Mitología
Guaraní
En América, antes de la llegada de los españoles, existía una gran
diversidad de pueblos con sus respectivas culturas con diferentes cosmovisiones
encarnadas por sus mitologías. Y entre ellos, el guaraní, que habitaba el
Paraguay, el nordeste de Argentina, el sur de Brasil y el oriente de Bolivia,
tenía su propia creencia sobre el origen del mundo, y sobre seres
sobrenaturales. Y si bien no existen registros escritos sobre las antiguas
leyendas y mitos asociados al pueblo guaraní, ya que la grafía y estandarización
de la gramática de su lengua se debió a los misioneros jesuitas, fueron
trasmitidos oralmente de generación en generación. Y a pesar de que fueran
sustituidos o alterados por la imposición del cristianismo en el siglo XVII,
muchos de ellos continúan activos.
Los guaraníes creían que al principio de los tiempos existía el
caos, formado por la neblina primigenia (Tatachina) y los vientos originarios; y
que Ñamandú (Nuestro Gran Padre) fue creado a sí mismo en medio de dicho caos,
tomando la forma de árbol en postura de elevación celestial. Y que concluida la
creación de su cuerpo, Ñamandú creó a los otros dioses principales para que lo
ayudaran en su pesada tarea: Ñanderu py’a guasu (Nuestro Padre de Corazón
Grande, Padre de las Palabras), Karaí (Dueño de la Llama y del Fuego Solar),
Yakairá (Dueño de la Bruma, de la Neblina y del Humo de la Pipa que inspira a
los chamanes), y Tupá (Dueño de las Aguas, las Lluvias y del Trueno). Los cuatro
dioses compañeros procedieron entonces a la creación de la Primera Tierra, y
para que los vientos originarios no la movieran, Ñamandú la sostuvo con cinco
palmeras pindó sagradas: una en el centro y las otras cuatro en los extremos.
Una hacia la morada de Karaí (al poniente), la segunda hacia el origen de los
vientos nuevos (al norte), la tercera hacia la morada de Tupa (al oriente), y la
cuarta hacia el origen del tiempo-espacio primigenio (al sur, desde donde venían
los vientos originarios fríos). Y el firmamento descansaba sobre esas columnas.
Junto a esa tierra, llamada Yvy Tenonde (Tierra Primera) se crearon también el
mar, el día y la noche, y comenzaron a poblarla los animales, siendo la primera
de todas mbói, la serpiente; para luego crecer las plantas. Y por último,
aparecer los hombres para convivir con los dioses.
Más tarde Ñamandú se encontró con Ñanderu Mba’ekuá (Nuestro Padre
Sabio) y le propuso buscar a la mujer, creando una vasija donde encontraron a
Ñandesy (Nuestra Madre), quien tuvo un hijo cada uno de los dioses: Ñanderyke’y
y Tyvra’i, que luego de una larga sucesión de aventuras y desventuras fueran
convertidos en “Nuestro Padre el Sol” y “Nuestro Padre la Luna”,
respectivamente.
Pero esa Primera Tierra donde no había enfermedades y nunca faltaba
el alimento, fue destruida por un diluvio a causa de un incesto, por lo que
luego fuera creada una Segunda Tierra, ahora imperfecta, donde existen la
enfermedad, los dolores y los sufrimientos.
Los mitos orales guaraníes hablan de una tercera reconstrucción que
será sin imperfecciones. Sin embargo, mientras se espera la llegada de esa
Tercera Tierra, los hombres pueden acceder al Yvymara’ey, siempre y cuando
observen determinadas pautas de comportamiento
comunal.
Los jesuitas fusionaron diversas historias y leyendas para hacerlas
encajar con lo relatado en el Génesis, por lo que parte de las creencias
originales fueron modificadas, y muchas otras, se fueron perdiendo. Y entonces
aparecieron algunos humanos creados por Tupá, como Rupave (Padre de los Pueblos)
y Sypave (Madre de los Pueblos), quienes tuvieron tres hijos y un gran número de
hijas.
El primer hijo fue Tumé Arandú, considerado el más sabio de los
hombres y el gran profeta del pueblo guaraní; el segundo hijo fue Marangatú, un
líder generoso y benevolente; y el tercero fue Japeusá, mentiroso, ladrón y
tramposo.
Marangatú tuvo una bella hija llamada Kerana que fue capturada por
Taú, la personificación del espíritu del mal, y juntos tuvieron siete hijos, que
fueron maldecidos por la gran diosa Arasy. Esas siete figuras monstruosas
continuaron siendo centrales en la mitología guaraní manteniéndose la creencia
de sus maleficios, incluso en el siglo XXI:
Teyú Yaguá. Se dice que es un gran lagarto con cabeza de perro, que
siendo amo de las cavernas, arrastra hasta allí a sus víctimas para engullirlas.
Algunas versiones le conceden hasta siete cabezas. Es considerado guardián de
las riquezas de la tierra guaraní.
Mbói Tu’i, tiene cuerpo de víbora y pico de loro. Es la deidad de
los cursos de agua y las criaturas acuáticas.
Moñái, es el protector de los ladrones y las picardías. Tiene forma
de una serpiente corta con el grosor de un tronco. Vive en pantanos y esteros
del Paraguay, asusta a la gente y algunos afirman que produce la
muerte.
Jasy Jateré, es un pequeño duende de rubios y ondulados cabellos
con ojos azules que vaga desnudo por las plantaciones en horas de la siesta,
sobre todo durante la época de avatiky, cosecha del choclo o maíz tierno que
gusta comer. Es considerado como el cupido guaraní, ya que atrae a sus víctimas
con un bastoncito de oro o bien con el silbido que produce imitando el canto de
un pájaro, violando a las mujeres. Cuando una pareja morena tiene un hijo rubio,
se dice que es del Jasy Jateré. También rapta niños a los que alimenta con
frutas, miel y gusanos, y si bien los deja libres, regresan a sus casas ya
tontos o sordomudos, y pueden tener un ataque de epilepsia. Por eso, las madres
paraguayas prohíben a sus hijos salir a la hora de la siesta. Una forma de
congraciarse con él es ofreciéndole pencas de tabaco que se dejan en zonas
aledañas a la casa o bien en los caminos de entrada al
monte.

Calle céntrica de Asunción a
la hora del Yasy Yateré, sin mujeres ni
niños
Kurupi, genio de las cavernas y la fertilidad, asociado a la
primavera, netamente sexual y violento que rapta y viola a las mujeres en la
selva, con lo cual se explican los embarazos no deseados. Es famoso por su
miembro viril, que es tan largo como un lazo y lo lleva atado a su cintura. Con
dicho miembro enlaza a niñas y mujeres, las secuestra y las hace suyas. Se lo
considera protector de animales de la selva, especialmente sementales. Tiene la
piel negra como un carbón. Además mata niños.
Aho Aho, deidad de los montes y las montañas. Es una especie de
animal de cuatro patas con cuerpo de oveja y cabeza de lobo. Se traslada en
manada y come personas. Se dice que la única manera de salvarse es trepando a un
pindó, palmera sagrada. En esta creencia hay una intromisión jesuítica, porque
la palma forma parte del ceremonial del Domingo de
Ramos.

El Aho Aho
Luisón, es el séptimo hijo varón de Kerana y Taú, el equivalente al
hombre lobo. Es considerado el señor de las noches y compañero de la muerte,
debido al gusto que tiene por rondar cementerios y alimentarse de la carne de
los cadáveres que desentierra cavando su sepultura con sus fuertes garras. Se
dice que los martes y viernes el Luisón pierde la forma humana y se convierte en
un perro de apariencia lúgubre, con grandes colmillos y que emana un olor
nauseabundo. Pero, además, para tal transformación es necesario que haya amenaza
de lluvia, que el cielo se cubra de nubes tempestuosas y que la luna aparezca
entre ellas. Recupera sus formas humanas al aclararse el nuevo día, donde es
hombre triste, sucio y cansado. Se dice que el séptimo hijo de cada mujer será
Luisón, por lo que para evitar el maleficio, debe ser apadrinado en su bautismo
religioso por el hermano mayor o por el presidente de la república de turno. El
mismo procedimiento debe ser seguido en el caso de siete mujeres consecutivas,
para evitar que la última se convierta en bruja.

El
Luison
Existen otros dioses o duendes de alta credibilidad para los
habitantes de la región como el Angatupyry, espíritu o personificación del bien
(opuesto a Taú); el Pytajovái, dios de la guerra; Ka’a Póra, extraño y cambiante
fantasma femenino de las selvas; la Ka’a Jarvi, diosa de cabellos plateados que
regaló a los hombres la planta de yerba mate (Ilex paraguariensis); el Abaangui,
una deidad relacionada con la creación de la luna; y el Mala Visión, espíritu
vigilante de la tranquilidad y el mundo puro, entre muchos otros más.
Pero, sin duda, el más popular de todos es el Pombero. Es un hombre
bajo, feo, de piel morena, con ojos chatos, manos y pies peludos, que los tiene
al revés, lo que impide seguir su rastro y se dice que sus pisadas no se
sienten. Aunque esta es una característica de una población del Chaco Paraguayo
denominada “pyta jovái” (talones dobles), porque al utilizar unas zapatillas de
plantilla rectangular es imposible descubrir hacia dónde se dirige el caminante.
Está considerado como el protector de las aves de la selva. Habita en el bosque
o en casas abandonadas, y vaga durante las noches. En la comunidad paraguaya se
le atribuyen al Pombero los hijos nacidos fuera del matrimonio, ya que éste
entra a las casas y deja embarazadas a las mujeres con el simple hecho de
tocarles el vientre. Mientras que con los hombres, el Pombero puede convertirse
en un perverso difícil de soportar, así como un valioso aliado en las relaciones
con las mujeres y en sus cultivos. Entre las habilidades más destacadas del
Pombero están la facilidad de mimetizarse, hacerse invisible, deslizarse por
espacios estrechos como el ojo de una cerradura, puede correr en cuatro patas e
imitar el silbido de los hombres, el canto de los pájaros y el sonido de las
víboras. Dicen que para ganarse su respeto hay que dejarle en la cocina o dentro
de un tatakuá (horno de barro), tabaco, caña y miel. Si lo acepta podemos
caminar en los senderos más oscuros con tranquilidad porque gozaremos de su
protección; pero jamás se debe contestar a ninguna de sus provocaciones porque
el Pombero puede actuar de manera muy violenta. Su función primordial es la de
cuidar del monte y los animales salvajes, guiando al cazador hasta el lugar
donde se hallan las presas más grandes y gordas, la buena pesca o los mejores
frutos silvestres que sirvan de alimento; pero se enoja muchísimo si algún
cazador mata más presas de las que consumirá. Y si eso ocurre se transforma en
cualquier animal o planta, y con argucias induce al infractor a internarse a lo
profundo de la selva donde se pierde. Lo mismo sucede con el pescador, o aquel
que corta árboles que no utilizará. Supuestamente nunca debe pronunciarse su
nombre en voz alta, hablar mal de él o silbar en horas de la noche, porque esto
lo enoja. Puede vengarse molestando o ensañándose con esa persona como que la
persona se torne zonza, muda, o experimente temblores. Por eso, la gente
creyente prefiere nombrarlo en voz baja y se guarda de pronunciar su nombre en
reuniones nocturnas. Muchos testigos del campo afirman, aún en la actualidad,
que lo han visto. Se sostiene que podría tratarse de un aborigen guaycurú,
pueblo con los cuales los guaraníes tenían continuos
conflictos.

El
Pombero
Es interesante observar que, como en toda mitología, los dioses son
creados a partir de la propia realidad, es decir, de la propia geografía de cada
pueblo. Y en este caso, el ser supremo es un árbol, y sobre árboles se
sostiene el mundo, así como el primer animal es la serpiente, ya que la selva es
el hábitat en el que esta comunidad se ha desarrollado. Además, todos los
monstruos están conformados por la representación más temible de su propia
fauna, y las ofrendas están sujetas a los productos más codiciados de la región.
Por otra parte, no aparece nada referente al mar, algo absolutamente desconocido
para ellos.
Ana María
Liberali