Caballito, ¿centro geográfico o geométrico de la
ciudad de Buenos Aires?
En abril de 1993, mientras me encontraba en el parque del
Centenario cuidando a mi hijito Martín (2), que estaba en el arenero, apareció
un grupo de personas con un guía barrial que les indicaba, a viva voz, que se
encontraban en el centro geográfico de Buenos Aires.
Enseguida alguien se acercó y lo
corrigió:
“El parque Centenario no es el centro geográfico de la ciudad. Es
la estatua del Cid Campeador que está en las Diez Esquinas”, le dijo.
Las Diez Esquinas se encontraban a sólo siete cuadras de allí, en
la intersección de las avenidas Honorio Pueyrredón, Díaz Vélez, Ángel Gallardo,
San Martín, Gaona y la calle Martín de Gainza, lo que si bien no cambiaba
demasiado las cosas, el dato había generado una discusión en la cual se sumaron
otros vecinos.
Y yo, que hasta ese momento no había intervenido, pedí la palabra y
di mi parecer:
“De lo que ustedes están hablando no es del ‘centro geográfico’
sino del ‘centro geométrico’, y éste no coincide con ninguno de los lugares que
mencionan”, afirmé con mucha seguridad, lo que produjo un gran silencio después
del cual pidieron que explicara a qué me estaba refiriendo. Entonces les comenté
que las mediciones que se habían realizado uniendo los puntos extremos de la
Capital Federal, habían dado como resultado el lote de la avenida Avellaneda
número 1023, donde existía una placa sobre el frente de una casa que decía: “Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires,
Dirección General de Catastro. En esta parcela 14, de la manzana 9, sección 45,
circunscripción 7, se halla el centro geométrico de la ciudad”.
Sorprendidos por tanta precisión hubo quienes preguntaron cómo lo
sabía, a lo que les respondí que yo me había criado exactamente a seis cuadras
equidistantes entre el sitio de la placa y el del Cid, y que durante mi
adolescencia había pasado por allí casi todos los días en el camino entre mi
casa y el club Ferrocarril Oeste, donde practicaba voleibol y
ping-pong.
Algunos decidieron ir a verificar la información que les había
dado, caminando las doce cuadras que los separaban de la avenida Avellaneda
intersección con la calle Dr. Nicolás Repetto; mientras que los más,
permanecieron junto al guía quien continuó con su exposición acerca de la
historia del barrio.
Inicialmente comentó que los primeros datos históricos sobre la
zona se remontaban a los títulos entregados por el gobernador Hernandarias a
comienzos del siglo XVII, repartiendo diversos terrenos a los capitanes Pedro
Hurtado de Mendoza, Diego de Trigueros y Domingo Griveo, al regidor Juan de
Vergara y a Bernardo de León, quienes probablemente jamás los hubieran siquiera
visitado; pero que hacia el siglo XVIII, dichas tierras se encontraban
trabajadas por esclavos negros que cultivaban productos frutales, existiendo
además, algunos hornos de ladrillos. Y que recién a partir del siglo XIX habían
tomado importancia, a partir de la expansión del casco fundacional de la ciudad,
ya que las clases altas porteñas localizaron allí sus lujosas quintas de
descanso, a lo largo del antiguo Camino Real del Oeste que posteriormente se
convirtiera en la avenida Rivadavia. Y justamente en su intersección con el
“Camino del Polvorín”, a posteriori calle Emilio Mitre, fue que en 1804, el
inmigrante genovés Nicolás Vila, abriera la pulpería conocida como “del
Caballito”, por su veleta con forma de ese animal. Y que en 1857, con la llegada
del ferrocarril que partía desde la plaza Lavalle y llegaba hasta Floresta, se
le puso el nombre de Caballito a la estación del lugar. También hizo referencia
a que con las corrientes migratorias que arribaron desde Europa a partir de 1880
había aumentado la densidad, desapareciendo las quintas que fueron loteadas como
terrenos para edificar; pero que la mayor consolidación se había logrado a
partir de la inauguración del subte de la Compañía Anglo-Argentina, que llegó a
la plaza Primera Junta en 1914, quedando así conectada con la plaza de Mayo y
microcentro de la ciudad en menos de media hora. Y agregó que a principios del
siglo XX, Caballito se había transformado en un barrio fundamentalmente
residencial de clase media y clase media alta.
Mientras el hombre hablaba yo iba reconociendo y rememorando mis
vivencias en cada uno de los sitios, que los sentía como profundamente míos.
Evidentemente la calle Bernal, de tan sólo una cuadra, donde me había criado y
donde aún vivían mis padres, conservaba el empedrado producto de haber sido, sin
duda, la entrada de alguna quinta, tal cual los muchos otros pasajes de los
alrededores.
Ya desde 1889 había existido el Mercado del Progreso, frente a la
plaza seca de Primera Junta, donde iba con mi mamá a hacer las principales
compras. En 1927 se había creado la plaza Irlanda, donde me hamacaba y daba
vueltas en la calesita; y en 1928, el parque Rivadavia, en la quinta
perteneciente a Ambrosio Plácido Lezica, donde intercambiaba estampillas y
compraba libros usados.
En 1910, se había inaugurado el parque del Centenario, en lo que
había sabido ser la quinta de Piñero, lugar donde en esos momentos llevaba a mis
hijos a recrearse pero que había sido también el lugar donde me encontraba con
mi primer noviecito a la salida del colegio Divino Rostro que continuaba
funcionando justo enfrente. También a la vera del Parque estaba el Museo
Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, donde me rateaba durante
las horas de Matemática de la escuela secundaria, y que en la etapa
universitaria fuera a visitar las salas de Ictiología para aprobar Oceanografía.
También el hospital Durand, donde me llevaban a vacunar y yo recurría con mis
hijos en caso de alguna emergencia.
Luego enumeró las principales iglesias. La Basílica Nuestra Señora
de los Buenos Aires donde tomé la Primera Comunión, la Parroquia Santa Julia
donde asistí a casamientos de mis amigos, la Parroquia Nuestra Señora de los
Dolores donde bauticé a algunos de mis hijos, la Parroquia Nuestra Señora de
Caacupé, donde los llevé a catecismo… En minutos, un torbellino de lugares
habían pasado por mi mente.

Martín en el arenero del parque del Centenario, en
el barrio de Caballito
Después de haber sido durante gran parte de su historia una
periferia de Buenos Aires, Caballito había quedado comprendido entre las
avenidas Juan B. Justo, San Martín, Ángel Gallardo, calle Río de Janeiro,
avenidas Rivadavia, La Plata, Directorio, la calle Curapaligüe y la avenida Tte.
Gral. Donato Álvarez, siendo sus límites los barrios de Villa Crespo al norte,
Almagro y Boedo al este, Parque Chacabuco al sur, y Flores y Villa Mitre al
oeste, por lo que era popularmente considerado como el corazón de la ciudad. Sin
embargo, a mi entender, eso no le conferiría el título de “centro geográfico”,
considerando tal al que tuviere las mejores condiciones en tiempo y costos para
desplazarse hacia los demás sitios de la ciudad. Y en ese caso, me inclinaba por
la zona del Obelisco, en la intersección de las avenidas 9 de Julio y
Corrientes, donde la convergencia de varias líneas de subterráneos y su conexión
con las estaciones ferroviarias y varias líneas de colectivos, permitirían un
mayor desplazamiento no sólo hacia los extremos del límite político de la
ciudad, sino también del Conurbano Bonaerense.
Pero
independientemente de que se tratara del centro geográfico o del centro
geométrico de la ciudad de Buenos Aires, caí en la cuenta de que Caballito había
sido durante casi cuarenta años, el centro de mi
vida.