Venezuela se debate entre los intentos
desestabilizadores de la derecha, los límites propios del proceso bolivariano y
la posibilidad de que sea la clase trabajadora y el movimiento popular los que
hagan avanzar un proyecto no
exento de tensiones y contradicciones.
Entrevista a Franck
Gaudichaud, miembro del equipo editorial de
Rebelión.org, doctor en Ciencia Política y autor de varios libros sobre América
Latina, con una investigación -dirigida por Michael Löwy- sobre Poder Popular y
Cordones Industriales bajo el gobierno de Allende en Chile (1970 -1973).
¿Cómo caracterizas la situación actual en Venezuela? ¿Qué es lo que
se dirime allí?
Franck Gaudichaud: Como
punto de partida, hay que reconocer que estamos en medio de una tremenda guerra
mediática global en contra del proceso bolivariano. Por eso es fundamental crear
espacios de contrainformación. Para comenzar, frente a tanta desinformación, hay
que volver a subrayar que el proceso bolivariano es un proceso de largo plazo de
amplias conquistas sociales (salud, educación, reducción de la desigualad),
democratización (nueva Constitución), de creciente empoderamiento e inclusión
política de las clases populares, en una relación muy tensa con el líder
carismático que ha sido Chávez. También que este proceso ha sido clave en la
constitución de nuevas soberanías nacional-populares y en la creación del ALBA,
UNASUR y CELAC. Así que un importante retroceso en Venezuela y el regreso del
neoliberalismo en ese país tendrían importantes e inmediatos efectos colaterales
en toda la región. Todo esto parece obvio, pero es indispensable subrayar lo
esencial y las relaciones de fuerzas geopolíticas en momentos en que los medios
de comunicación dominantes -y la oposición venezolana- hablan de “dictadura
castro-comunista” y de “genocidio en Venezuela…
La situación actual es
sumamente tensa debido a que el sector más reaccionario de la oposición apostó a
la violencia y la desestabilización desde la calle. En tal
contexto, hay una tendencia dentro de las filas de las izquierdas a
descomplejizar nuestro entendimiento de la coyuntura, diciendo que se
está contra el imperialismo o a favor del golpe de estado “fascista”. Esta
lectura binaria me parece nefasta. Por supuesto, hay que denunciar y oponerse de
manera unitaria a la intentona “insurreccional” de la derecha. Sabemos que los
EE.UU. tienen claros intereses geopolíticos en esta
desestabilización; los lazos entre los “Halcones” de Washington y la fracción de
la oposición encabezada por Leopoldo López en Venezuela, no son una teoría de
complot, sino información objetiva. También hay una intervención real desde
Colombia y el “uribismo”, así como incursiones paramilitares,
sobre todo en el estado fronterizo de Táchira. Estos elementos son importantes.
Ahora, ¿estamos ante un golpe de estado, estilo abril de 2002? Se puede hablar
de “fascismo”, sin con ello conseguir definir la dinámica de la oposición al
chavismo. Yo creo que no: primero porque las relaciones de fuerza reales son
distintas a 2002. El estado mayor y las Fuerzas Armadas apoyan claramente al
gobierno, sin fisura por ahora; la gran burguesía no apuesta a la violencia y a
una salida extraconstitucional. Fedecámaras y los principales patrones (como
Mendoza de la Polar) participaron de la conferencia de paz con Maduro y
condenaron la violencia en las calles. Es decir, los elementos claves de la
coyuntura de abril de 2002, no están al día en la coyuntura actual. Eso sí, hay
un sector de la derecha en torno a Leopoldo López que apuesta claramente a la
violencia callejera, haciendo un llamado a derrocar a Maduro. Y lo preocupante:
este sector logró movilizaciones muy importantes. En el estado de Táchira, en
Mérida con el movimiento estudiantil, pero también en las calles de Caracas. Es
cierto que los participantes de esas movilizaciones provienen esencialmente
desde los barrios altos, desde la clase alta, media alta pero también de clase
media ya no tan alta. Sectores violentos de la derecha están ganando espacio en
la sociedad, haciendo uso de la violencia en contra de trabajadores y militantes
barriales, edificando barricadas (las “guarimbas”): son responsables de la gran
mayoría de los asesinatos de las últimas semanas. La oposición neoliberal está
parcialmente fragmentada, pero a la vez cada uno ocupa su papel en contra del
proceso: desde Henrique Capriles o COPEI (Comité
de Organización Política Electoral Independiente), que
dicen apostar al diálogo después de sucesivas derrotas electorales hasta
partidos como Voluntad Popular de Leopoldo López o como la asociación
Súmate y la diputada María Corina Machado, que apuestan a crear un clima
semi-insurreccional, sin esperar las próximas elecciones. Algunos analistas como
Ignacio Ramonet han destacado la existencia de un “golpe de Estado lento”,
basado en las teorías de desestabilización de Gene Sharp.
Pero, yo creo que desde
la izquierda anticapitalista, el tema clave no es solo denunciar todo eso, sino
también seguir pensando “abajo y a la izquierda” para entender -de manera
crítica y dialéctica- cuáles son los elementos dentro del propio espacio del
chavismo que permiten que se exprese tanto descontento en varios estratos de la
sociedad, y no solo desde parte del movimiento estudiantil. En este sentido,
tenemos que indagar también las contradicciones y debilidades de la “revolución
bolivariana” y escuchar las voces críticas del movimiento popular y
revolucionario dentro y fuera del chavismo. En Rebelión hemos publicado
también varios autores venezolanos que van en esa dirección: Roland Denis, Simón
Rodríguez P., Javier Biardeau, Gonzalo Gómez, etc.
¿Cuáles son esas
principales debilidades propias del chavismo?
Primero habría que
diferenciar el chavismo gubernamental del pueblo trabajador bolivariano. Yo
entiendo que hay tensiones ahí, sobre todo a un año de la partida de Hugo Chávez
que fue un gestor central del proceso, capaz de oscilar entre lo vertical del
líder y la horizontalidad de la participación popular. En la era del “chavismo
sin Chávez”, Maduro tiene la legitimidad democrático-electoral: ganó la elección
presidencial, de manera justa, y las municipales confirmaron esa nueva victoria
bolivariana en las urnas (con 17 victorias sobre 18 elecciones). Pero Maduro no
tiene el liderazgo carismático de Chávez, mientras, al mismo tiempo hay una
degradación económica acelerada. Por supuesto, se habla mucho de inseguridad, la
derecha en particular, pero representa también una gran preocupación diaria para
las clases populares. Es en el plano económico donde afloran más los problemas
últimamente: el Banco Central de Venezuela reconoce un desabastecimiento a una
altura del 28% de los productos y una inflación de 56% en el 2013 que corroe los
salarios de los trabajadores. La mala gestión económica y del tipo de cambio
refuerza la especulación, el mercado negro y al acaparamiento por parte de la
burguesía compradore a una escala mayor. Algunos economistas marxistas
como Manuel Sutherland o Víctor Álvarez hablan de la fuga de capitales más
grande de América del Sur. Son varios “planes Marshal” que se fugan así hacia
Miami. Es cierto, la inflación y el desabastecimiento son producto de la
ofensiva de las clases dominantes, pero también de una política económica
ineficiente. La corrupción es otro tema de fondo después de 15 años de proceso
bolivariano: ¿cómo pretender construir “socialismo del siglo XXI” en esas
condiciones de corrupción burocrática? Frente a las dimensiones del fenómeno,
ligado al modelo del capitalismo petro-rentista todavía hegemónico[i], no
basta con tener un ministerio del “poder popular”… No veo otra solución que
crear fiscalización desde abajo, democracia participativa y consejos de
trabajadores, reforzar los consejos comunales existentes. En caso contrario,
¿cómo parar durablemente la ofensiva de la derecha? ¿Con diálogo y paz con los
sectores patronales, con la Mesa de Unidad Democrática, con Cisneros y la
boliburguesía? Por otra parte, recordemos la impunidad hasta hoy para los
responsables del golpe de abril de 2002 o de los asesinatos de abril de 2013.
También es muy preocupante la impunidad frente al sicariato anti-sindical que
existe en el país, los niveles de represión en contra de algunas huelgas obreras
o la creciente militarización de algunos territorios (lo que provocó malestar y
distanciamiento público por parte del gobernador bolivariano del estado de
Tachira). En estos días, el presidente Maduro y la fiscalía han reconocido la
responsabilidad de la guardia nacional y de la policía bolivariana en la muerte
y maltrato a varios manifestantes, ojala eso no quede impune, porque el Estado
tiene que ser el garante de los derechos fundamentales.
Te referiste
críticamente al camino que se está tomando desde el gobierno para frenar la
ofensiva de la derecha: ¿Cuál sería, para vos, el camino más efectivo para
enfrentar a la derecha?
Sin duda, como lo
proponen algunos sectores anticapitalistas venezolanos, la mejor manera de
defenderse es la profundización de la revolución y de las conquistas del
proceso; es reforzar una visión crítica y popular, independiente de la
burocracia o de la boliburguesía, apuntando a un empoderamiento desde
abajo. Yo creo que está perfectamente justificado el intento por parte del
gobierno de poner paños fríos a la violencia callejera, el llamado al diálogo y
a la paz. Ahora, diálogo y paz sí, pero ¿para qué y con quién? Ojalá el diálogo
prioritario sea hacia los sectores populares movilizados, los trabajadores
organizados que buscan los caminos del poder popular, el campesinado que quiere
reforma agraria, el pueblo indígena, junto con más anuncios concretos para
mejorar la situación económica. Por supuesto, Maduro ya hizo anuncios frente a
la “guerra económica”, pero además de la “ley de precios justos”, positiva,
fueron medidas de ajuste y devaluación. Al contrario pequeñas corrientes como
Marea Socialista y otras fuera del chavismo (libertarias, marxistas,
trotskystas) proponen hacer frente a la derecha neoliberal tomando medidas
revolucionarias: por ejemplo, tomar el control del comercio exterior, pero con
fiscalización ciudadana (para evitar la corrupción); combatir fuertemente la
especulación y centralizar las divisas extranjeras; intervenir el sistema
bancario bajo control social para que la renta petrolera ya no sea captada en
parte por los acaparadores; apoyar con más decisiones los consejos comunales, la
producción nacional de alimentos y un sistema de planificación nacional
democrático, etc. Insisto, solo estoy retomando declaraciones de colectivos
bolivarianos y anticapitalistas venezolanos. Por cierto avanzar en esta
dirección significa también comenzar a pensar las contradicciones internas al
movimiento popular, asumir sus debilidades e limitaciones, como también el peso
del bonapartismo político presente en el PSUV por ejemplo.
¿Qué analogías y qué
diferencias encontrás entre el proceso de Chile durante el gobierno de Allende y
el de Venezuela? Más que nada, en función de la relación entre los espacios de
organización popular y un Estado que, a pesar de todos los cambios, sigue siendo
un Estado capitalista.
Primero, eso me parece
esencial: en Venezuela, todavía existe el estado capitalista, aunque con una
nueva institucionalidad mucho más democrática. Predomina el capitalismo
estatal-rentista y más del 70% del PIB está en manos del sector privado.
Ubicarse estratégicamente significa primero saber donde estamos parados. En 1973
en Chile, la Unidad Popular significó como en Venezuela grandes conquistas
democráticas, sociales, empoderamiento desde abajo, apoyadas además en una clase
obrera muy organizada en el plano sindical y político. De hecho, en Venezuela
una gran deficiencia es que no se logró construir un movimiento obrero y
sindical clasista y democrático, autónomo de la burocracia estatal. Otro
elemento interesante de la experiencia chilena es la relación tensa entre
movimiento popular y el gobierno Allende. Yo estudié los cordones
industriales[ii] como
organismos sui generis de poder popular y, en varios momentos, los
cordones fueron capaces de pararse frente a Allende y reclamar medidas
revolucionarias. Otro punto de debate es justamente hasta qué punto podemos
confiar en la institucionalidad, en la posibilidad de “usar”
el Estado para reformar desde arriba la sociedad: es decir, si construimos
socialismo desde el estado o si construimos socialismo desde el poder popular
constituyente, el control obrero y la participación ciudadana. Cuando en
Venezuela, por ejemplo, experiencias de cogestión como en Sidor han sido
rápidamente ahogadas. Lo mismo con el complicadísimo tema de
la violencia política, del papel del imperialismo y de las FFAA: lo cierto es
que en Venezuela, a diferencia de la vía chilena, se ha pensado el proceso como
“pacífico pero armado”. Hay en Venezuela una dinámica cívico-militar bien
diferente de la experiencia chilena. Más allá de eso, la “revolución
bolivariana” actualiza un debate pendiente de la
Unidad Popular: ¿qué podemos hacer con el Estado y con qué
tipo de Estado? ¿Hasta qué punto el gobierno, las elecciones, son una
herramienta de conquista democrática y cómo apoyarse decididamente en formas de
poder popular para avanzar? ¿Cómo enfrentar desde la mejor relación de fuerza
posible a las derechas y el imperialismo?