Verano muy caliente en Buenos Aires y el nacimiento de
Martín
Nunca
me gustaron los días de calor, y mucho menos los de Buenos Aires. Su elevada
humedad, y por ende, escasa amplitud térmica me agobiaban durante el día e
impedían descansar bien por las noches. Además durante los meses de verano, a
pesar de la ventaja de tener niveles de smog más bajos por la disminución del
tránsito, era mucho menor la oferta de espectáculos que era lo que más me atraía
de la ciudad. Por esa razón, siempre que había podido, me escapaba hacia otros
lares, pero en enero de 1991 iba a nacer Martín, mi quinto hijo, por lo cual me
encontraba absolutamente varada.
Y
si bien todo es muy subjetivo porque en estado de gravidez se sienten más las
altas temperaturas, creo haber vivido uno de los veranos más calurosos, por lo
que mis desplazamientos eran sumamente reducidos. Además de las casas de
familiares y amigos, mis visitas más frecuentes eran a las heladerías por
cuestiones de antojos y al parque Centenario, en el barrio de Caballito, a pocas
cuadras de casa. Allí me sentía bastante mejor debido a la frondosa arboleda, y
a que por su extensión, corría un poco más de aire que en las zonas de mayor
concentración de edificios. Su creación había tenido lugar en 1910 con el fin de
conmemorar la Revolución de Mayo, y fue diseñado por el famoso paisajista
Charles Thays, a quien también le encargaran los Bosques de Palermo.
Mientras
Enrique (9) y Joaquín (6), mis hijos más chicos, les daban de comer a los patos
y peces del lago, iban a los juegos o andaban en bicicleta, Alicia (15) y
Fernanda (14) disfrutaban de los espectáculos musicales que allí se realizaban o
se compraban alguna chuchería en la feria artesanal. Y así transcurrió el mes de
enero, hasta que el lunes veintiocho nació Martín, justo un día antes de que su
hermana Fernanda cumpliera catorce años.

Fernanda,
Alicia, Joaquín y Enrique junto a Martín en su primera salida, al parque
Centenario
No
sólo el termómetro marcaba elevadas temperaturas sino también la política y la
economía del país estaban al rojo vivo. Eran tiempos de Menem. Todo estaba tan
inestable que el médico que me atendería había fijado un arancel en dólares
desde tres meses antes del nacimiento. Pero los hechos se habían precipitado a
partir de diciembre de 1990, cuando el embajador estadounidense Terence Todman
respaldó una denuncia recibida del frigorífico Swift, sobre un pedido de coima
para agilizar sus trámites de liberación de impuestos de maquinarias para su
planta de Rosario (el denominado Swiftgate). La primicia había sido publicada
por Horacio Verbitsky en el diario Página 12 el domingo 6 de enero, continuando
por varios días, a lo que el Presidente Carlos Menem en persona los tratara de
“delincuentes periodísticos”. Sin
embargo, debido a la crisis desatada, su asesor Emir Yoma tuvo que renunciar, y
detrás de él el Ministro de Economía, Antonio Erman González, en medio de una
escandalosa inflación y una brusca trepada del dólar.
Y luego de casi un mes de acefalía asumió
Domingo Felipe Cavallo, quien implementara a partir del 1ro. de abril el famoso
Plan de Convertibilidad, con paridad del peso uno a uno con el dólar, con el
pretexto de frenar la inflación y disminuir la calentura social. Esa política
fue respaldada por la mayoría de los argentinos, pese a que finalmente terminara
catapultando a gran parte de la producción y en consecuencia, de la
sociedad.
Martín,
lejos de venir con un pan debajo del brazo, llegó en medio de las tantas
debacles sufridas en nuestro país.
Ana
María Liberali