Crimea
Una península y tres
pretendientes
Tino
Brugos
Viento Sur
15/3/14
La crisis que atraviesa
Ucrania a partir de la movilización de Maidan ha tenido un efecto imprevisto
como es la activación de un movimiento secesionista en la multiétnica península
de Crimea, incentivado sin ninguna duda desde Moscú.
Desde que se produjo la huida
de Yanukovich de Kiev, sin haber dimitido formalmente de su cargo, la propaganda
oficial del Kremlin ha venido insistiendo de forma reiterada en una serie de
argumentos que, supuestamente, servirían para justificar las decisiones
encubiertas que han abierto una grave crisis en la que está jugándose la
integridad territorial del estado post-soviético de Ucrania y, más allá, la
inviolabilidad de las fronteras internacionalmente reconocidas. Para Rusia lo
que ha ocurrido en Ucrania no es un simple cambio de gobierno sino un verdadero
golpe de estado que ha permitido la formación de un gobierno calificado de
fascista. La utilización de esta caracterización para referirse al nuevo
gobierno de Kiev es un elemento llamado a tensionar a la población rusa en torno
al gobierno Putin, que aparece así como defensor del orgullo nacional frente a
un gobierno ucraniano al que se pretende presentar como heredero de los
nacionalistas filonazis de la II Guerra Mundial que causaron centenares de miles
de víctimas en un conflicto cruzado entre rusos, ucranianos, polacos, judíos y
alemanes. Quizás por ello el último argumento utilizado por el gobierno ruso sea
el de movilizarse para defender los intereses de la población rusa residente en
Ucrania que se rebela frente a unas nuevas autoridades que suponen una afrenta a
su memoria histórica.
Sea como fuere, lo cierto es
que de unos movimientos protagonizados por grupos paramilitares enmascarados que
tomaron los edificios oficiales en la capital, Sinferopol, se pasó a bloquear
las carreteras, ocupar los centros de comunicaciones, asediar los edificios
oficiales que se manifestaron leales al gobierno ucraniano para finalmente
anunciar la decisión de convocar un referéndum que posibilite a la población
manifestarse sobre su deseo de separarse de Ucrania. Las maniobras militares
anunciadas por Rusia en zonas cercanas a su frontera con Ucrania y el inicio de
graves enfrentamientos en ciudades de mayoría rusófona como Donetz hacen pensar
que el conflicto puede iniciar una escalada con resultados no previsibles en
estos momentos.
Crimea la
codiciada
Con 26 000 kilómetros
cuadrados (un poco mayor que el País Valencià) y dos millones y medio de
habitantes, la península de Crimea goza de una administración autónoma dentro
del Estado ucraniano surgido tras la disolución de la Unión Soviética. Al haber
sido transferida de Rusia a Ucrania en 1954, su población se vio convertida en
ciudadanos ucranianos pese a su identidad rusa. La composición multiétnica ha
sufrido cambios en los años transcurridos desde la independencia y en la
actualidad se estima que un 60% son rusos, 24% ucranianos y un 12% estaría
compuesto por Tártaros de Crimea, población originaria de lengua túrcófona y
religión islámica.
Aunque las relaciones entre
las tres comunidades han sido tensas durante estos años, dando lugar a un
conflicto de baja intensidad, en ningún momento se ha manifestado con la
radicalidad que lo está haciendo en estas últimas semanas, un claro indicio de
que se trata de un conflicto teledirigido desde el exterior. Las reclamaciones
más intensas proceden de la comunidad rusa que hasta el momento ha venido
oscilando entre la autonomía y la secesión. Crimea ocupa un lugar importante en
el imaginario nacional ruso ya que se trata de una zona de importancia
estratégica que permitió al imperio zarista una salida a lo que se denominó un
mar cálido. La base naval de Sebastopol tiene una gran importancia desde un
punto de vista militar por lo que Rusia siempre ha mostrado un interés especial
en garantizar la seguridad de la misma, es decir, su continuidad y el
mantenimiento de su control administrativo. Precisamente por ello, Ucrania ha
intentado durante estos años ofrecer una política flexible, sin renunciar al
hecho de que se trata de un territorio que forma parte de sus fronteras
nacionales. Para ello se convirtió Sebastopol en un distrito autónomo especial,
se procedió al reparto de barcos de la antigua flota soviética y se construyó
una nueva base ucraniana. En todo caso, la población rusa siguió manteniendo una
visión excluyente y monopolizadora de Crimea.
Frente a la potencia rusa, que
se adivina superior, Ucrania cuenta con sus propias cartas para jugar esta
partida geoestratégica; la principal es la carencia de recursos hidráulicos y
energéticos en Crimea. El 80% del agua que se consume procede del canal del
Dnieper construido para abastecer las necesidades de la población y las
agrícolas. En todo caso, estamos ante un conflicto que viene desarrollándose
desde hace años, lo que significa que cada parte ha podido perfilar sus
argumentos e interpretaciones que son las que ahora se están poniendo en juego.
Todo ello ha ocurrido en medio de una compleja transición que abarca varios
campos: desde un régimen autoritario hacia otro democrático, hacia la
construcción de un Estado ucraniano independiente y por último desde una
economía planificada hacia un sistema de mercado. En medio de este complejo
panorama se han ido produciendo debates sobre frontera estatal/ frontera étnica
o sobre integridad territorial heredada/ autodeterminación.
Rusia: el
pretendiente
Siendo mayoritaria la
población rusa parece normal que sea de esa comunidad de donde hayan salido las
primeras voces que manifiestan su incomodidad o desagrado ante la situación
creada con el derrumbe de la URSS. Desde entonces, la población rusa de Crimea
se enfrenta al síndrome de la nación dividida, mostrando cuando hay posibilidad
su rechazo a la soberanía ucraniana de la península; por su parte, desde la
Federación Rusa se mira con añoranza la extinta federación que permitía a toda
la comunidad rusa vivir dentro de las mismas fronteras en lugar de la situación
actual en la que varios millones de compatriotas viven en lo que
eufemísticamente se ha denominado “el extranjero cercano”. Este hecho permite
anticipar que serán pocas las voces que, desde el interior de Rusia, condenen la
actuación unilateral emprendida por Putin al desencadenar el actual
conflicto.
Los rusos se perciben como
dueños de Crimea, un territorio en el que su presencia se remonta a poco más de
doscientos años. Sin embargo es tal el potencial simbólico que cuesta hacer
entender que no son la única comunidad que tiene derechos adquiridos. Antes de
la conquista, a finales del siglo XVIII, existió un kanato de Crimea que la
historiografía rusa presenta despectivamente como herederos de la invasión
protagonizada por los mongoles en la época medieval. Su identidad islámica y sus
continuas incursiones por la estepa –llegaron incluso a saquear Moscú en 157-
han forjado una visión histórica marcada por el enfrentamiento entre este pueblo
infiel y atrasado y un imperio ruso que tenía como misión poner fin a la
existencia de grupos de origen centroasiático en los confines europeos.
Inmediatamente después de la conquista se inició un esfuerzo sostenido para
colonizar el territorio, procediendo a cambiar la balanza étnica en un tiempo
relativamente corto tras incentivar la salida de la población tártara hacia el
imperio Otomano.
Aunque en el siglo XX se
produjeron importantes conflictos en la región, lo fundamental, desde la
perspectiva rusa, fue el hecho de que se logró mantener a Crimea como una zona
rusa. Para ello hubo que sortear al incipiente movimiento nacional tártaro
durante la fase de la revolución y, aunque se creó una República Autónoma, se
evitó que tuviera como nación titular a los tártaros, a través de una neutral
denominación geográfica. Eliminados los tártaros tras la orden de deportación de
Stalin, se procedió a disolver la institución autónoma.
Parecía que Crimea se
insertaba definitivamente dentro del espacio ruso. Sin embargo ocurrió un hecho
inesperado cuando el Presidente Kruschev decidió transferir Crimea a la
República Soviética de Ucrania. Eran tiempos de hermandad entre los pueblos
soviéticos y nadie pensó que quizás algún día, más adelante, aquella decisión
podría tener consecuencias indeseables. En efecto, entregada a Ucrania para
fomentar la hermandad de los pueblos ruso y ucraniano coincidiendo con el tercer
centenario de la unión de sus tierras, al llegar la independencia pasó a ser una
verdadera patata caliente que puede quemar a cualquiera de los dos aspirantes.
Ironías de la Historia, lo que estaba llamado a hermanar ahora se convierte en
motivo de enfrentamiento.
Los Tártaros de Crimea ¿el
pretendiente más legítimo?
Ya se ha dicho que la
presencia rusa en Crimea se remonta a poco más de doscientos años. Con
anterioridad fueron muy numerosos los pueblos que de forma puntual o estable se
establecieron en la península o zonas aledañas. Sin embargo fueron los tártaros
quienes consolidaron una presencia más alargada en el tiempo que se remonta a la
época medieval. Se trata de un pueblo islamizado que forma parte del mundo de la
turcofonía. Lograron crear su propia entidad estatal que mantuvo una ambigua
relación de dependencia con el imperio Otomano.
Al perder su independencia se
inició un proceso de asimilación y colonización del territorio que acabó
convirtiéndolos en minoría. De seis millones en el momento de la conquista,
quedaron reducidos a 300 000 en el momento de la revolución de 1917, sin apenas
derechos sobre sus tierras ancestrales. Desde entonces han venido presentándose
como un pueblo oprimido y sin tierras que tiene que hacer frente a una
persecución sistematizada. Su identidad islámica les hizo siempre sospechosos de
apoyar al imperio Otomano con el que Rusia tuvo numerosos conflictos durante
todo el siglo XIX
Aunque agónico, el pueblo
tártaro logró no solo mantenerse sino impulsar un proyecto nacional que generó
auténtica preocupación en los círculos dirigentes rusos, tanto de la época
zarista como soviética. Se trata del panturkismo propugnado por Gaspirali quien
desde el periódico Tercuman planteaba la necesidad de un proceso de convergencia
lingüística y política de la población musulmana del imperio zarista, conocidos
de forma genérica como tártaros. Aquella propuesta fue la base del activismo
político iniciado antes de la revolución que posteriormente daría origen a
grupos como el Milli Firka en Crimea así como a musulmanes de izquierda que
planteaban la necesidad de un Partico Comunista Musulmán (Sultan Galiev)
Fracasada la idea inicial de un gran Turquestán, se procedió a la creación de
entidades nacionales diferenciadas: Tártaros del Volga, de Crimea, baskirios,
azeris, etc. En Crimea se instaló una república autónoma y después de una etapa
de relativa concordia, Stalin procedió a remover a la dirección comunista, de
origen tártaro, para sustituirla por otra rusa. El golpe final vino tras la II
Guerra Mundial, cuando fueron acusados de colaboracionismo con los invasores
nazis y deportados en su totalidad a Uzbekistán.
Por todo ello, las
aspiraciones y representaciones que hacen rusos y tártaros de Crimea son
radicalmente opuestas y están llamados a no poder entenderse. El final de la
URSS permitió su retorno hasta convertirse en el actual 12%, aunque su inserción
social es bastante débil al carecer de recursos. El rechazo ruso se renovó
aunque ahora lograron un cierto apoyo oficial de las autoridades de Kiev
dispuestas a jugar la carta étnica tártara para diluir en lo posible a la
mayoría rusa. Sin embargo, aunque han conseguido una autonomía a regañadientes,
no han logrado su objetivo principal, ser reconocidos como población nativa,
quedándose en una simple minoría étnica.
Ucrania: el pretendiente
más reciente
La presencia ucraniana es
Crimea es la más reciente en términos políticos. Aunque suponen una cuarta parte
de la población su impacto es menor ya que un importante sector de quienes se
identifican como ucranianos tiene a la lengua rusa como principal y se
encuentran en un avanzado proceso de asimilación cultural, lo que les hace
vulnerables a los argumentos rusos.
Para la historiografía
nacionalista ucraniana Crimea forma parte de su zona de influencia desde tiempos
ancestrales. Desde este ángulo, la influencia ucraniana es anterior a la
cristianización de Kiev, por lo que desde una perspectiva primordialista, al ser
anterior su presencia a la llegada de tártaros y rusos, se aseguran sus derechos
sobre la península. Crimea es, para los nacionalistas ucranianos, un territorio
irrenunciable aunque buena parte de los estudios académicos no son capaces de
ofrecer datos concluyentes por lo que se dirigen a buscar otros argumentos que
permitan consolidar la influencia ucraniana. Quizás por esto se dediquen a
estudiar más los orígenes del pueblo ucraniano en lugar de su área de expansión.
Vistas así las cosas, Crimea es marginal y periférica. Para evitar que esto se
convierta en un abandono se fomentan los estudios que muestran las
interconexiones económicas y su creciente dependencia con respecto a la Ucrania
continental. En este sentido la argumentación de derechos sobre Crimea
identificada con la idea nacional rusa aparece como más sólida y potente que la
ucraniana.
Precisamente para evitar que
la propuesta rusa se convierta en dominante es por lo que, desde la
independencia, tártaros y ucranianos tienen un matrimonio de conveniencia que
suscita múltiples recelos entre la comunidad rusa. En todo caso, la
intelectualidad ucraniana es consciente de la posibilidad de una teoría del
dominó que lleve a que, iniciándose en Crimea, se pueda acabar produciendo un
proceso de secesión de las regiones rusófonas del sur que pondría en cuestión la
naturaleza del actual estado.
Partido
complejo
En definitiva lo que se juega
en Crimea es un partido a tres bandas en el que los contendientes despliegan una
serie de argumentos que buscan contrarrestarse unos a otros a base de alianzas y
miradas cruzadas entre las tres comunidades. Al fin y al cabo cada una intenta
jugar sus cartas buscando ventaja sobre la parte contraria. La comunidad rusa
piensa y actúa desde una posición mayoritaria en Crimea, lo que le otorga su
derecho a decidir. Los tártaros lo hacen como comunidad minoritaria, tanto en
Crimea como en Ucrania y aspiran a lograr pequeños objetivos que consoliden su
presencia precaria, debilitada por avatares históricos recientes. Por último los
ucranianos, haciendo de la necesidad virtud, piensan los problemas de Crimea
desde un plano nacional y no local, eliminando así la incomodidad que supone ser
minoría en suelo propio. En lo que tiene que ver con las alianzas, rusos y
ucranianos miran a los tártaros desde un plano superior y marginalizador
mientras que ucranianos y tártaros mantienen una relación que aspira a
presentarse como alternativa con peso frente al elemento ruso
dominante.
En 1994, tras la independencia
se produjo un primer enfrentamiento que se saldó con una victoria rusa. En
aquella ocasión, para las elecciones al Parlamento regional se organizó una
tensa campaña que acabó con la victoria del candidato Yuri Meshkov . Su posición
era ambigua en la medida que se mostraba respetuoso con la nueva
institucionalidad surgida con la autonomía aunque, a la vez, no disimulaba su
deseo de optar por una reintegración de Crimea en Rusia. Desde entonces se ha
venido manteniendo un equilibrio inestable en el que las posiciones están
claramente definidas. Está por ver si veinte años después Ucrania acabará
perdiendo el control político de Crimea. El referéndum convocado a toda prisa
por las autoridades locales adolece de una serie de fallos: aparece como
resultado de una coyuntura favorable y no como la culminación de un proceso de
movilizaciones en demanda del mismo; no es fácil esconder que se trata de una
decisión tomada muy lejos de Sebastopol; se va a realizar sin tiempo real para
que todas las opciones se hayan podido manifestar democráticamente -limitaciones
a los derechos de los partidarios del mantenimiento de la actual situación con
respecto a Ucrania, corte de la señal de TV ucraniana, etc- , dificultades para
que el referéndum pueda ser supervisado por observadores internacionales y, lo
más importante, bajo el despliegue de una fuerza militar que se ha autoasignado
un papel de garante del proceso pretendiendo erigirse a la vez como juez y
parte.