NCeHu 281/14
Dos mundos marplatenses
Siempre que viajaba a Mar del Plata los viernes a la noche para dictar clases en la universidad los sábados a la mañana, tomaba El Cóndor de las dos de la madrugada. Llegaba a las siete y media y desayunaba en el bar de la terminal. Pero algunas veces, por no conseguir pasaje o por no hacer tiempo hasta esa hora, iba con el Micromar de la una, y en ese caso arribaba a las seis y media, hora en que lo único abierto era el “Frisco”, un pequeño bar que estaba frente a la terminal sobre la calle Alberti.
Mi llegada coincidía con la de cinco o seis trabajadoras sexuales que lucían escotes pronunciados, faldas muy cortas incluso en pleno invierno, y estaban llamativamente pintarrajeadas. Llevaban sendos bolsos y se dirigían directamente al baño. En un rato salían vestidas con prendas absolutamente recatadas y con la cara lavada. El proxeneta las esperaba en una de las mesas, ellas le entregaban lo recaudado y él les pagaba un café con leche con medias lunas. Antes de que amaneciera cada una tomaba su rumbo sin que nadie, por la calle, pudiera adivinar su profesión nocturna.
Algunos minutos pasadas las siete aparecía siempre un hombre cincuentón que saludaba, se sentaba, y sin que pronunciara palabra alguna, el mozo le servía un whisky. Lo bebía con mucha calma y luego de leer el diario, sin comer bocado, se retiraba…
Ya de día entraban para desayunar distintos parroquianos que andaban por la zona por razones laborales o comerciales, y a veces hasta había alguna familia o turista. Eran mundos totalmente diferentes que jamás se encontraban, que habitaban el mismo espacio pero no lo compartían.
Pero cuando llegué en la mañana del sábado 6 de setiembre de 1997, en el televisor donde siempre veía el primer noticiero matutino, estaban pasando en directo el funeral de Lady Di, y paralelamente haciendo referencia al fallecimiento de la Madre Teresa de Calcuta ocurrido el día anterior.
Cuando llegaron las prostitutas, en vez de correr a quitarse las prendas de la noche, se quedaron paralizadas mirando tan particular programación. Y ante mi asombro, comenzaron a soltar lágrimas con la consecuente corrida de rimmel, que a nadie preocupó. Lloraban por la princesa y por la monja, al punto que su cafishio no les reclamó nada, por lo menos en ese momento.
Al rato llegó el hombre del whisky, quien ese día no leyó el diario, sino que siguió sin pestañar la ceremonia de la Abadía de Westminster.
Y así pasaron los minutos y apareció la fauna mañanera, que lejos de horrorizarse de las chicas de la noche que continuaban con sus clásicos atuendos, también se sumaron al morbo de los acontecimientos. Se pusieron a conversar unos con otros, como si se conocieran de toda la vida, comentando que ambas celebridades se habían encontrado tres meses atrás, y que ahora volverían a encontrarse en el más allá porque habían partido juntas, y otras cosas por el estilo. ¡Yo no podía creer lo que estaba viendo! ¡Los dos mundos se habían juntado…!
Para mí continuaba siendo algo insólito que una persona desayunara un whisky, pero poco tiempo después, me alojé en un hotel donde nunca había estado, y resultó que ese hombre era el sereno que hacía el turno de once de la noche a siete de la mañana. Por lo tanto ese whisky lo tomaba al salir de su trabajo, justo antes de irse a dormir. ¡Eso era más lógico! Él, de otra manera, también pertenecía al mundo de la noche.
Ana María Liberali