Helena Rubinstein y el mundo de los cosméticos
“No naces con estilo, pero se puede crear” Max Factor
Alfredo César
Dachary
Mi vida ha sido signada, para bien, por estar
siempre rodeado familiarmente de mujeres, desde hermanas a hijas y nietas, por
lo que entender lo que es ese mundo tan especial no fue una materia difícil, más
bien siempre me parecía lógica la igualdad de sexos, viendo el machismo como un
emisario de un pasado que ya debería haberse ido.
Hay dos grandes ciencias que no se pueden
desconocer para entender el mundo que vivimos, son la filosofía y la historia, y
esta última me capturó más que otras porque me permitía entender la realidad
como un proceso, que tenía diferentes antecedentes y que se iban cruzando,
sumando e integrando para realizar las grandes transformaciones, reflejo que se
posiciona en nuevas ideas políticas y sociales, cerrando el
círculo.
Las grandes luchadoras por el voto femenino
fueron heroínas de la lucha feminista pero las mujeres pobres que murieron
mutiladas en la barricadas de París, en 1848, no lo fueron menos, ya que han
sido las heroínas olvidadas, al igual que en la Comuna de París en 1871, muchas
mujeres han luchado por las causas sociales, muchas más han trabajado y han
ayudado a construir un mundo más equitativo, es una realidad que tiene la mitad
de la población del planeta.
Hoy abordaremos otro tipo de mujer, la opuesta a
la que antes hacíamos referencia, una mujer que logró fama y riqueza y se
transformó en un ícono de otras mujeres en el mundo partir de sus productos,
pero también aportó a esa batalla muy larga que fue la igualdad.
Las grandes artistas, bailarinas, como Josephine
Baker, no sólo elevaron a la mujer a un nivel de reconocimiento merecido por su
arte, sino que además al ser de piel negra fue una doble batalla, en tiempos
donde aún no se reconocía a la denominada “gente de
color”.
Fue la primera mujer afroamericana en protagonizar una importante
película, Zouzou (1934), en debutar en una
sala de conciertos en Estados Unidos, además de convertirse en una
animadora de fama mundial, pero su otro rostro fue el de sumarse
al movimiento
por los derechos civiles en Estados Unidos y además ayudó a
la resistencia
francesa durante la Segunda
Guerra Mundial, y por ello logró recibir el honor
militar
francés, la Croix
de Guerre.
Coco Chanel fue diferente, una rebelde permanente
de un sistema que consideraba asfixiante, como lo fue su niñez en un asilo al
cual la llevó su padre y la abandonó, por ello tuvo que salir a la calle a
cantar, a bailar en una cantina, a donde sea para sobrevivir y lo logró en
términos impensables.
Coco
logró desde el diseño liberar el cuerpo de esas atávicas prendas que lo
cercaban; liberar el cuerpo era comenzar a liberar la mente de otras ataduras
mayores y más estrictas. Fue creadora de la ropa sport, liberadora de hombres y
mujeres, impuso el tostado del sol como moda y los antejos negros como
complemento.
Hasta el final de su vida fue un ejemplo de
rebeldía contra un sistema que no aceptaba; siempre quiso y fue libre, amó
intensamente y compartió su suite en el ya clásico Hotel Ritz de París con los
grandes pintores, pensadores e intelectuales de la época.
Siempre luchó y con su ejemplo marcó una época de
la mujer, que luego eclosionará al final de la segunda guerra mundial. Su vida
es paralela a este gran proceso de reconocimiento de la igualdad, base de una
sociedad más justa, que comienza a emerger al final de la segunda gran guerra.
Helena Rubinstein tuvo una vida diferente, que en
pocos años pasa de ser inmigrante judía polaca pobre a ser una de las primeras
grandes fortunas que se logran con la emergente industria cosmética, que
construyó a partir de explotar el sueño de toda mujer: ser más bella y más
joven.
Si bien la lucha por lograr
una total equidad entre ambos sexos ha sido una larga batalla, el uso de los
cosméticos es un tema difícil. Ovidio, en su texto “El arte de amar” aconsejaba,
en la sociedad romana de comienzos de la era cristiana, que se permita a las
mujeres una gran libertad en la vida social y personal, por ello aconsejaba a
las damas perfumarse las axilas, llevar las piernas afeitadas y blanquear los
dientes.
Pero había otra concepción en la sociedad de la
época en la que las mujeres eran para engendrar niños y servir a su marido y
allí los cosméticos eran un “tabú”, y se afirmaba que: “una esposa cuya belleza
no se deba a los coloretes, alarga el doble la vida de su marido y le procura
paz a su espíritu”.
Este criterio misógino, dominaba la sociedad
Victoriana, y ello lo dio a conocer William Rathbone en 1862, en un
artículo donde sostenía que la
función de la mujer básicamente era “complementar, endulzar y embellecer la
existencia de su prójimo”. Pero esta limitación comienza a ceder a fines del
siglo XIX y esa fue la gran oportunidad de Helena Rubinstein, para entrar al
mercado con sus cosméticos.
En esos años las mujeres revindicaban nuevas
libertades y con ello llegó el lujo, que las mujeres lucían en las grandes
capitales y luego en veranos emergentes de la Costa Azul; esto más que libertad
era una repentina toma de poder.
Pero para poder salir al “mundo” y apropiárselo
debía salir de su hogar conservador, donde su padre ya le había conseguido un
futuro esposo, un viudo, que Helena rechazó y con ello a sus padres, que se
sentían afectados en su honor por esa decisión. Se fue de casa y ya no volvería
más que ocasionalmente a integrar a hermanas y primas al equipo de la naciente y
poderosa empresa mundial de cosméticos.
El éxito de Helena Rubinstein no se puede
disociar de las realidades territoriales de cada época, ya que abrir un negocio
de este tipo en Europa tenía limitaciones, pero lo abre en Melbourne en la
naciente colonia inglesa de Australia, donde las mujeres ejercían sin leyes de
por medio la libertad respecto de su vida privada, ya que la mayoría tenían
independencia económica; en esa época el 35% de los asalariados eran mujeres y
por ello el 40% de las mujeres en edad de trabajar tenían empleos.
La injusticia en los salarios existía, pero eran
los primeros tiempos de esa lucha de la mujer por todos sus derechos, por lo que
éstos eran bajos, apenas representaban el 50% de lo que se le pagaba a un hombre
por igual trabajo, no frenaba las ansias de libertad y estas mujeres cobraban y
gastaban su dinero como ellas querían.
La misoginia de la sociedad cristiana en Europa
miraba con recelo los cosméticos, incluso cuando se utilizaban abiertamente,
como fue en la época de restauración inglesa, donde todos sabían que se
utilizaban polvo de arroz, potingues, coloretes o cerusa y las señoras los
conseguían de contrabando y se aplicaban en la
privacidad.
Esto sirvió de aliciente a Helena que vio un
mercado sin límites para su emergente industria de la cosmetología; era un
mercado que casi abarcaba la mitad del planeta, que era el espacio de las
ciudadanas del mundo. Por ello es que tanto Helena como Elizabeth Arden y Estée
Lauder fueron las tres pioneras que lograron amasar una fortuna con este nuevo
producto que hasta esa época era sólo dedicado a las
mujeres.
El primer hombre que llega a este mundo
restringido fue Max Factor, que se introduce durante la Edad Dorada de
Hollywood; fue el “diseñador” de los rostros más bellos de esa época. Este
inmigrante ruso era un maquillador visionario, creador de pelucas e inventor,
que se hizo popular creando los looks de las actrices icónicas más famosas de la
época, como Ava Gardner, Jean Harlow y Marlene Dietrich, y además era un
creyente de que el glamour de las estrellas podía ser alcanzado por cualquier
mujer, que fue uno de los imaginarios más importante de esos tiempos entre la
primera y la segunda guerra mundial.
En su larga trayectoria, Helena va construyendo
sus productos y con ellos su imagen, destacan las “hierbas especiales” de los
Montes Cárpatos, que fueron fundamentales para darle más glamour a sus productos
y generó con ello un gran efecto publicitario, fundamental ya que lo que vende
esta industria de la belleza es magia.
Más allá de la magia estuvo el trabajo de
dieciocho horas diarias, que la obligó a dejar a un costado pretendientes y como
ella cuenta en su biografía a “perder toda la diversión propia de la juventud”,
y dice: “…el trabajo ha sido mi mayor tratamiento de belleza…” y en el ocaso de
su vida agregó: “…mantiene a raya las arrugas, permite mantener joven el corazón
y el espíritu y ayuda a la mujer a conservar la juventud y, por supuesto, la
vitalidad”.
Un corto casamiento fracasado, una larga lucha y
un éxito muy grande, pero tuvo también los sobrecostos de ser mujer en esa época
en transición, por ello aportó en una industria emergente a mostrar que una
mujer puede ser el líder de una producción y sostenerse.
Todas las divas de su tiempo, con excepciones
como siempre, partieron de avances y posicionamientos en todos los campos en que
se desarrollaban, el ocio y la recreación, en el otro el de la ciencia, la doble
Nobel Marie Curie, no fue la excepción. Todas hijas del exilio primero de sus
tierras, luego de sus querencias, siempre trashumantes, historias de vida que se
forjan en una lucha por sobrevivir, emerger y triunfar.
Helena lo hizo con sus hermanas, primas y otras
parientes que la acompañaron en la construcción de su imperio de los cosméticos.
alfredocesar7@yahoo.com.mx