-Viernes, 28 de febrero. Rusia toma el control de Crimea con
el apoyo de la población local.
Novata en estas lides, la ministra de defensa
alemana, Ursula von der Layen, describe la situación en Crimea como, “muy
confusa y difícil”. Efectivamente, hombres armados, sin duda efectivos de la
infantería de marina rusa sin distintivos, quizá apoyados por unidades
especiales de la policía ucraniana recién disuelta en Kíev, escalan lo que
parece una plena toma de control de los centros neurálgicos, de poder y de
comunicación de esta península de dos millones de habitantes, monumento de las
glorias militares rusas desde el siglo XVIII y cuya población es
mayoritariamente adversaria del cambio de régimen que ha tenido lugar en Kiev.
Mientras desde la capital se denuncia la “invasión
armada” y “ocupación que viola todos los acuerdos y normas internacionales” (el
nuevo ministro del interior), la “agresión militar” (el presidente en funciones
reconocido como tal por la Unión Europea, Aleksandr Turchínov) y se pide al
Consejo de Seguridad de la ONU que tome cartas en el asunto en nombre de la
“integridad territorial” de Ucrania (resolución del parlamento), lo que se
observa in situ es algo mucho más parecido a una partida de ajedrez.
Todo empezó ayer con la ocupación del parlamento y
el consejo de ministros por hombres armados que permitieron una sesión del
parlamento local que votó la celebración de un referéndum para acceder a más
autonomía. Ayer el control de la situación por parte de esos hombres armados
parecía total: aeropuertos, tele comunicaciones y espacio aéreo cerrado. Y
mientras esa operación, por ahora perfecta, se ejecutaba sin el menor incidente
y con el apoyo de la mayoría de la población, el ministro de exteriores ruso le
tocaba el violín al Secretario de Estado John Kerry en una conversación
telefónica: “Rusia no piensa violar la soberanía de Ucrania”, dijo.
Más ducho que la ministra alemana, un ex agente de
la CIA citado por Bloomberg resumía así el asunto: “Están eludiendo la impresión
de una intervención militar abierta, pero eso es de lo que se trata”. De eso y
algo más.
Puede que la situación sea confusa, pero su lógica
es meridiana: Moscú está tomando posiciones para una crisis de largo recorrido.
Lo hace de la forma que Occidente le ha enseñado en los últimos años en medio
mundo, desde Irak a Libia, pasando por Afganistán y Kosovo: arrollando el
derecho internacional. La diferencia es que Rusia lo hace en la tierra que sus
ancestros conquistaron hace siglos y defendieron en nombre de la madre Rusia,
del zar, de Stalin y de la patria, contra enemigos muy duros. Violación sí
–porque Crimea pertenece a Ucrania- pero con ciertos atenuantes: hay apoyo
mayoritario de la población y es respuesta a una jugada bastante turbia en Kíev,
donde se acaba de formar un gobierno que margina por completo a la minoría rusa
y a los representantes de la mayoría de ucranianos del sur y del este del país,
que, independientemente de lo que opinen de Putin, no desean una Ucrania contra
Rusia.
Compuesto a medias por favoritos de Washington,
ultraderechistas y magnates atlantistas, el nuevo gobierno de Kíev tiene un
futuro complicado. Además de no representar al conjunto del país, se propone
aplicar algo parecido a la desastrosa “terapia de choque” aplicada en Rusia en
1992, bajo el dictado de las recetas de Bruselas/Berlín y el Fondo Monetario
Internacional. De acuerdo con esa ortodoxia se van a retirar subvenciones
energéticas y agropecuarias que son uno de los últimos sostenes de la economía
popular local. Por eso, el nuevo primer ministro, Arseni Yatseniuk, ha saludado
al nuevo gobierno diciendo, “bienvenidos al infierno”.
Refiriéndose a la división del país -que contiene
un peligro de guerra civil- y a su situación económica, que no puede sino
empeorar con la receta de Bruselas, el ministro de finanzas ruso, Antón
Siluanov, le ha dicho a la Unión Europea, que teóricamente ha conseguido todos
sus objetivos en Kíev, “les deseamos mucho éxito en esta operación de
estabilización social y económica que se parece a lo de hacer pasar al camello
por el ojo de la aguja”. Mientras los occidentales se van dando cuenta del lío
en el que se han metido, Rusia toma posiciones preparándose para una larga
partida de ajedrez en su tablero nacional. Perderá el primero que de pasos en
falso.
-Sábado, 1 de marzo. Putin recibe de
su parlamento el permiso para una intervención militar.El “anti-Maidán” popular
cobra fuerza en el Sur y Este del país. Kíev pone en estado de alerta a sus
tropas
Putin ha recibido el permiso de la cámara alta de
su parlamento para enviar tropas a Ucrania, “para la normalización de la
situación política y social en aquel país”. Atención al detalle, en teoría esas
tropas aún no se han enviado a Crimea por más que la evidencia sugiera lo
contrario. La votación ha sido unánime. De paso se pide al Presidente que retire
al embajador en Washington. En Kiev se denuncia la “agresión”, se declara a las
tropas en estado de alerta y algunos políticos hablan de
“movilización”.
Mientras el hombre de la canciller Merkel en Kíev,
el ex boxeador Vitali Klichkó, pide una reunión extraordinaria del Consejo de
Seguridad de la ONU y llama a anular el acuerdo de 2010 sobre la presencia de la
flota rusa del Mar Negro en Crimea, el sector más radical del nuevo régimen de
Kiev, el grupo neonazi “Pravy Sektor” declara la “movilización” de sus
activistas.
“Dependiendo de la situación concreta en las
regiones”, la dirección de este grupo paramilitar aconseja, “coordinar al máximo
las acciones con las fuerzas armadas los servicios secretos y el ministerio del
interior de Ucrania”. Al mismo tiempo se apela, “al movimiento de resistencia
del Cáucaso y a todos los movimientos de liberación de Rusia a actuar”. En
contraste, el ministerio de defensa de Ucrania quiere conversar con su homólogo
ruso, “para resolver la situación de Crimea”.
No parece que Rusia vaya a dar el peligroso y
catastrófico paso de una invasión, que hoy se volvería contra ella en gran parte
de Ucrania y provocaría violencias incluso en el Este y Sur del país. De lo que
se trata más bien es de colocar fichas para un escenario que puede degradarse
mucho más en los próximos meses, y, de paso, disuadir con un gesto de fuerza a
los rivales occidentales.
Las fuerzas rusas ya han tomado el pleno control de
una región de Ucrania, la península de Crimea; a petición de las autoridades
locales, con el apoyo de la población y sin necesidad de invadir porque tienen
allí muchas tropas permanentemente estacionadas en virtud del acuerdo sobre la
flota del Mar Negro –que ayer reforzaron con otros 6000 soldados enviados desde
Rusia. Pero Rusia sabe perfectamente que el resto de Ucrania, incluida ciudades
tan rusas como Járkov, Odesa y Donetsk, las mayores después de Kíev, no son lo
mismo que Crimea.
En todo el Este y el Sur del país, las regiones más
favorables a Rusia, se está articulando un “anti-Maidán”. Se trata de un
movimiento popular que no reconoce al gobierno de Kíev, aclama con diversos
matices a Rusia, y formula toda una serie de reivindicaciones; referéndum sobre
el ingreso de Ucrania en la unión aduanera y comercial que alienta Moscú,
cooficialidad del ruso como segunda lengua, mayor autonomía de las regiones, y,
eventualmente, federalización del país. Es lo que en Kíev se llama “separatismo”
y tiene muchos matices. Al igual que el Maidán por sus padrinos euroatlánticos,
el “Antimaidán” es espoleado por agitadores rusos con conexión directa con
Moscú.
En Odesa, tercera ciudad de Ucrania en población,
con más de un millón de habitantes y donde las elecciones las ganan siempre las
opciones rusófilas, el poder local, tanto a nivel municipal como regional,
reconoce el cambio de gobierno que ha tenido lugar en Kíev. Sin embargo están en
marcha jugadas para desplazar a los actuales gobernantes y colocar en su lugar a
gente más enérgica. Miles de personas, con banderas rojas, rusas, y de la ciudad
se manifestaron ayer aquí por tercera vez en una semana convocados por la
“Naródnaya alternativa”, un frente popular anti Maidán. La situación está
abierta a vuelcos. En Donetsk, en el Este más industrial, el soviet local se ha
declarado “único poder legítimo en la ciudad”, “hasta que se aclare la
legitimidad de las leyes adoptadas en Kíev”. Si en el mitin de Odesa se escuchó
decir, “ya sabemos lo que hay que empuñar (las armas) y si es necesario lo
haremos”, en Donetsk se ha creado una “milicia popular”. ”Solo hay dos salidas,
o rendirse o defenderse”, se dice. El enemigo aquí son “los fascistas” y los
“banderovski” (partidarios de Stepan Bandera, un líder de Ucrania occidental
colaboracionista con los nazis que mantuvo una guerrilla animada por la CIA
contra la URSS hasta los años cincuenta). En lugar de la matanza de civiles,
aquí se pone el acento en la denuncia de otras cosas; la intervención
occidental, la muerte de policías, la ilegalización del Partido Comunista, la
persecución de clérigos ortodoxos y de adversarios “comunistas” y “regionales”
en Kíev, etc.
En una docena de ciudades hoy se ha izado la
bandera rusa en las sedes de gobierno (en algunos casos junto a la ucraniana).
En Nikolayev, antiguo astillero de la URSS, entre Odesa y Crimea, miles de
ciudadanos han aclamado a Rusia. En Járkov la multitud ha desalojado por las
orejas a los partidarios del movimiento de Kíev que ocupaban la sede del
gobierno regional, los han hecho poner de rodillas y los han apalizado
salvajemente. Hay un centenar de heridos. En todo el país se consagra con las
horas el escenario del doble poder: unos no reconocen la legitimidad de Kíev, la
capital no reconoce el cambio de autoridades en Crimea, y en otros lugares la
situación es indecisa y puede cambiar en cualquier momento: todo recuerda
demasiado a los prolegómenos del caos de 1918, en lo más crudo de la guerra
civil, cuando Ucrania era disputada por diversos gobiernos y bandos y tenía
diversas capitales.
Solo una minoría está dispuesta a una violencia
armada, pero en Kiev ha bastado para decidir la suerte de un gobierno
desprestigiado e inseguro. Una minoría basta y sobra para encender la hoguera.
“Si los ucranianos no extraen las consecuencias correctas de la actual
situación, a Ucrania le espera un destino como el que dejó 200.000 muertos en
Yugoslavia”, se lee en un panfleto repartido ayer en Odesa. En esta ciudad, y
sospecho que en el resto del Este y Sur del país, la inmensa mayoría, sea cual
sea su opinión sobre lo sucedido, no quiere saber nada con la gente con cascos
militares que empuña bates y barras de hierro, sea en nombre de la nación
ucraniana, sea en nombre de la “lucha contra el fascismo”.
-Domingo 2 de marzo. El termómetro
judío.
En el Imperio zarista los gobernadores solían ser
aristócratas y militares. Muchas veces echaban mano del genio judío para
asesorarse. El llamado “ judío listo adjunto al gobernador” (en ruso: “Umny
evrei pri gubernatore”), es una institución que fue inmortalizada por la
literatura rusa. Bien conectado a la realidad y con un prodigioso instinto de
supervivencia, ese asesor resolvía muchos de los siempre enredados desaguisados
de la política rusa, en los que el gobernador era el que se ponía la medalla si
salía airoso. Pero si la política rusa del XIX y XX, tanto en el zarismo como en
el bolchevismo, no se entiende sin su componente judío, ¿qué decir de esta
magnífica ciudad de Odesa, el territorio más libre y más judío del
Imperio?
La ciudad, que es una joya arquitectónica –sus
magníficos plátanos de sombra, su trazado cuadriculado y su puerto podrían
recordar a Barcelona- fue y sigue siendo un territorio abierto y tolerante. Esta
era una ciudad diferente, cuya última refundación, a finales del XVIII, fue obra
de un español al servicio de Catalina II, el conde José de Ribas (la principal
arteria de Odesa lleva por él, el estrambótico nombre de “Deribasóvskaya”). A
diferencia de Varsovia, la otra gran metrópoli judía del Este de Europa, los
judíos ni siquiera tenían aquí geto: vivían donde querían. Ese ambiente de
libertad hizo que confluyeran hacia Odesa miles de judíos de todo el Imperio
(Polonia pertenecía entonces a Rusia), donde eran ciudadanos de segunda y
campesinos muy pobres con estrictas zonas de residencia asignadas, llegando a
ser más del 30% de la población. Obviamente, en este medio ambiente la cultura
judía –y la cultura en general- floreció con una tremenda fuerza.
Odesa es la ciudad de Sholem Aleijem, el mayor
dramaturgo en lengua yidish, de Jaim Najman Bialik, uno de los padres de la
poesía hebrea moderna, de historiadores, literatos y filósofos como Simón
Dubnov, Itziok Leibush y Ajad Haam. La ciudad de Isaac Babel, autor de
“Caballería roja” liquidado por Stalin. Mucho de todo eso fue arrasado por el
holocausto. De los 3 millones de judíos de la Ucrania de 1939, hoy quedan
500.000, casi un 1% de la población. De los 8 millones de ucranianos muertos en
la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 1,5 millones fueron judíos. Solo en la
región de Odesa, ocupada por los rumanos durante la guerra, fueron masacrados
más de 200.000. ¿Qué quedó de todo aquello? Sin duda jirones, pero la vida
continuó.
En la URSS el judío de Odesa siguió siendo una
institución dentro de aquel particular cosmopolitismo soviético en el que
convivió casi todo el pluralismo civilizatorio del mundo- incluidos mal que bien
los judíos, expulsados de España y antes de otras naciones europeas y
exterminados en Alemania, pero en Rusia/URSS solo discriminados y maltratados.
Pocas obras más populares que el clásico “Las doce sillas” de Ilf y Petrov, con
su protagonista Ostav Bender, el pillo personaje de la picaresca soviética de
los años veinte. ¿Y conoce alguien entre Minsk y Bakú, Tallin y Vladivostok, a
un humorista hoy más popular que el judío de Odesa Mijail Zhvanetski?
Hoy Ucrania contiene la tercera comunidad judía de
Europa y la quinta del mundo. En Odesa eso es algo más que un recuerdo. En 1991
ví en el puerto de Odesa un numeroso grupo de gente que iba a embarcar.
Pregunté. “Son judíos”, me dijeron. Se iban a Israel o a Alemania o Estados
Unidos. Hoy muchos de aquellos que se fueron en 1991 regresan por falta de
adaptación, por decepción o miedo ante las inseguridades e incertidumbres de
Israel; “varios miles cada año, pero con el doble pasaporte (israelí o alemán,
además de ucraniano) en el bolsillo”, explican en medios de la comunidad. Muchos
jóvenes israelitas, que ni siquiera hablan ruso, están viniendo para estudiar
aquí Medicina, “es mucho más barato”, explican….
¿Cómo se respiran desde la comunidad los datos de
la crisis actual desde ese agudo sentido, casi genético, del peligro? Inquietud,
sin duda, pero de signo diverso. Lo primero que salta a la vista es que no hay
unidad; uno encuentra judíos tanto en los mítines favorables a Rusia, como entre
los comunistas (el PC ucraniano no es “pro moscovita”, sino algo mucho más
matizado) y los partidarios del Maidán. Muchos, simplemente se declaran
“neutrales”, como hacen tantos ciudadanos de Odesa que, por un lado simpatizan
con aspectos del Maidán (su componente justiciero y antioligárquico) pero por el
otro desconfían de las actitudes violentas tanto del extremismo ucraniano
fascistoide como del oso ruso.
En Ucrania hay judíos muy activos en la política y
entre los magnates. En Odesa uno de los candidatos a hacerse con la alcaldía, si
es que llegamos a unas elecciones normales, es Eduard Gurvitz, un judío del
partido “Udar”, animado por el ex boxeador Vitali Klichkó –por cierto también
con raíces judías. En el nuevo gobierno de Kíev hay un ministro judío. Uno de
los nuevos gobernadores nombrados, el de Dnipropetrovsk, es un magnate judío. Al
mismo tiempo varios representantes de la comunidad religiosa se confiesan
verdaderamente alarmados. “Hace solo dos generaciones que nos masacraron”, me
dice una joven en el pequeño museo judío de la calle Nezhínskaya. Algunos se
plantean si no habría que hacer la maleta… Pero en medio de esta diversidad
destaca un dato: oficialmente la comunidad, sus portavoces, más bien apoyan al
nuevo gobierno de Kíev. Si los representantes oficiales de la comunidad son un
sensible termómetro de muchas cosas, éste es un dato a tener en cuenta en la
actual crisis: hay prevención, pero en general en la élite judía de Ucrania se
apoya al nuevo régimen de Kíev.
-Nuevas victorias en el frente de Crimea
profundizan el riesgo de Putin. Kerry denuncia “métodos arcaicos” y amenaza
con expulsar a Rusia del G-8.
En la famosa escalera de Odesa, la
“Potiómkinskaya lésnitsa” inmortalizada por Sergei Eisenstein, entrevisto
a unos muchachos pro Maidán, provistos de cascos, escudos y porras. Hoy ha sido
su día: manifestación de casi 5000 personas. La víspera sus adversarios
reunieron el doble en el Kulikovo Pole de esta ciudad, que lleva el
nombre de la célebre victoria rusa contra los tártaros del siglo XIV. Ayer era
“!Putin, Putin!” y “El fascismo no pasará”. Hoy, “!Ucrania, Ucrania¡” y “Fuera
Putin”. En medio, el grueso de la ciudadanía que no parece dispuesta a dejarse
arrastrar hacia el tumulto.
Vista desde arriba, la prodigiosa escalera que
desciende hacia el puerto no parece que sea tan inmensamente larga (127
escalones) merced a los amplios descansillos que impiden la visión. Esta crisis
contiene la misma ilusión óptica. Aparentemente parece que el poderoso oso ruso
se sale con la suya asediando a la débil Ucrania y comiéndoselo todo en Crimea,
donde continua tomando el control de más y más infraestructuras y unidades, y
donde hasta el jefe de la marina ucraniana, Denis Berezovski, nombrado anteayer
por el gobierno de Kíev, juraba “lealtad al pueblo de Crimea”, junto a Sergei
Aksionov, el jefe de la nueva autonomía rebelde, que es un títere de Moscú. La
realidad es muy diferente. Como la escalera cuando se mira desde abajo: la
cuesta, que une el bulevard con el puerto de Odesa, es tremenda. Como el riesgo
que está corriendo Rusia.
No se trata de todo lo que ayer dijo John Kerry; la
amenaza de sanciones contra Rusia, de expulsarla del G-8, ni del reproche de que
la invasión de territorio ajeno, “no es la manera en que las naciones modernas
resuelven los problemas”. Todo eso, que no tiene la menor credibilidad viniendo
de quienes –por mencionar solo los últimos años- se pasaron por la entrepierna
la “integridad territorial” de Afganistán, Irak, Libia y Siria, es, sin duda,
importante. Síntomas de guerra fría. Sin embargo no es nada, o es muy poco, al
lado de lo que Rusia, que es un gigante con los pies de barro, se está jugando
aquí.
El menor desliz, el menor patinazo con resultado de
violencia (ahora mismo hay algunas unidades militares ucranianas rodeadas por
tropas rusas en Crimea) cubriría a Rusia de lodo ante los ucranianos. Si este
pulso en su zona de influencia más vital no le sale bien y se salda con un
incremento de la particular conciencia nacional de los ucranianos más rusófilos
del Este y Sur del país, la consecuencia no solo será tener a la OTAN más allá
de la línea del Dnieper, es decir definitivamente aposentada en tierra ancestral
rusa, sino que como perdedor de Ucrania, Vladimir Putin se arriesga a vivir un
1905 en Rusia.
Aquel año la flota zarista fue hundida por los
japoneses en Tsushima, en el contexto del pulso que ambos imperios libraban por
los despojos de China. Todo el mundo daba por supuesta la victoria del Zar, pero
fue mucho peor que lo nuestro en Santiago de Cuba: el adversario era una
potencia no europea, seres “inferiores” (Nicolas II los llamaba “macacos”).
Aquella humillación sentó las bases de la primera revolución rusa (hubo tres).
Después de las fichas que ha movido -fichas varoniles e imperiales frente a las
sofisticadas fichas de sus adversarios del Imperio Euroatlántico- si Putin
pierde Ucrania todo su sistema moscovita se hundirá como un castillo de naipes
tal como le ocurrió al Zar Nicolás. Primero humillación, luego
Revolución.
Pero vista desde arriba esta escalera es otra cosa;
ayer los pro Putin, hoy los anti Putin, mientras se consolidan posiciones en
Crimea, con el gobierno de Kiev y su mezcla de favoritos de Washington y
neonazis, ofreciendo la imagen de una nave desarbolada: los militares no le
obedecen (¡gracias a Dios¡) y el patético nuevo ministro de exteriores, Sergei
Deshitsia, pidiendo ayuda a la OTAN. Por su parte el flamante nuevo secretario
del Consejo de Seguridad Nacional, Andrey Parubi, llama a la, “movilización de
reservistas, pero solo los necesarios”. Paruby es un facha, fue fundador de un
partido “socialista nacional” y luego del movimiento “Svoboda” pero al lado de
su vicesecretario, el nazi Dmitri Yarosh (“Pravy Sektor”) podría pasar hasta por
liberal. Gente como ellos fueron la fuerza de choque del Maidán, que, hay que
decirlo bien claro, contiene también impulsos populares y nacionales
absolutamente impecables. En esta peligrosa ruleta rusa de Ucrania, perderá el
que primero de un paso en falso, pero en este sorteo, pese a las apariencias,
Rusia tiene muchos más números.
– Por primera vez en años, el primer canal de la
televisión rusa no transmitió ayer la ceremonia de entrega de los Óscar de
Hollywood: “no hay tiempo a causa del interés del público por los
acontecimientos en Ucrania”, señalaba anoche un comunicado del canal. Poco
antes, Putin le explicaba a la canciller Merkel, cuya errática política exterior
coordinada con Polonia sobre un script de Washington, forma parte de la crisis,
por qué la actuación de Rusia es “adecuada” a la gravedad de la
situación.
Lunes, 3 de marzo. Intensa propaganda
Un periodista y un diputado rumanos publican en el
diario Adevarul de Bucarest – heredero de “Scinteia”, el “Pravda”
de Ceaucescu- y en su blog, respectivamente, una reflexión sobre la necesidad de
defender a la minoría rumana en Ucrania, ahora que éste país entra en riesgo de
guerra civil. “Una Ucrania desmembrada ofrece la ocasión para recuperar la
Bucovina, Besarabia y la región de Odesa”, escribe Ninel Peia, secretario de la
“Comisión para la Diáspora” en Bucarest. “¿Está nuestro ejército preparado?”, se
preguntan.
El 20 de febrero, en plena batalla campal en el
centro de Kiev, la noticia aparece en Rossiskaya Gazeta, portavoz oficial
del Kremlin: “el ejército rumano se prepara para intervenir en Ucrania el día
26”. Es la operación “Romania Mare”, una invasión en toda regla con el
objetivo de “anexionarse” aquellos territorios que Rumania ocupó a la URSS entre
1941 y 1944 de la mano de los nazis. El plan se ha adoptado, “sin consulta con
la OTAN, ni permiso de Berlín”, afirma el diario. Inmediatamente la noticia
circula por determinadas webs de la región de Odesa.
“Es una fantasía y una provocación”, me dice Emil
Rapcea, cónsul general de Rumania en Odesa y ex embajador en Kazajstán. “A Ninel
Peia se le considera un cretino en Bucarest, nadie le ha hecho caso”, explica
otra fuente rumana. El cónsul aventura que quizá “alguien pagó” para que se
escribieran esas cosas. Y añade: “¿Acaso son rumanas las tropas que han entrado
en Crimea?”.
Lo que se ve en la península, por lo menos de
momento, es una operación perfecta; toma de infraestructuras, centros
neurálgicos, movilización de líderes populares, cambio de gobierno local. Uno
tras otro hasta cinco mandos militares ucranianos de Crimea reniegan de Kíev,
con gran efecto sicológico. Nada parece haber sido dejado a la improvisación. Es
obvio que la inteligencia militar rusa, y no solo la militar, preparó esta
arriesgada respuesta con años de antelación. Casi tantos años como el empeño del
otro imperio por arrastrar a Ucrania al regazo de la OTAN y realizar el sueño de
los halcones de Washington y Bruselas: amarrar sus barcos en Sebastopol y
Balaclava, las bases militares rusas de Crimea, escenarios de seculares glorias
militares ruso-soviéticas y decir, “!aquí estoy yo¡”. El sueño de instalar el
escudo antimisiles en la línea del Dnieper, es decir en las mismas barbas rusas,
pudiendo anular, ahora sí, gran parte del potencial nuclear estratégico de
Moscú. Equivaldría a meter el Yuri Dolgoruki, un submarino estratégico
ruso de última generación en el puerto de San Diego y a reclutar a Canadá en una
alianza militar contra Estados Unidos. Por mucho menos que eso, por Cuba,
Washington puso al mundo al borde de la tercera guerra mundial (nuclear).
¿Absurdo? Solo un Occidente que, simplemente, ha venido ignorando los intereses
de seguridad rusos desde el fin de la guerra fría puede asombrarse del
movimiento de tropas en Crimea. En esta quimera geopolítica de machos, cuyo
leitmotiv es impedir toda relajada sintonía entre la UE y Rusia y empujar a
Moscú a una alianza con China, la OTAN se ha encontrado con la horma de su
zapato: “!Hasta aquí hemos llegado¡”, ha dicho el Kremlin.
La opinión pública ucraniana y su revuelta en Kíev
son lo de menos, un mero instrumento de este juego insensato. Desde la misma
disolución de la URSS (1991) y la siguiente independencia de Ucrania, todas las
encuestas de opinión han ofrecido una mayoría de ucranianos hostiles al ingreso
de su país en la OTAN. La Alianza ha continuado a la suya. En la labor por
atraer a Ucrania a su seno militar, la Unión Europea ha sido su cómplice. Su
“Asociación Oriental” se planteó desde el principio como una alternativa
incompatible con la integración comercial de Ucrania con Rusia. Y sus artículos
en materia de política exterior y de seguridad comprometían a Ucrania con el
esquema (antiruso) de la seguridad atlantista.
Después de 2008, cuando la provocación atlantista
en Georgia se saldó con un fiasco (Moscú respondió militarmente), Ucrania metió
en su constitución una cláusula de neutralidad y no alineamiento, mientras
firmaba un acuerdo de largo alcance sobre la flota del Mar Negro. Parecía que se
alcanzaba un equilibrio estabilizador, pero el expansionismo occidental, cada
vez más agresivo en la misma UE, ha continuado como se ha visto en la política
de Bruselas contra Gazpróm, el consorcio energético ruso. El grueso del ingreso
de Rusia se debe a la exportación energética. La mayor parte de ese recurso
transita por Ucrania. El objetivo es privar a Rusia de su relación energética
con Europa. Para eso Estados Unidos ha potenciado el fracking, la
extracción de gas de esquisto, y espera ser pronto suministrador alternativo de
gas a la Unión Europea. Países que antes no contaban nada en la política
exterior europea, como Polonia, han recibido una gran influencia, para deleite
de Washington y con la torpe aquiescencia de la obtusa política exterior
alemana. Polonia, una nación profundamente anti rusa con históricos intereses y
ambiciones en Ucrania, es hoy el copiloto del drang nach Osten de
Bruselas. A todo eso se ha sumado las astillas levantadas por el papel ruso en
Siria (el camino hacia Teherán, suministrador energético de China, pasa por
Damasco, el camino hacia un régimen ruso subordinado en Moscú pasa por Kíev), el
irritante asilo de Moscú a Eduard Snowden (el principal desastre de imagen de
Estados Unidos desde la guerra de Vietnam), el puntazo de imagen de Putin con
los juegos de invierno de Sochi, objeto de una grotesca campaña de propaganda
occidental…
Una mínima atención a los intereses de seguridad de
Rusia (ese país existe, tiene fronteras e incluso intereses comerciales con sus
vecinos, que no pueden reducirse a “imperialismo”), habrían aconsejado un
respeto al estatuto de neutralidad de Ucrania, pero a base de dinero,
influencias, inversiones en medios de comunicación y “centros de estudios
estratégicos independientes”, compra de magnates y operando siempre sobre la
identidad nacional (antirusa) de un sector minoritario del pueblo ucraniano,
mayormente del Oeste del país, el asunto se ha forzado hasta llegar a una
especie de golpe de Estado en el que se ha jugado con el genuino hartazgo del
sector más activo (occidental) de la población ucraniana. Para hacer la
tortilla, incendiamos la cocina.
En la última Conferencia de Seguridad de Munich, el
gran cónclave euro-atlántico anual de halcones militaristas, el Secretario
General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, dijo que “Ucrania tiene que tener la
libertad para elegir” si entra o no en la OTAN. “Habría sido mucho más sabio
decir, “Ucrania eligió el no alineamiento y nosotros lo respetamos”, observa el
comentarista de The Guardian Jonathan Steele, un veterano ex corresponsal
en Moscú.
En lo que tiene de pulso imperial, la batalla de
Ucrania, cuyo último capítulo ha sido esa mezcla de revuelta popular y cambio de
régimen inducido desde Occidente, lo ha puesto todo hecho unos zorros. Se dice
que el servicio secreto polaco ha financiado a los neonazis del “Pravy Sektor”
en Kíev. La Fundación Konrad Adenauer de la canciller Merkel ha financiado al
opositor Vitali Klichkó, los americanos a otros. ¿Y qué decir del Canal 5 de la
tele ucraniana, del magnate atlantista Petró Poroshenko (quinta fortuna del
país), con conexión directa con “La Voz de América”, el principal medio de
comunicación del nuevo gobierno de Kíev? Todavía no ha mentado que entre los
caídos en las violencias de Kíev hay unos cuantos policías muertos por arma de
fuego – ya tengo once nombres anotados y contrastados en mi libreta, pero dicen
que hay más. Esto es muchas cosas, pero también es un festival de
intoxicaciones. Y en la respuesta que estamos observando del otro lado, se trata
de lo mismo.
En el anti-Maidán que está ahora en plena
efervescencia aquí en Odesa y en todo el sur este de Ucrania, hay mucho de
organizado, de agitadores radicales activados desde Moscú. Los estoy viendo cada
día. La televisión rusa, que cubre Ucrania con histérica manipulación, forma
parte del mismo esfuerzo. Lo del “¡Que vienen los rumanos¡” no es más que su
expresión más burda, pero el rastro de todo esto se percibe por igual en Crimea,
en Odesa, en Donetsk, en Járkov y en muchos otros lugares. Sí, también Moscú
promociona y moviliza, a su manera, “la sociedad civil”.
-Ucrania no quiere violencia. Fuentes
militares de Estados Unidos reconocen que Rusia tiene, “el pleno control
operativo de la Península de Crimea”, territorio ancestral ruso mayoritariamente
poblado por rusos pero que pertenece a Ucrania y que, alegando inestabilidad,
Moscú ha ocupado ilegalmente. En Balaclava, base de la armada, una nueva unidad
ucraniana se rinde: la mitad de los soldados firman por Crimea (léase Rusia), la
otra mitad optan por Ucrania y se van tras firmar un papel. Los ucranianos
tienen órdenes de Kíev de no usar armas.
En la capital, donde desde hace una semana hay un
gobierno prooccidental a todos los efectos (UE, OTAN y FMI), cierto desencanto.
Creían tener todo el poder y se reconocen débiles. No solo por lo de Crimea. No
solo porque sus adversarios – el “anti Maidán”- andan crecidos y a la ofensiva
en el Sur y el Este del país, con asaltos a sedes de gobierno regionales –el de
Odesa lo presencié sobre la una de la tarde-, sino también porque perciben
cierta división entre sus protectores.
Síntomas de división entre Estados Unidos y
Alemania, cuyo sector empresarial tiene muchos intereses en Rusia y teme que
mantener la línea radical (con ayudantes polacos y script de Washington) no
conduzca a ninguna parte. De la tensión de esa división (“Fuck the EU”, decía el
25 de enero Victoria Nuland vicesecretaria de Estado de EE.UU en una
conversación telefónica que fue grabada) resultaba una filtración con efecto
cizaña: según la Casa Blanca, Merkel dice que en su conversación telefónica de
ayer con Putin, el presidente ruso parecía, “haber perdido el sentido de la
realidad”. Es evidente que Washington siembra el malentendido entre Berlín y
Moscú.
En cualquier caso hay tufillo de paso atrás en el
ambiente. “Practicar la diplomacia no es debilidad”, dice el ministro de
exteriores alemán Frank-Walter Steinmeier en Bruselas. En Ginebra su colega
ruso, Sergei Lavrov, apela a los prooccidentales de Kíev a respetar el acuerdo
para formar un gobierno “inclusivo” que firmaron el 21 de febrero con el ausente
presidente Victor Yanukovich bajo mediación de la U.E.
John Kerry, el secretario de Estado americano,
llegaba a Kíev mientras las potencias se retiran del encuentro del G-8 que debía
celebrarse en Sochi. “Será un perjuicio para el G-7, no para Rusia”, decía
chulesco en Moscú el portavoz de Putin, Dmitri Pskov. “Quienes interpretan
nuestras acciones como una especie de agresión y nos amenazan con sanciones y
boicots son los mismos que han estado animando a sus aliados (en Kíev) a
declarar ultimátums y renunciar al diálogo”, dice Lavrov.
El paso atrás es necesario por Ucrania, un país en
alto riesgo que necesita un mediador para iniciar distensión. Si alguien con
autoridad fundara el “Movimiento contra la violencia en Ucrania” se llevaría al
país de calle. ¿Pero quién? Quienes tienen autoridad en el oeste y en el centro
del país, no son reconocidos en el este y el sur, y viceversa. Las Iglesias
están divididas y contribuyen a la radicalización. ¿Un mediador internacional?:
la UE es parte del problema, Rusia también. Secuestrada por una “comunidad
internacional” que no pasa de representar al 5% de la población mundial, la ONU
apenas existe… Ucrania pide a gritos un acuerdo. Los radicales son
minoría.
-¿Qué piensan los ucranianos? Si
hubiera que resumir el estado de la opinión pública ucraniana sobre el destino
de su país, el sentir mayoritario podría ser, al día de hoy, el siguiente: sí a
la unidad e independencia del Estado ucraniano y sí a unas buenas y fluidas
relaciones amistosas con Rusia. Así lo sugiere la última encuesta disponible
realizada por el Instituto KMIS de Kíev entre el 21 y el 25 de febrero y
divulgada ayer por medios en sintonía con gobierno pro-occidental instalado en
la capital.
Un 68% declara que Ucrania y Rusia deben seguir
siendo países independientes pero amigos, con fronteras abiertas, sin visados ni
aduanas (Opción 1). Otro 12,5% lleva la amistad hasta el extremo de la
disolución nacional del Estado ucraniano para fundirse en un único Estado con
Rusia (Opción 2). Finalmente, un 14,7% favorece que la relación con Rusia sea
tan estricta como la que correspondería a cualquier otro estado: con fronteras,
visados y aduanas (Opción 3).
El problema es que ese sentir que sugiere un
sentido común mayoritario hacia una solución de consenso y equilibrio, tiene una
distribución regional muy contrastada, lo que lo convierte en algo mucho más
complejo y dramático capaz de abonar un escenario de federalización o partición
del país, especialmente teniendo en cuenta la negativa influencia de los dos
grandes vecinos: Rusia y Euroatlántida.
Dividido en cuatro sectores geográficos (Este, Sur,
Centro y Oeste) la Opción 1 vence en todas partes (72,2% en el Este, la región
más rusófila, 63,8% en el Sur –que incluye la península de Crimea ocupada por
Rusia-, 69,7% en el Centro, y 66,7% en el Oeste, que incluye la región de
Galitzia que perteneció al Imperio Austro-húngaro y que en su mayoría solo se
integró en la Rusia soviética en 1945.
La Opción 2, renunciar a la independencia de
Ucrania y reunificarse con Rusia en un único Estado, solo la apoya el 0,7% de la
opinión en el Oeste, el 5,4% en el Centro, el 19,4% en el Sur y el 25,8% en el
Este más rusófilo.
El panorama que arroja la Opción 3, que contiene
una sugerencia de firmeza y cerrazón hacia el vecino ruso, con fronteras
estrictas, solo la apoya el 2% de la opinión del Este de Ucrania y el 10,5% del
Sur. Sin embargo, en el Centro y en el Oeste está posición, muy bien
representada en el actual gobierno prooccidental de Kíev, encuentra muchos más
partidarios: 20,9% (Centro) y 24% (Oeste), respectivamente.
Pero, por importante que sea, la relación con Rusia
es sólo un aspecto de la actual crisis. Preguntados, en febrero, por el motivo
de las protestas en la plaza central de Kíev (Maidán), la mayoría, 43%,
respondía que, “el enfado hacia el régimen corrupto (del Presidente)
Yanukovich”. Otro 30% explicaba la protesta en la “influencia occidental que
quiere atraer a Ucrania hacia la órbita de sus intereses”.
Respecto a la responsabilidad por la escalada del
conflicto en Kíev, un 49% culpaba al Presidente Yanukovich, entre el 21 y el 25
de febrero cuando la victoria de la oposición parecía total y aún no había
aparecido una fuerte protesta “anti-Maidán” en el Este y el Sur del país. Otro
34% culpaba a la oposición. Una vez más: todas estas opiniones reflejan un vivo
contraste regional dentro del país.
Siendo el deseo de buenas relaciones con Rusia y el
deseo de mantener la independencia e integridad del Estado ucraniano, los dos
ejes de la situación, quien sea visto como una amenaza para cualquiera de ellos
se desprestigiará. Esto afecta tanto a los jugadores locales, como a los
imperios que rodean el país.
El gobierno de Kíev se ha desprestigiado y no
representa al conjunto del país por su rusofobia y porque el grueso de sus
miembros proceden del Oeste o son magnates en la órbita occidental. Por otro
lado Putin se desprestigia también por ser visto como amenaza a la integridad e
independencia de la nación y por apoyarse en magnates cuyos negocios están
relacionados con Rusia.
Tanto el deseo occidental de una Ucrania contra
Rusia, como el de Putin que para evitarlo pone en cuestión la integridad
territorial del país con la ocupación militar de un trozo de ella, chocan con el
consenso mayoritario. Ninguna de las dos cosas gustan, pero ¿cual es más
decisiva para configurar “el promedio” de la opinión pública ucraniana? En lo
que este conflicto depende del estado de la opinión pública –quizá no mucho-
estos son factores a tener en cuenta.
-Una vez más: el enorme riesgo de
Putin
Estas son las coordenadas: En el Este y el Sur del
país el Estado ucraniano se hunde. Muchos no reconocen allí al gobierno central
y piden referéndums y la federalización del país. En Kíev un gobierno
prooccidental desarbolado que se propone privatizar inmediatamente el sector
energético y retirar subvenciones agrarias, de acuerdo con las recetas estándar
occidentales, lo que anuncia una catástrofe para el nivel de vida. El gobierno
es débil, no representa ni de lejos al conjunto del país, y no sabe qué hacer,
pero, ojo, independientemente de su legitimidad, representa a la matriz del
nacionalismo ucraniano que históricamente siempre fue la Ucrania Occidental.
Aunque este gobierno destruye en la práctica con su sectarismo y patrocinio
occidental la unidad del país, es al mismo tiempo el principal vector que
reclama la unidad de Ucrania. Y esa unidad es deseada por la mayoría de los
ucranianos, incluídos la mayoría de los ucranianos profusos. Kíev es como Jano,
el dios de las dos caras.
En el conjunto del país un mayoritario doble deseo
de mantener la independencia de Ucrania y al mismo tiempo unas estrechas y
amistosas relaciones con Rusia: casi un 70% de apoyo en la última encuesta.
Tanto Occidente, que quiere una Ucrania contra Rusia, como Putin, que ocupa
Crimea para evitarlo, contradicen ese doble consenso.
El tercer elemento es la situación en Crimea.
Ocupada por fuerzas rusas con el mayoritario aplauso de la población, una
“perfecta operación militar” de Vladímir Putin que contiene un riesgo
extraordinario. Tampoco en Crimea el apoyo a la “operación perfecta” es
unánime”.
En esta partida de ajedrez, Moscú se ha comido una
torre en Crimea. La población local lo ha aplaudido (los adversarios, que los
hay, son débiles y están asustados), pero en el resto de Ucrania se observa el
asunto con preocupación (hablamos, naturalmente, de promedios pues la
sensibilidad cambia de una región a otra). Incluso en Odesa, una ciudad ancha,
liberal, y francamente prorusa, la temperatura que marca el termómetro es sutil.
Como a alguien se le escape un tiro en Crimea y haya más violencias, el ocupante
será inmediatamente visto como responsable y agresor. Jurídicamente está en casa
ajena, por más que la historia le de la razón. Y luego está la propaganda. Poco
a poco la gran máquina de la información global se pone en marcha. La máquina
que hizo pasar por “humanitaria” la guerra de Yugoslavia, por “guerra contra el
terrorismo” la segunda invasión extranjera de Afganistán, que vendió amenaza de
armas de destrucción masiva en Irak y causas justas por doquier, comienza a
emplearse a fondo ahora con Crimea.
“A Putin le importa un rábano la opinión de la
Unión Europea”, explica desde Moscú Dmitri Trenin, un politólogo occidentalista
del centro Carnegie. “Ya le han demonizado tanto que no viene de eso”, dice.
Pero Rusia apenas tiene recursos de propaganda externos. El eficaz canal RT que
da voz en inglés a muchos disidentes de Estados Unidos, es poca cosa. En el
frente informativo las divisiones acorazadas están en manos del
adversario.
Por dividido que estén algunos europeos (Alemania)
de Estados Unidos, la unidad de acción esencial se mantendrá. La UE mantiene la
pinza. El comisario “de ampliación europea” Stefan Füle, un checo, predicaba
ayer mismo en Tbilisi (Georgia) “continuar con el fortalecimiento de la
Asociación Oriental ante las presiones”. En Moldavia la UE ofrece su gran
caramelo a toda prisa: el régimen sin visado para estancias de 90 días para los
locales (se exige pasaporte biométrico). Así que la pinza que ha desencadenado
este desastre de guerra fría en Ucrania, se mantiene a todo trapo. Por la suma
de todo eso la “exitosa operación” podría desmoronarse. Hasta se puede
pronosticar por donde aparecerán las primeras grietas.
Putin se ha comido una torre en Crimea. Pero lo ha
hecho exponiendo a su reina. Como esa reina acabe siendo vista como una fea y
abusona madrastra en el resto del país, el balance final podría ser ganar Crimea
y perder Ucrania. Y si Putin pierde Ucrania, podríamos acercarnos a un escenario
ruso de 1905: la pérdida de Ucrania, como la de la flota del Báltico a manos de
los japoneses en Tushima, Mar del Japón, tras una navegación transoceánica a
través del Cabo de Buena Esperanza, sería una humillación que pasaría una seria
factura. Por eso, si la situación de los occidentales, cuya geopolítica –para
adelantar la frontera de la OTAN y hacerse con el control de los recursos de
Ucrania- es un desastre irresponsable, el que se está jugando el tipo aquí es
Putin. Por otro lado, sin la operación de Crimea, Putin habría perdido aún más;
las bases para su flota, el control de Crimea y también Ucrania. Un jaque mate.
Así que la alternativa para Moscú era elegir entre malo y peor.
Hoy hubo tiros al aire de soldados rusos contra
soldados ucranianos en la base crimeana de Belbek, ocupada por los primeros. Una
buena ilustración de la peligrosidad de la partida. De los treinta aviones de
caza ucranianos que hay en la base, solo cinco funcionan. Además de algunos
soldados ucranianos que no se someten (naturalmente se les presiona y se los
intenta comprar), en Crimea hay otros factores de contestación. Los tártaros de
Crimea, 12% de la población, no quieren ni oír hablar de la ocupación rusa que
asocian a lo peor de su memoria, las deportaciones estalinistas de las que su
pueblo fue víctima en 1944. Hay otras posibilidades de aguarle a Moscú la fiesta
en la península. Y desde la península, al resto.
Como dicen los chinos Rusia pisa en esta crisis
sobre cáscaras de huevo. Todo cruje. Por otro lado, después de lo hecho no hay
vuelta atrás. Desde Tallin (Estonia), su alcalde Edgar Savisaar, propone algo de
sentido común: “solo un gobierno con representantes de todas las regiones de
Ucrania podría tener legitimidad”, dice. Pero ¿A quién le importa
Ucrania?
-Miércoles 5 de marzo. Limpieza
regional.
El gobierno de Kíev intenta contrarrestar la
disolución del Estado ucraniano en el Este del país, donde su legitimidad apenas
es reconocida. Sintiendo a sus espaldas el fuerte apoyo occidental, Kíev nombra
nuevos gobernadores en las 25 regiones de Ucrania. Para ello sigue la receta
sectaria que presidió la formación del gobierno: pleno dominio de la Ucrania
occidental y central más nacionalista y antirusa.
Como en el gobierno, el poder regional han sido
copados por tres fuerzas; el partido “Batkivshina” (Patria) de la ex
primera ministra Yulia Timoshenko, fuertemente atravesado por intereses
oligárquicos, los ultraderechistas del partido “Svoboda” (“Libertad”), y
toda una serie de magnates con influencia regional.
El partido de Timoshenko, partidaria del ingreso
del país en la OTAN y de denunciar inmediatamente el acuerdo de 2010 que cedió a
Rusia las bases de Crimea para su flota hasta 2040, se ha hecho con por lo menos
10 de los 25 gobernadores nombrados.
“Svoboda”, que hasta 2004 se llamaba “Partido
Socialista Nacional de Ucrania” y ha usado símbolos de la Waffen SS, ha
colocado a 6 gobernadores. El número dos del gobierno de Kíev, el fiscal general
y varios ministros pertenecen a “Svoboda”, cuyo líder, Oleg Tiagnibok, firmó en
2005 una petición para prohibir todas las organizaciones judías de Ucrania y ha
arremetido contra “la mafia ruso-judía que controla Ucrania”, lo que no impide
que los ministros euro-atlánticos se fotografíen estrechándole la mano. En una
administración pro-rusa un personaje así habría desencadenado un escándalo
mediático colosal.
Casi ninguno de los nuevos gobernadores tiene
experiencia administrativa y muchos de ellos son jóvenes. En el contexto de
nuevas privatizaciones que se anuncia, con enormes oportunidades para el
enriquecimiento personal, ese relevo contiene tanto ventajas de regeneración
como desventajas; la llegada de, “nuevos lobos hambrientos que relevan a los
saciados”, en opinión de un vecino de Odesa no implicado en las movilizaciones
de los últimos días.
El partido “Udar” del ex boxeador Vitali Klichkó ha
quedado ausente, tanto del gobierno como del reparto de gobernadores. Klichkó y
su partido, apadrinado por Merkel, son la reserva de Alemania para las
siguientes elecciones y se les quiere evitar el desgaste de la actual e incierta
fase.
La situación más complicada se sitúa en el Este y
el Sur del país. El poder de Kíev no es considerado legítimo por una gran parte
de la población y la elite local -vinculada al Partido de las Regiones del
Presidente (legítimo, electo, corrupto, destituido y huido) Viktor Yanukovich-
ha quedado fuera de juego con el cambio de régimen en Kíev. En ciudades como
Járkov, Lugansk, Donetsk y Odesa, el vacío ha sido parcialmente llenado por un
movimiento “anti-Maidan” que se articula alrededor de un difuso rosario de
reivindicaciones federalistas, separatistas, autonomistas y pro-rusas. Al igual
que el movimiento callejero de Kíev, este movimiento contiene tanto
apadrinamiento exterior, en este caso ruso, como impulsos populares y
anticorrupción y pro derechos civiles.
En ese contexto, Kíev ha nombrado en el Este a
magnates locales con influencia en sus regiones, que le han declarado fidelidad.
Es el caso de Igor Kolomoiski, nuevo gobernador de Dnepropetrovsk y uno de los
principales hombres de negocios judíos del país, Sergei Taruta (Donetsk) o
Mijail Bolotskij (Lugansk). Todos ellos tienen como misión, “impedir el
separatismo”. A juzgar por lo que se percibe en Odesa, estos nombramientos son
vistos por mucha gente como un mero cambio de figuras.
Como dijo el presidente ruso Vladimir Putin en su
conferencia de prensa de ayer, en la que astutamente expresó su “comprensión”
por el impulso anticorrupción y justiciero de la protesta de Kíev (dijo; “el
problema que tienen en Ucrania con la corrupción aún es más grave que el que
tenemos en Rusia”) mucha gente tiene la sensación de que, “unos granujas han
sido sustituidos por otros”.
La conferencia de prensa de Putin no pudo verse en
parte de Ucrania, porque el operador de televisión por cable “Lanet” desconectó
la transmisión de los tres canales de televisión rusos (RTR-Planeta, Pervy kanal
y NTV Mir) que consumen millones de telespectadores ucranianos en el Este y el
Sur del país.
-Avanzar el asunto de la OTAN. Los
francotiradores, un “enigma” clásico.
Mientras se discute para quién trabajaban los
francotiradores que el 20 de febrero precipitaron el cambio de régimen en
Ucrania matando indiscriminadamente a manifestantes y policías en las calles de
Kíev, un grupo de diputados ucranianos ha presentado un proyecto de ley para
declarar prioritario el ingreso del país en la OTAN.
Ucrania dejaría de ser un “país no alineado con
ningún bloque”, como señala su actual legislación, para priorizar el ingreso en
el bloque militar occidental, de acuerdo con la iniciativa que fue registrada
ayer en la Rada (Parlamento) con el número 4354. Entre los diputados
iniciadores, todos del partido “Batkivshina” (Patria) de la ex primera
ministra Yulia Timoshenko, figura Boris Tarasiuk, que fue dos veces ministro de
exteriores, la última vez tras la “Revolución naranja”.
Tarasiuk es fundador del “Instituto para la
Cooperación Eutro-Atlántica”, un loby de la OTAN, y fue jefe de la
representación de Ucrania en la Alianza. “Batkivshina” es apoyado por
Washington y tiene mayoría en el actual gobierno, creado el 27 de febrero, una
semana después de que la matanza de más de veinte manifestantes y policías por
misteriosos francotiradores precipitara el hundimiento del régimen de Viktor
Yanukovich, opuesto a la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea.
La asociación con la UE incluye el compromiso de una aproximación de Ucrania a
Occidente en materias de seguridad y política exterior. El actual gobierno y la
Unión Europea se declararon ayer a favor de cerrar ese acuerdo de asociación
antes de la celebración de elecciones en Ucrania.
En este contexto se filtra la conversación
mantenida por el ministro de exteriores estoniano, Urmas Paet, con la
responsable de la política exterior de la Unión Europea, Margaret Ashton. En
ella queda claro que, tras una visita de Paet a Kíev el 25 de febrero, el
ministro se tomaba muy en serio que, “detrás de los francotiradores no estaba
Yanukovich, sino alguien de la nueva coalición” que hoy gobierna en Kíev. “Es
interesante”, contesta Ashton. La fuente de Paet identificada como “Olga”, era
la jefa del dispositivo médico del Maidán (la protesta popular apoyada por
Occidente), Olga Bogomolets, que rechazó un cargo en el nuevo
gobierno.
“Olga ha dicho que todos los indicios muestran que
la gente fue muerta por los mismos francotiradores, tanto policías como
manifestantes” (…) “dice que todos los muertos llevan la misma firma, los mismos
tipos de balas, y es verdaderamente preocupante que la nueva coalición no quiera
investigar qué pasó exactamente”. “Eso les desprestigia ya desde el principio”,
dice Paet a una Ashton que solo comenta, “Si, es terrible”.
El ministerio de exteriores estoniano ha confirmado
la autenticidad de la conversación pero ha subrayado que Paet transmitía a
Ashton el punto de vista de una tercera persona y no el suyo.
Guerras, invasiones y golpes de Estado comienzan
frecuentemente con oscuros atentados en los que la pregunta estándar es, ¿a
quién benefician? Varios edificios volaron por los aires en Moscú en vísperas de
la segunda guerra de Chechenia. Moscú adjudicó el asunto al terrorismo checheno.
Aquellos atentados decidieron el apoyo de la opinión pública a la guerra de
Putin. La intervención de la OTAN en Bosnia ocurrió tras un sonado atentado en
el mercado de Sarajevo. Aquella carnicería se atribuyó a un disparo de mortero
desde el cerco serbio, pero los especialistas más bien vieron en aquello el
efecto de una bomba. Fue el desencadenante de la “intervención humanitaria”. La
intervención en Kósovo tuvo escenificaciones previas aún más espectaculares:
varias matanzas de presuntos civiles (en realidad guerrilleros albaneses caídos
en acción) reunidos en pueblos como Rachak por el jefe de la misión de la OSCE
(el embajador William Walker, con un pasado de implicación en las matanzas de
Centroamérica), el inexistente “genocidio” de centenares de miles de albaneses,
etc., etc., y la actual guerra de Siria ha repetido el guión con diferentes
incidentes dudosos de uso de armas químicas y ataques a Turquía. ¿Por qué iba a
ser diferente Ucrania?
Jueves, 6 de marzo. Referéndum en
Crimea.
La peor crisis Este/Oeste desde el fin de la guerra
fría se enreda por momentos. Cabalgando sobre un genuino descontento popular, el
Imperio del Oeste ha promocionado un golpe de Estado en Kíev. El Imperio del
Este ha contestado ocupando militarmente Crimea. Ambos juegan con el sentir
popular y lo usan en su propio provecho. En Kíev para colocar un gobierno que dé
pasos rápidos hacia la disciplina europea y la integración en la OTAN. En
Simferópol, la capital de Crimea, para justificar una invasión, aunque se trate
de tierra rusa. Hoy nuevos pasos acelerados en ambas direcciones: el parlamento
de Crimea celebrará en diez días un referéndum para salir de Ucrania y unirse a
Rusia. Occidente baraja todo tipo de sanciones y mueve tropas y armadas en el
Báltico, Polonia, Egeo y Mar Negro. En broma, en broma, se avanza hacia una
versión cutre de la crisis de los misiles de 1962. Ahora la isla se llama
Crimea.
La decisión del parlamento local se ha tomado por
78 votos contra cero y 8 abstenciones. El referéndum, inicialmente previsto para
el 30 de marzo y con una pregunta para incrementar la autonomía, se adelanta
para el 16 con una pregunta sobre si se desea la unión con Rusia. Aunque Putin
dijo de forma categórica el martes que “Rusia no considera” una anexión de
Crimea, hacerlo será mucho más fácil de lo que fue desgajar Kosovo de Serbia.
Las violaciones de la “integridad territorial” son últimamente algo bastante
corriente. Lo único que cambia es la coreografía.
Sergei, un marinero de Odesa, me explica donde
queda el sentir popular de los ucranianos en medio de este insensato tira y
afloja que obliga a la Madre Rusia, a la que se quiere arrinconar en la línea
del Dnieper, a empuñar el fusil. Sergei, unos 45 años, es marinero en tierra y
vende souvenirs junto al monumento al Duque de Richelieu, gobernador de esta
ciudad a principios del XIX. Por un lado detesta al nuevo gobierno de Kíev que
ha sustituido al del Presidente (legítimo y huido) Viktor Yanukovich, al que
califica de “podrido”. Por el otro lado, no le gusta la machada militar rusa en
Crimea. Después de más de veinte años Ucrania es un país independiente y no se
puede atropellar su soberanía.
“Eso no va a gustar ni siquiera en amplios sectores
de la Ucrania del Este y del Sur”, dice, refiriéndose a la parte del país más
favorable a Rusia. No tiene muchas dudas acerca de que el movimiento Maidán fue
una magnífica manipulación del general sentir popular contra la podredumbre.
Cree que los francotiradores fueron la guinda que decidió el cambio de régimen.
¿Por cuenta de quién?; “evidentemente, de los que han salido ganando con ello”.
Lo de Crimea es un esperpento: las tropas que hay allá son, evidentemente, rusas
por más que Moscú niegue la evidencia y hable de espontáneos “grupos de
autodefensa”.
Esta opinión, informada pese al enorme sectarismo
de los canales de televisión – los rusos al servicio del Kremlin, los ucranianos
en manos de magnates en sintonía con Euroatlantida- sutil y matizada en sus
acentos, es precisamente la mayoritaria en el país, de acuerdo con las encuestas
disponibles: no al ingreso en la OTAN (por eso sus partidarios no quieren oír ni
hablar de un referéndum ucraniano sobre ese tema), sí a la independencia y
soberanía nacional de Ucrania y sí también a unas relaciones fluidas, estrechas
y fraternales con Rusia (no confundir con la persona o el régimen de Putin), sin
que ello quiera decir que nos dejamos invadir por amor. Si esto es así, ¿cómo se
ha llegado al actual desbarajuste? Se trata del esquema general de la seguridad
europea vigente desde el fin de la guerra fría.
-¿Quien se acuerda hoy de la Carta de
París? En noviembre de 1990 los países de la CSCE (hoy OSCE), es decir la
URSS y Euroatlántida, firmaron en el Palacio del Elíseo, la “Carta de París para
una nueva Europa”. Aquel documento contenía el diseño de una seguridad
continental integrada, es decir el fin de la guerra fría. Su preámbulo
proclamaba que, “la era de la confrontación y división de Europa ha concluido”.
En el apartado, “relaciones amistosas entre estados participantes” se afirmaba:
“La seguridad es indivisible. La seguridad de cada uno de los estados
participantes está inseparablemente vinculada con la seguridad de los demás”. En
el apartado “Seguridad”, se anunciaba, “un nuevo concepto de la seguridad
europea” que dará una “nueva calidad” a las relaciones entre los estados
europeos. “La situación en Europa”, se prometía, “abre nuevas posibilidades para
la acción común en el terreno de la seguridad militar. Desarrollaremos los
importantes logros alcanzados con el acuerdo CFE (desarme convencional en
Europa) y en las conversaciones sobre medidas para fortalecer la confianza y la
seguridad”. Se ponía incluso fecha a los compromisos; “iniciar, no más tarde de
1992, nuevas conversaciones de desarme y fortalecimiento de la confianza y la
seguridad”. En lugar de eso se abrió paso una seguridad a costa del otro. Hubo
ampliación, globalización y avance de la OTAN, allí donde Moscú se había
retirado. El ingreso en el bloque militar contra Rusia se ofreció como antesala
del ingreso en la Unión Europea. Muchos ex satélites y ex víctimas de Moscú
corrieron entusiasmados hacia ese alivio. Adoptando el capitalismo, Rusia no
ofrecía el rostro más benigno. Pero ese país y sus intereses existen. Su
diplomacia reclama desde 1992 el esquema de la Conferencia de París y en lugar
de ello le ofrecen escudos antimisiles “contra Irán” en Rumania y Polonia, y
cuando se queja le acusan de “imperial”. Ahora le enfrentan a algo equiparable a
si Estados Unidos tuviera que convivir con un Canadá miembro de un bloque
militar hostil.
Para realizar esta genialidad se ha colocado en
Kíev el primer gobierno con ministros ultraderechistas y antisemitas (el partido
Svoboda con seis carteras y cargos tiene mucho de eso) desde 1945. Occidente
tiene suerte de que el régimen político de Rusia carezca de todo atractivo
social y popular, y se asiente exclusivamente sobre el nacionalismo. De lo
contrario, el barrido eslavo oriental sería imparable. Pero el nacionalismo ruso
no atrae lógicamente a Ucrania. Esa ideología provoca alergias que, hoy por hoy,
van a favor del nuevo gobierno. Cuanto más justifique Rusia su intervención en
nacionalismo ruso, más impopular será. Mientras tanto, maniobras en el Báltico y
en Polonia, un portaviones con acompañamiento de armada en el Egeo, sanciones a
la vista y pronto tensión en el Mar Negro, donde se anuncian maniobras militares
conjuntas búlgaro-rumano-estadounidenses.
-Kíev califica de “farsa” el referéndum de
Crimea.
Crimea no puede decidir por sí sola su salida de
Ucrania, dice el presidente de la Rada de Kiev, Aleksandr Turchinov, formal
“jefe de Estado interino” del nuevo régimen. “Según el artículo 73 de la
Constitución, solo un referéndum de toda Ucrania puede examinar la cuestión de
las fronteras y los cambios territoriales”, dice Turchinov en un breve mensaje
televisado.”Esta decisión es ilegítima, es una farsa”, concluye.
Crimea ha desconectado canales de televisión
ucranianos. Ucrania desconectó anteayer canales rusos. Ambas partes practican
una intensa guerra propagandística, omitiendo los informes que no les convienen.
El ambiente en las ciudades ucranianas es tranquilo. Las manifestaciones de los
últimos días van claramente a menos: apenas congregan a centenares de personas.
El rechazo y la indisposición hacia la violencia es absolutamente mayoritario.
La llamada a la movilización de reservistas lanzada por Kíev ha sido
completamente ignorada.
-Viernes, 7 de marzo. Nuestros inquietantes
amigos de Kíev
Es lo que se llama un armario; más ancho que alto,
rostro de adoquín y sobre los cien kilos de peso. Poca broma con Aleksandr
Muzichkovo, uno de los líderes del “Pravy Sektor” (Sector de derechas). Su mera
presencia intimida. Con su uniforme de camuflaje, a Muzichkovo se le ha visto
poner orden en la fiscalía de la región de Rovno. Agarró por la corbata a la
primera autoridad judicial de la región, un hombre joven y más bien frágil que
no osa replicar la oleada de insultos obscenos que le dedica el ultraderechista,
lo zarandea, lo hace sentar, se excita mientras continua insultando, le da una
colleja. A su alrededor nadie osa abrir la boca, pero alguien lo graba con su
teléfono y lo coloca en you tube. Estremecedor.
La escena se repite ante la cámara parlamentaria de
la región. Preside Muzichkovo. Sobre la mesa un fusil kalashnikov. El ultra
pregunta en tono amenazante, “¿Alguien quiere quitarme el fusil?, ¿alguien
quiere quitarme el cuchillo?, atrévanse”. Nadie se mueve. En Odesa el líder de
este grupo neonazi me dice que su modelo en el extranjero es la “Aurora Dorada”
de Grecia.
“Pravy Sektor” se fundó hace muy poco, justo un mes
antes de que comenzaran las protestas en Kíev. Agrupó en una especie de frente
popular “antisistema” a varios de los grupos neonazis, ultraderechistas y
nacionalistas radicales que se reclaman de la tradición de Stepán Bandera
(1909-1959) y su organización armada insurgente (UPA) que luchó contra el NKVD
de Stalin, colaboró con los nazis engrosando la división “Galitzia” de las SS
cuando estos invadieron la URSS en 1941 y acabó luchando un poco contra todos;
los comunistas, los alemanes y la Armia Krajowa polaca, antes de ser recuperado
por la CIA que lo sostuvo con armas y dinero hasta 1959, cuando Bandera fue
asesinado en Munich por agentes de Stalin con una bala de cianuro.
Bandera tiene hoy monumentos en Ucrania Occidental,
donde su memoria goza de cierta base popular, pero se le considera una figura
negativa en la mayor parte del resto del país, donde a los fachas se les designa
con el nombre genérico de “banderovski”.
Junto con el partido “Svoboda”, “Pravy Sektor” y
los “banderovski” en general, fueron la fuerza de choque paramilitar decisiva
para mantener a lo largo de tres meses el pulso con la policía en Kíev. Son
pocos, una minoría poco representativa, se dice. La simple realidad es que sin
ellos no habría sido posible acabar derrocando el tambaleante gobierno de Viktor
Yanukovich. Mientras oficialmente Washington y Berlín apoyaban a líderes con
corbata como el actual primer ministro Yatseniuk o el ex boxeador Klichkó, otras
fuerzas occidentales potenciaron como mano de obra por debajo al sector ultra.
Dinero y canales de servicios secretos actuaron en Kíev de la misma forma en que
lo hicieron en otras “revoluciones” contra adversarios. El resultado ha sido la
aparición en la capital de Ucrania de un gobierno, que, sin poder ser reducido a
una galería de radicales de derecha, contiene una muestra notable de
ellos.
Al líder de “Pravy Sektor”, Dmitri Yarosh, nacido
hace 42 años en una ciudad que lleva el nombre del primer policía bolchevique
(Dneproderzhinsk), el 26 de febrero el nuevo régimen le ofreció el cargo de
vicesecretario del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), el órgano que supervisa
servicios secretos, ministerio del interior y ejército. En los últimos días hubo
informes contradictorios al respecto, pero al final Yarosh lo
rechazó.
El responsable del CSN es Andri Parubi, oriundo de
Galitzia. Parubi fue el “Comandante de la Autodefensa del Maidán”, es decir la
persona que, más o menos, coordinaba el dispositivo paramilitar de la revuelta.
Parubi fue el fundador del Partido Socialista-Nacionalista de Ucrania (SNPU),
formación de estricta sonoridad neonazi con contactos internacionales neonazis
en toda Europa y cierta base entre la juventud de Lvov, capital de Galitzia. En
2004 el partido se transformó en el movimiento “Svoboda” (Libertad). Un año
después Parubi fundó un nuevo partido y en 2012 ingresó en “Batkivshina”, el
partido de la ex primera ministra encarcelada por corrupción, Yulia
Timoshenko.
En medios progubernamentales de Kíev se suele decir
que “Svoboda” “cambió mucho en los últimos años”. Es verdad que en 2006 los
radicales del SNPU se escindieron (hoy muchos de ellos están en “Pravy Sektor”),
pero reducir ese partido a “nacionalistas radicales”, como ha venido haciendo la
prensa anglosajona más influyente en esta crisis, es ingenuo. Bandas ultras han
estado persiguiendo estos días en Kíev a activistas comunistas. La casa del
líder comunista, Petró Siminenko, y la de su hijo, han sido incendiadas. Ha
habido casos de secuestros y palizas. Poco a poco aparecen nombres. Mucho de
todo esto se ha visto exactamente igual en el otro bando, a cargo de los
titushkis lumpen incontrolados al servicio del gobierno anterior. En
Odesa he observado esta escena de fachas y de prorrusos armados con escudos,
cascos y porras y la conclusión es que se parecen mucho en actitudes,
intransigencia y predisposición a la violencia. La gente no se identifica con
ellos…Tal como está la guerra propagandística el problema es que, en Occidente
los desmanes de los fachas no serán muy noticiables (allí nadie habla de la casa
de Simonenko), mientras que cualquier abuso o violencia de lo prorrusos
encontrará terreno fértil para hacerse eco. Dada la general intoxicación, hablar
aquí de estos fachas es una cuestión de mero equilibrio.
Cuatro años después de que los radicales del SNPU
se fueran, el líder de “Svoboda”, Oleg Tiagnibok, calificó de héroe a Iván
(John) Demianiuk, uno de los matarifes ucranianos del campo de exterminio nazi
de Sobibor, extraditado y juzgado en Alemania poco antes de morir. Tiagnibok
calificó al gobierno de Ucrania como una “mafia ruso-judía” y hace cuatro años
un documento programático de su partido llamaba a “abolir el parlamentarismo,
prohibir todos los partidos políticos, nacionalizar la industria y los medios de
comunicación, limpiar por completo la administración, el ejército y la
educación, especialmente en el Este y liquidar físicamente a todos los
intelectuales ruso-parlantes y ucrainófobos”. Los ministro europeos, como el
alemán Frank Walter Stinmeier, se han fotografiado estrechando la mano de
Tiagnibok, que en los últimos años fue recibido en varias ocasiones por el
embajador alemán en Kiev. En 2013 el Congreso Mundial Judío pidió la
ilegalización de “Svoboda”. Hoy la tesis del “mainstream” es que nada de todo
eso es significativo.
En el actual gobierno de Kíev “Svoboda” tiene hoy
tres ministros (ecología, agricultura y educación), además del viceprimer
ministro, el número dos del gobierno, Aleksandr Sich, el fiscal general, Oleg
Majnitski, y por lo menos seis gobernadores de provincias.
La simple realidad es que el conglomerado radical
que fue decisivo para poner en Kíev un gobierno prooccidental, mediando
episodios como la masacre de manifestantes y policías a cargo de oscuros
francotiradores la víspera del derrumbe de la anterior administración, tiene hoy
un poder real en este país. Por primera vez desde 1945 un sector claramente
ultraderechista y con impulsos antisemitas controla importantes parcelas de
poder en un gobierno europeo bendecido por la Unión Europea. Es un escenario a
tener en cuenta en Grecia, si los que contestan la política de Bruselas/Berlín
logran llegar al poder en Atenas.
Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/berlin/el-cuaderno-de-odesa-13826