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Rumbo al XVI
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América Latina como
geografía
Bariloche, 6 al 10 de octubre
Ref. 123
Sobre el sujeto revolucionario
(II)
6.- El bloque social burgués.
Por bloque social burgués se entiende el compuesto
por la muy reducidísima minoría propietaria de las fuerzas productivas, la gran
burguesía, que disponen del apoyo de más sectores de «hermanos de clase» --todas
las fracciones burguesas y casi todas de la pequeña burguesía--, así como en
muchos y largos períodos de las llamadas clases medias y en menor medida pero
también de las clases trabajadoras. Según el último informe de Oxfam Intermón:
«Sólo las 85 personas más ricas acumulan todo el
capital de que dispone la mitad más pobre de la Humanidad. En la actualidad, el
1% de las familias más poderosas acapara el 46% de la riqueza del mundo. (…) se
estima que 21 billones de dólares se escapan cada año al control del fisco a
nivel mundial, porque "las personas más ricas y las grandes empresas ocultan
miles de millones a las arcas públicas a través de complejas redes basadas en
paraísos fiscales". Como resultado, en la actualidad casi la mitad de la riqueza
mundial está en manos del uno por ciento más rico de la población, (110 billones
de dólares) y la otra mitad se reparte entre el 99% restante. En Europa, la
fortuna de las 10 personas más ricas supera el coste total de las medidas de
estímulo aplicadas en la UE entre 2008 y 2010 (217.000 millones de euros frente
a 200.000 millones de euros)»
[243].
Para comprender cómo se ha llegado a semejante
nivel de crueldad e injusticia, debemos volver al método dialéctico aquí
expuesto, y en concreto al papel relativamente autónomo de una de las parte de
la totalidad capitalista, al papel del Estado y de otras instituciones
burguesas. No vamos a exponer la teoría marxista del Estado, sin la cual no
entendemos nada de nada, solamente vamos a recordar aquella escueta frase de
Engels de 1893 en la que refiriéndose a los obsoletos Junkers prusianos, dijo:
«Desde hace doscientos años, esas gentes no viven más que de las ayudas del
Estado, que les han permitido sobrevivir a todas las crisis» [244]. Además de para
otras más cosas, una función clave del Estado es prolongar la vida de la clase
explotadora, y es tanta su eficacia que en algunos casos logra mantenerla viva
más de dos siglos.
Otra de las funciones clave de los Estados
concretos es facilitar la unidad de poder de la gran burguesía en extensas
geográficas: en 1909, el todopoderoso empresario alemán W. Rathenau dijo que
«Trescientas personas, que se conocen muy bien entre sí, dirigen los destinos
económicos del continente»
[245]. ¿Cómo, por qué y para qué actuaban
muy pocos Estados europeos para lograr que sólo 300 personas dirigieran el
continente a comienzos del siglo XX? La respuesta es simple en su complejidad:
porque el Estado es la «forma política del capital» [246]. Tal es el misterio
resuelto. Y gracias a ello sabemos por qué:
« Tan solo 1.000 empresas son responsables de la
mitad del valor total de mercado de las más de 60.000 empresas del mundo que
cotizan en bolsa. Virtualmente controlan la economía global (…) En 1980 las
1.000 mayores empresas del mundo tenían unos beneficios de 2,64 billones $, o
6,99 billones en dólares del 2010, ajustados según el índice de precios al
consumidor. Empleaban a unos 21 millones de personas directamente y tenían una
capitalización total de mercado de cerca de 900.000 millones $ (2,38 billones en
dólares del 2010), o 33 % del total mundial (…) Hacia 2010 las 1.000 mayores
empresas del mundo tenían unos beneficios de 32 billones $. Empleaban a 67
millones de personas directamente y tenían una capitalización total de mercado
de 28 billones $. Esto supone un 49% del total de la capitalización mundial de
mercado, habiendo descendido desde un 64 % respecto al 2.000, en el punto
culminante de la burbuja de internet y antes de la crisis del 2008. Asimismo hay
una concentración substancial dentro de las primeras 1.000. Ochenta y tres
empresas representan un tercio de los 32 billones $ de los beneficios del grupo.
Las primeras 172 empresas representan cerca de la mitad de ellos. La 172ª mayor
empresa, la petrolera rusa Rosneft Oil, tuvo una beneficio equivalente al PIB
del 74º país del mundo, Uruguay (…) Los grandes inversores constituyen también
un poderoso cuerpo electoral que pide un cambio. La riqueza está todavía más
concentrada por lo que respecta a la gestión de activos que respecto a la de
empresas. Los 500 mayores gestores de fondos tienen más de 42 billones $ en
activos para gestionar. Los 10 primeros gestores de fondos representan un tercio
de esta cantidad; los 50 primeros los dos tercios. Esto significa que un pequeño
número de inversores institucionales podría ocasionar un gran cambio en los
negocios. Están haciendo progresos»
[247].
Dado que el Estado es la forma política del
capital, las necesidades de éste, es decir, el desarrollo del contenido del
capital más temprano que tarde determina las formas reales de los Estados, de
manera que la ley básica de la centralización y concentración de capitales
termina condicionando las formas de los Estados, su apoyo relativo y
contradictorio, pero apoyo, a la creciente concentración del poder
socioeconómico y político en cada vez menos manos, como acabamos de ver. Si en
1909 eran 300 las personas que dirigían Europa, ahora son menos, pero el
capitalismo es el mismo en su esencia, en su contenido, variando sus formas
reales; y es el mismo en su contenido porque el desarrollo del capital
dinero [248] ha seguido y sigue realizándose dentro de los cauces descubiertos
por Marx en el último tercio del siglo XIX.
Incluso aunque recurramos a métodos de definición
de las clases que se centran más en el reparto de la riqueza que en las
relaciones de propiedad de las fuerzas productivas y de explotación de la fuerza
de trabajo social, como es el caso del, por demás excelente, texto de A.
Damon [249]; e incluso si lo estudiamos con métodos no marxistas, que llegan a
relativizar o negar indirectamente la existencia de la burguesía como clase
social, los resultados también son aplastantes. Lo mismo sucede si relativizamos
algo el concepto de «burguesía», entrecomillándolo: leamos esto: “(…)
empresarios y gerentes de grandes empresas y de la banca, entre otros. En
realidad, estos dos últimos grupos (a los que se les solía llamar la burguesía
industrial y de servicios y la burguesía financiera) representan sólo el 0,1% de
toda la población y tienen un enorme poder, no sólo económico y financiero, sino
también mediático y político. La gran mayoría de los mayores medios de
información y persuasión (tanto en EEUU como en España) tienen miembros de tal
“burguesía” en sus Consejos de Dirección (…)” [250].
Vaya o no entrecomillada la burguesía existe como
clase social antagónicamente unida y en lucha permanente con la clase
trabajadora. Además de la comprensión correcta de la unidad y lucha de
contrarios entre el capital y el trabajo, también y sobre todo la acción
revolucionaria dentro de dicha unidad contradictoria requiere del conocimiento
de la teoría del Estado por cuanto que es la forma política del capital. Veamos
tres ejemplos directos sobre la función capitalista del Estado: uno, para
finales de 2013 el Estado español había ejecutado el 90% de las medidas de
austeridad y recortes de derechos impuestos por Bruselas [251]. Dos, la política
estatal española ha hecho que cada súbdito de su monarquía «preste» 5.500 € a la
banca privada [252], «préstamo» que apenas se va a recuperar. Y tres, la forma
política del capital, el Estado, ha impuesto en los dos últimos años una
«reforma salarial» [253] que además aumentar la pobreza, ha multiplicado la
inseguridad, la precarización vital y el miedo a las represiones que contra
quienes luchan por sus derechos. La lucha de clases es directamente afectada por
estas y otras muchas medidas impuestas por el Estado.
La fracción más poderosa de la burguesía suele
tener el apoyo de sus hermanas menores, incluida la más pequeña, gracias entre
otras cosas a la permanente acción del Estado que media entre ellas con su
autonomía relativa, pero favoreciendo en lo decisivo a la mayor, lo que no deja
de generar algunos celos pueriles y quejumbrosos en la más pequeña. La opresión
nacional descarnada y cruda, pero también la encubierta e indirecta, tensiona la
unidad de clase de la burguesía, reapareciendo entonces el debate clásico sobre
la existencia o no de la llamada «burguesía nacional». R.M. Marini hizo un
brillante estudio de esta cuestión en el Brasil de la segunda post guerra, desde
las iniciales políticas de sustitución de importaciones implementadas incluso
por la alta burguesía y la llamada «burguesía antiimperialista», hasta su final
con la reunificación de todas ellas para aplastar el pueblo trabajador:
«Sin embargo, como los hechos demostraron, lo que
estaba en juego, para todos los sectores de la burguesía, no era específicamente
el desarrollo, ni el antiimperialismo, sino la tasa de beneficios. En el momento
en el que los movimientos de masas pro elevación se los salarios se acentuaron,
la burguesía olvidó sus diferencias internas para hacer frente a la única
cuestión que le preocupa de hecho: la reducción de sus ganancias. Eso fue tanto
más verdadero cuanto no solamente el alza de los precios agrícolas, que había
aparecido a los ojos de la burguesía como un elemento determinante en las
reivindicaciones obreras, pasó a segundo plano, en virtud de la autonomía que
ganaron tales reivindicaciones, sino también porque el carácter político que
éstas asumieron puso en peligro la propia estructura de dominación vigente en el
país. A partir del punto en el que reivindicaciones populares más amplias se
unieron a las demandas obreras, la burguesía --con los ojos puestos en la
Revolución cubana-- abandonó totalmente la idea de frente único de clase y se
volcó masivamente en las huestes de la reacción» [254]
La experiencia fracasada de la «burguesía nacional»
brasileña reafirma la experiencia mundial vivida hasta entonces y anuncia la que
vendría después, sobre todo en los pueblos que por mil circunstancias diversas
no pudieron llevar al culmen una revolución social, al margen de su geográfica
en el área imperialista o no. Lecciones idénticas extrae V. Prashad del llamado
Tercer Mundo «A falta de una revolución social auténtica los líderes del Tercer
Mundo empezaron a recurrir a las clases hacendadas y a las élites comerciales
para cimentar su propio poder (…) una importante consecuencia de la ausencia de
una verdadera revolución social fue la persistencia de diversas formas de
jerarquía dentro de las nuevas naciones. La inoculación del sexismo y las
escalonadas desigualdades de clan, casta y tribu, inhibieron el proyecto
político del Tercer Mundo»
[255]. Llegado el momento crítico de optar
por una independencia nacional de contenido obrero y popular, que avance en la
socialización de las fuerzas productivas, o una dependencia burguesa bajo tutela
imperialista abierta u oculta, que les garantiza su propiedad de clase, las
«burguesías nacionales» optan por lo segundo.
Para comprender por qué esta constante histórica
tiene muy contadas e inciertas excepciones que provienen de sectores muy
reducidos de pequeñas burguesías conscientes de que el imperialismo les puede
hacer más daño que la democracia socialista de su Estado independiente, lo mejor
es recurrir al marxismo, y debemos empezar por la crítica de Marx a a Proudhon:
«En una sociedad avanzada el pequeño burgués
se hace necesariamente, en virtud de su posición, socialista de una parte y
economista de la otra, es decir, se siente deslumbrado por la magnificencia de
la gran burguesía y siente compasión por los dolores del pueblo. Es al mismo
tiempo burgués y pueblo. En su fuero interno se jacta de ser imparcial, de haber
encontrado el justo equilibrio, que proclama diferente del término medio. Ese
pequeño burgués diviniza la contradicción, porque la contradicción es el
fondo de su ser. No es más que la contradicción social en acción. Debe
justificar teóricamente lo que él mismo es en la práctica [...] la pequeña
burguesía será parte integrante de todas las revoluciones sociales que han de
suceder» [256].
La descripción de la pequeña burguesía realizada
por Marx y Engels desde la mitad del siglo XIX nos recuerda en lo esencial a la
crítica demoledora hecha por F. Braudel a la cobardía traicionera de la
burguesía del siglo XVI: «Aunque el orden social parece modificarse, el cambio
es, en realidad, más aparente que real. La burguesía no siempre es eliminada o
descartada brutalmente; es ella misma la que traiciona su destino. Traición
inconsciente, pues no existe todavía, en realidad, una clase burguesa que
verdaderamente se sienta tal. Tal vez porque es todavía muy poco
numerosa» [257]. Braudel nos informa que a finales del siglo XVI la burguesía
veneciana justo era entre el 5% y 6% de la población de la ciudad. No podemos
profundizar ahora en la evolución de esta clase y en la de su hermana menor, la
pequeña burguesía, pero sí debemos decir que ahora la burguesía tampoco supera
cuantitativamente esa tasa de población, y que, sobre todo, su miedo y cobardía
siguen siendo consustanciales a su clase, sobre todo en la pequeña burguesía.
Entre finales de 1847 y comienzos de1848 ambos
amigos ya adelantan en el Manifiesto Comunista una idea clave sobre qué
relaciones mantener con la pequeña burguesía y sus organizaciones democráticas:
participar en todas las luchas por la democracia y contra la opresión pero
insistiendo siempre en que el problema decisivo es el de la propiedad privada de
las fuerzas productivas y en que el antagonismo decisivo es el que separa de
manera irreconciliable a la burguesía del proletariado [258]. Recordemos que estas
palabras están escritas antes de la oleada revolucionaria internacional de
1848-1849. Pues bien, veamos uno de los muchos momentos en los que Marx y Engels
recurren sin complejos a diversas definiciones amplias e intercambiables.
El que vamos a explicar es un ejemplo especialmente
valioso por dos razones, una, porque es un estudio exquisito y sofisticado de la
revolución de 1848 en París, y, otra, porque nos aportan un método dialéctico
enormemente creativo para encuadrar el debate sobre las relaciones entre
proletariado, clase obrera y pueblo, o sea, sobre el pueblo trabajador parisino
enfrentado a muerte con la burguesía. Desde las primeras «noticias de París» del
25 de junio de 1848, el concepto de «pueblo» es opuesto radical e
irreconciliablemente al de «burguesía». Al poco, afirman que esta lucha
revolucionaria conecta con las sublevaciones de los esclavos en Roma, y con la
lucha de Lyon de 1834. Dicen que «los habitantes de los suburbios» acudieron en
ayuda de los insurgentes, y cuentan cómo «el pueblo se lanzó furiosamente contra
los traidores» que habían intentado infiltrarse, pero más adelante constatan
que: «una vez más el pueblo había sido demasiado generoso. Si hubiese replicado
a los cohetes incendiarios y a los obuses con incendios, hubiese sido el
vencedor al atardecer. Pero ni pensaba en emplear las mismas armas de sus
adversarios» [259].
También explican que «la burguesía declaró a los
obreros no enemigos comunes, a los cuales se vence, sino enemigos de la
sociedad, a los que se aniquila [...] los insurgentes tuvieron en su poder
gran parte de la ciudad durante tres días, comportándose con suma corrección. Si
hubiesen empleado los mismos medios violentos que los burgueses y sus siervos,
mandados por Cavaignac, París sería un montón de escombros pero ellos hubiesen
triunfado» [260]. Y más adelante: «La guardia móvil, reclutada en su mayor parte
entre el proletariado en harapos parisino, se transformó en gran medida, en el
breve lapso de su existencia y mediante una buena retribución, en una guardia
pretoriana de los gobernantes de turno. El proletariado en harapos organizado
libró su batalla contra el proletariado trabajador no organizado. Como era dable
esperar, se puso a disposición de la burguesía, lo mismo que los lazzaroni de
Nápoles se habían puesto a disposición de Fernando. Sólo desertaron aquellas
secciones de la guardia móvil compuestas por trabajadores
verdaderos» [261].
A lo largo de los sucesivos artículos en los que
analizan la lucha en París en junio de 1848, Marx y Engels utilizan
indistintamente los conceptos de «pueblo», «proletariado», «obreros», «clase
obrera», «trabajadores», «suburbios», etc., para apuntalar cuatro criterios que
serán decisivos en la teoría de las clases, del Estado, de la organización y de
la revolución. Sobre las clases queda claro que además de la flexibilidad de los
conceptos, siempre tienen en cuenta el problema de la propiedad privada de las
fuerzas productivas como el que define y separa al capital, a la burguesía y a
su sociedad, del pueblo, de la clase obrera y del proletariado, de modo que es
la propiedad privada la que también define qué es la sociedad y a qué clase
pertenece, a la capitalista. Sobre el Estado queda claro que las fuerzas
represivas y su violencia brutal son vitales para la burguesía, y más aún,
adelantan una de las grandes lecciones que se repetirá una y otra vez hasta
ahora: la creación por la burguesía de fuerzas represivas especiales
provenientes del lumpen, de los «proletarios en harapos», como sucederá en el
militarismo, en el nazifascismo, etc.
Sobre la organización queda claro que ésta es la
única garantía de victoria, estrechamente unida a la conciencia de clase,
revolucionaria, que desarrollan los «trabajadores verdaderos». Y sobre la
revolución, está claro que una vez que «cesa el motín y se inicia la
revolución» [262] el pueblo no debe dudar, detener su avance aun a costa de
las imprescindibles prácticas de violencia defensiva, revolucionaria, que ha de
aplicar para aplastar a cualquier precio a la violencia contrarrevolucionaria e
injusta. Pensamos que de un modo u otro, estos cuatro componentes cohesionan la
teoría de la lucha de clases, que es la teoría de las clases sociales del
marxismo. Todas las teorías burguesas disocian, separan e incomunican, las
clases sociales de la lucha de clases, y ambas de la teoría del Estado y de la
teoría política.
Tras estudiar las razones del fracaso de esta
oleada y convirtiendo su experiencia en razones teóricas que avalen una práctica
posterior, a comienzos de 1850 Marx y Engels proponen a la Liga de los
Comunistas lo siguiente: «La actitud del partido obrero revolucionario ante la
democracia pequeño burguesa es la siguiente: marcha con ella en la lucha por el
derrocamiento de aquella fracción a cuya derrota aspira el partido obrero;
marcha contra ella en todos los casos en que la democracia pequeño burguesa
quiere consolidar su posición en provecho propio» [263]. O sea, se trata de
crear un bloque social que incluya a las fuerzas democráticas de la pequeña
burguesía para luchar conjuntamente contra la opresión común que sufren todos
los componentes de dicho bloque social.
Ahora bien, Marx y Engels insisten reiteradamente
en las páginas posteriores que «para luchar contra ese enemigo común no se
precisa ninguna unión especial [...] es evidente que en los últimos conflictos
sangrientos, al igual que en todos los anteriores, serán sobre todo los obreros
los que tendrán que conquistar la victoria con su valor, resolución y espíritu
de sacrificio. En esta lucha, al igual que en las anteriores, la masa pequeño
burguesa mantendrá una actitud de espera, de irresolución e inactividad tanto
tiempo como le sea posible, con el propósito de que, en cuanto quede asegurada
la victoria, utilizarla en beneficio propio, invitar a los obreros a que
permanezcan tranquilos y retornen al trabajo, evitar los llamados excesos y
despojar al proletariado de los frutos de la victoria» [264].
Marx y Engels advierten a la Liga de los
Comunistas, en base a las lecciones teóricas extraídas de la derrota
internacional de 1848-1849 que para evitar la traición pequeño burguesa, que se
producirá después de la toma del poder, los proletarios deben mantener su
independencia de clase, política y organizativa, no dejándose absorber por la
pequeña burguesía, planteando reivindicaciones específicamente proletarias que
desborden por la izquierda a las de la pequeña burguesía, y exigiéndole a su
aliada que las cumpla. Más aún, la organización proletaria aliada con la pequeña
burguesía contra el enemigo común ha de ser «a la vez legal y
secreta» [265], e «independiente y armada de la clase obrera» [266], para garantizar
siempre tanto la independencia práctica como teórico-política de la clase
trabajadora.
Los consejos a la Liga de los Comunistas fueron
redactados por Marx y Engels mientras el primero de ellos estudiaba más en
detalle el fracaso revolucionario en el Estado francés, publicando el texto a
finales de 1850, en el que afirma que: «Los obreros franceses no podían dar un
paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha
de la revolución no se sublevase contra este orden, contra la dominación del
capital, a la masa de la nación -campesinos y pequeño burgueses- que se
interponían entre el proletariado y la burguesía; mientras no la obligase a
unirse a los proletarios como a su vanguardia» [267]. Marx estudiaba la
concreta derrota francesa en la mitad del siglo XIX, siendo consciente de la
todavía limitada evolución del capitalismo francés comparado con el británico,
llegando a una conclusión estratégica que mantendrán en lo esencial tanto él
como Engels a lo largo de toda su vida, adaptándola en sus formas externas y
tácticas a cada lucha revolucionaria particular: el proletariado como vanguardia
nacional que dirige al campesinado y a la pequeña burguesía.
Una conclusión teórica que ya venía anunciada en el
Manifiesto Comunista cuando insistieron en que el proletariado, que no
tiene patria, debe empero elevarse a clase nacional, constituirse en nación,
«aunque de ninguna manera en el sentido burgués» [268]. Los objetivos a
conquistar que se enumeran al final del Manifiesto nos dan una idea
exacta sobre la diferencia cualitativa de la nación proletaria con respecto a la
nación burguesa, pero no es este nuestro tema ahora. Sí nos interesa resaltar
cómo Marx enlaza proletariado, campesinado y pequeña burguesía dentro del
proceso revolucionario en cuanto «masa de la nación» enfrentada a la burguesía,
«masa de la nación» dirigida por la vanguardia proletaria.
Entre diciembre de 1851 y marzo de 1852 Marx
escribió una de sus fundamentales obras, El 18 Brumario de Luís Bonaparte,
en la que desarrolla una de sus mejores descripciones de la pequeña
burguesía y del lumpen, pero también y por ello mismo, de la cuestión nacional
según se presentaba en el capitalismo europeo de la época, describiendo así al
demócrata pequeño burgués dice que: «Pero el demócrata, como representa a la
pequeña burguesía, es decir, a una clase de transición, en la que los
intereses de dos clases se embotan el uno contra el otro, cree estar por encima
del antagonismo de clases en general. Los demócratas reconocen que tienen
enfrente a una clase privilegiada, pero ellos, con todo el resto de la nación
que los circunda, forman el pueblo. Lo que ellos representan son los
derechos del pueblo, lo que les interesa, es el interés del
pueblo» [269].
Marx escribe en cursiva clase en transición
al igual que derechos e intereses del pueblo. En el primer
caso para recalcar que la pequeña burguesía no es una clase fundamental en el
capitalismo, sino secundaria aunque muy importante en la lucha de clases porque,
y esta es la segunda cuestión, a pesar de estar embotada entre la burguesía y el
proletariado tiene un poder apreciable en la manipulación del pueblo,
sujeto colectivo del que ella se presenta como único representante y defensor. O
sea, la ideología democraticista pequeño burguesa tiene su propio concepto de
pueblo, de sus intereses y derechos, interpretados según la
pequeña burguesía democrática, concepto diferente al de la gran burguesía, pero
también diferente al de la «nación trabajadora», la que con su esfuerzo sustenta
y mantiene al todo el país. Es muy significativo que Marx cite a la «nación
trabajadora» justo después de escribir una muy brillante descripción del
lumpemproletariado organizado como fuerza de combate secreta del bonapartismo,
que siente la necesidad de «beneficiarse a costa de la nación
trabajadora» [270].
Marx hace una espléndida descripción de la compleja
realidad clasista en un contexto de lucha de clases a varias bandas: por un
lado, en la base productiva tenemos a la «nación trabajadora», explotada y
oprimida; después, encima tenemos a la pequeña burguesía como «clase en
transición» que tiene su propio concepto de «pueblo»; y arriba, en el vértice
del triángulo de clases, tenemos al poder reaccionario bonapartista que se
sustenta, además de en el Estado burocrático, controlador y armado --una
exquisita definición no superada aún, sino confirmada a diario [271] -- también en la
fuerza del lumpen. Pues bien, en el momento crítico, cuando el futuro está por
decidir si se toman medidas valientes y radicales, entonces, la pomposa Asamblea
Nacional representante del poder burgués en su generalidad, pero no del
proletariado que forma la nación trabajadora, entonces la Asamblea Nacional: «No
se atreve a afrontar el choque en el momento que éste tiene una significación de
principio, en que el poder ejecutivo se ha comprometido realmente y en que la
causa de la Asamblea Nacional sería la causa de toda la nación. Con ello daría a
la nación una orden de marcha, y nada teme tanto como el que la nación se
mueva» [272].
La burguesía en cuanto clase dominante que tiene
algunos litigios tácticos con la pequeña burguesía, en modo alguno
irreconciliables, esta clase «nada teme tanto como el que la nación se mueva»
porque sabe que es la nación trabajadora la que se pondría en marcha hacia
delante si fuera movilizada por la Asamblea Nacional. La nación burguesa y el
«pueblo» pequeño burgués tienen terror a la nación trabajadora, por eso lo
mantienen paralizado, y por eso le restringen sus derechos y libertades: «Allí
donde veda completamente “a los otros” estas libertades, o consiente su disfrute
bajo condiciones que son otras tantas celadas policíacas, lo hace siempre, pura
y exclusivamente, en interés de la “seguridad pública”, es decir, de la
seguridad de la burguesía, tal y como ordena la Constitución» [273]. «Los otros» son
las clases explotadas, la nación trabajadora, a la que se le vigila y controla,
se le restringen los derechos, y cuando se le conceden su disfrute es siempre
bajo el riesgo de las «celadas policíacas» que garantizan el orden del capital,
la «seguridad pública», la seguridad de necesita la nación burguesa para
explotar eficazmente a la nación trabajadora.
Exceptuando adaptaciones formales tácticas, este
criterio estratégico no sólo se mantendrá durante toda su vida sino que llegará
a niveles de majestuosa exquisitez teórica en su estudio sobre la Comuna de
París de 1871 que no podemos extendernos ahora, pero en el que se expone
claramente el antagonismo entre la «verdadera nación», la formada por las
comunas libres que integran a las clases explotadas, y la nación burguesa, la
del capital francés colaboracionista con el ocupante alemán para, con su ayuda,
exterminar mediante el terrorismo más sanguinario el proceso revolucionario.
En lo que ahora nos incumbe, las relaciones entre
la clase obrera, el proletariado, y el pueblo trabajador, en su análisis de la
Comuna Marx afirma que «era ésta la primera revolución en que la clase obrera
fue abiertamente reconocida como la única clase capaz de iniciativa social
incluso para la gran masa de la clase media parisina -tenderos, artesanos,
comerciantes-, con la sola excepción de los capitalistas ricos». Detalla las
razones por las que la «clase media», que había traicionado y aplastado la
insurrección obrera en 1848 se había pasado ahora, tras 23 años, al bando del
pueblo insurrecto.
Marx hace una descripción antológica de las causas
económicas, políticas, ético-morales y hasta educativas que explican semejante
cambio, y no se olvida de añadir otra causa: «había sublevado su sentimiento
nacional de franceses al lanzarlos precipitadamente a una guerra que sólo
ofreció una compensación para todos los desastres que había causado: la caída
del Imperio» [274]. De este modo, vemos cómo la capacidad de aglutinación de la «masa
nacional» y de la clase media se ejerce en todos los aspectos de la vida
cotidiana, incluido el sentimiento nacional «aunque en ninguna manera en el
sentido burgués».
Más todavía, la Comuna, en cuanto «auténtico
gobierno nacional» formado por «los elementos sanos de la sociedad francesa»,
fue a la vez un «gobierno internacional» por su contenido obrero, lo que le
granjeó de inmediato la solidaridad de «los obreros del mundo
entero» [275]. La capacidad de aglutinación de otras clases sociales explotadas
en diverso grado alrededor del proletariado, formando así un bloque
revolucionario nacional no burgués, obrero e internacionalista, opuesto a la
nación burguesa claudicacionista, esta capacidad práctica fue transformada en
lección teórica por Marx.
En este mismo año, el debate sobre el contenido de
clase de la nación estallaba al rojo vivo en Alemania, en donde las medidas
burguesas estaban llevando a su dominio monopólico del sentimiento nacional
abstracto, a la vez que atacan ferozmente a la socialdemocracia como apátrida:
«Al constatar cómo las clases dominantes afirmaban que el movimiento obrero era
“enemigo de Alemania”, Wilhelm Liebknecht se vio obligado a declarar en octubre
de 1871: “Nos acusáis de no tener patria, vosotros que nos la habéis
quitado”» [276]. Efectivamente, la burguesía alemana no sólo ya había quitado la
patria a la clase obrera, sino que empezaba a lograr que cada vez más sectores
de la nación trabajadora empezaran a creerse miembros de la nación burguesa.
La influencia creciente del revisionismo dentro de
la socialdemocracia fue la causa fundamental del avance del nacionalismo
imperialista burgués, y no tanto las reformas sociales introducidas por el
emperador Guillermo II a partir de 1888. La fracción revisionista pasó a
defender el imperialismo alemán y la permanente negociación interclasista como
la estrategia adecuada para obtener mejoras sociales [277]. Con ello reforzaba a
la nación burguesa y debilitaba a la trabajadora hasta el extremo de su
claudicación humillante en 1914.
Un ejemplo de la interacción de los dos niveles del
método marxista del estudio de las clases sociales nos los ofrece Engels en su
texto sobre Alemania escrito en 1852. Primero hace una descripción amplia,
analizando la división clasista en los dos grandes bloques sociales enfrentados:
el propietario de las fuerzas productivas y el que no es propietario, al que
define como «las grandes masas de la nación». Engels dice: «Las grandes masas de
la nación, que no pertenecían ni a la nobleza ni a la burguesía, constaban, en
las ciudades, de la clase de los pequeños artesanos y comerciantes, y de los
obreros, y en el campo, de los campesinos»
[278], y después se extiende varias páginas
en el estudio concreto de las principales clases no propietarias, explotadas en
diversos grados, que constituyen «las grandes masas de la nación» alemana a
finales de la primera mitad del siglo XIX.
Muchos años más tarde, en 1870, Engels vuelve a
insistir sobre el mismo problema de fondo pero en el contexto de un capitalismo
alemán más desarrollado. Sin embargo, ahora, en 1870, Engels profundiza más aún
en cuatro cuestiones fundamentales para comprender el método marxista: Una, la
continuidad de las contradicciones clasistas esenciales a pesar de los cambios
en sus formas, es decir, muestra cómo lo genético-estructural se mantiene
incluso entre los largos períodos que van desde 1525 hasta 1870: «Nuestros
grandes burgueses obran en 1870 exactamente igual como obraron en 1525 los
villanos medios. En lo que atañe a los pequeños burgueses, a los artesanos y a
los tenderos, éstos siguen siendo siempre los mismos. Esperan poder trepar a las
filas de la gran burguesía y temen ser precipitados a las del proletariado.
Fluctuando entre la esperanza y el temor, tratarán de salvar sus preciosos
pellejos durante la lucha, y después de la victoria se adherirán al vencedor.
Tal es su naturaleza» [279].
Dos, tras explicar cómo funciona lo esencial y
permanente que determina a grandes rasgos qué son y qué hacen la pequeña
burguesía, los tenderos y los artesanos, Engels pasa a describir qué es
genético-estructuralmente la clase trabajadora, la clase asalariada: «Pero
tampoco el proletariado ha salido aún de ese estado que permite establecer un
paralelo con 1525. La clase que depende exclusivamente del salario toda su vida
se halla aún lejos de constituir la mayoría del pueblo alemán. Por eso, también
tiene que buscar aliados. Y sólo los puede buscar entre los pequeños burgueses,
el lumpemproletariado de las ciudades, los pequeños campesinos y los obreros
agrícolas» [280].
Vemos por tanto que la definición básica de
proletariado en cuanto al modo de producción capitalista en sí mismo, en
cualquier parte del mundo y en cualquier momentos de su evolución no es otra que
«la clase que depende exclusivamente del salario toda su vida»; pero también
vemos que en el mismo párrafo, a la vez, formando parte del mismo concepto,
Engels completa el análisis genético estructural con el histórico genérico al
explicar por qué y con quienes el proletariado concreto, el de la Alemania de
1870, ha de de establecer alianzas interclasistas para avanzar a la revolución.
Tres, inmediatamente después, sin romper el método
dialéctico concreto sino ampliándolo en sus interrelaciones, Engels procede a
describir otras clases y fracciones de clase que existen en ese momento en
Alemania: además de los pequeños burgueses --«Son muy poco de fiar,
excepto cuando ya ha sido lograda la victoria. Entonces arman un alboroto
infernal en las tabernas. A pesar de esto, entre ellos se encuentran excelentes
elementos que se unen espontáneamente a los obreros» [281] --, el
lumpemproletariado, del que hace una descripción exacta y profética que debemos
reproducir aquí por su acierto histórico:
«El lumpemproletariado, esa escoria
integrada por todos los elementos desmoralizados de todas capas sociales y
concentrada principalmente en las grandes ciudades, es el peor de los aliados
posibles. Ese desecho es absolutamente venal y de lo más molesto. Cuando los
obreros franceses escribían en los muros de las casas durante cada una de las
revoluciones: “ Mort aux voleurs !”, ¡ Muerte a los ladrones!, y en
efecto fusilaban a más de uno, no lo hacían en un arrebato de entusiasmo por la
propiedad, sino plenamente conscientes de que ante todo era preciso
desembarazarse de esa banda. Todo líder obrero que utiliza a elementos del
lumpemproletariado para su guardia personal y que se apoya en ellos, demuestra
con este sólo hecho que es un traidor al movimiento» [282].
Después de definir a la pequeña burguesía y al
lumpemproletariado, continúa con la compleja y heterogénea división de los
pequeños campesinos, según sean feudales, arrendatarios o propietarios de «un
pedazo de tierra», pero explicando que se refiere a los pequeños campesinos
porque «los grandes pertenecen a la burguesía» [283], es decir, indicando
que lo que define a una clase social no es la forma de su propiedad, si esta es
la tierra o la industria o el comercio, o la banca, sino la existencia o no de
una cantidad de propiedad privada que le hace ser grande o pequeño propietario.
Y por último, cuatro, Engels se extiende en el
estudio del componente decisivo del campo capitalista: los obreros
agrícolas, en la Alemania de 1870, indicando que la gran masa campesina
actúa de forma objetiva pero inconscientemente como el instrumento represivo
básico en manos del Estado burgués, y Engels insiste en que el proletariado ha
despertar a esta clase e incorporarla al proceso revolucionario ya que: «El día
en que la masa de obreros agrícolas aprenda a tener conciencia de sus propios
intereses, ese día será imposible en Alemania un gobierno reaccionario, ya sea
feudal, burocrático o burgués»
[284].
Hemos visto cómo el método marxista integra en el
mismo concepto de clase social por un lado la permanencia histórica de la lucha
de clases entre el capital y el trabajo; por otro lado, lo que define a cada
clase antagónicamente opuesta a su contraria, pero a la que está unida a muerte
por la esencia básica del modo de producción capitalista, o sea, la propiedad de
las fuerzas productivas; además, cómo se concreta en cada época y país esas
clases y sus luchas, sus alianzas y sus programas; también, cuáles son sus
formas psicológicas, costumbristas, éticas y culturales a largo y a corto plazo;
y por último, cómo dependiendo de la toma de conciencia de las clases explotadas
y de sus luchas puede cambiarse radicalmente la naturaleza reaccionaria del
gobierno de la burguesía. A largo de todo el estudio aletea en su interior un
concepto todavía más abarcador y decisivo, como es el de pueblo trabajador, que
Engels utilizará brillantemente una década y media más tarde [285], como veremos.
Más concretamente, relativizando un poco las
diferencias evolutivas entre la lucha de clases en el Estado francés y en
Alemania, y al margen de las clases no proletarias a las que dedican sus
análisis Marx y Engels, las clases medias francesas y el campesinado alemán, no
se puede negar que por debajo de las preocupaciones concretas actúa el mismo
método teórico y el mismo objetivo estratégico, a saber, la creación de un
bloque social amplio que exprese las necesidades y reivindicaciones de las
clases explotadas, de las «más amplias masas», como muy frecuentemente se
escribe en la prensa marxista de todos los tiempos. Y es aquí en donde irrumpe
con fuerza la problemática de las llamadas «clases medias».
Si queremos encontrar una síntesis muy precisa de
las ideas de Marx y Engels sobre la pequeña burguesa, podemos leerle al Lenin de
1902, muy poco después de haber escrito el celebérrimo y decisivo ¿Qué
hacer? al que volveremos en extenso en su momento. Siempre es necesario
contextualizar la teoría, su marco espacio-temporal, pero ahora lo es más si
cabe porque así se demuestra fehacientemente que la teoría de Lenin sobre la
organización fue ideada en su primera forma expositiva en estrecha conexión con
dos problemas decisivos para todo proceso revolucionario: el de saber qué es la
pequeña burguesía, y el de saber qué papel juega ella, o sus formas concretas en
cada época y sociedad, en la creación de un bloque social dirigido por la clase
obrera, por el proletariado, que dirija a la «población trabajadora y
explotada», a los «pequeños productores» y a la pequeña burguesía.
Sobre la primera cuestión, Lenin dice en un escrito
realizado mientras concluye el ¿Qué hacer? que: «Podemos (y debemos)
señalar de forma positiva el carácter conservador de la pequeña
burguesía. Y únicamente en forma condicional debemos hablar de su
carácter revolucionario. Sólo tal formulación responderá exactamente a todo
el espíritu de la doctrina de Marx»
[286]. Pero el mayoritario carácter
conservador de la pequeña burguesía, y su minoritario carácter revolucionario,
no debe ser obstáculo alguno para que las fuerzas revolucionarias intenten
integrar a esta clase dentro de las masas trabajadoras y explotadas. Ahora bien,
la condición que exigía Lenin menos de un mes después del texto citado no era
otra de que se demarcarse con rigor e insistencia en que era el proletariado, la
clase obrera, la que debe dirigir clara y decididamente al pueblo y a los
pequeños productores [287].
Las dos citas de Lenin corresponden a la primera
mitad de 1902, y las de Engels y Marx son del siglo XIX. Si exceptuamos la
Comuna de París de 1871 y la oleada revolucionaria de 1848-49, y otros
conflictos menores, la pequeña burguesía europea no había vivido aún crisis
socioeconómicas y políticas demoledoras, y a pesar de ellos, los autores
marxistas citados acertaron en lo básico sobre la esencia de esta clase social.
Después vendría la oleada revolucionaria de 1905, el estallido de la IGM en 1914
y la oleada revolucionaria mundial que se iniciaría con la victoria bolchevique
en 1917. La izquierda europea apenas estudió la revolución mexicana de 1910 y el
comportamiento timorato de la pequeña burguesía en aquella gloriosa y magna
revolución. En 1919 Bujarin y Preobrazhenski redactaron el manual de formación
de la militancia bolchevique, en el que la pequeña burguesía urbana es definida
de esta manera:
«A este grupo pertenecen los artesanos
independientes, los pequeños tenderos, la “inteligentsia” menor, que comprende a
los asalariados y pequeños funcionarios. En realidad, no constituyen una clase
sino una multitud mezclada. Todos estos elementos son explotados más o menos por
el capital y a menudo son esclavizados. Muchos de ellos son arruinados en el
transcurso del desarrollo capitalista. No obstante, las condiciones de su
trabajo son tales, que la mayor parte de ellos no se da cuenta de lo desesperada
que es su situación bajo el capitalismo. Consideremos por ejemplo el artesano
independiente (…) se siente “patrono”; trabaja con sus propias herramientas, y
en apariencia es “independiente”, aunque en realidad está completamente enredado
en la tela de araña capitalista. Vive con una esperanza perenne de mejora,
pensando siempre: “pronto podré ampliar mi negocio, entonces compraré para mí”;
se cuida de no mezclarse con los obreros y en sus costumbres evita imitarlos,
tomando las costumbres de la aristocracia, pues conserva la esperanza de
convertirse en un “caballero” (…) Los partidos pequeño-burgueses se unen
generalmente bajo la bandera de los “radicales” o de los “republicanos”, pero
algunas veces también bajo la de los “socialistas”» [288].
Pese a las distancias espacio-temporales y de
desarrollo socioeconómico del capitalismo de 1919, a pesar de todo, si
comparamos lo esencial de esta definición con nuestro presente vemos varias
constantes básicas, sobre todo teniendo en cuanta que en 1919 y en 2014 las
crisis azotaban con fuerte impacto a estas clases; pero además y al margen de
las reacciones en los períodos de crisis, también son permanentes los
comportamientos sociales cotidianos, los desesperados intentos de marcar
públicamente sus diferencias con las clases trabajadoras, a las que desprecian.
Aún así, habría que esperar a la crisis de 1929 para disponer ya de una
experiencia mundial aplastante sobre las limitaciones de esta clase. Ahora bien,
una constante del texto bolchevique es la insistencia en el trato correcto,
pedagógico e integrador que hay que dar a la pequeña burguesía: «Los pequeños
productores no deben ser llevados a garrotazos hacia el
socialismo» [289].
Una de las mejores definiciones marxistas de lo que
es la clase trabajadora la encontramos en este libro, que es mucho más que un
simple manual: «Esta clase está formada por quienes “no tienen nada más que
perder, sino sus cadenas”»
[290]. O sea, en períodos de expansión e
integración burguesa, la realidad obrera inmediata que vemos es la de una clase
reformista y hasta conservadora, sobornada por las concesiones del sistema; pero
esta realidad es fugaz y es realmente formal, aparente, porque sólo dura el
corto período de bonanza en el que el capital puede engañar al proletariado.
Conforme esta fase inicia su declive y la burguesía
endurece la explotación, la clase obrera va sufriendo su verdadera realidad
objetiva: sólo tiene su fuerza de trabajo para malvivir. Durante la crisis la
alienación reformista puede ir cediendo ante la conciencia cada vez más crítica,
más política. Si se dan ciertas condiciones, la conciencia-en-si puede
transformarse en conciencia-para-sí, revolucionaria: el concepto de clase
trabajadora llega a ser pleno en su riqueza una vez que la conciencia subjetiva
de clase explotada se vuelve fuerza objetiva, material, mediante la lucha
revolucionaria contra el capitalismo. Este y no otro es el momento en que la
definición de clase obrera adquiere su pleno contenido histórico.
Volviendo a la pequeña burguesía, R. Feito Alonso
ha resumido en tres los principales componentes de la visión del mundo
pequeño-burguesa:
«1. Una intensa fe en las ventajas de la
independencia. Esto significa la valoración del trabajo por sí mismo, de tener
éxito gracias a los propios esfuerzos, lo que refleja una valoración moral más
que económica.
«2. Rechazo de los elementos racional-legales de la
sociedad. Se trata de la desconfianza hacia las grandes organizaciones
burocráticas, desde el Estado hasta los sindicatos.
«3. Rechazo del cambio. Lo que importa es la
estabilidad y la continuidad en las maneras tradicionales de hacer las
cosas» [291].
Este autor introduce a la péqueña burguesía dentro
de las «clases medias» por lo que, al margen ahora de otras consideraciones
críticas al respecto, podríamos decir que la concepción del mundo
pequeño-burguesa también sería total o parcialmente la concepción del mundo de
las «clases medias». Más adelante volveremos a esta discusión tan estudiada por
el marxismo, en especial desde el ascenso del nazifascismo al poder.
Y otra definición muy acertada de pequeña burguesía
la encontramos en D. Torres: «La pequeña burguesía es una capa de la población
cuya fortuna, vida y muerte, depende en muchos casos de sus esfuerzos
individuales, de un pequeño aspecto del mundo que no les lleva a considerar la
realidad social como una totalidad. En el plano organizativo se trata no de
conformar potentes organizaciones que puedan derrocar a su enemigo, sino de un
movimiento con lazos informales y débiles entre sus miembros, las organizaciones
grandes son “monstruos” que “ahogan la personalidad”. En el plano discursivo no
se rigen por orientaciones basadas en las leyes del movimiento de la formación
económico-social capitalista, sino en modas como el altermundismo, la
globalifobia, el poscapitalismo, “los indignados”, etc.» [292].
7.- Las llamadas clases medias
La Sociología, como la forma menos tosca de la
«ciencia social» burguesa
[293], no llega a una definición unitaria
sobre la clase media. U no de los mejores diccionarios de esta disciplina, el de
L. Gallino, tiene que reconocer que sigue habiendo «muchas
ambigüedades» [294] en el momento de definir las clases medias. En realidad, esta
confusión irresoluble se arrastra desde los primeros estudios oficiales
británicos sobre dónde introducir a las franjas obreras con altos salarios si
entre el proletariado o entre la «clase media baja», como indica E.
Hobsbawm [295]. A. Recio también sostiene de entrada que: « El concepto de clase
media es bastante confuso y cada cual lo interpreta como quiere» [296] , pero luego
ofrece una definición que reproduciremos en su momento. R. Feito realiza un
recorrido bastante completo de la variedad de opiniones sobre «la nueva clase
media» desde que Bakunin utilizase este término hasta mediados los ’90 del siglo
XX [297]. D. Bensaïd habla sin tapujos de «el rompecabezas de las clases
medias» [298]. Como ejemplo «de la arbitrariedad de las categorías sociológicas
que emplean las instituciones internacionales» [299], tenemos la denuncia
crítica de la definición de «clases medias» que utiliza la OIT, en la que la
entrada o salida de esa «clase media» depende de si se cobran más o menos
dólares según la coyuntura económica.
Según A. Ortega: « No hay pleno acuerdo entre los
especialistas sobre la definición de clase media, cuyos límites son, por
definición, ambiguos y relativos. Algunos sociólogos la circunscriben a
satisfacer las necesidades básicas más algunos extras: desempeñar una ocupación
cualificada en el sector industrial o de cualificación media en el sector
servicios y/o tener alguna propiedad. Otros, para comparaciones internacionales,
utilizan la medida de un gasto diario entre 10 y 100 dólares al día (62 euros,
en paridad de poder de compra)»
[300]. Un ejemplo de la superficialidad de
los «análisis sociológicos» sobre las clases sociales lo tenemos en esa
«investigación» según la cual el 0,7% de la población del Estado español
reconoce que ha descendido de la «clase alta» a la «clase media»; el 7% dice
haber descendido de la «clase media-alta» a la «clase media»; el 51% de la
«clase media» a la «clase media-baja», mientras que el 42% afirma mantener la
misma posición de clase
[301]. El mismo criterio definitorio
cuantitativo basado en el salario y no en la propiedad de los medios de
producción, lo encontramos en M. Queiroz al analizar el «riesgo de extinción» de
la «clase media portuguesa»:
« Miles de familias, desesperadas por no tener
medios para pagar su alimentación y sus cuentas fijas, han debido recurrir a
instituciones de caridad. Muchas veces lo hacen a escondidas ante el fenómeno
cada vez más frecuente de la "pobreza avergonzada" (…) una quinta parte de los
portugueses vivía en 2012 con menos de 478 dólares por mes, en un país donde el
salario mínimo legal es de 14 sueldos por año, de 644 dólares mensuales (…) En
muchas escuelas del país, los maestros relatan casos dramáticos, de mareos y
desmayos de niñas y niños de clase media, porque no tenían nada para desayunar
en sus hogares y escondían el hecho para evitar ser confundidos con los más
pobres (…) Inmersa en una montaña de deudas que no logra pagar, la clase media
está cada vez más cerca de la más baja, que ya constituye 24,4 por ciento de los
10,6 millones de portugueses, más de dos puntos por encima de 2009. El Instituto
Nacional de Estadísticas sitúa en la clase media a aquellos cuyos ingresos
oscilan entre 768 y 2.660 dólares, en un país donde la mitad de la población no
gana más de 932 dólares. Oficialmente, a esa clase pertenece en torno a 60 por
ciento de los portugueses»
[302].
La denominada «teoría de la estratificación social»
--clase alta, media y baja, con sus estratos intermedios-- que constituye el
núcleo duro de Sociología
[303], sólo puede dar cuenta de los cambios
externos provocados por las previas subidas o bajadas de los salarios, pero en
modo alguno puede, primero, establecer la dependencia de los salarios con
respecto a las contradicciones socioeconómicas y a incidencia determinante de la
lucha de clases, y segundo y dependiendo de ello, relacionar los comportamientos
sociopolíticos de las «clases medias», o sea, los cambios en su conciencia
política, elemento este vital en la teoría marxista de las clases sociales. Por
ejemplo, Engels realizó durante nada menos que veintiún meses un estudio muy
riguroso y extenso sobre la clase obrera inglesa, publicado en marzo de 1845. En
la Introducción el autor hace una directa referencia al egoísmo de «la clase
media inglesa» [304], que pretende hacer pasar sus intereses particulares como los
verdaderos intereses nacionales, aunque no lo consiga. Como veremos al final de
este capítulo, la manipulación por el Estado burgués del «egoísmo» de las
«clases medias», de sus ansiedades, angustias y temores [305], es uno de los
instrumentos más efectivos para el mantenimiento del poder capitalista.
Aquí debemos recordar al lector lo arriba dicho
sobre la teoría marxista del conocimiento, sobre la dialéctica de los conceptos
móviles que se solapan e interpenetran según las diferentes relaciones de los
procesos que se estudian. Partiendo de ella, Marx fue el primero en estudiar a
las «clases medias» con el rigor que lo permitían las condiciones de la época.
Criticó a D. Ricardo en este sentido diciendo que: «Lo que él se olvida de
destacar es el incremento constante de las clases intermedias, situadas entre
los obreros, de una parte, y, de otra, los capitalistas y terratenientes, que
viven en gran parte de las rentas, que gravitan como una carga sobre la clase
obrera situada por debajo de ellas y refuerzan la seguridad y el poder sociales
del puñado de los de arriba»
[306].
Pero Marx no se limita a constatar una realidad
nueva, sino que en su crítica a T. Hodgskin estudia su génesis desde el interior
del capitalismo bajo las presiones del aumento de la producción en masa con su
correspondiente aumento de la división del trabajo que: «tiene, pues, como base
la división y especialización de los oficios y profesiones dentro de la
sociedad. La extensión del mercado implica dos cosas: una es la masa y el número
de los consumidores, otra el número de los oficios y profesiones independientes.
Puede darse, además, el caso de que el número de estos oficios y profesiones
aumente sin que aumente aquél»
[307], es decir el número de consumidores.
Marx sigue explicando luego las fuerzas internas
que determinan el aumento de las clases medias, debido a la creciente rapidez de
la circulación de las mercancías desde su producción hasta su venta de modo que:
«la coordinación de distintas ramas industriales, la creación de centros
destinados a determinadas industrias especiales, los progresos de los medios de
comunicación, etc., ahorran tiempo en el paso de las mercancías de una fase a
otra y reducen considerablemente el tiempo muerto» [308]. Pero además de estas
razones, Marx añade otra fundamental consistente en la sabiduría de la clase
dominante para reforzar su poder integrando a sectores de las clases explotadas
para volverlas contra su propia clase: «una clase dominante es tanto más fuerte
y más peligrosa en su dominación cuanto más capaz es de asimilar a los hombres
más importantes de las clases dominadas»
[309].
La presión de la ideología burguesa y del
reformismo logra muchas veces anular la vital importancia de estas dos citas,
imprescindibles para entender la teoría marxista de las clases. En realidad, una
clase viva que asimila a los sectores mejor formados de las clases que explota
tiene asegurada su perpetuidad, especialmente cuando desarrolla mecanismos de
división y segregación dentro de las clases trabajadoras: un ejemplo lo tenemos
en las medidas sociales de Bismarck tras la Comuna de París de 1871, destinadas,
entre otras cosas, a romper la unidad entre los «trabajadores manuales
industriales», los «trabajadores de cuello blanco» y los «trabajadores agrícolas
y domésticos» imponiendo diferentes sistemas de seguridad social en beneficio de
los segundos [310], de lo que ya eran las «capas intermedias».
Y también cuando estas capas intermedias son
vitales para las técnicas de control social insertos en el mismo proceso
productivo destinados a vencer las resistencias de los trabajadores y aumentar
la productividad de su trabajo. Ahora bien, el crecimiento innegable de estas
fracciones no anula la objetividad de una de las características genéticas del
capitalismo: «la mayoría de la población se convierte en una masa de asalariados
que comprende a los que antes consumían en especie una determinada cantidad de
productos» [311]. Como en todo lo esencial del capitalismo, Marx descubrió el por
qué del crecimiento de las clases medias y, a la vez y contradictoriamente, el
crecimiento de la asalarización social, dinámicas enfrentadas que se explican
por el desarrollo periódico de nuevas fracciones de las clases medias que
suplantan a las viejas proletarizadas y que, a la inversa de estas, son cada vez
más asalariadas.
Poco después de estos descubrimientos, Marx
redactó a finales de 1880 La encuesta obrera [312] con 101 preguntas sobre
la composición de clases en el capitalismo de la época y que posee una
sorprendente actualidad para conocer el capitalismo neoliberal, desregulado y
precarizado actual. La tendencia creciente a la asalarización ha sido confirmada
por todos los estudios algo serios, como también la tendencia a la asalarización
de las nuevas franjas de las clases medias, ya que: «numerosas profesiones
liberales se convierten cada vez más en profesiones asalariadas; médicos,
abogados, artistas, firman verdaderos contratos de trabajo con las instituciones
que les emplean» [313]. La asalarización privada de muchas profesiones liberales
se incrementa con la desregulación del funcionariado estatal y público,
especialmente en sanidad, un mito cuidadosamente protegido por la burguesía, que
descienden del funcionariado a simples trabajadores especializados de las
empresas de la salud [314].
M. Nicolaus explica que es a partir de las
consecuencias de la ley la tendencia decreciente de la tasa de plusvalía, que es
parte de la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancia, cuando Marx
elabora la demostración de la necesidad de la existencia de la «clase media» ya
que:
«Por una parte, el aumento de la productividad
requiere un aumento en maquinaria, de modo que la tasa de ganancia aumentará, y
deben aumentar tanto la tasa como el volumen de plusvalía. ¿Qué ocurre con este
excedente que crece? Permite a la clase capitalista crear una clase de personas
que no son trabajadores productivos, pero que rinden servicios a los
capitalistas individuales o, lo que es más importante, a toda la clase
capitalista; y, al mismo tiempo, el aumento de la productividad requiere una
clase de ese género de trabajadores no productivos que desempeñen las funciones
de distribuir, comercializar, investigar, financiar, administrar, seguir la
pista y glorificar el producto excedente en aumento. Esta clase de trabajadores
no productivos, de trabajadores de servicios o de sirvientes en una palabra, es
la clase media» [315].
B. Coriat presenta tres razones que explican, desde
los esquemas de Marx, la aparición de «capas parciales de trabajadores bajo el
dominio de las relaciones capitalistas de producción»: la división entre trabajo
manual y trabajo intelectual; las necesidades de vigilar el proceso de
producción, y de aumentar las tareas de gestión y comercialización; y, último,
la necesidad de desarrollar la investigación científico-técnica [316]. Para no
extendernos, y para volver a la línea argumental, diremos sólo que a mediados de
los años 80 del siglo XX el grueso de la nueva clase media, compuesta por
trabajadores cualificados intelectualmente se había masificado, asalarizado,
degradado en su trabajo, concentrado en su trabajo, reducidas sus posibilidades
de «ascenso» corporativo, insertado en el mercado de trabajo como cualquier otro
asalariado y rota su anterior homogeneidad social [317]. No hace falta decir
que estas tendencias se han agudizado de entonces a ahora.
Es aquí donde volvemos a la definición de «clases
medias» que ofrece A. Recio, en el texto arriba citado:
«Las capas medias no asalariadas han tendido a
desaparecer a medida que la concentración de capital, la industrialización de la
agricultura y la transformación del comercio han reducido el peso de los no
asalariados en la estructura social. La inmensa mayoría de la población es hoy
asalariada, pero dentro de ésta se ha desarrollado una enorme segmentación y
diferenciación social, asociada a los cambios en la organización empresarial, al
sector público y al desarrollo tecnológico. Un desarrollo que ha generado un
amplio segmento de empleos en los que se requiere un nivel elevado de educación
formal y que suelen estar asociados a niveles salariales relativamente altos,
cierto prestigio social, una idea de carrera profesional y mayor estabilidad en
el empleo, en relación a los empleos comunes, “manuales” (todos los empleos
suelen requerir implicación mental y física), de la industria y los servicios.
El primer grupo es el que forma lo que podríamos llamar el bloque de las
capas medias asalariadas, diferenciado en muchos aspectos de la clase obrera
tradicional. Aunque en muchos casos se confunde clase media no sólo con este
segmento de asalariados sino con el conjunto de los que han podido alcanzar
ciertas cotas de consumismo gracias a un cierto nivel de ingresos y de
estabilidad. En los años buenos, esto también estaba al alcance de una parte de
la clase obrera tradicional, especialmente la de las grandes industrias o la
élite de la construcción»
[318].
Hemos comenzado este capítulo viendo lo que
pensaban Marx y Engels sobre las contradicciones y los límites de la pequeña
burguesía, sus miedos y sus dudas. El tiempo transcurrido desde entonces ha
confirmado esta crítica marxista, y ha mostrado, además, que también las «clases
medias» se caracterizan por las mismas indecisiones, por eso que un autor ha
definido como la «estructura mental egoísta» de estas «clases medias» en países
como Venezuela: «En este momento en la Venezuela revolucionaria la clase media
es beneficiada de mil formas, repito, pero vemos perplejos como, amplios
sectores de los mismos se adhieren sin vergüenza a sus verdugos y denigran del
comandante Chávez y de la revolución que los salvó de estafas financieras e
inmobiliarias y los incluye en todos los sectores socioproductivos que el
Gobierno inventa y reinventa para todo el Pueblo» [319].
I. Brunet y M. L. Schilman han estudiado con rigor
el comportamiento de la «clase media» argentina, los «ahorristas»,
inmediatamente después de la crisis del corralito en 2001, insistiendo en lo que
denominan como «la volatilidad del derecho de propiedad de las clases medias»,
derecho sagrado para este sector social que quiere creerse burgués, y que al ver
y sentir cómo la crisis destroza ese «derecho» cae en el miedo y en la ira, en
la protesta espontánea carente de perspectiva histórico-política [320]. Aunque las
especiales condiciones argentinas nos exigen ubicar y contextualizar esta
investigación tan rigurosa, no es menos cierto que confirma la crítica general
de las llamadas «clases medias» como franjas sociales oscilantes, dudosas,
«egoístas» como decía el «joven» Engels.
Cuanto más duras sean las crisis socioeconómicas,
más se empobrecen y desorientan las «clases medias». Las medidas antisociales
impuestas por las burguesías no perdonan a ninguna fracción de estas llamadas
«clases». Un caso paradigmático por lo que significa de destrucción del mito del
ascenso integrador vertical entre las clases, mito básico de buena parte de la
sociología, es el de la privatización de la enseñanza pública. No podemos
extendernos en detalle en este muy importante aspecto de las capacidades del
capitalismo, y de su voluntad, para integrar y acercar, disminuyendo las
distancias entre las clases, o para aumentarlas aún más, para separarlas más,
pero sí debemos decir que la privatización de la enseñanza no sólo responde a la
necesidad ciega del capital por encontrar nuevas áreas en las que invertir sus
excedentes dinerarios improductivos, sino lo que es más peligroso y
significativo, que la irracionalidad egoísta y ciega del capital le lleva a que
sea el capital-riesgo [321] el que cada vez busque con más desesperación nuevos espacios
sociales que destrozar, en este caso el educativo.
Naturalmente, en estas condiciones se producen dos
fenómenos que actúan a la vez contra la reproducción de las «clases medias»: por
un lado, la privatización de la enseñanza y la irrupción del capital-riesgo en
ella, además de otras causas, hace que disminuya el número de educadores. Según
la UNESCO ahora mismo hacen falta dos mil millones de maestros
más [322], para cubrir la actual demanda educativa en el mundo; y por otro
lado, se está generalizando lo que V. Cantor define como «proletarización
docente» [323], es decir, desaparece una de las fuerzas decisivas para el éxito
del mito de las «clases medias», la de los maestros como funcionarios o como
«trabajadores liberales», no explotados en su inmensa mayoría, que realizan la
decisiva tarea de acelerar el ascenso vertical de la juventud trabajadora y su
integración de parte de ella en las «clases medias» y tal vez en la pequeña
burguesía.
La alarmante disminución de profesores en el mundo
y su proletarización docente destroza el mito de la enseñanza como medio de
integración social y ascenso interclasista. Esta proletarización ayuda a
entender que l os «nuevos pobres» provengan en su gran mayoría de las «clases
medias», como se confirma en Grecia
[324], y en toda Europa según lo demuestra
el estremecedor informe de Cáritas-Europa
[325]. En el Estado español, en donde casi
el 36% de las familias no tienen capacidad de afrontar gastos imprevistos, el
empobrecimiento de la llamada «clase media-media» empieza ya a afectar a la
«clase media alta» [326] Desde esta perspectiva realista se comprende a la perfección
lo que ha escrito Beatriz Gimeno:
«Durante años nos hicieron creer que todos éramos
clase media. Es cierto que vivíamos mucho mejor que nuestros padres y no digamos
que nuestros abuelos, es cierto que vivíamos instalados en cierta prosperidad
(aunque jamás alcanzo a todos), pero el aumento del consumo funcionó como un
cebo que hizo creer a prácticamente todo el mundo que tenían control sobre sus
vidas, característica de la clase media. Casi parecía no existir la clase
trabajadora. Convencer a la gente que pertenece a la deseada clase media tiene
el objetivo de enmascarar sus verdaderos intereses para que así puedan apoyar
políticas que, en realidad, les perjudican; al perder la conciencia del lugar
social al que se pertenece se reduce o se hace desaparecer el antagonismo de
clase y así, los trabajadores más acomodados, en lugar de sentirse explotados
por los poderosos se sienten amenazados por los que aun son más pobres que
ellos. Se trata de enmascarar en lo posible las diferencias sociales, la
desigualdad, sus causas y consecuencias. Si uno no sabe dónde está mal puede
entender nada (…) Ya sabemos que no somos clase media. Nunca lo fuimos.
Pertenecen a la clase media aquellas personas que pueden mantenerse con sus
propias rentas, aunque sean pequeñas; aquellas que no dependen absolutamente de
un único salario para poder vivir, aquellas que en caso de quedarse sin trabajo
pueden razonablemente esperar encontrar otro sin que su nivel de vida se vea
alterado. Es decir, sí, pertenecen a la clase medias aquellas personas que
tienen control sobre sus vidas. Todas aquellas otras personas, la inmensa
mayoría, cuya única fuente de ingresos es el salario, sea este bajo, muy bajo o
normal, están vendidas»
[327].
S obre las clases medias es oportuno recurrir a un
texto escrito finales de la década de 1960, en modo alguno superado por la
evolución posterior, sino al contrario. V. Fay estudió a las clases medias en el
Estado francés haciendo insistencia en una constante que ha ido en aumento desde
la época de Marx y Engels a la que ambos prestaron atención, y que también fue
estudiada por Lenin en su momento: la de las llamadas ganancias o «beneficios
diferenciales realizados en el mercado mundial» [328] por el imperialismo que
permiten a éste sobornar con mejores salarios a una parte de la clase
trabajadora lo que, unido a otros factores, impulsa la creación de una
aristocracia obrera que es parte de las nuevas clases medias asalariadas. Fay
también afirma que las clases medias se constituyen, además, para solucionar las
necesidades de administración, control, dirección a medio nivel, del proceso
productivo por trabajadores cualificados:
«Existen demasiados vínculos entre las clases
medias asalariadas y la patronal. Se les confieren demasiadas funciones
directivas. Gozan de excesivas ventajas. Sin hablar de la similitud del modo y
del nivel de vida. Pero basta que intervenga una mutación brusca para que una
parte de los cuadros superfluos o de edad más avanzada se vean brutalmente
arrojados a la calle, como simples peones de albañil. Entonces, y sólo entonces,
los cuadros se dan cuenta de todos los inconvenientes de su condición de
asalariados, de los riesgos y del azar que eso implica.
«Se puede decir que en período de coyuntura
favorable, las clases medias asalariadas se comportan como si fueran diferentes
del proletariado propiamente dicho; y que en coyunturas desfavorables toman
conciencia de su suerte de asalariados, sintiéndose solidarios con los intereses
y con las luchas del proletariado.
«De todas maneras, es difícil precisar los límites
exactos de una clase, porque en la realidad las formas de transición atenúan
diferencias sociales. También en el caso de estas nuevas clases medias
asalariadas que, tanto por sus funciones, como por la delegación de poderes que
les concede la burguesía, como por el carácter mixto de sus ingresos y por su
nivel de vida pueden emparentarse con ciertas categorías de las viejas clases
medias y especialmente con las profesionales liberales.
«Ciertamente, no poseen medios de producción y,
debido a ello, se acercan al proletariado. Pero ejerciendo funciones dirigentes,
sustituyendo parcialmente a los capitalistas, chocan con la masa de los
trabajadores que defienden intereses opuestos a los de los
capitalistas» [329].
Como hemos dicho, esto está escrito hace casi medio
siglo, pero cambiando algunos aspectos secundarios impresiona su actualidad. En
efecto, desde la década de 1990 la liberalización financiera ha supuesto entre
otros cambios el de la pérdida de peso del trabajador industrial clásico, el
«grasiento de mono azul» y la aparición de cuadros técnicos especializados para
acelerar la llamada «economía inmaterial», una verdadera «nueva clase media
asalariada» que llegó a disfrutar de grandes prebendas. Pues bien, la crisis
desatada oficialmente en 2007 está destrozado la «nueva clase media» que trabaja
en el sector financiero de la famosa «Milla Cuadrada» de la City londinense que
ha perdido ya un tercio de sus componentes
[330], retrocediendo a los niveles de 1993.
Según recientes investigaciones, todo indica que la
tradicional «clase media» formada por ejecutivos del sector industrial está
empezando a desplazar en sueldos e importancia socioeconómica, política e
ideológica a la «clase media» formada por ejecutivos del sector
financiero [331], que retrocede social y salarialmente, como hemos visto arriba.
Ciertas tesis sostienen que estos cambios son debidos a que el capitalismo
vuelve a dar importancia al sector industrial, el que produce valor, mientras
que tiende a reducir el peso del sector financiero, lo que explicaría en aumento
de la «clase media» formada por altos técnicos y ejecutivos industriales, pero
no es este el sitio y el momento para analizar si el capitalismo se encuentra
ante un «cambio de paradigma» como sostiene el informe de ICSA la evolución de
las retribuciones entre 2007 y 2012.
Muy recientemente se ha publicado una esclarecedora
y necesaria investigación realizada por Saïd Bouamama sobre las revueltas de
2005 de parte de la juventud trabajadora francesa, estudio que nos viene muy
bien para conectar nuestras reflexiones sobre las llamadas «clases medias» con
todo lo relacionado con los conceptos de «revuelta popular», «clases populares»,
«movimiento popular», «barrios populares», «mundo popular», etc. El autor
muestra cómo estas luchas han sido utilizadas por el poder para producir una
«mentalidad de blancos de clase media» [332]
racista y colonialista, reaccionaria,
cuando en realidad es un amplio movimiento popular en el que han intervenido
estratos explotados diferentes pero unidos por una misma crítica radical al
orden burgués, crítica que se muestra en la destrucción de cuatro grandes
símbolos materiales de la explotación que sufren desde la primera infancia: los
medios de transporte públicos o privados; la escuelas, las empresas y las
infraestructuras públicas
[333].
Y por último, también es gran importancia para
nuestro tema, la constatación del fracaso, de la incapacidad intelectual,
teórica, organizativa y mental de las «izquierdas», de las ciencias sociales,
del mundo de la cultura supuestamente crítica [334], para comprender qué
estaba sucediendo con la irrupción de lo popular en la vida sociopolítica
francesa y por extensión a toda Europa. Es cierto que Saïd Bouamama no emplea en
concepto de «pueblo trabajador» en su excelente texto, pero en todo su escrito
late internamente el poder científico-crítico que le caracteriza.
La brecha salarial en aumento refleja «la
disolución de la clase media» [335]
en el Estado español, basado en un estudio
de nada menos que 80.000 encuestas sobre las variaciones salariales en 2013. V.
Casas sostiene con razón que las «clases medias» son una falacia [336], viene a decir,
para entendernos, que en realidad lo que ocurre es la interacción de dos
dinámicas: una, la propia evolución del capitalismo en cuanto a sus necesidades
estrictamente económicas, endógenas, y otra la dinámica sociopolítica de ataque
deliberado de la burguesía para destruir la fuerza del movimiento obrero. Pone
el ejemplo del ataque políticamente dirigido por el gobierno de M. Tatcher.
En estas condiciones extremas de empobrecimiento de
fracciones trabajadoras que gozaban de relativamente altos salarios comparados
con la media, hacen falta conceptos amplios, abarcadores e incluyentes que
expresasen la dialéctica entre lo esencial de la explotación capitalista como
las múltiples formas salariales diferentes en las que esa explotación se
expresaba en las luchas diversas pero todas ellas todas ellas insertas en el
único proceso de explotación de la fuerza de trabajo social. Ahora, salvando
todas las distancias espacio-temporales pero no de sistema económico explotador,
el capitalismo de entonces y de ahora, disponemos de esta tesis que sostiene que
los cada vez más millones de personas empobrecidas, expulsadas del mercado de
trabajo y sometidas a brutales condiciones de vida y de explotación, se insertan
objetivamente en el pueblo trabajador en su conjunto:
«Esos hombres y mujeres no forman parte de la clase
obrera en el sentido clásico del término, pero tampoco se sitúan completamente
fuera del proceso productivo. Tienden más bien a entrar y salir ocasionalmente
de él, a la deriva de las circunstancias, realizando por lo general servicios
informales mal pagados, poco cualificados y muy escasamente protegidos, sin
contratos, derechos, regulaciones ni poder negociador. Están ocupados en
actividades como la venta ambulante, los pequeños timos y estafas, los talleres
textiles, la venta de comidas y bebidas, la prostitución, el trabajo infantil,
la conducción de rickshaws o bicitaxis, el servicio doméstico y la
actividad emprendedora autónoma de poca monta. El propio Marx distingue entre
diferentes capas de empleados, y lo que dice acerca del parado “flotante” o
trabajador ocasional de su propia época -que para él contaba como un miembro más
de la clase obrera- se parece mucho a la situación que viven hoy muchos de los
habitantes de los barrios marginales»
[337].
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