23/02/14
La irrupción de China en el escenario mundial es ventajosa para nuestro
país si sabemos entenderla y aprovecharla. Desafortunadamente, el
surgimiento de China genera en numerosos comentaristas locales (Gobierno,
academia y periodismo) declaraciones exageradas respecto al potencial real que
nos ofrece la relación.
El ascenso de China es más provechoso para nuestro futuro por sus
consecuencias indirectas sobre la economía mundial (incremento en los
precios de materias primas y mejora en la performance económica de nuestros
principales socios comerciales) que por sus efectos directos en nuestro perfil
productivo.
El comercio bilateral entre la Argentina y China creció rápidamente durante
los últimos 15 años y alcanzó los US$ 15.000 millones en el 2012. En la
actualidad, China es nuestro tercer cliente comercial (representa el 7,5%
de nuestras exportaciones totales), después de Brasil (20%) y la Unión Europea
(17%).
El patrón de comercio es desequilibrado y la balanza comercial es
deficitaria.
La soja y sus derivados concentran el 90% de nuestras exportaciones (casi US$
6.000 millones) mientras que China nos provee una variada gama de productos
industriales (casi US$ 9.000 millones).
La relación con China es muy relevante para nuestro país, pero no se compara
ni cuantitativa ni cualitativamente con la interdependencia que mantuvimos con
Gran Bretaña en el siglo pasado. Nuestras exportaciones promedio a Gran Bretaña
entre 1880 y 1940 representaban alrededor del 35% de nuestras exportaciones
totales (versus un 7,5% en el caso de China) y el stock de la inversión directa
británica representaba casi el 40% de la inversión extranjera total en el país
(versus menos del 7% en el caso de China).
Dos razones explican esta profunda disparidad. Por un lado, la gran
distancia geográfica encarece los costos de transporte y nos descoloca
respecto a competidores como Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y los
países del sudeste asiático que también son exportadores de materias primas. Por
otro lado, en el campo comercial, las economías de la Argentina y China son
mucho menos complementarias que lo que se repite hasta el hartazgo.
La complementariedad entre nuestras dos economías es limitada porque
China (al revés que Gran Bretaña cien años atrás) es proteccionista en
materia agropecuaria.
China es una gran productora de alimentos (en el 2012 produjo 560 millones de
toneladas de granos) aunque su producción nacional no alcance para satisfacer
todas sus necesidades.
La búsqueda de la autosuficiencia alimentaria es un objetivo permanente de
todos los gobiernos chinos para dar empleo y mejorar los ingresos de los 700
millones de chinos que viven en zonas rurales (donde se concentran los
mayores problemas de pobreza y desigualdad).
Investigaciones realizadas para determinar la complementariedad entre
nuestras dos economías -tanto en lo agroalimentario como en las manufacturas (el
Índice de Michaely)- muestran un bajo grado de coincidencia entre las
exportaciones argentinas y las importaciones chinas en comparación con un
centenar de mercados alternativos (ver M. Cristini y G. Bermúdez: “Documento de
trabajo No. 81”, FIEL, septiembre 2004).
En materia de productos agroindustriales con mayor valor agregado, China
tiene aranceles altos y escalonados y utiliza regularmente requisitos técnicos y
sanitarios para impedir selectivamente la competencia extranjera. (Hace más de
quince años que intentamos sortear sin éxito las barreras sanitarias que
dificultan el acceso de nuestra carne al mercado chino).
El prematuro reconocimiento por el gobierno de Néstor Kirchner de China
como “economía de mercado” en el 2004 (Europa todavía no otorgo dicho
reconocimiento) abrió nuestro mercado a las manufacturas chinas y nos expuso
a represalias comerciales que los chinos supieron utilizar en el 2010 cuando
frenaron el ingreso de la soja como respuesta a las restricciones que la
Secretaria de Comercio había impuesto al ingreso de ciertas manufacturas chinas
(textiles, calzados y rodados).
Pero el crecimiento de China nos ofrece oportunidades que debemos
aprovechar. Por un lado, el surgimiento chino amplía nuestro margen de
maniobra en las negociaciones comerciales internacionales.
Por otro lado China, a través de un “efecto locomotora”, incrementa la
demanda y mejora los precios de la soja que la Argentina exporta al mundo
(aproximadamente el 18% de nuestras exportaciones totales de soja y sus
derivados se vendieron a China durante los últimos 5 años).
Asimismo, el crecimiento chino mejora los precios de muchas materias primas
(como el petróleo, el cobre, el mineral de hierro y muchos productos
alimentarios) lo que beneficia directamente la balanza comercial y la
performance económica de varios de nuestros vecinos sudamericanos (en particular
Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela) que son importantes socios
comerciales de nuestro país.
Finalmente, la vigorosa demanda asiática liderada por China mejora la
performance económica de numerosos países emergentes (principalmente en
Medio Oriente, África y Asia), lo que genera en la actualidad superávits en
nuestra balanza comercial con dichas regiones y países.
El camino más apropiado para incrementar nuestras exportaciones a China es
atrayendo a sus grandes empresas para que inviertan en nuestro país en proyectos
de largo plazo tanto en los sectores minero, petrolero y agrícola como en la
infraestructura relacionada a la logística de exportación (ferrocarriles,
puertos y rutas).
La inversión a largo plazo en activos fijos crea un interés compartido que
asegura un acceso preferencial a los mercados, sobre todo en los momentos de
dificultad. Para desarrollar una relación sólida debemos ofrecer estabilidad
en las reglas del juego y un tratamiento equitativo, respetuoso y no
discriminatorio.