiento de jerarquías fuertemente autoritarias, desde la
empresa ascendiendo hasta llegar al centro del poder mundial a través de una
compleja articulación de estados, grupos económicos, instituciones
internacionales, medios de comunicación, etc. La jerarquía imperialista del
capitalismo es inherente al mismo, es su forma histórica, concreta de
reproducción, nunca fue una articulación pacífica sino un ensamble violento e
inestable donde la autoridad es ganada y conservada con guerras, presiones,
trampas, etc. Pero hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial esa jerarquía jamás
pudo estructurarse en torno de un único centro estatal, superimperialista de
poder, desde los inicios de la modernización y su sombra colonial nos
encontramos ante sucesivas rivalidades y guerras interimperialistas.
La fantasía de la globalización regida por una sola
potencia mundial aunque insinuaba concretarse en los lejanos años 1990 se fue
desvaneciendo en la década siguiente, el sometimiento de Europa y Japón a la
jefatura estadounidense continúa basada en la degradación de ambos socios
menores, hechos recientes como los de Libia, Siria y Ucrania son buenos ejemplos
de ello. Pero ocurre que el jefe imperial también se degrada lo que plantea la
incertidumbre respecto del futuro de esa convergencia central. Por su parte la
periferia se va descontrolando precisamente cuando más es necesario su control
(superexplotación) para la reproducción del parásito, en consecuencia el imperio
se enfurece, se desespera, rescata toda su memoria racista no solo para expulsar
o reducir a la esclavitud a los intrusos periféricos que se instalan en los
territorios imperiales sino para convertir a sus países de origen en zonas de
libre cacería.
Esta última etapa ilumina toda la historia anterior del sistema,
destruye sus mitos decisivos, deja al descubierto su falsedad esencial. Sobre
todo el mito del capitalismo como progreso, como etapa superior en la sucesión
de civilizaciones, es decir como la más potente negación de la barbarie.
Buena parte de las ideologías anticapitalistas de los
siglos XIX y XX planteaban la superación del capitalismo como una suerte de
continuidad a un nivel superior, de negación inicial, revolucionaria, apoyada en
los logros “positivos” del viejo mundo (el proyecto de ruptura albergaba
condicionamientos culturales que aseguraban la reproducción de aspectos
decisivos de la civilización burguesa).
Pero la
degeneración en curso de ese sistema le quita el velo ideológico a su verdadero
rostro, los logros aparentemente positivos de su tecnología (donde el capítulo
militar es decisivo) aparecen inscriptos en un contexto de conquistas coloniales
con centenares de millones de asesinatos, con liquidaciones de creaciones
culturales calificadas despectivamente como atraso o subdesarrollo, depredando
hasta la extinción a una amplia variedad de recursos naturales.
Podemos incluir un pequeño agregado entre paréntesis a
la célebre expresión de Voltaire para afirmar que la civilización (burguesa) no
ha suprimido a la barbarie sino que la ha perfeccionado. El capitalismo no debe
ser asumido como una etapa en última instancia positiva en la marcha del
progreso humano sino como una desgracia, como un desastre, una degeneración cuya
no existencia hubiera evitado numerosas tragedias. El balance histórico de su
evolución es globalmente negativo, muchos de sus progresos científicos y
tecnológicos habrían sido obtenidos siguiendo probablemente otros ritmos y
caminos pero en contextos sociales menos terribles.
Hegel en sus lecciones de filosofía de la historia establecía que el
desarrollo de la libertad, componente de la marcha de la Civilización entendida
como encadenamiento de civilizaciones, como la evolución del progreso universal,
nacía penosamente en Oriente (es decir en la periferia) para realizarse
integralmente en Occidente con la victoria mundial de su civilización, de la
modernidad burguesa[16]. La soberbia eurocéntrica le impedía a Hegel percibir
que la libertad periférica (embrionaria, en desarrollo) había sido aplastada,
abortada, liquidada por un Occidente parasitario y depredador concretando la
mayor matanza de la historia humana y que su civilización sanguinaria solo podía
afirmarse una y otra vez por medio de la fuerza bruta, de sus dispositivos
militares contra los pueblos oprimidos de la periferia (y cuando fue necesario
también contra sus propias poblaciones como lo demostró el fascismo europeo del
siglo XX ahora en pleno renacimiento).
La subestimación, el desprecio occidental, su visión deshumanizante
de las culturas periféricas constituye una pieza clave de su ideología imperial
estructurada durante muchos siglos de saqueo, la animalización de la imagen del
hombre del “resto del mundo” formó parte de la construcción psicológica que
facilitó al colonizador de Occidente la realización de los grandes genocidios
legitimados como obra civilizadora. La ignorancia o desprecio de las riquezas
culturales de la periferia, de la creatividad de sus bases sociales, del
potencial de autonomía de sus comunidades campesinas no solo atrapó a los
cerebros de las élites occidentales sino también a buena parte de sus enemigos
internos, así fue como Gramsci pudo llegar a afirmar que en la vieja periferia
precapitalista “el Estado era todo, la sociedad civil era primitiva y
gelatinosa” mientras que en Occidente existía una robusta sociedad civil[17] lo
que no permite explicar como hicieron las poblaciones andinas de América, por
ejemplo, para sobrevivir culturalmente al genocidio inicial de la conquista
seguido por más de cinco siglos de opresión y pillaje occidental u otras proezas
culturales de los periféricos de Asia y África.
Es
necesario entender que la declinación en curso del mundo occidental se convierte
en degeneración de su trama ideológica y económica planetaria, es decir del
capitalismo como totalidad universal. Desde los años 1970 se sucedieron las
ilusiones referidas a las emergencias capitalistas no occidentales, desde el
milagro japonés, pasando por los tigres y dragones de Asia (Corea del Sur,
Taiwan, etc.) hasta llegar a China. En todos esos casos era evidente que las
expansiones industriales-exportadoras que lideraban los desarrollos “milagrosos”
se apoyaban en las necesidades de los mercados occidentales o de mercados
periféricos fuertemente dependientes de esas demandas por consiguiente el
deterioro de dichos mercados golpea a los capitalismos no-occidentales. Además
hechos tales como la hipertrofia globalizada de las redes financieras
establecían un solo espacio mundial estrechamente intercomunicado, la imposible
desfinancierización del capitalismo constituye un bloqueo común del que no
pueden escapar ni el centro ni la periferia. Esta última además cuando se
embarca en la prosperidad burguesa queda sometida al modelo consumista, a las
pautas ideológicas occidentales que tienen un devastador efecto desestructurante
(familiar, comunitario, ambiental).
A mediados de
2008 en pleno estallido financiero Richard Haass, presidente del Council on
Foreign Relations de los Estado Unidos publicó un artículo donde daba la voz de
alarma: la unipolaridad estaba condenada a muerte y no tendía a ser remplazada
por la multipolaridad, estaba comenzado a emerger un mundo no-polarizado que el
autor cargaba de imágenes caóticas[18], Haass percibía que el fin de la
jerarquía imperialista, unipolar desde 1991 y multipolar en toda la historia
anterior del sistema (incluido el período de auge de imperio británico) podía
llegar a ser una suerte de “fin del mundo”, de derrumbe de la “civilización”, es
decir de desarticulación del capitalismo como cultura universal y por supuesto
adelantaba algunas medidas correctivas que permitirían mitigar el supuesto
desastre.
Haass tenía razón cuando alertaba acerca
de que la no-polaridad albergaba el fantasma del fin de la “civilización”
(burguesa), George W. Bush y luego Barak Obama han intentado impedir ese futuro
introduciendo correctivos militares que han terminado por agravar la enfermedad
del Imperio propagando el caos allí donde les ha sido posible.
Por su parte potencias periféricas como Rusia y China
no están en condiciones de reordenar, en el sentido burgués del término, el
desorden causado por la decadencia occidental desarrollando nuevos espacios
capitalistas jerarquizados en remplazo de los viejos espacios agonizantes, no
son fuerzas negentrópicas del sistema sino zonas capitalistas resistentes
sumergidas también ellas en la decadencia global. Intentan frenar los manotazos
que contra sus intereses lanza el imperio pero al resistir, contragolpear o
avanzar sobre los flancos débiles del adversario contribuyen al “desorden”
general, bloquean las tentativas de recomposición del dominio occidental del
mundo y de ese modo agravan la degeneración global capitalismo.
La insurgencia
global como necesidad histórica
Las élites
dominantes de China y Rusia, también las de Brasil, India o Irán creen en la
posibilidad de desarrollar sus capitalismos nacionales, hacen lo que hacen para
no hundirse en el desastre al que lo quiere condenar Occidente pero el carácter
global, profundamente interrelacionado del sistema del que forman parte
condiciona sus astucias.
Todas esas zancadillas y
empujones entre el centro y la periferia contribuyen a crear un panorama global
enrarecido que en cualquier momento puede derivar en guerras y situaciones
pre-bélicas a nivel regional amenazando algunas veces con transformarse en
confrontaciones mundiales como ocurrió en 2013 a raíz de la situación siria y en
2014 con Ucrania.
Karl Polanyi describía la larga
“pax europea” (salpicada por conflictos menores) vigente desde el fin de las
guerras napoleónicas hasta 1914 resultado según él del rol armonizador,
apaciguador de conflictos cumplido por algunos factores ocultos entre los que
destacaba a la “haute finance”, los círculos financieros europeos más
encumbrados que poniéndose por encima de los intereses políticos nacionales
anudaban compromisos, negocios atravesando países y calmando por consiguiente la
disputas interimperialistas[19].
Pero Polanyi solo
miraba la superficie del fenómeno en realidad los negocios de la “haute finance”
se fundaban en la vertiginosa acumulación de capitales proveniente
principalmente de la rapiña imperialista del mundo uno de cuyos pilares
esenciales era la acción de los estados occidentales, el desarrollo de sus
aparatos militares (decisiva fuente de negocios) y de las consiguientes
megalomanías “patrióticas” de las respectivas burguesías nacionales rivales.
Polanyi señala que “los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una
familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad
se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única
conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo
industrial en una economía mundial que crecía con rapidez”[20]. En realidad el
rol “pacificador” de los Rothschild formaba parte un doble juego peligroso pero
muy rentable, por un lado excitaban a las bestias alentando sus ambiciones (y de
inmediato les pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban hacer
un desastre, pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a bestias que
absorbían drogas cada vez más fuertes terminó como tenía que terminar: con un
gigantesco estallido (Agosto de 1914).
Trasladándonos al mundo actual es necesario afirmar que la
globalización de negocios no establece un manto transnacional pacificador sino
todo lo contrario, sobre todo en los centros globales de poder político-militar
incentivando megalomanías criminales.
Es al
interior del sistema global decadente que se desarrollan las ilusiones,
esperanzas y rebeldías de la periferia. La ilusión de afianzar capitalismos
autónomos bajo las banderas de la restauración de la “identidad rusa” o del
“socialismo de mercado” chino o de un “socialismo” a medias como en Venezuela o
de una sociedad basada en el islam como en Irán o de capitalismos “progresistas”
como en Brasil, Argentina o Ecuador. Pero también la resistencia al invasor en
Afganistán o en Libia hasta llegar a la guerra prolongada por el socialismo de
las FARC en Colombia, a las protestas sociales en Europa, etc. Ese gran
rompecabezas no constituye una insurgencia global ni mucho menos un movimiento
en vía de articulación sino un proceso sumamente heterogéneo donde se presentan
erupciones efímeras, ciclos de larga duración, tentativas de desarrollo
capitalista relativamente autónomos, rebeliones anticapitalistas, etc. que
pueden ser vistos de distintas maneras, una de ellas es la de una
gran turbulencia periférica que se va expandiendo en medio de contradicciones de
todo tipo anunciando al mismo tiempo escenarios futuros de insurgencia popular
contra el sistema y su contrario: el hundimiento en degradaciones prolongadas.
Es ese espacio complejo al que las potencias
occidentales tratan de aplastar, aislar, demonizar, triturar, allí se reproduce
un gigantesco proletariado universal, varios miles de millones de campesinos,
obreros, marginales, comerciantes miserables, etc. condenados a la muerte o a la
supervivencia infrahumana por la dinámica decadente del sistema. Constituyen una
realidad plural que se opone naturalmente a la homogeneización esclavizante de
Occidente intentando preservar y/o construir identidades, espacios de libertad,
sobrevivir, vivir dignamente.
Los próximos años
dirán si desde esa masa proletaria irrumpe la insurgencia global que desplegando
su pluralidad vaya convergiendo en la segunda ofensiva contra el imperio, la
primera ocurrió en el siglo XX a partir de la Revolución Rusa convirtiéndose en
una rebelión global que se prolongó durante cerca de seis décadas abarcando
desde China hasta Cuba, pasando por Argelia, Vietnam, Nicaragua. Hace medio siglo estaban de moda en Europa occidental autores que
denunciaban la pérdida de hegemonía de la región superada por superpotencias
extraregionales como la URSS, los Estados Unidos o Japón. Uno de esos textos, de
gran éxito editorial, fue “El rapto de Europa”[21] de Luis Diez del Corral, su
tesis era que naciones extra europeas le estaban robando o ya le habían robado a
Europa su mayor creación cultural: la modernidad.
Deslumbrado por el mito griego el autor no recapacitó lo suficiente
acerca de su significado histórico: Zeus roba, rapta a Europa, princesa del
Cercano Oriente engañada por el dios que mimetizado como toro la induce a que lo
monte cosa que aprovecha el ladrón para secuestrarla y llevarla a su isla. El
origen del Occidente histórico es el engaño y el robo, su propio nombre: Europa
es el de un trofeo producto del robo. En última instancia si el mundo no
occidental se apropiaría de la modernidad occidental no estaría haciendo otra
cosa que recuperar el capital más los intereses de las riquezas que el ladrón le
había quitado durante siglos: oro, plata, petróleo, cereales, centenares de
millones de vidas humanas. En realidad el planeta está hoy completamente
modernizado, para unos (el centro del mundo) eso significa desarrollo
capitalista, poder, privilegios mientras que para el resto quiere decir
subdesarrollo capitalista, miseria, frustraciones.
De todos modos la “apropiación periférica de la
modernidad” es un anzuelo envenenado, es la ilusión de reproducir los supuestos
logros culturales de la civilización burguesa de manera independiente o
enfrentando a Occidente, cuando el esclavo imita al amo o pretende regenerar a
su comunidad adoptando-adaptando sus fundamentos ideológicos lo que consigue es
bloquear la creatividad revolucionaria de su base social (así lo demuestra la
experiencia histórica del siglo XX)(así lo demuestra la experiencia histórica
del siglo XX[22][23], cree haber encontrado el hilo de Ariadna que le permitirá
salir del laberinto, se aferra al mismo y marcha triunfalmente hacia la
salida... en realidad se ha aferrado a la cola del diablo quien astutamente lo
deriva hacia pasadizos aún más siniestros.
Pero la modernidad ha ingresado al estado de
decrepitud y la liberación de sus víctimas centrales y periféricas solo puede
ser lograda por medio de la negación absoluta del capitalismo, su completa
destrucción, para desde sus cenizas construir un mundo nuevo. Nada autoriza a
suponer que esa proeza (la mayor de la historia humana) sea inevitable, la
regeneración postcapitalista es históricamente necesaria aunque no constituye un
fenómeno inexorable impuesto por supuestas leyes de la historia. Se trata de una
tarea que requiere un gigantesco esfuerzo voluntarista animado por ideas
resultado de prácticas insurgentes, rebeldías más o menos radicalizadas, de
pruebas, errores, fracasos, éxitos efímeros o duraderos.
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[1]Las decadencias de civilizaciones anteriores y las
reflexiones contemporáneas sobre las mismas en la medida en que lograban una
visión de cierta amplitud asociaban a dichas decadencias con futuras
renovaciones o instalaciones de nuevas civilizaciones en el mismo territorio. A
nivel mundial mientras una civilización decaía otras permanecían o emergían.
Ahora dado el potencial autodestructivo del capitalismo global aparece la
posibilidad histórica del “fin de la historia” no en el sentido idílico
(siniestro) del mundo liberal feliz que hace algunas décadas nos proponía por
ejemplo Francis Fukuyama sino como desastre universal.
[2]Marx y Engels, “La
ideología alemana”, Ediciones Progreso, Moscú, 1974.
[3] En 2012 los gastos
del Departamento de Defensa llegaron a unos 700 mil millones de dólares, si a
los mismos se les adicionan los gastos militares que aparecen integrados
(diluidos u ocutos) en otras áreas del Presupuesto (Departamento de Estado,
USAID, Departamento de Energía, CIA y otras agencias de seguridad, pagos de
intereses, etc.) se llegaría a una cifra cercana a los 1,3 billones (millones de
millones) de dólares. Esa cifra equivale al 50 % de los ingresos fiscales
previstos o al 100 % del déficit fiscal. Esos gastos representaron casi el 60 %
de los gastos militares globales y si les sumamos los de sus socios de la OTAN y
de algunos países vasallos extra-OTAN como Arabia Saudita, Israel, Colombia o
Australia estaríamos entre el 75 % y el 80 % del gasto global (Ref: Jorge
Beinstein, “Capitalismo del Siglo XXI. Militarización y decadencia”, Ed.
Cartago, Buenos Aires 2013).
[4]Narciso Isa Conde,
“Estados neoliberales y delincuentes”, Aporrea, 20/01/2008,
www.aporrea.org/a49620.html
[5]Johan Huizinga,
“Homo ludens” (1954), Emecé Editores, Buenos Aires, 1968.
[6]Domenico Losurdo, “Las
raíces norteamericanas del nazismo”, Enfoques Alternativos, nº 27, Octubre de
2006, Buenos Aires.
[7] Hermann Rauschning,
“La révolution du nihilisme”, Gallimard, Paris, 1980.
[8] Robert Kurz, “Los
orígenes destructivos del capitalismo”, 1997,
ttp://www.oocities.org/pimientanegra2000/kurz_origen_destructivo_capitalismo.htm
[9] En otros textos he
presentado un concepto de Anouar Abdel Malek a mi entender esencial para
entender el fenómeno, se trata del “surplus histórico” acumulado durante siglos
por Occidente resultado de un saqueo universal sin precedentes, patrimonio
imperialista basado en la destrucción del contexto ambiental y de civilizaciones
de todos los continentes (Anouar Abdel Malek, “Political Islam”, Socialism in
the World, Number 2, Beograd 1978. [10] Angus Maddison,”The
World Economy: Historical Statistics”, OECD 2003. [11] René
Grousset la calificó como “la primera expansión colonial de Occidente”. Renée
Grousset, “Las cruzadas”, EUDEBA, Buenos Aires, 1965. [12] “El poder veneciano se basaba en su capacidad para fabricar
armas de acuerdo a los modernos principios de la especialización y la producción
capitalista” señala Víctor Davis Hanson para agregar que “tres años después de
Lepanto el monarca francés Enrrique III, que se encontraba en Venecia, visitó el
Arsenal que, para su asombro, montó, botó y equipó una galera en una
hora! En condiciones normales, el Arsenal, recurriendo a principios de
construcción naval, financiación y producción en masa comparables únicamente a
los del siglo XX, era capaz de botar una flota entera de galeras en el espacio
de unos pocos días”, Víctor Davis Hanson, “Matanza y cultura. Batallas decisivas
en el auge de la civilización occidental”, Fondo de Cultura Económica-Turner,
México D.F. / Madrid 2006.
[13] Bertrand Gille,
“Les ingénieurs de la Renaissance”, Herman, Paris 1964.
[14] James O'Donnell,
“La ruina del imperio romano”, Ediciones B, Barcelona 2010.
[15] Victor Davis
Hanson, op cit.
[16] G.W.F Hegel,
“La Raison dans l`Histoire”, Union Générale d`Editions, 10/18, Paris 1965.
[17] Antonio
Gramsci, “Cuadernos de la cárcel”, Ed. Era, México, 1999.
[18] Richard N.
Haass, “The Age of Nonpolarity. What Will Folow U.S. Dominance”, Foreign
Affairs, Mai/June 2008.
[19] Karl Polanyi, “The
Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon
Press, Boston, Massachusetts, 2001.
[20] K. Polanyi, op.
cit.
[21] Luis Diez del
Corral, “El rapto de Europa”, Alianza Editorial, Madrid 1974. [22] Desde los avatares burocráticos de la historia soviética
hasta llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos pasando por los
diversos nacionalismos más o menos “socialistas” o capitalistas del Tercer
Mundo. [23] Desde los avatares burocráticos de la historia
soviética hasta llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos pasando por
los diversos nacionalismos más o menos “socialistas” o capitalistas del Tercer
Mundo. http://www.alainet.org/active/74447⟨=es
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