La ofensiva diplomática
occidental no ha servido para disuadir a Putin de su flagrante desafío a la
legalidad internacional y al orden posterior a la guerra fría. Más bien ha
confirmado una creciente resignación ante el futuro de Crimea. Era improbable
que fuera de otra manera. Putin ha invertido un enorme capital político en su
escalada reciente. Nunca el líder ruso había tenido tanto apoyo en su país como
estos días en los que ha convertido Rusia en un gigantesco altavoz a favor de la
anexión. Crimea representa a la postre la apuesta más audaz de un autócrata
acostumbrado a hacer su voluntad en la escena internacional sin nada serio que
temer.
El referéndum de hoy dejará de hecho a Crimea fuera
de Ucrania. Quizá Putin no busque su anexión formal e inmediata y mantenga un
trampantojo de independencia en el territorio ocupado. O decida, como en otras
regiones fronterizas de Rusia, su inclusión en un limbo constitucional manejado
por el Kremlin. Sea como fuere, Ucrania, Europa y EE UU están ya ante los hechos
consumados.
Kiev, descartado un impensable enfrentamiento
armado, tiene pocas opciones más allá de la protesta. Las prioridades del
Gobierno interino de Ucrania no pueden ser otras que llevar adelante las
elecciones de mayo, para que un Gobierno salido de las urnas ponga los cimientos
de una democracia sostenible y económicamente viable. En ese horizonte, que
incluye evitar una inminente bancarrota, resulta imprescindible una masiva ayuda
occidental.
Occidente no va a ir a una guerra por Ucrania, pero
en Washington y Bruselas ha llegado la hora de aplicar contundencia al
formidable órdago del Kremlin. El castigo de las potencias democráticas debe ir
mucho más allá de lo que Putin ha calculado como riesgo asumible de su tropelía.
Hacer daño al Kremlin exige plantearse, entre otras medidas, la congelación de
activos del establishment político ruso, el progresivo aislamiento de
Moscú de los circuitos financieros globales y la cancelación de los grandes
contratos de armamento.
Europa en particular, acostumbrada en los últimos
años a depender del gas y del dinero rusos, debe estar preparada para el
sacrificio. Si las palabras de Angela Merkel esta semana significan algo, Berlín
parece dispuesto por vez primera a cuestionar su privilegiada relación con
Moscú. La globalización hace a Rusia mucho más vulnerable en todos los órdenes
que en tiempos de la guerra fría. Acaso en lo inmediato las sanciones
perjudiquen a la UE, pero a medio plazo Putin está llamado a ser el perdedor de
la confrontación que ha desatado.