NCeHu
307/14
Rumbo al XVI
EnHu (123)
América Latina como
geografía
Bariloche, 6 al 10 de
octubre
El "regreso" de la geografía...A pesar de Saskia
Sassen
Entrevista a Saskia Sassen
"El capitalismo ha entrado en lógicas de
destrucción"
Le Monde,
26/4/14
Sin Permiso,
4/5/14
Hoy en Bilbao, la
víspera en Nueva York, mañana en el Reino Unido: entre dos aviones, Saskia
Sassen, profesora de sociología en la Universidad de Columbia, en Nueva York,
discurre, debate, provoca. Desde hace veinte años, escruta la mundialización en
todas sus dimensiones, económicas, financieras, políticas, sociales y
medioambientales. Cosmopolita, esta políglota nacida en los Países Bajos en
1949, creció en Buenos Aires antes de estudiar en Francia, en Italia y en los
Estados Unidos. En estos días publica en los Estados Unidos Expulsions.
Brutality and Complexity in the Global Economy (Harvard University
Press). La entrevista Olivier Guez para el diario parisino Le
Mond
En su nuevo
libro, adelanta usted que la mundialización ha entrado en una fase de
«expulsión». ¿Qué entiende por ello?
En estos dos
últimos decenios, un número creciente de personas, de empresas y de lugares
físicos han sido como «expulsados» del orden económico y social. Algunos
trabajadores pobres carecen de cualquier clase protección social. Nueve millones
de familias norteamericanas perdieron su hogar tras la crisis de las
subprime. En las grandes metrópolis del mundo entero, las «clases medias»
se ven poco a poco expulsadas del centro de las ciudades, inaccesibles ya a su
bolsillo. La población carcelaria norteamericana ha aumentado en un 600 % en
estos últimos cuarenta años. La fracturación hidráulica de los suelos para
extraer gas de esquisto transforma en desierto los ecosistemas, se contaminan el
suelo y el agua, como si se expulsaran de la biosfera trozos de vida. Centenares
de miles de aldeanos han sido desalojados desde que potencias extranjeras,
estatales y privadas, han ido adquiriendo tierras en las cuatro esquinas del
mundo: desde 2006, 220 millones de hectáreas han sido objeto de compra,
principalmente en África.
Todos estos
fenómenos, sin vínculos manifiestos, ¿responden, en su opinión, a una lógica
única?
Están
desconectados en apariencia unos de otros y cada uno se explica por separado. La
suerte de un desempleado excluido no tiene evidentemente nada que ver con la de
un lago contaminado en Rusia o en los EE.UU. No impide que, a mi modo de ver, se
inscriban en una nueva dinámica sistémica, compleja y radical, que exige un
marco de lectura inédito. Tengo la sensación de que en estos últimos años hemos
franqueado una línea invisible, como si hubiéramos pasado al otro lado de
«algo». En muchos terrenos – economía, finanzas, desigualdades, medio ambiente,
desastres humanitarios –, las curvas se acentúan y las «expulsiones» se
aceleran. Sus víctimas desaparecen igual que se hunden los barcos en alta mar,
sin dejar rastro, por lo menos en la superficie. Ya no
cuentan.
¿Qué diferencia
hay entre un «excluido» y un «expulsado»?
El excluido es
una víctima, un infortunado más o menos marginal, una anomalía en cierto modo,
mientras que el expulsado es consecuencia directa del funcionamiento actual del
capitalismo. Puede ser una persona o una categoría social, como el excluido,
pero también un espacio, un ecosistema, una región entera. El expulsado es
producto de las transformaciones actuales del capitalismo, que ha entrado, a mi
modo de ver, en lógicas de extracción y de destrucción, su
corolario.
¿Es
decir?
Antes, durante
los «treinta gloriosos» en Occidente, pero también en el mundo comunista y el
Tercer Mundo, pese a sus fracasos, el crecimiento de las clases obreras y medias
constituía la base del sistema. Predominaba una lógica distributiva e inclusiva.
El sistema, con todos sus defectos, funcionaba de esta manera. Ya no es el caso.
Esa es la razón por la que pierden pie la pequeña burguesía e incluso una parte
nada despreciable de las clases medias. Sus hijos son las principales víctimas:
han respetado las reglas del sistema y han hecho concienzudamente todo lo que se
exigía de ellos – estudios, prácticas, bastantes sacrificios – con el fin de
proseguir la ascensión social de sus de sus padres. No han fracasado y,
sin embargo, el sistema les ha expulsado: no hay sitio suficiente para
ellos.
¿Quiénes son los
«expulsores» ?
No hablo de
algunos individuos, ni siquiera de multinacionales obnubiladas por sus
cifras de negocios y su cotización en la Bolsa. Para mí se trata de «formaciones
predadoras»: una combinación heteróclita y geográficamente dispersa de
directivos de grandes empresas, de banqueros, de juristas, de contables, de
matemáticos, de físicos, de élites globalizadas secundadas por capacidades
sistémicas extremadamente poderosas – máquinas, redes
tecnológicas… – que agregan y manipulan saberes y datos tan compuestos
como complejos, inmensamente complejos, a decir verdad. Nadie controla el
conjunto del proceso. La desregulación de las finanzas, a partir de los años 80,
ha permitido poner en pie esas formaciones predadoras y la clave son son los
productos derivados, funciones de funciones que multiplican las ganancias lo
mismo que las pérdidas y permiten esta concentración extrema e inédita de
riquezas.
¿Cuáles son las
consecuencias del paradigma que usted describe?
Amputadas de los
expulsados – trabajadores, bosques, glaciares… –, las economías se contraen y la
biosfera se degrada, el recalentamiento del clima y la fundición del
permafrost se aceleran a una velocidad inesperada. La concentración de
riquezas alienta los procesos de expulsión de dos tipos: el de los más
desfavorecidos y el de los superricos. Se abstraen de la sociedad en la que
viven físicamente. Evolucionan en un mundo paralelo reservado a su casta y ya no
asumen sus responsabilidades cívicas. En resumen, el algoritmo del
neoliberalismo ya no funciona.
El mundo que
usted describe es muy sombrío. ¿No carga un poco las
tintas?
No creo. Saco a
la luz fenómenos subyacentes, todavía extremos para algunos. Y la lógica que
denuncio coexiste con formas de gobernación más refinadas y más sofisticadas. Mi
objetivo estriba en hacer sonar la señal de alarma. Estamos en un momento de
vaivén. La erosión de las «clases medias», actor histórico fundamental de los
dos siglos precedentes y vector de la democracia, me preocupa especialmente. En
el plano político es muy peligroso, se constata por doquier de ahora en
adelante.
¿Cómo resistirse
a estas formaciones predadoras?
Es difícil:
debido a su naturaleza compleja, estos amontonamientos de individuos, de
instituciones, de redes y de máquinas son difícilmente identificables y
localizables. Dicho esto, creo que el movimiento Occupy y sus
derivados «indignados», a saber, las primaveras árabes o las manifestaciones de
Kiev, pese a contextos sociopolíticos eminentemente diferentes, son respuestas
interesantes. Los expulsados se reaproprian del espacio público. Anclándose en
un «agujero» – siempre una plaza mayor, un lugar de paso – y poniendo en marcha
a una sociedad local temporal hipermediatizada, los expulsados, los
invisibles de la mundialización crean territorio. Aun cuando no tengan ni
reivindicaciones precisas ni dirección política, reencuentran una presencia en
las ciudades globales, esas metrópolis en las que la mundialización se encarna y
se despliega. A falta de apuntar a un lugar de autoridad identificado con sus
sinsabores – un palacio real, una asamblea nacional, la sede de una
multinacional, un centro de producción… -, los expulsados ocupan un espacio
indeterminado simbólicamente fuerte en la ciudad para reivindicar sus
derechos pisoteados de ciudadanos.
¿En qué
desembocan, en su opinión?
Si los considera
como cometas, la suerte está echada, en efecto. Yo tengo tendencia a asimilarlos
a un inicio de trayectoria, y cada «ocupación» constituye una piedrecita. ¿Se
trata del embrión de un camino? No lo sé. Pero el movimiento de las
nacionalidades en el siglo XIX y el feminismo comenzaron también con pequeños
toques, hasta que las células disparen comenzaron a llevar a cabo su conjunción
y formar un todo. Estos movimientos acabarán quizás por incitar a los estados a
lanzar iniciativas globales en el terreno del medio ambiente, del acceso al agua
y a los alimentos. .
¿Qué
acontecimiento podría desencadenar la «conjunción»?
Una nueva crisis
financiera. Acabará por llegar, estoy segura. Paso las finanzas por la criba
desde hace treinta años: los mercados son demasiado inestables, hay que analizar
demasiados datos, demasiados instrumentos, demasiado dinero, Occidente ya no es
el único en regir los mercados. No sé cuándo intervendrá esta crisis ni cuál
será su amplitud, pero tengo la impresión de que algo se cuece a fuego lento. De
hecho, tenemos todos la impresión de que el sistema es muy
frágil.
Saskia Sassen (1949), célebre
especialista en diversos aspectos de la globalización, el urbanismo y las
migraciones humanas, es catedrática de Sociología en la Universidad de Columbia
en Nueva York y profesora visitante en la London Schoool of Economics. En 2013
obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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