NCeHu 133/14
www.centrohumboldt95.blogspot.com.ar
Rumbo al XVI
EnHu
América
Latina como geografía
Bariloche, 6 al 10 de octubre
Mitos y realidades de la "marca españa"
Albert
Recio Andreu
Viento Sur
Sábado 8 de marzo de
2014
1. Nacionalismo
económico y multinacionales
El discurso económico
para convencer a la población interna es que el bienestar de un país depende
fundamentalmente de su posición competitiva en la esfera internacional. Y esta
posición se refleja en los buenos resultados de las empresas locales: si ganan
cuota de mercado a escala planetaria se generarán rentas y empleos para el país
que mejorarán las condiciones de vida de todo el mundo. La ventaja de esta
explicación es su sencillez y capacidad de atracción, y por ello se utiliza como
principal instrumento de legitimación de todas las medidas que impactan
negativamente en las condiciones de vida de la gente (reformas laborales,
recortes fiscales, etc.), así como para presentar a las grandes empresas como
adalides de este proceso. En cierta medida la visión de la competitividad
económica entre territorios es una nueva versión de la vieja rivalidad militar:
todos unidos contra el enemigo común (o frente al invasor). Y como siempre, los
mayores sacrificios se exigen a la tropa de a pié.
A este planteamiento
pueden hacerse dos objeciones básicas. Una que vale igual para la guerra militar
y la económica y otra más específica para la segunda. La primera es una vieja
objeción de la izquierda internacionalista y el pacifismo: la impugnación de las
bases de la rivalidad y la búsqueda de un modelo diferente de relaciones basado
en la cooperación. El otro es específico de la realidad económica. Al tomar a
los territorios como contornos definidos, lo que la apelación a la
competitividad internacional está sugiriendo es que las economías nacionales
están organizadas por medio de empresas locales que producen para el mercado
interior o la exportación, que pagan sus rentas e impuestos en el propio país y
que por tanto sus buenos resultados se transfieren directamente en renta y
bienestar local. Quizás en el pasado existió alguna economía de este tipo (y es
cierto que el nivel de riqueza de los grandes países capitalistas se explica en
parte por su capacidad de captar rentas de su actuación internacional), pero
esto no resulta tan claro en el contexto de una economía donde las grandes
empresas adoptan una organización global y son capaces de localizar sus diversas
actividades en cualquier lugar del planeta.
Tomar en consideración
esta cuestión ayuda a entender alguna de las perplejidades y problemas que
experimenta la economía española. El argumento del “fin de la crisis” que
esgrime el gobierno se basa tanto en el ligero aumento de la producción (una
ligera inflexión en un contexto de estancamiento), como en los buenos resultados
de las grandes empresas españolas y la evolución de la bolsa. Pero cuando se
analiza qué empresas son las relevantes en este proceso, por ejemplo las que se
incluyen en el Ibex 35, fácilmente se percibe que una parte creciente de sus
beneficios no dependen de lo que ocurra en territorio español, sino que sus
rentas proceden de su actividad internacional. Algo que resulta evidente en el
caso de los dos grandes bancos (Santander y BBVA), de las grandes empresas de
ingeniería y construcción (que ante el hundimiento de las inversiones públicas
han optado por desplazar su actividad a cualquier lugar del planeta), de
Telefónica, de Iberdrola, etc. Estas empresas llevan muchos años empeñadas en
desarrollarse como empresas globales y en situarse en países que ofrezcan buenas
oportunidades de negocio. El hundimiento de la economía española no ha hecho
sino acelerar esta evolución, especialmente en el caso de las constructoras. Su
actividad exterior reporta beneficios, pero no parece que tengan un retorno muy
grande en términos de empleo. En buena parte porque la mayor parte de grandes
empresas españolas no produce bienes exportables sino que realiza actividades en
los países donde se asienta. Y hay que contar además que aquellas que sí están
relacionadas con la producción de bienes materiales han tendido a externalizar
gran parte de la producción hacia terceros países (como es el caso de Inditex).
Tampoco generan una gran actividad investigadora debido a sus propias
características técnicas (sólo nueve empresas españolas figuran entre las mil
primeras inversoras mundiales en i+d según el ranking que elabora la consultora
Booz & Co).
La aportación real de
rentas al país por estas empresas es aún menos clara . Su capital está también
muy internacionalizado y en manos de fondos de inversión extranjeros, que son
quienes cobran sus dividendos. La enorme cantidad de filiales en paraísos
fiscales de las grandes empresas españolas hace pensar en que parte de sus
rentas se derivan hacia esos sumideros: según el Observatorio de Responsabilidad
Social Corporativa, las empresas del Ibex contaban con 437 filiales en paraísos
fiscales en 2011 y su número había aumentado en 164 desde 2009 (en el podio de
filiales offshore el oro era para el Santander (72), la plata para ACS (71) y el
bronce ex aequo para BBVA y Repsol (43). Y es de sobras conocido el tratamiento
fiscal que les lleva a contribuir de forma ridícula al Impuesto de Sociedades:
en 2012 las empresas del Ibex 35 cotizaron sólo un 18-20% de sus beneficios
(frente a un 25% de la media), pero algunas de ellas, como la mayoría de bancos,
ACS, FCC e Iberdrola, lo hicieron por debajo del 10%. Hasta el tercer trimestre
de 2013, la contribución de estas empresas ha bajado un 8%, a pesar de que los
beneficios están al alza. El secreto está en el complejo entramado del Impuesto
que permite que grandes empresas con buenos asesores fiscales obtengan muchas
vías de descuento y consigan dejar sin tasar gran parte de sus
beneficios.
Hay que advertir además
que el crecimiento de estas empresas se ha producido en base al crédito, lo que
llegó a generar un importante endeudamiento que en algún momento constituía un
agravamiento de la posición de riesgo-país (pues aunque estas empresas sean
dudosamente nacionales su deuda se computa como una deuda nacional, ya que, como
ha ocurrido con la banca, cuando no pueden devolver sus créditos el sistema
financiero obliga al estado a asumir la deuda). Hace sólo un año, la deuda de
las empresas no financieras del Ibex 35 (27 empresas) era del 27% del PIB. En el
último año se ha reducido considerablemente (al 18,3%) porque estas empresas han
procedido a vender numerosas filiales (y se han beneficiado de una situación que
les ha permitido el acceso a una financiación más fácil). Pero cualquier
problema financiero que experimentan acaba gravitando sobre el presupuesto
público. Tal y como hemos podido presenciar en el affaire de Sacyr en las obras
del Canal de Panamá (aunque se dijo que la visita de la Ministra Pastor a Panamá
era solo para mediar, todo apunta a que dentro de la solución final la empresa
pública Cesce acabará por convertir un contrato de seguro en un aval bancario de
200 millones de euros para garantizar que Sacyr y sus socios obtengan un nuevo
crédito de la financiera Zurich).
El que Iberdrola
presente sus resultados en Londres y lance una velada amenaza de deslocalización
si finalmente la reforma energética no respeta “sus intereses” no debería
sorprender a nadie. Los intereses de las grandes multinacionales son mucho más
cosmopolitas que los de los ciudadanos de los países donde se ubican sus sedes.
Al fin y al cabo la vida de la gente corriente está limitada por las condiciones
laborales y las prestaciones públicas del lugar donde vive, mientras que los
grandes accionistas son indiferentes a la procedencia geográfica de sus rentas
(y a las condiciones sociales que las hacen posibles). No es un caso insólito
sino normal en un mundo en el que se han impuesto las reglas de juego del gran
capital. Forma parte de la misma lógica que ha conducido a Fiat a trasladar su
sede social a Holanda (un paraíso fiscal para los grandes conglomerados) o que
coloca la sede de Amadeus (una de las grandes empresas del Ibex, que gestiona el
sistema de reservas de muchas compañías aéreas) en Luxemburgo. No está claro que
el coste de que alguna de estas empresas se marche del país vaya a ser muy
grande, si realmente con ello se lleva su deuda.
En un país como el
nuestro, el discurso de la competencia nacional, de la “marca local”, es sólo
para consumo interno. Para seguir exigiéndonos sacrificios en salarios,
condiciones de trabajo, impuestos, recortes. Y hacernos creer que estos obedecen
a un proyecto colectivo en el que todos vamos a ganar. La rivalidad
internacional siempre ha generado más desastres que bienestar (a lo sumo ha
generado juegos de suma cero en los que los perdedores se exponen a graves
desastres). En el contexto de la economía globalizada es una verdadera tomadura
de pelo. Especialmente en un país donde el núcleo de las grandes empresas está
constituido por entidades que no generan ni una importante cantidad de empleos
aceptables ni promueven la investigación.
En este contexto,
nuestras respuestas políticas deberían impugnar el modelo y orientarse en dos
direcciones complementarias: a nivel local, potenciar solo aquellas actividades
que generan claros retornos para la colectividad (por ejemplo condicionando
ayudas a contrapartidas claras y controlables); en el plano internacional,
trabajar intensamente en imponer regulaciones que limiten los derechos del
capital y avancen en la promoción de modelos económicos cooperativos a escala
planetaria. Mientras seamos súbditos del nacionalismo económico, estaremos
inevitablemente encadenados al poder del capital y a la posición que ocupe
nuestra economía local en la jerarquía del sistema económico mundial.
2. Salarios
excesivos: se les olvidó el efecto composición
Una de las “verdades”
más empleadas para justificar las reformas laborales era el insoportable
crecimiento de los salarios al principio de la crisis. Según la Encuesta de
Salarios éstos crecieron en 2008 un 5%, algo que parecía fuera de lugar en un
contexto de destrucción masiva de empleo (y que resultaba contradictorio con la
evolución de los salarios en la contabilidad nacional). Sobre este dato mucha
gente, especialmente los prolíficos investigadores de Fedea —que siempre
encuentran espacio en las páginas de El País—, pontificó sobre la irracionalidad
de los sindicatos y la inadecuación del modelo de negociación colectiva. Su
argumento básico era que esto demostraba la existencia de un mercado laboral
segmentado entre los que tienen empleo (los “insiders”) y son representados por
los sindicatos y los precarios o parados (los “outsiders”) que no cuentan con
esta protección. En su argumento, el 5% de aumento reflejaba que los insiders y
sus sindicatos, totalmente insensibles al crecimiento del paro, habían
conseguido imponer alzas salariales que solo les beneficiaban a ellos a costa de
empeorar la situación general.
Esto constituyó una de
las coartadas empleadas para justificar la última reforma laboral, en particular
para desmembrar todo el sistema de negociación colectiva y dejar a gran parte
del sindicalismo fuera de lugar. Que el argumento era falaz sólo lo dijimos los
cuatro marginales de siempre. Más que falaz era un argumento que merecería
quitarle el título académico a quien lo defendiera. Como no estimo tan torpes a
mis colegas, creo que se ha tratado de otro caso de mala fé por su parte el
esgrimir un argumento insostenible. Ahora es el propio Servicio de Estudios del
Banco de España, siempre una institución liberal, el que ha puesto las cosas en
su sitio y ha mostrado que ni los salarios subieron tanto en el pasado ni han
dejado de caer en los últimos años.
La clave de la cuestión
está en la forma de tratar los datos y considerar el impacto de lo que llamamos
“efecto composición”. Es una cuestión bastante simple. Lo que mide la Encuesta
de Salarios es el salario medio de las personas con empleo (básicamente se
pregunta a las empresas que nóminas pagan y cuanta gente emplean, se divide y se
obtiene el salario medio). Si todo el mundo cobrara lo mismo la media de cada
trimestre reflejaría la evolución de los salarios. El problema nace porque en el
mundo real hay una importante dispersión de salarios por sectores y categorías
profesionales y por tanto la media no sólo depende de cómo varían los salarios
sino también de cómo varia el empleo entre sectores y categorías
laborales.
Espero que un ejemplo
ayude a aclararlo: Imaginemos un mercado donde existen 1.000 empleados. Todos
cobran 1.200 € al mes en el trimestre 1 y al siguiente siguen los mismos
empleados y su salario ha pasado a ser de 1.260 €, todos han visto crecer su
salario en 60 € y por tanto el aumento del 5% de salarios refleja lo
ocurrido.
Podemos imaginar ahora
otra situación diferente: En lugar de cobrar todos lo mismo en ese mercado, hay
200 personas que cobran 3.000 € y el resto 1.200 €. El salario medio (que nadie
cobra, es solo un cálculo matemático) es de 1.560 €. Al trimestre siguiente las
cosas siguen igual en cuanto salarios, pero 200 personas con sueldos de 1.200 €
han perdido el empleo. Solo quedan 200 empleadas a 3.000 € y 600 a 1.200 €. El
salario medio es ahora de 1.650 €, un aumento del 5,7% aunque en realidad nadie
ha experimentado alza alguna, simplemente queda menos gente empleada y el
porcentaje de los de salarios altos ha pasado a ser del 20% al 25%. Si en lugar
de perder el empleo los de bajos salarios lo hubieran hecho todos los del grupo
de 3000, ahora el salario medio sería de 1.200 € (una caída del 20%) sin que
nadie hubiera experimentado caída salarial.
Lo ocurrido en el
mercado laboral español, especialmente al iniciarse la crisis, es bastante
parecido al segundo caso: la destrucción de empleo fue mayor entre la gente con
bajos salarios. El alza salarial media no reflejaba aumentos salariales
inexplicables, sino simplemente que la gente que retuvo el empleo tenía en
muchos casos salarios más altos que los que lo habían perdido.
El mundo de las
estadísticas está lleno de paradojas como esta. Y por ello es necesario que los
buenos análisis tengan en cuenta estas complejidades. Cuando se ignoran es fácil
caer en el engaño y la demagogia. O en la explicación interesada. Ya se sabe que
al final es más fácil cazar a un mentiroso que a una persona con discapacidad
motriz. Pero mientras circulan, las mentiras sirven para justificar políticas y
respuestas muy peligrosas. La historia de las guerras está llena de argumentos
falaces que han generado conflictos desastrosos para la humanidad. Y de este
modo, la mentira del alza ha justificado una reforma salarial de efectos
sociales devastadores.
Ahora la falacia ha
quedado al descubierto. Pero nos va a costar muchísimo recuperar derechos
laborales básicos y en el entremedio mucha gente padecerá situaciones laborales
ignominiosas. Es lo que tienen las élites que transforman sus mentiras o medias
verdades en beneficio propio y sufrimiento ajeno. Por eso nos hacen tanta falta
activistas y organizadores, como buenos y comprometidos técnicos que combatan
estas mentiras desde su nacimiento.
http://www.mientrastanto.org/boleti...