Cuando nos referimos a Rusia es inevitable hablar
de energía. La importancia rusa en el mundo deriva de su peso en el tablero
energético mundial; aunque es un país económicamente pequeño —no llega al 2,5%
del PIB mundial— es el segundo productor mundial de petróleo y gas, y el
principal origen de los aprovisionamientos europeos de estos hidrocarburos.
Además, Rusia es el sexto productor de uranio del mundo y cuenta con más de la
mitad de la capacidad mundial de enriquecimiento del mismo.
Si analizamos los datos de 2012 (los últimos
disponibles y contrastados), Rusia suministró el 27% de las necesidades de
uranio de la UE (5.200 toneladas), enriqueciendo el 41% del uranio
europeo.
En lo que respecta al petróleo, Rusia exportó
petróleo y productos equivalentes al 9% del consumo mundial. La mayor parte de
estas exportaciones, el 70%, fue a Europa, cubriendo la mitad de la demanda del
conjunto de países que conforman la UE. Estas son vitales para la economía rusa,
ya que suponen el 54% de los ingresos por exportación del país y el 47% del
presupuesto federal ruso.
En cuanto al gas, en 2012 exportó el equivalente al
6% del consumo mundial. Al igual que en el caso del petróleo, Europa fue el
principal destino de las exportaciones rusas: el 65% de las mismas, en concreto
más de 130 millardos de metros cúbicos (bcm) fueron a parar a países europeos,
destacando por volumen las ventas a Alemania e Italia. En total, las
importaciones de gas provenientes de Rusia representan el 30% del consumo de gas
de la UE. Para Rusia suponen el 11% de los ingresos por exportación del país y
el 6% del presupuesto federal.
Si se impusiesen sanciones
comerciales, Rusia se enfrentaría a una crisis sin precedentes
Rusia, pues, depende de Europa más de lo que
parece, especialmente en lo que respecta al petróleo. Por otra parte, la UE es
su principal socio comercial, ya que el 45% de las importaciones rusas provienen
de Europa. Además Europa es el origen del 80% de una inversión extranjera
directa (IED) anual que en 2013 alcanzó el 4% del PIB ruso.
Por lo tanto, Rusia se enfrentaría a una crisis sin
precedentes si se impusiesen sanciones comerciales, por ejemplo a la exportación
de petróleo o a las inversiones directas en dicho país. Está claro que este no
es el escenario más probable hoy en día, dadas las consecuencias que supondría
la escalada del precio del petróleo para todos los países. ¿Qué nos queda,
entonces, en el tablero energético? Aparentemente, plantear la cuestión de
reducir la dependencia del gas ruso como un elemento clave de respuesta a la
crisis.
Supongamos que finalmente Europa decide disminuir
su dependencia del gas ruso. ¿Cuál sería la mejor estrategia para alcanzar este
fin? Si la UE decidiese avanzar en esta dirección tendría que tomar medidas en
el frente interno y externo.
Respecto al primero, debería incrementar la
producción interna, acelerar la constitución de reservas estratégicas y aumentar
las interconexiones intracomunitarias para un mejor abastecimiento. Con esto
último se maximizaría la potencial diversificación de fuentes y se minimizarían
los costes de almacenamiento ante potenciales riesgos de interrupción del
suministro.
Por su parte, el incremento de la producción
interna llevaría a reabrir el debate sobre las nucleares, la producción de
combustibles fósiles no convencionales (fracking) y el desarrollo
sostenible de las renovables. También debería potenciarse la exploración de gas
y petróleo en los países miembros, por ejemplo en las costas de Chipre, España y
Reino Unido.
Se deberían liberalizar
las
exportaciones estadounidenses de gas
y petróleo a Europa
Respecto al frente externo, se deberían buscar
nuevos aprovisionamientos o aumentar los provenientes de destinos considerados
seguros: el de menor riesgo geopolítico es EE UU. A corto plazo, se debería
producir un aumento de las importaciones de carbón estadounidenses y, cuando
exista la infraestructura de exportación necesaria, las de gas natural licuado
(GNL) procedente de ese país, y también de Canadá. En los próximos años se
debería alcanzar un Acuerdo de Libre Cambio en el Atlántico Norte que
liberalizase las exportaciones estadounidenses de petróleo y de gas a Europa. Es
decir, EE UU pasaría a ser el socio estratégico en cuestiones energéticas. En
este contexto, no hay que olvidar que España es el país con más capacidad para
importar GNL de Europa y podría desempeñar un papel relevante en lo que respecta
a los nuevos aprovisionamientos.
Otros dos orígenes de aprovisionamiento que se
pueden potenciar —y que se convertirían en áreas estratégicas— serían el norte
de África, por sus infraestructuras de conexión con Italia y España, y la región
del Mar Caspio, donde hay enormes reservas de gas.
Respecto a esta última región, cabe recordar lo
sucedido con el proyecto Nabucco. Este gasoducto, que iba a conectar el gas del
Caspio con Austria, era hasta el año pasado la alternativa europea al gasoducto
South Stream, que conectará los suministros rusos con el sur de Europa (Italia)
a través del Mar Negro en 2015.
Nabucco debería haber empezado a construirse en
2011; sin embargo, el proyecto nunca despegó y ha acabado por cancelarse
definitivamente debido a tres factores: primero, la inestabilidad geopolítica de
los países que podrían haber proporcionado el gas, entre los cuales se barajaban
Irán e Irak. Segundo, la gran influencia de Rusia sobre algunos de los países
tanto productores como de tránsito —no olvidemos que Rusia compró gran parte del
gas de los países de origen para suministrarlo a Europa—. Tercero, por su
elevado coste, que ascendía a más de 7.900 millones de euros.
El proyecto Nabucco, el
gasoducto que conectaría el Caspio con Austria, ha acabado por
cancelarse
Aunque con proyectos menos caros y ambiciosos, la
conexión con el Caspio está en marcha. Europa ha dado luz verde a la
construcción de los gasoductos TANAP (Trans Anatolian Pipeline:
Georgia-Turquía-Grecia) y TAP (Trans Adriatic Pipeline: Grecia-Albania-Italia),
que proveerán a Europa de gas procedente de Azerbaiyán.
Sin embargo, sobre el Caspio hay dudas de que
aporte más seguridad de suministro que la propia Rusia. Pensemos que la
probabilidad de que Rusia corte el aprovisionamiento de gas es muy baja porque
el coste económico de esta decisión sería altísimo para el país. Primero por los
menores ingresos que ello representaría y por la mayor salida de capitales, que
supondría condiciones financieras más duras y menor crecimiento económico.
Segundo porque el país dejaría de percibirse como un proveedor fiable a largo
plazo, y no solo para Europa sino para terceros países.
Para Europa es cuestionable que reducir la
dependencia europea del gas ruso sea una medida económicamente razonable, dado
el coste potencial de las nuevas fuentes de aprovisionamiento y los problemas de
seguridad de suministro que implican las regiones alternativas, excepción hecha
de Estados Unidos. Tampoco está claro que a la hora de plantear sanciones
económicas de gran impacto sea la medida más efectiva: piénsese en el petróleo o
en la IED. Aunque reduzcamos la dependencia del gas, seguiremos dependiendo del
petróleo ruso; el gas probablemente nos costaría más caro, y no sabemos si
conseguiríamos mejorar la seguridad del suministro. Eso sí, disminuiríamos la
capacidad de Rusia de utilizar las interrupciones de suministro de gas como un
arma de política exterior.
Antonio Merino es
director de Estudios de Repsol.