NCeHu 163/14
Rumbo al XVI EnHu
América Latina como geografía
Bariloche, 6 al 10 de octubre
¿Se acerca otra crash?
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Mientras que el gobierno español sigue empeñado en
hacernos creer que la economía española levantará cabeza este año se vuelven a
recrudecer los peores pronósticos sobre el futuro inmediato del sistema
financiero y de la economía mundial.
En realidad, no tiene mucho mérito anticipar que se está
gestando un crash mucho peor que el que provocó la crisis de las hipotecas
subprime cuyos coletazos todavía sentimos con casi toda intensidad.
No puede ocurrir otra cosa cuando prácticamente no se ha
hecho nada para bloquear los factores de riesgo que ocasionaron esta última
crisis y que, por tanto, van a volver a provocar otras sucesivas, cada vez de
mayor envergadura y peligrosidad. Las principales circunstancias que permiten
augurarlo son las siguientes:
1) El volumen materialmente impagable que ha alcanzado
la deuda pública y privada en todo el mundo.
Es inevitable que, antes o después, se produzcan
suspensiones de pagos en casos concretos o en serie y, además, de modo muy
desordenado, por dos razones principales. En primer lugar, porque no existen
instituciones ni mecanismos de arbitraje a nivel mundial que pudieran abordar el
problema estableciendo quitas o reestructuraciones equilibradas. Y, en segundo
lugar, porque es imposible que la deuda acumulada se pueda metabolizar por el
sistema, ni siquiera a muy largo plazo, sin producir un bloqueo fatal de la
actividad productiva, dada su magnitud.
Los conflictos por esta causa pueden comenzar a darse
muy pronto, en el mismo momento en que se produzcan subidas, que ni siquiera
tendrían que ser muy grandes, en los tipos de interés, bien generalizadas o
incluso solo en algunos países. A partir de ahí, muchos países entrarían en
situación de default, al no poder hacer frente a los pagos de sus obligaciones
por deuda y eso arrastraría a los demás sin remedio.
La deuda mundial y la de los diferentes países se viene
duplicando cada siete o diez años más o menos (en algunos incluso en la mitad de
tiempo), lo que indica que no es posible “digerirla” esperando a que lo haga el
crecimiento de la actividad económica y del ingreso, no solo porque éstos serán
siempre globalmente insuficientes sino porque, además, se concentran cada vez
más.
Y las suspensiones de pagos no vendrán solas sino
acompañadas de movimientos de capital muy rápidos y caóticos, como los que han
surgido en las últimas semanas en torno a algunos de los llamados países
emergentes y que llevarán consigo crisis cambiarias y perturbaciones grandes y
graves con efectos inevitables sobre la economía real.
2) La insolvencia generalizada de la banca internacional
que provocará otro estallido del sistema financiero.
El salvamento de los bancos ha consistido en permitir
que vuelvan a actuar “como si”, es decir, aparentando que han saneado sus
balances gracias a mentiras y trampas contables y a las ayudas regulatorias que
permiten registrar beneficios con independencia de su verdadera situación
patrimonial y, más concretamente, sin contabilizar los verdaderos quebrantos que
han sufrido sus activos.
Gracias a las ayudas multimillonarias de los bancos
centrales y de los gobiernos se ha podido reciclar una parte de los activos
tóxicos que habían contaminado hasta la parálisis a la inmensa mayoría de las
grandes entidades financieras, pero aún queda una buena parte de ellos en los
balances, disimulada gracias a que se siguen valorando a precios de adquisición
como si no hubiera ocurrido nada en estos últimos años. La prueba es que
prácticamente en ningún sitio se ha recuperado la financiación a la
economía.
Y no solo no han desaparecido los activos tóxicos de los
bancos sino que éstos ha aumentado su exposición a los peligros de los derivados
financieros con los que se alimentan un buen número de burbujas que siguen
produciendo beneficios ingentes de la nada a las entidades financieras. El
gigantesco saco sin fondo de donde procederá la chispa que provoque de nuevo una
crisis financiera.
3) La falta de regulación de las finanzas
internacionales que multiplica la inestabilidad y las crisis.
Tampoco se ha hecho nada por evitar que la especulación
y la generación de burbujas se siga generalizando en la economía internacional,
consumiendo recursos y desestabilizando todo lo que hay a su alrededor. Las
tensiones en las bolsas son constantes y están apuntando a una caída vertiginosa
que puede ir acompañado del estalido de las burbujas que se vienen generando en
diversos ámbitos y países.
Además de estos factores que son de carácter más
coyuntural, es decir, que pueden provocar un estallido en cualquier momento, hay
que tener en cuenta otros tres estructurales que crean un permanente caldo de
cultivo para la inestabilidad y las crisis, pues empujan y dan fuerza a los
anteriores.
El primero es la desigualdad creciente que tiene tres
efectos: deteriora la actividad productiva por falta de recursos, alimenta el
ahorro que se dirige a la especulación financiera y desincentiva la innovación y
el equilibrio social que podría llevarnos hacia modelos productivos más estables
y menos dados a la crisis.
El segundo, son los límites insuperables que impone la
naturaleza y el uso que hacemos de los recursos. El capitalismo podría hacerse
más estable, como ocurriera tras la larga época de crecimiento posterior a la
segunda guerra mundial, pero eso solo sería viable (en el marco del actual
sistema de propiedad y bajo el imperativo del lucro) a costa de intensificar aún
más la explotación de la naturaleza y de las fuentes de energía, lo cual es
también ya materialmente imposible sin provocar un destrozo de consecuencias
verdaderamente incalculables.
Finalmente, hay que tener en cuenta que las crisis que
estamos viviendo casi sin cesar en los últimos doscientos años no son episodios
resultantes de fenómenos naturales o de meras incidencias casuales sino el
efecto de una sociedad que se organiza sin organizarse, que se deja llevar por
la ganancia y no planifica, que no respeta los límites de la naturaleza, que
separa la necesidad de las estrategias de producción, que concibe la propiedad
como una frontera, que entroniza el dinero y lo convierte en el eje alrededor
del cual ha de girar la vida y que, así, está condenada a sufrir recurrentemente
el divorcio entre la oferta y la demanda, entre lo que necesitan los seres
humanos y lo que éstos producen con los recursos.
Y por si todo esto fuese poco no hay que olvidar que
vivimos en una situación política y social extraordinariamente inestable, con
democracias (donde las hay) limitadas y vigiladas, sin gobierno mundial y
sometidos al dictado de los grandes poderes económicos, bajo la amenaza
constante de guerras y en medio de continuos conflictos de baja o media
intensidad. En otros momentos de la historia, las guerras solucionaban
situaciones de deuda impagable o de insuficiencia de demanda y falta de
rentabilidad pero hoy día la magnitud de los problemas que he mencionado es tan
grande que ni una guerra de dimensiones colosales podría
solucionarlos.
Nos encontramos al borde del abismo y lo comprobaremos
muy pronto.
Publicado en Público.es el 9 de marzo de
2014