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Venezuela: protestas
antidemocráticas y sedición golpista
Marcos
Roitman Rosenmann
La Jornada
México, 9/3/14
Las movilizaciones convocadas por un
sector de la oposición venezolana obligan a plantearse hasta qué punto las
protestas de estudiantes, empresarios, comerciantes, y aliados, encabezadas por
Leopoldo López, responden a un ejercicio democrático o, por el contrario, son
parte de un proceso desestabilizador perfectamente urdido. Uno de los argumentos
recurrentes para atacar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro es la violencia
policial, con la cual se reprime a los ciudadanos que, ejerciendo sus derechos
constitucionales, reivindican la libertad para un país, subrayan, secuestrado
por fuerzas extranjerizantes al servicio de Cuba, mismas que han suprimido la
democracia instaurando un régimen totalitario. Inclusive, Naciones Unidas
solicita investigar los abusos denunciados por la oposición contra sus
manifestantes. Pero estos argumentos no aportan novedad.
La burguesía latinoamericana y sus partidos
políticos han acusado siempre a la izquierda de copar espacios e instituciones
democráticas para horadar y destruir el poder constituido. Durante la guerra
fría la categoría enemigo interno fue el pretexto para etiquetar a
marxistas, socialistas y comunistas de infiltrados, agentes de la Unión
Soviética, antipatriotas o espías cubanos. Hoy, dichos argumentos sirven a la
oposición venezolana para generar rechazo a los cooperantes o residentes
cubanos, asaltar su embajada y apostillar que Venezuela está siendo gobernada
desde el exterior por la mano de los hermanos Castro .
Si hacemos historia, durante el siglo XX muchos
países de América Latina ilegalizaron a los partidos de la izquierda marxista
acusándolos de elaborar planes para infiltrarse en las instituciones
democráticas e imponer la dictadura del proletariado. Por consiguiente, se hacía
necesario blindar las democracias declarando la guerra a sus detractores. Así
cobran vida las leyes de defensa de la democracia, conocidas como leyes
malditas. En América Latina se aplicaron sin rubor. Su objetivo: socavar el
desarrollo de una opción popular, anticapitalista y alternativa política a los
gobiernos de las burguesías dependientes política, militar, cultural y
económicamente de Estados Unidos. La derecha optó por una guerra global en todos
los frentes. La estrategia del miedo se generalizó y la represión tomó todas las
formas imaginables. Las fuerzas armadas cobraron protagonismo. Cuando las leyes
malditas fueron derogadas, el auge de las luchas democráticas y populares fueron
imparables. En ese instante se recurrió a la técnica del golpe de Estado fincado
en la doctrina de la seguridad nacional. Los cielos se oscurecieron en muchos
países latinoamericanos.
Hoy, Venezuela es una de las democracias más
consolidadas de la región. Su Constitución se encuentra entre las más avanzadas
del mundo, por la multitud de derechos que reconoce. Tiene la extraña virtud de
no ser papel mojado. Sus elecciones son ejemplo de transparencia, gozando de
reconocimiento internacional, donde no cabe la opción del fraude para alterar la
voluntad general. Sirva como dato que la oposición, en su proceso de primarias,
pidió la supervisión del CEN como garantía contra el pucherazo. Proceso en el
que fue elegido Henrique Capriles. Igualmente, el ejercicio de las libertades
civiles públicas, como los derechos de expresión, reunión y asociación, tienen
un solo coto: el respeto al orden constitucional, pudiéndose convocar a
manifestaciones solicitando la destitución del presidente o cargos públicos al
estar reconocido en la Carta Magna, vigente desde 1999.
Aquí comienzan los claroscuros de las
manifestaciones convocadas por un sector de la oposición. Su objetivo no
pretende pedir la renuncia del presidente en un referendo revocatorio, exigir
cambios en las políticas de becas, vivienda, salud, rechazar las misiones o
expulsar a los médicos cubanos que trabajan en los centros hospitalarios e
instituciones como parte los acuerdos de cooperación firmados entre los dos
países. Todas, opciones legítimas que se pueden o no compartir. Su fin es lisa y
llanamente promover el sabotaje, cortar el acceso a calles, bloquear carreteras
y tirar cócteles molotov en centros oficiales para provocar una respuesta que
los convierta en víctimas de la violencia y represión chavista . En este
contexto, no hablamos de reivindicaciones legítimas. Leopoldo López, Carina
Machado y otros prefieren patear el tablero, llevar el país al quiebre
constitucional, cruzar la barrera de lo democrático y sacrificar vidas humanas
para derrocar el gobierno constitucional.
Así, las protestas y movilizaciones que hoy sacuden
Venezuela no son homologables ni tienen contenido democrático. Llaman a la
sedición. En nada se parecen a las realizadas por los colectivos políticos,
estudiantiles, sindicales, mujeres, juventud, jubilados, mineros o campesinos
que en todo el mundo se convocan contra las políticas de austeridad, las
privatizaciones, el uso de transgénicos, el desempleo, los recortes en salud,
educación, cultura o vivienda. Tampoco se pueden asimilar a las movilizaciones
que, jugándose la vida, sus convocantes, reivindican libertad y democracia en
medio de férreas dictaduras. Menos, equipararlas a las protestas que aúpan a la
presidencia a sujetos nacidos del fraude electoral. Todos los ejemplos citados
constituyen casos en los que se violan los derechos humanos, se reprime a la
ciudadanía, se coarta el derecho de reunión y se ejerce brutalidad policial
contra la población, concitando un rechazo generalizado de la opinión pública y
solidarizándose con las víctimas. Casos de Chile, España, Egipto o Pakistán.
Resulta significativo que la oposición venezolana publique imágenes de máxima
represión manipuladas y pertenecientes a los países citados anteriormente,
buscando complicidad y apoyos en sus reivindicaciones golpistas.
Sin duda asistimos a una dualidad en la estrategia
para hacer caer el gobierno del presidente Maduro y revertir una década de
avances democráticos. La sediciosa y golpista en el corto plazo, encabezada por
Leopoldo López, y la defendida por Henrique Capriles, en la que se mezcla el
llamado a la desestabilización, el mercado negro y la guerra económica. Capriles
piensa en el medio y largo plazos. Acepta las reglas del juego constitucionales,
al menos formalmente, y reconoce logros en áreas como salud, educación, vivienda
y legislación laboral. Mientras tanto, busca quebrantar la unidad de las fuerzas
armadas, restar apoyos al gobierno y aislarlo internacionalmente. Capriles
entiende que un golpe de Estado en estos momentos fracasaría, como sucedió en
2002. Mejor colapsar la economía y provocar la debacle interna del
chavismo . Es más prudente, se decanta por la derrota electoral en las
siguientes elecciones presidenciales. Pero no nos engañemos. Si la primera tiene
éxito, la apoyará sin miramiento. El objetivo es compartido: devolver el poder
político a la plutocracia y desdemocratizar el país. Ese es el fin de las
protestas.
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