NCeHu
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Andrés Carrasco, científico y
militante: gracias
www.lavaca.org
10/05/2014
Falleció Andrés Carrasco, el
científico que confirmó los efectos devastadores del glifosato, acompañó con su
investigación a los pueblos fumigados y cuestionó que la ciencia esté al
servicio de las corporaciones. Incluimos la última entrevista que brindó y
además “¿La felicidad puede ser un tema político? Pistas para
bajarse de la globalización”, la entrevista
que transmitió Decí Mu

En una de sus visitas a nuestra Cátedra
Autónoma de Comunicación Social, el científico Andrés Carrasco contó cómo
decidió divulgar su investigación sobre los efectos letales del glifosato.:
estaba en el sur, pescando, solo, disfrutando la belleza de esa postal
natural, sabía que lo que había comprobado era esencial y sintió que el
perfecto silencio que lo rodeaba era un grito inmenso. “Hacé algo”. Para
hacerlo solo necesitaba encontrar “un periodista serio y decente”. Y llamó,
desde ahí mismo, a Darío Aranda. Él es quien lo despide en estas líneas que
eligió publicar en lavaca. Doble honor, que nos obliga y compromete aún más a
seguir siendo dignos de ello y de ellos.
Por Darío
Aranda.
“Soy investigador del
Conicet y estudié el impacto del glifosato en embriones. Quisiera que vea el
trabajo”.
Fue lo primero que se
escuchó del otro lado del teléfono.
Era 2009 y aún estaba
latente el conflicto por la Resolución N°125. Página12 había dado amplia
cobertura a las consecuencias del modelo agropecuario y este periodista había
escrito sobre los efectos las fumigaciones con agroquímicos.
El llamado generó
desconfianza. No conocía al interlocutor. ¿Por qué me llamaba?
El científico avanzó en la
presentación. “Mi nombre es Andrés Carrasco, fui presidente del Conicet y soy
jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA. Le dejo mis datos”.
Nunca había escuchado su
nombre. Nunca había escrito sobre científicos y el Conicet me sonaba como un
sello.
Llamados al diario y
preguntas a colegas. Todos confirmaron que era un científico reconocido, treinta
años de carrera, con descubrimientos muy importantes en la década del 80 y
trabajo constante en los 90, cuando se enfrentó al menemismo.
Hice la nota.
Su investigación fue la tapa
del diario, (abril de 2009). La noticia: el glifosato, el químico pilar del
modelo sojero, era devastador en embriones anfibios. Nada volvió a ser igual.
Organizaciones sociales, campesinos, familias fumigadas y activistas tomaron el
trabajo e Carrasco como una prueba de lo que vivían en el territorio.
“No descubrí nada nuevo.
Digo lo mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en un
laboratorio”, solía decir él. Y comenzó a ser invitado a cuanto encuentro había.
Desde universidades y congresos científicos, hasta encuentros de asambleas
socioambientales y escuelas fumigadas. Intentaba ir a todos lados, restando
tiempo al laboratorio y a su familia.
También ganó muchos
enemigos. Los primeros que le salieron al cruce: las empresas de agroquímicos.
Abogados de Casafe (reúne a las grandes corporaciones del agro) llegaron hasta
su laboratorio en la Facultad de Medicina y lo patotearon. Comenzó a recibir
llamadas anónimas amenazantes. Y también lo desacreditó el ministro de Ciencia,
Lino Barañao. Lo hizo, nada menos, que en el programa de Héctor Huergo, jefe de
Clarín Rural y lobbysta de las empresas.
Barañao desacreditó el
trabajo y defendió al glifosato (y al modelo agropecuario). Y no dejó de hacerlo
en cuanto micrófono se acercara. Incluso cuestionó el trabajo de Carrasco en
encuentros de Aapresid (empresarios del agro) y, sobre todo, en el
Conicet.
Carrasco no se callaba:
“Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas,
cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. Saben que no pueden tapar el
sol con la mano. Hay pruebas científicas y, sobre todo, hay centenares de
pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria”.
Los diarios Clarín y La
Nación lanzaron una campaña en su contra. No podían permitir que un reconocido
científico cuestionara el agronegocio. Llegaron a decir que la investigación no
existía y que era una operación del gobierno para prohibir el glifosato, una
represalia por la fallida 125. Carrasco se enojaba. “Si hay alguien que no
quiere tocar el modelo sojero es el gobierno”, resumió café mediante en el
microcentro porteño. Pero Carrasco era funcionario del gobierno: Secretario de
Ciencia en el Ministerio de Defensa. Le pidieron que bajase el tono de las
críticas al glifosato y al modelo agropecuario. No lo hizo. Renunció.
Carrasco en la Mu de marzo
2014

El silencio no es
salud
Empresas, funcionarios y
científicos lo habían acusado de no publicar su trabajo de glifosato en una
revista científica, sino en un diario. Se reía y retrucaba: “No existe razón de
Estado ni intereses económicos de las corporaciones que justifiquen el silencio
cuando se trata de la salud pública. Hay que dejarlo claro, cuando se tiene un
dato que sólo le interesa a un círculo pequeño, se lo pueden guardar hasta tener
ajustado hasta el más mínimo detalle y, luego, se lo canaliza por medios que
sólo llegan a ese pequeño círculo. Pero cuando uno demuestra hechos que pueden
tener impacto en la salud pública, es obligación darle una difusión urgente y
masiva”.
Era calentón Carrasco. Se
enojaba, discutía a muerte, pero luego tiraba algún comentario para
distender.
Nos solíamos ver en un café
antiguo cerca de Constitución. Él era habitué. Charlaba con las mozas y debatía
de política con el dueño.
Café mediante, le pregunté
por qué se metió en semejante baile. Ya era un científico reconocido en su
ámbito y no necesitaba dar prueba de nada. Tenía mucho por perder en el mundo
científico actual. Me explicó que lo había conmovido el sufrimiento de las
Madres del Barrio Ituzaingó de Córdoba. Y que no podía permanecer indiferente.
También lamentó que el Conicet estuviera al servicio de las corporaciones.
Denunció acuerdos (incluso premios) entre Monsanto y Barrick Gold con el
Conicet. Se indignaba. “La gente sufre y los científicos se vuelven empresarios
o socios de multinacionales”, disparaba.
Ética
En 4 de mayo de 2009, el
ministro Barañao envió un correo electrónico a Otilia Vainstok, coordinadora del
Comité Nacional de Ética en la Ciencia y Tecnología (Cecte). En un hecho sin
precedentes, Barañao aportaba bibliografía de Monsanto y pedía que evalúen a
Carrasco. Nunca había pasado algo similar. La mayor autoridad de ciencia de
Argentina pedía una evaluación ética por un investigar que había cuestionado al
químico pilar del modelo agropecuario.
Barañao quería la cabeza de
Carrasco.
Vainstok envió un correo
electrónico el mismo lunes 4 de mayo,,con copia a los nueve integrantes del
Comité de Ética. Decía así:
“Estimados colegas, esta tarde he recibido un
pedido de que el Cecte considere las expresiones vertidas en artículos
periodísticos por Andrés Carrasco con motivo de su investigación de los
efectos del glifosato en embriones de anfibios. Adjunto también la
bibliografía aportada por Lino Barañao, la entrevista a Carrasco y la
entrevista al Ministro Barañao que sacó Clarín”.
El mail se filtró a la
prensa. Y Carrasco se enteró de la operación de Barañao y Vainstok. El escándalo
hubiera sido enorme. El Comité de Ética reculó y no juzgó a Carrasco, pero el
camino estaba marcado.
Los de abajo
En agosto de 2010, en Chaco,
estaba por dar una charla, pero empresarios arroceros y punteros políticos
intentaron lincharlo. Había concurrido a una escuela de un barrio fumigado, y no
pudo hablar. Lo sorprendió la violencia de los defensores del modelo.
Ese mismo agosto, la revista
estadounidense Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en
Toxicología) publicó la investigación de Carrasco. Lo que había sido un
pedido-chicana de sus detractores, no sirvió para calmar las críticas. Continuó
la difamación de los defensores del agronegocios. Pero fue un triunfo para los
pueblos fumigados, las Madres de Ituzaingó y las asambleas en lucha. Y Carrasco
comenzó a tejer diálogos con otros investigadores, de bajo perfil. Sentía
particularmente respeto y cariño por jóvenes investigadores de Universidad de
Río Cuarto y de la Facultad de Ciencias Médica de Rosario. Solía mencionarlos en
las charlas y los señalaba como el “futuro digno” de la ciencia
argentina.
Otro veneno
Solíamos cruzarnos en
encuentros contra el extractivismo. Y periódicamente nos enviábamos correos con
información del modelo agropecuario, alguna nueva investigación, viajes suyos a
Europa para contar sobre su investigación, el juicio de las Madres de Ituzaingó,
la nueva soja aprobada por el gobierno, los nuevos químicos. Un día recibí uno
de sus mensajesl. “Hay un nuevo veneno”, fue el asunto de un mail. Alertaba
sobre el glufosinato de amonio y lo mencionaba como posible sucesor del
glifosato: “El glufosinato en animales se ha revelado con efectos devastadores.
En ratones produce convulsiones y muerte celular en el cerebro. Con claros
efectos teratogénicos (malformaciones en embriones). Todos indicios de un serio
compromiso del desarrollo normal”, precisaba. Y recordaba que la EFSA (Autoridad
Europea de Seguridad Alimentaria) detalló en 2005 los peligros del químico para
la salud y el ambiente. Destacó que desde 2011 el Ministerio de Agricultura
había aprobado diez eventos transgénicos de maíz y soja de las empresas Bayer,
Monsanto y Syngenta. Cinco de esas semillas fueron aprobados para utilizar
glifosato y glufosinato.
¿Para qué y para quién
investigan?
Otra tarde le envíe un
correo electrónico contando de investigadores que confirmaron lo mismo que él,
pero en sapos (muchas veces llaman los “canarios de la mina” porque pueden
anunciar lo que le sucederá a humanos. Los investigadores tenían miedo a hablar,
por las posibles represalias. De inmediato me llamó por teléfono. Fue tajante:
“No quiero saber quiénes son. Sólo quiero que le preguntes para qué mierda
investigan, si para criar sapos o para cuidar al pueblo que subsidia sus
investigaciones. Preguntales eso por favor”. Y cortó.
Los investigadores nunca
quisieron hablar y difundir masivamente sus trabajos.
Carrasco en
Wikileaks
En marzo de 2011 se conoció
que la embajada de Estados Unidos lo había investigado y había hecho lobby en
favor de Monsanto. Documentos oficiales filtrados por Wikileaks confirmaban el
hecho. “No esperaba algo así, aunque sabemos que estas corporaciones operan al
más alto nivel, junto a ámbitos científicos que les realizan estudios a pedido,
medios de comunicación que les lavan la imagen y sectores políticos que miran
para otro lado. Estaban, y están, preocupados. Saben que no pueden esconder la
realidad, los casos de cáncer y malformaciones se reiteran en todas las áreas
con uso masivo de agrotóxicos”.
El otro
Carrasco
En noviembre de 2013 le
relaté que en Estación Camps (Entre Ríos) había entrevistado a una mujer que
luchaba contra los agroquímicos. Era una trabajadora rural y ama de casa, muy
humilde, que había enviudado. Su esposo era peón de campo, vivía rodeado de soja
y fue fumigado periódicamente. Comenzó a enfermar, la piel se le desprendía y
tuvo graves problemas respiratorios. Murió luego de una larga agonía. La mujer
no tenía dudas de que habían sido los agroquímicos que llovían sobre la casa. Y
los médicos tampoco tenía dudas, aunque se negaban a ponerlo por escrito. El
nombre del trabajador rural víctima de los agroquímicos: Andrés
Carrasco.
La viuda había escuchado en
la radio sobre el científico homónimo de su marido y el glifosato. Y, entre
llantos, contó que le daba fuerzas saber que alguien con el mismo nombre que su
esposo estaba luchando contra los químicos que le arrebataron al padre a sus
hijos.
Le conté la historia por
teléfono. El Carrasco científico se conmovió, no podía seguir hablando. Y
confesó que solía arrepentirse de no haber investigado antes sobre el
glifosato.

La última
maniobra
A fin del año pasado me
llamó para contarme la última maniobra del Conicet. Había solicitado la
promoción a investigador superior y le fue negada. La cuestión iba mucho más
allá de la promoción. Lo enojaba el ninguneo de los científicos empresarios y
obedientes del poder. Lo habían evaluado dos personas que no conocían nada de su
especialidad y otro que es parte de las empresas del agronegocios. Me envió su
carta de reclamo al Conicet y relató en detalla la reunión con el Presidente de
la Institución. Estaba seguro que era un nuevo pase de factura por lo que
comenzó en 2009.
Y le dolía el silencio de
académicos que respetaba, incluso de amigos de antaño de las ciencias sociales
que le daban la espalda.
Le propuse un artículo
periodístico e intentar publicarlo en Página12. Le tenía aprecio al diario, a
pesar de que hacía tiempo habían dejado de darle espacio. Le avisé que pondría
su versión de los hechos y la del Conicet y de Barañao. Me retruco rápido: “Te
van a sacar cagando”.
Lo propuse al diario. Lo
rechazaron sin la más mínima explicación. Cuando le avisé la negativa, ni se
inmutó. Dijo que era previsible. “En estos años tuve un curso acelerado de lo
que son los medios de comunicación”, resumió. Le respondí que estos años había
aprendido que el Conicet no era para nada impoluto y que había demasiadas
miserias en el mundo científico.
Reímos juntos.
Y me chicaneaba y recordaba
que ahora éramos colegas. Tenía un programa en FM La Tribu donde nadie lo
censuraba y daba gran protagonismo a las asambleas y organizaciones en lucha
contra el extractivismo. El nombre del programa era todo un mensaje a sus
enemigos: “Silencio cómplice”.
Quedamos en juntarnos a
comer un asado y publicar la nota en medios amigos (la publicó lavaca en su
periódico MU en marzo pasado).
Intenté para esa nota hablar
con “la otra parte”. Barañao dijo que no tenía nada de qué hablar, desechó
cualquier pregunta. El presidente del Conicet, Roberto Salvarezza, adujo
problemas de agenda.
La última
entrevista
Viajó a México al Tribunal
Permanente de los Pueblos (tribunal ético internacional, de carácter no
gubernamental que evalúa la violación de derechos humanos). Volvió a México en
enero. Se descompuso y fue trasladado de urgencia. Lo operaron en Buenos Aires y
tuvo largas semanas internado, débil. Cuando le dieron el alta, llamó a casa.
“Zafé”, fue la primera palabra. Y de inmediato preguntó: “¿Qué sabés del bloqueo
en Malvinas Argentinas (Córdoba, donde se frenó la instalación de una planta de
Monsanto)? ¿La tiene difícil Monsanto?” Él había estado en setiembre de 2013
cuando comenzó el bloqueo. Me explicó que tenía para varias semanas de
recuperación, pero cuando estuviera mejor quería que vayamos a Córdoba, a
Malvinas Argentinas y también a visitar a las Madres de Ituzaingó. Lo dejamos
como plan a futuro.
Hablamos sobre su situación
en el Conicet. Le dolía la indiferencia de compañeros del mundo académico, sobre
todo de las ciencias sociales. Le pregunté por qué no recurrir a las
organizaciones sociales. Se opuso. Argumentó que ya demasiado tenían en sus
luchas territoriales como para preocuparse por él. Se ofreció para una
entrevista. La hicimos. Algunas citas:
- “Los mejores científicos no siempre son los más
honestos ciudadanos, dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para escalar
posiciones en un modelo con consecuencias serias para el pueblo”.
- “El Conicet está absolutamente consustanciado en
legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones”.
- “(Sobre la ciencia oficial) Habría que preguntar
ciencia para quién y para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y
agroquímicos en todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la
Cordillera? ¿Ciencia para fracking y Chevron?”
- “Mucha gente fue solidaria conmigo, piensa que
lo que uno hizo tuvo importancia para ellos, tienen derecho a saber que hay
instituciones del Estado que privilegian la arbitrariedad para sostener
discursos, para que el relato no se fisure.
Sabía que la entrevista sería para un medio amigo,
“no masivo”. Estaba contento, recuperando fuerzas, no iba a dar el brazo a
torcer ante Barañao, Salvarezza, el establishment científico y las corporaciones
del agro.
El 27 de marzo concurrió a Los Toldos, a una
audiencia pública sobre agroquímicos. Estaba débil, pero no quiso faltar.
Sucedió lo mismo en la Facultad de Medicina, en la Cátedra de Soberanía
Alimentaria (el 7 de abril), donde habló de los alimentos transgénicos y los
agroquímicos. No estaba bien, andaba dolorido, pero no quiso faltar. Entendía
esos espacios como lugares de lucha, donde debía explicar los efectos de los
agroquímicos. Solía decir que se lo debía a las víctimas del modelo.
Al fines de abril avisó por correo electrónico que
lo habían vuelto a internar. Esperaba que sea algo rápido. Quería volver a su
casa, recuperarse y hacer el viaje pendiente a Córdoba, al acampe contra
Monsanto.
Su legado
Fui testigo de sus últimos seis años. Tiempo en el
que decidió alejarse del establishment científico que vive encerrado en
laboratorios y sólo preocupado por publicaciones que sólo leen ellos.Se
transformó en un referente hereje de la ciencia argentina. No tendrá despedidas
en grandes medios, no habrá palabras de ocasión de funcionarios ni habrá actos
de homenaje en instituciones académicas.
Andrés Carrasco optó por otro camino: cuestionar un
modelo de corporaciones y gobiernos y decidió caminar junto a campesinos, madres
fumigadas, pueblos en lucha. No había asamblea en donde no se lo
nombrara.
No existe papers, revista científica ni congreso
académico que habilite a entrar donde él ingresó, a fuerza de compromiso con el
pueblo: Andrés Carrasco ya tiene un lugar en la historia viva de los que
luchan.
Nos queda, entonces, saldar con él una enorme
deuda: la de decirle gracias.
Nos vemos en la lucha.
Última entrevista
Ciencia transgénica
El científico que confirmó los efectos
perjudiciales del glifosato denuncia al Conicet y al Ministerio de Ciencia.
Afirma una saga de hostigamientos por denunciar el modelo agropecuario. El rol
de los científicos, funcionarios y corporaciones.
Por Darío
Aranda Publicada en el periódico CTA de
mayo.
El embriólogo molecular Andrés Carrasco marcó un
quiebre en la discusión sobre el modelo agrario argentino. Con un largo
recorrido en el ámbito científico, Carrasco confirmó en 2009 los efectos del
glifosato (agroquímico pilar del modelo sojero) en embriones anfibios. Y ya nada
volvió a ser igual. Los cientos de pueblos fumigados y organizaciones sociales
tuvieron una prueba más para sus denuncias. Para Carrasco también fue un punto
de quiebre. Comenzó a recorrer el país (desde universidad hasta escuelas, desde
congresos científicos hasta clubes de barrio) dando cuenta de su estudio. Y
comenzó a ser mala palabra en el mundo científico ligado al agronegocios. La
última estocada provino del Conicet (el mayor ámbito de ciencia de Argentina):
Carrasco denunció por persecución ideológica al presidente del organismo,
Roberto Salvarezza, y al ministro de Ciencia, Lino Barañao.
El ministro Barañao había realizado en 2009 un
inusual pedido de revisión “ética” al Conicet respecto al accionar de Carrasco.
Sobrevino una censura en la Feria del Libro de 2010, difamaciones públicas y, el
último hecho, la negación de la promoción con un dictamen que Carrasco evalúa
como “plagado de irregularidades” y con evaluadores insólitos: una especialista
en filosofía budista y un reconocido científico ligado a las empresas del
agronegocios.
Ciencia, investigadores, corporaciones y
gobiernos.
-¿Qué sucedió en el Conicet (Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas)?
-Soy investigador principal y me presenté a
investigador superior, que es la máxima categoría de un investigador. Es un
concurso donde uno presenta todos los antecedentes de la carrera científica. El
Conicet lo somete a una comisión especial, formada por un grupo de personas. Una
parte, dos o tres, son miembros informantes, que revisan antecedentes del
candidato. Luego lo informan al resto de la comisión en un dictamen, que la
comisión aprueba o desaprueba.
-¿Qué implica la
promoción?
-Implica fundamentalmente el reconocimiento o una
carrera en la que uno viene escalando posiciones. Se analiza todos los méritos y
trayectoria del candidato. También implica una mejora salarial, pero
fundamentalmente un reconocimiento a la carrera.
-¿Por qué rechazan su
promoción?
-Apelan a una serie de argucias retoricas. Hicieron
una evaluación cuantitativa y no cualitativa. Y alguna de las contribuciones más
importantes mías sólo las describen, no las evalúan, no presentan argumentos
serios de la contribución del trabajo, sólo miden cuantitativamente. Dicen que
no es suficiente, deducen que en mi caso no tengo experiencia internacional
suficiente. Además de decir que hubo interrupciones en mi tarea porque desempeñé
tareas de gestión (dos años presidente de, justamente, el Conicet y otro tanto
Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa). Es insólito porque reconocen
que estuve en cargos de gestión y por otro lado dicen que durante esos años no
hubo producción, pero saben que tuve licencia sin goce de sueldo con cargo de
mayor jerarquía.
-¿Qué es lo que no
evaluaron?
-No evalúan seriamente nada. Dicen que fui primer
autor o segundo autor (en las investigaciones firmados por grupos de trabajo,
con varios autores), pero ni siquiera dicen qué es lo que se investigó. En la
década del 80 realizamos una serie de publicaciones que fueron muy relevantes en
el mundo científico. No hacen mención y se limitan a decir si firmé primero,
segundo o tercero. Y no hay ninguna valoración sobre todo el resto, ni se
refieren a los temas sobre lo que uno trabajó durante años. Hay mucha producción
científica que que no fue valorada. Del dictamen se evidencia que no hubo
valoración cualitativa, no pusieron en relevancia los impactos de las
investigaciones, no señalan si fue novedoso y si contribuyó en la
disciplina.
-¿Esa forma de evaluación es regla de la
ciencia o es particular de este caso?
-Lo que corresponde que se haga es un análisis real
del contenido de la carrera científica, no medirlo en términos de números. No se
trata de ver cuántos papeles tenemos acumulados, usar una balanza y ver cuántos
kilos pesa la producción científica de uno. Así evalúan hoy.
-¿Usted apunta a quiénes lo
evaluaron?
-El dictamen es lavado, sin argumentación, y tiene
relación con los evaluadores. Una profesora de filosofía hindú (Carmen
Dragonetti), que debe ser muy buena en lo suyo pero que no sabe nada de
embriología. Un experto en zoología (Demetrio Boltoskoy) que no conoce de
embriología. Y uno de los evaluadores que está relacionado íntimamente con la
industria transgénica y la promoción del agronegocios (Néstor Carrillo). Hay
conflictos de intereses y, por otro lado, no hay consistencia con el tema que
los ocupa. Debieran haberse excusado y no lo hicieron.
Carrillo ha tenido manifestaciones públicas
contrarias a las críticas al agronegocios, está vinculado científicamente a
empresas como Monsanto a través de Bioceres, es un convencido de la tecnología
transgénica, que mantiene estrechos contactos con Federico Trucco (CEO de Indear
y consecuente descalificador de la idoneidad científica de Carrasco) y con
Aapresid (empresarios del agronegocios).
-¿Es común que evalúen informantes que no
manejan el tema?
-Tienen que tener una idea qué se está evaluando,
debiera ser gente que conozca la disciplina.
-¿Evalúan su trabajo sobre
glifosato?
-Apenas lo mencionan. Dan cuenta del número de
menciones internacionales pero ponen mucho menos de las que tuvo. Y hacen como
que no tuvo impacto. Miden el impacto con un número erróneo y no discuten el
contenido del trabajo. Mal que les pese, el trabajo sobre glifosato tuvo impacto
en muchos lugares del mundo y lo debieron considerar.
-¿Qué le dijo el Presidente del
Conicet?
-La respuesta fue que él no sabia lo que había
pasado.
-¿Pero él lo firmó?
-Sí. Claro.
-¿Y no sabía?
-Él dice eso. Que no sabía. Quizá firma cosas que
no conoce… la decisión de darle la promoción o no se discute en reunión de
directorio… todo el directorio sabía. Desligó su responsabilidad y minimizó, no
negó, lo que plantee sobre la evaluación teñida de conflictos de intereses y
animosidad manifiesta.
-¿Habrá una nueva
evaluación?
-No lo sé. Lo solicité por escrito el año pasado y
aún no me respondieron.
-¿Por qué hace público este
hecho?
-Porque siempre he sido partícipe que los actos de
Estado que benefician o perjudican a personas deben ser públicos. Y segundo
porque desde 2009 han pasado cinco años y el Conicet ha tenido momentos de
hostigamiento hacia mí. Corresponde denunciar esa saga, me parece que es
importante hacerlo público. Se suele acostumbrar mucho a no discutir por temor a
los palazos, pero hay que discutir aunque la institución sea injusta. Mucha
gente fue solidaria conmigo, piensa que lo que uno hizo tuvo importancia para
ellos, tienen derecho a saber que hay instituciones del Estado que privilegian
la arbitrariedad para sostener discursos, para que el relato no se
fisure.
Glifosato
-¿Interpreta como un pase factura por el
trabajo sobre glifosato?
-Sin dudas que es un pase de factura por el
glifosato. Hay que recordar que el Conicet no fue neutral en ese
momento.
-¿Por qué?
-Cuando di a conocer las consecuencias del
glifosato, desde el Conicet armaron una comisión para contestar lo que yo había
dicho. También me prohibieron la asistencia a una Feria del Libro para hablar
del tema. Y el ministro Lino Barañao pidió una comisión de ética para juzgarme.
Todo lo menciono en mi apelación al Conicet.
-¿Negarle la promoción es un mensaje para
otros científicos?
-No creo que sea desconocido por el sector
científico, donde hay pocos que están dispuestos a hablar claramente de estas
cosas.
-¿Por qué?
-Por estas señales disciplinadoras. Hay una
situación con gente que dicen “con esto no me meto porque viene la represalia,
pierdo el subsidio, pierdo el becario”. Pero creo que no hay que tener miedo a
las posible represalias. Si uno toma una decisión científica en su carrera que
va contra la institución o si no quiere participar de la linea de la
institución, debe tener lugar. La institución debe ser amplia, para todos, para
los que quieren hacerse empresarios científicos y quienes solo somos
investigadores.
-¿Qué responsabilidad le cabe al Presidente
del Conicet y al ministro Barañao?
-Al Presidente (Roberto Salvarezza) le cabe toda la
responsabilidad de haber firmado la resolución que niega mi promoción. Ni
siquiera echó una mirada sobre cómo fue el procedimiento. Él sabe que al firmar
convalidó la injusticia. Y Barañao… es sabida su animosidad manifiesta para
conmigo. Hay una bajada de línea, sus hechos y dichos públicos haciendo juicio
de valor sobre la investigación del glifosato. Tanto en medios públicos,
televisión, radio incluso en charlas publicadas, hubo una reunión pública de
Aapresid en Rosario donde habló de manera despectiva de mi trabajo. Si un
ministro hace juicio de valor sobre la actividad científica de un investigador,
el Ministro me atacó personalmente a mí y mi grupo por nuestro
trabajo.
-¿Por qué?
-Lo hizo en un reunión de Aapresid. Dijo “el
problema Carraco se termina dentro de una semana”. Porque iba a salir un informe
del Conicet sobre glifosato y finalmente no lo pudieron hacer público porque era
impublicable. Cuando un ministro dice ese tipo de cosas, siempre hay discípulos
dispuestos a hacerle caso al ministro. Y si le cae en la mano una evaluación
harán lo posible para dejar contento al ministro. Prácticas de revanchas,
venganzas, pequeñeces, son comunes en el Conicet.
-Para muchas organizaciones que luchan en
el territorio fue un punto de inflexión su trabajo de 2009. Es extraño que un
científico que se involucre en luchas actuales.
-Creo que la investigación de 2009 contribuyó a dar
impulso a muchos grupos de colegas que trabajan de manera similar. Y siempre me
sentí muy acompañado por la sociedad civil. Me resulta difícil medir el impacto
en la gente, pero sí coincido que no es común que un científico salga de la mera
investigación de laboratorio para preocuparse y ocuparse por algo que sucede en
los territorios. Sirvió para sumarse a una discusión actual, que afecta a la
población, y contribuir a una discusión de ese tipo, creo que es lo que todo
científico pretende. Y creo que también ha servido para mostrar limitaciones y
defectos de la ciencia actual. He visto que muchos colegas legitiman a partir de
la mentira. Los mejores científicos no siempre son los más honestos ciudadanos,
dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en un modelo
con consecuencias serias para el pueblo.
Conicet
-Para los ajenos al mundo científico el
Conicet pareciera un sello impoluto, de excelencia. Y al mismo tiempo
legitimador de discursos sociales, políticos, periodísticos. Usted fue
presidente del Conicet. ¿Cómo funciona?
-El Conicet no es para nada impoluto. Estuve dos
años al frente del directorio. Tenía muchísimos problemas de estos todo el
tiempo, que teníamos que corregir. Yo mismo he tenido casos en los que tuve que
rechazar dictámenes injustos y hasta intervine la junta de calificaciones. El
Conicet está marcado por la situación política del momento, seriamente cruzado
por internas políticas y las legitimaciones del momento. La institución no
garantiza los derechos a ser evaluados de manera correcta y el mayor grado de
objetividad posible. No debería nunca estar Néstor Carrillo evaluando mi
trabajo, lo pusieron a propósito.
-¿Qué rol juegan las
empresas?
-El Conicet tiene representantes de las provincias,
de la ciencia, de universidades y de la industria y del agro, como dos grandes
sectores económicos. Estos últimos son representes propuestos por las
corporaciones.
-¿Cómo repercute el rol del sector
privado?
-El Conicet está absolutamente consustanciado en
legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones, modelos de hacer
ciencia que implica un profundo y progresiva asociación con la industria. Ellos
promueven un modelo de investigadores al servicio de empresas, de patentes, de
formación científica con transferencia al sector privado. Ha llegado a tanto esa
vinculación que el Conicet ha inventado un sistema de evaluación distinto para
los investigadores que trabajan con las empresas.
-¿Cómo una evaluación
distinta?
-Un sistema que implica que el investigador puede
trabajar para una empresa y no es evaluado mientras participa de proyectos de
empresas, pero siempre como investigador del Conicet. Si decide dejar la
empresa, vuelve a ser evaluado como todos nosotros. Todo investigador debe
publicar, enviar sus trabajos a revistas, poner en discusión sus trabajos. Los
investigadores del Conicet que trabajan para empresas no está sometidos a estas
evaluaciones. En esos casos el Conicet funciona como proveedor de recursos
humanos de las empresas.
-Si usted hubiera investigado en favor de
empresas del agro…
-De seguro el Conicet me daba todas las promociones
que pedía. Muchos de los promovidos por el Conicet están encolumnados con esta
lógica institucional de privatizar la producción de conocimiento científico. Ese
tipo de investigadores está prestigiado por el Conicet. Y se mira mal a quien no
se encolumna en esa forma de entender la ciencia. Y mucho peor si se los
confronta. El Conicet alienta o cuestiona a investigadores según qué investigue.
Si cuestionás el modelo te puede negar subsidios, te saca becarios, te evalúa de
manera arbitraria.
-¿Cómo se puede comprobar la vinculación
del Conicet con el mundo empresario del agronegocios?
-Es pública la vinculación. Se promueven
investigaciones de transgénicos con total financiamiento público del Conicet, se
financia a la empresa Bioceres, donde está Gustavo Grobocopatel. Se financió el
polo tecnológico de transgénicos en Rosario para desarrollo de semillas,
trabajan junto a Aapresid (empresarios que introdujeron los transgénicos en
asociación con las multinacionales del sector). El Conicet lleva adelante una
política en favor de una determinada tendencia tecnológica y además participa de
los negocios que surgen de esa confluencia con el agronegocios. No lo esconden.
Están orgullosos del modelo de ciencia que hacen.
-El discurso, no sólo del Gobierno, es que
se ha invertido mucho en ciencia y técnica en estos años.
-Es cierto. Pero habría que preguntar ciencia para
quién y para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en
todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia
para fracking y Chevron? Hay un claro vuelco de la ciencia para el sector
privado y el Conicet promueve esa lógica. En lo 90 estaba mal visto. Muchos
hicieron la vida imposible al menemismo para que esto no pasara y hoy aplauden
de pie que la ciencia argentina sea proveedora de las
corporaciones.
Decí Mu con Andrés Carrasco: ¿La felicidad puede
ser un tema político? Pistas para bajarse de la globalización
¿Qué son el progreso y la globalización?
¿Cómo actúa la ciencia frente a los problemas del presente? ¿De qué modo la
felicidad puede ser un concepto político, y no una mala palabra para académicos
y economistas? El científico Andrés Carrasco investigó los efectos de los
agrotóxicos en la salud, como director del Laboratorio de Embriología Molecular
de la UBA, con lo cual no ha sumado amigos entre los poderes corporativos y
políticos. En qué consiste el pensamiento crítico más allá de las
“disneylandias” científicas y de consumo. El estado de ánimo y la dignidad de
las personas como elementos para crear otras políticas. Y qué es bajarse de la
globalización.
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