El comercio internacional de
México con el resto de America Latina representa 4% del total, y menos
del 1% el que mantiene con sus pares de la Alianza del Pacífico (Colombia, Perú
y Chile); y sus exportaciones manufactureras (US$ 330.615 millones en
2013) son más del doble que la suma de las ventas industriales del resto de la
región y se dirigen en un 92% al mercado norteamericano.
La participación en la Alianza no
representa para México una mejora en sus exportaciones, sino un
posicionamiento geopolítico/estratégico global, dentro del proceso de
integración mundial acelerado de la segunda década del siglo XXI.
Los cuatro miembros de la
Alianza tienen acuerdos de libre comercio (TLC) con EE.UU. y Europa, y dos de
ellos poseen sendos tratados con China (Chile y Perú). La relevancia de los
países de la Alianza del Pacífico no se mide por el PBI, el monto de las
exportaciones o la específica inserción internacional, sino por su condición
de protagonistas de las redes que constituyen el actual sistema
mundial.
La integración del capitalismo
representa hoy el marco de lo posible y lo imposible para todos los países y
regiones del mundo. El sistema se caracterizó en la década pasada por el
traslado del eje del proceso de acumulación desde el mundo avanzado al
emergente. En la década actual, el equilibrio internacional se revierte, como
consecuencia del despliegue de una nueva revolución industrial en los países
avanzados.
La balanza del poder mundial
ofrece hoy una doble dimensión: la fijación de las reglas de juego de la
economía global (comercio/ inversiones/transferencia de tecnología) y el plano
estrictamente geopolítico (estratégico/militar), como ha quedado de relieve
con la crisis ucraniana y la contienda estratégico/naval entre China y Japón
(Mar del Sur y el Este de China); y por carácter aproximativo con EE.UU.,
garante de seguridad del ex imperio nipón.
China es la principal potencia
comercial del mundo y su industria constituye el núcleo decisivo de las
cadenas globales de producción. Esto sucede cuando la República Popular se
ha convertido en un actor fundamental de la nueva estructura del poder mundial,
en la que EE.UU. no ejerce más la unipolaridad hegemónica que asumió en 1991.
La secuencia de las exportaciones
chinas es la siguiente: eran 31% mayores que las de EE.UU. en 2009, crecieron a
62% en 2012 y se duplicarían en 2015. Al mismo tiempo, China aumenta
sistemáticamente el gasto militar. En 2013 ascendió a US$ 114.500 millones
(+10,7% respecto de 2012) y es el segundo del mundo después de EE.UU.
El gasto de defensa en EE.UU.
alcanzó a US$ 577.000 millones el año pasado, cifra superior a la suma de los
gastos militares de los 10 países que lo siguen en orden de
importancia.
China destina 1/3 de su
presupuesto militar al desarrollo de una flota naval de aguas profundas, que
ya incursiona en el Índico y en el Pacífico Sur, hasta acercarse a las costas
americanas.
La respuesta norteamericana al
desafío chino son dos iniciativas de carácter estrictamente estratégico: el
acuerdo del Transpacífico, con el que aspira a integrarse con 12 países de la
región, incluyendo Japón; y el tratado del Transatlántico, con el que se
integraría con 27 países europeos, encabezados por Alemania.
La más relevante es la
iniciativa del Transatlántico, porque alberga a los protagonistas de la
“nueva revolución industrial”.
EE.UU. y China son
aliados estratégicos (Annenberg, California, 3-5 junio 2013) y al mismo tiempo
contendientes geopolíticos, que pujan en el mundo entero, pero especialmente
en Asia, en las aguas del Sur y Este del Pacífico (poder
naval).
La integración no es lo
contrario del conflicto, sino una forma sublimada de realizarlo.
Es una contienda que en vez de
frenar la globalización, la acelera y profundiza. Todo surge del conflicto y
gracias a él.