Está claro que la máxima ambición de cualquier país debe
ser tener el nivel de salarios más alto posible. Sin embargo, eso no se logra
por medio de un decreto. Si así fuera, bien podrían en Uganda decretar en 7.000
dólares al mes el salario mínimo y pasaría a ser automáticamente el país con el
estándar de vida más alto del mundo. Pero ni el Estado ni los particulares en
esa nación podrían pagar siquiera el primer mes de esos sueldos. En línea con
ese hipotético ejemplo extremo, aunque de un modo mucho más sutil, el nivel de
los salarios en Argentina ha venido siendo determinado desde el Estado. Si las
cuentas públicas se encuentran en situación de holgura, el Gobierno de turno
comienza a inducir aumentos salariales en términos reales, es decir, más altos
que la inflación y que el aumento de la productividad. Este es el instrumento
más efectivo de cualquier Gobierno para congraciarse con el universo de los
electores. Contenta a todos y no requiere gestión. Y tendrá siempre de aliados a
los sindicatos y a la dirigencia fabril, ya que la industria depende del mercado
interno para aumentar sus ventas.
Como siempre es más fácil ser generoso con lo ajeno, el
Estado primero empuja a la subida a los sindicatos del sector privado. Con más
reparo, se ve obligado luego a homologar esos aumentos al sector público. Como
siempre hay en el horizonte elecciones en puertas (cada dos años) y todas son
importantes, ya sea para acceder al poder o para conservarlo, nunca llega el
momento de moderar el proceso. Se arriba entonces a un punto donde la sociedad
ya no puede pagar más esos salarios. Las empresas comienzan a despedir gente.
Otras cierran o quiebran. El Estado, imposibilitado de esas alternativas y una
vez que agotó todas las demás instancias (liquidación de activos públicos,
endeudamiento, confiscaciones, emisión monetaria…) sale de su encrucijada
haciendo un ajuste. ¿Qué significa ajustar? Significa ajustarse a la realidad.
¿Qué es lo que se ajusta? El nivel del gasto, o sea, los salarios de la
gente.
El nivel de sueldos que se pretende imponer no se condice
con las posibilidades reales de la economía. En términos técnicos, no está de
acuerdo con el nivel de productividad de la sociedad. ¿Qué es la productividad?
Es la cantidad de bienes que pueden producirse por trabajador.
Cualquier Gobierno que quiera
congraciarse con los electores opta por la vía de empujar las retribuciones al
alza
Si una fábrica de zapatos produce 5 pares por día por
trabajador, e incorpora una máquina gracias a la cual y con la misma cantidad de
obreros pasa a producir 30 pares día/hombre, con esa inversión está
incrementando la productividad. Si ese proceso es algo que está sucediendo a
gran escala en toda la sociedad, esa comunidad está aumentando la productividad
general. Está produciendo cada vez mayor cantidad de bienes, que dispone para
consumir o para exportar, con lo cual aumenta también su capacidad para comprar
artículos que producen otras sociedades. Si bien es un sendero virtuoso, no es
un proceso sencillo, requiere de muchos equilibrios y sus beneficios, en
contraposición a un modelo de consumo, solo se perciben en el mediano y largo
plazo.
La empresa que produce 30 pares de zapatos diarios por
operario, aparte de generar mayores ganancias a sus accionistas y flujo de caja
para seguir encarando inversiones, está en condiciones de pagar un salario más
alto a su plantilla.
Aquellos países donde las empresas que hacen zapatos
producen 200 pares día/trabajador y donde las empresas de los otros rubros
tengan un grado de productividad equivalente, fruto de máquinas más modernas y
no porque sus obreros trabajen más horas o sean mejores trabajadores que los
argentinos, esos países pertenecen al club de los que pagan los mejores salarios
del mundo, al cual la Argentina debería volver algún día, ya que durante la
primera mitad del siglo XX fue parte de ese club. Si arribaron inmigrantes de
Francia, Inglaterra, Alemania, Italia o España, huyendo de las guerras, del
nazismo o del franquismo, fue porque allí, amén de conseguir trabajo, se pagaban
salarios iguales o más altos que en sus países de origen.
El aumento real de los salarios depende de manera
ineludible del aumento de la productividad. Y ésta, a su vez, de la inversión.
Por lo tanto, sólo un modelo de inversión puede hacer subir de manera genuina y
sustentable los salarios. En cambio, un modelo de consumo que desaliente la
inversión, es “pan para hoy y hambre para mañana”.
El éxito de una política económica se mide hoy día en su
capacidad para atraer y concretar inversiones.
La Argentina experimentó un espectacular aumento de la
productividad en el sector agropecuario por la revolución tecnológica que
aconteció en la década de los años 90, que permitió aumentar extraordinariamente
la producción. Lamentablemente, su efecto fue neutralizado por el Estado que
absorbió para sí ese beneficio bajo la consigna de la distribución (a través de
nuevos gravámenes, subidas de impuestos, restricciones a la exportación) lo que
impidió que esa evolución continuara su proceso y se tradujera en una mejora
salarial sustentable para la sociedad.
La productividad, además de ser el núcleo del proceso de
desarrollo de las naciones, es el aspecto más importante de la ventaja comercial
de un país o de un sector económico, eso que se llama competitividad. A su vez,
la competitividad se nutre de otros cuatro factores: el nivel de los salarios
(si estos bajan en dólares por una devaluación, aumenta la competitividad), la
logística —o sea, la infraestructura—, el marco impositivo y el precio de los
productos. Si estos suben por la irrupción de la demanda china, por ejemplo,
aumenta la competitividad del sector beneficiado con la subida de precios. Y si
una empresa está radicada en una región exenta de impuestos, tiene una ventaja
competitiva derivada del marco impositivo.
Para preservar el futuro, los aumentos
de salarios deben quedar por debajo de la inflación
En cuanto a la logística, si bien el autor ha sido un
acérrimo crítico del modelo consumista financiado con deuda de la década de los
90 —durante el menemismo— no puede ignorar que, en paralelo a la revolución
tecnológica del agro, también se llevó a cabo un avance sustancial en la
logística al desarrollarse el sistema de puertos privados en los márgenes del
río Paraná, el río interior más importante del país. Eso fue imprescindible para
poder canalizar los crecientes volúmenes de exportación. Esos procesos, que
transformaron la estructura productiva del sector económico más importante de
Argentina (el agropecuario) se concretaron gracias a ciertas condiciones
imperantes en esa década (estabilidad de precios, apertura comercial, aliento al
agro…). Y habla muy bien de la potencialidad del país cuando el ambiente es
propicio.
La “década ganada”, como definen los 10 años de los
Kirchner en el poder, debe un reconocimiento a esos dos procesos y al aumento de
la competitividad que derivó de la gran devaluación de 2002 y de la fenomenal
subida de precios por el efecto chino.
A pesar de esas bendiciones celestiales, el país vive hoy
una clásica situación donde el nivel de los salarios no se condice con las
posibilidades de la economía. Si bien la fiesta consumista fue tan extensa, es
muy triste que no haya servido siquiera para mantener la infraestructura
(energética, ferroviaria, caminera, hospitalaria…), que se ha deteriorado, ¡y
cómo! ¿Qué se ganó? ¿Qué queda? ¿Es tan solo “quien nos quita lo
bailado”?
En el corto plazo hay dos opciones. Una —la que luce más
sensata— consiste en dar aumentos 10 puntos porcentuales por debajo de la
inflación (que se estima entre el 35 y el 40%). La otra, la de equiparar los
aumentos con esas tasas, significaría arrojar nafta al fuego. Derivaría en
despidos y en una tasa aún más alta de inflación que produciría un gran desmadre
en la economía y perjudicaría en mayor grado a los asalariados, que son los
grandes perdedores en estos procesos. Es la secuencia final e inevitable de un
modelo de consumo.
Ricardo Esteves es empresario argentino y cofundador del Foro
Iberoamérica.