1.- Si vuelve la Gran Alemania.
Cuando los diarios hablan de la especulación actual
como un ataque de los “mercados” contra Europa, no dicen la verdad. Ante todo
¿quiénes son estos “mercados”? “¿Tienen forma jurídica, un portavoz, un
responsable, un representante legal, hay alguien, con nombre y apellidos, que se
responsabilice y ante el que se pueda reclamar? ¿Ha votado alguien por ellos?
¿Dimiten si se equivocan? ¿Cuándo y dónde se ha decidido que su opinión (el
famoso “criterio de los mercados”) sea más importante que toda la clase política
mundial?” (M. Serra, “La Repubblica, 19.6.2012). ¿Estamos seguros, así, que
ellos se mueven contra Europa o su homólogo monetario, el euro, y no sobre todo
contra algo más específico y nacional como Alemania? Para entenderlo, es
necesario partir de muy atrás.
Hace ya tiempo se constituyó a nivel planetario un
verdadero y propio partido de las finanzas que integra a todos aquellos
que se benefician los movimientos del capital especulativo. Se estima que
comprende a 90 millones de personas, un verdadero “bloque social” que opera en
los mercados bursátiles “como un partido informal pero muy sólido , en
condiciones de determinar el curso de la economía y de condicionar de forma
determinante la política” (A. Giannuli, Salir de la crisis es posible, Milán
2012, p. 43). Es éste “partido de las finanzas” el que agita los “mercados”,
declinados en plural porque no se comportan de forma unívoca sino en función de
las tensiones existentes entre las dos divisas monetarias en las que se hacen
los intercambios internacionales: el dólar y el euro. Así, dos son los polos
geográficos de referencia: por una lado los Estados Unidos de Norteamérica y de
otro Alemania, que es el verdadero guardián de la solidez de la moneda única
europea en competencia con el dólar.
Esta es una confrontación reciente. Los acuerdos de
Bretton Woods de 1944 asignaron a EE.UU el monopolio de la emisión de la moneda
mundial y ni tan siquiera cuando, en 1971, el dólar dejó de ser convertible al
oro, se erosionó su supremacía monetaria. Sólo con la reunificación de las dos
Alemanias en 1990 las cosas cambiaron. La división de Alemania en dos unidades
separadas y contrapuestas fue la consecuencia/sanción por los dos desastrosos
“asaltos al poder mundial” que intentaron manu militari en 1914-1918 y en
1939-1945. Para evitar, por tanto, un tercer asalto, los aliados vencedores la
desmilitarizaron y la dividieron en dos como un lenguado. Pero con la
reunificación posterior a la implosión de la URSS, surgió el problema
geopolítico: ¿qué posición se le asigna, conforme a su fuerza no ya militar sino
económica, a la renacida Gran Alemania?
2.- Dos visiones geopolíticas
Según la doctrina geopolítica anglosajona,
elaborada por Halford Mackinder y Nicholas Spykman, habría en el mundo un lugar
privilegiado, denominado el “corazón de la Tierra” (Heartland), cuyo control
político aseguraría el gobierno del planeta. Éste centro estratégico de la
Historia se encuentra en las grandes estepas euroasiáticas, de tal forma que
solo Rusia puede apropiárselo. Con una limitación, sin embargo: que para ejercer
realmente la supremacía geopolítica tiene que desbordarse en alguna de las
“tierras de alrededor” (Rimlands) que la circundan y con vistas a los mares
cálidos de los océanos Atlántico, Índico y Pacífico. Por ello el objetivo
permanente de Rusia (zarista, soviética o de otro tipo) de moverse hacia Europa,
Oriente Medio, Afganistán o Corea, pero contrarrestada por Gran Bretaña,
primero, y los Estados Unidos de Norteamérica, después, con una hábil y eficaz
(hasta ahora) acción de “contención-rechazo”.
Pero Alemania aportó a la geopolítica una propia y
original contribución por obra de Karl Haushofer (1869-1946). Según esta
distinta “visión” del mundo no se trata ya del “Corazón de la tierra” y “Tierras
de alrededor” concéntricas a aquel punto, sino de Pan- Regiones que se
extienden en el sentido de los meridianos, de polo a polo, con un estado-guía
dominante cada una. Son cuatro, Pan-América encabezada por los EE.UU, Pan-Asia
guiada por Japón (pero hoy se debería decir mejor por China), Pan-Eurasia
dominada por Rusia y Pan-Europa dirigida por Alemania. Y como cada Pan-Región
debería gozar de su propio “espacio vital geopolítico” en recíproco respeto con
de las otras, a Alemania, en buena relación de cercanía con Rusia (la obra
maestra de Haushofer fue el pacto Ribbentrop-Molotov de 1939), Japón y también
los EE.UU, debería esperar gobernar las penínsulas mediterráneas que en aquella
época facilitaba la semejanza del régimen fascista presente en Portugal
(Salazar), Italia (Mussolini), Grecia (Metaxas) y España (Franco): cuatro países
que en conjunto formaban la sigla PIGS=”cerdos”.
Solamente las democracias de Francia y Gran Bretaña
quedaban fuera de este Nuevo Orden Europeo con miras expansionistas sobre
Medio Oriente y el continente africano, que serían forzadas a obedecer mediante
la fuerza. Es sabido que Francia fue sometida, cosa que no ocurrió con la más
hostil Gran Bretaña, a pesar del vuelo conciliador intentado en 1941 por Rudolph
Hess (el segundo en la jerarquía nazi y también el mejor alumno de Haushofer)
para encontrar un acuerdo con el gobierno británico sobre el reparto. Pero en
ese mismo año, Hitler, desmintiendo las buenas normas de la geopolítica alemana,
declaraba la guerra a la Unión Soviética y a los Estados Unidos (fue en ese
momento en el que la guerra “europea” se convierte en “mundial”), dedicándose a
aquella clamorosa derrota de la que nacerían las dos Alemanias separadas por una
“cortina de hierro”, después materializada físicamente en el Muro de Berlín, que
debía sancionar el final de una Pan-Europa autónoma de las otras Pan-Regiones.
3.- “Framania” y sus “cerdos”
Con la reunificación en 1990, el juego geopolítico
alemán se reabrió y encontró una explícita manifestación de voluntad en el
documento elaborado en 1994 por la CDU/CSU de Wolfgang Schäuble (cfr. Bonn
avanza con pocos patrocinadores, “Il Sole-24 Ore”, 12.9.1994). Se había
teorizado que sin una consolidación interna la Unión Europea corría el riesgo
“de quebrar para volver a ser un débil reagrupamiento de Estados incapaces de
satisfacer la necesidad de estabilidad de Alemania...en línea de principios
idénticos a los de Europa considerada en su conjunto...en cuanto a los EE.UU no
pueden ya desempeñar su papel tradicional ahora que el conflicto Este-Oeste es
un recuerdo del pasado”. Pero esta vez como “núcleo duro” de la renaciente
Pan-Europa debía situarse una alianza orgánica con Francia, que desde De Gaulle
se había mostrado impaciente de la estrecha tutela norteamericana de los asuntos
europeos. En torno a esta Framania habrían gravitado
obviamente naciones “satélites” como Holanda, mientras que países “cerdos” del
Mediterráneo, como por ejemplo España y Italia, e incluso la Gran Bretaña,
deberían ser “convencidos” para que se adhirieran al Nuevo-Nuevo Orden
Europeo cuando hubieran “resuelto algunos de sus habituales problemas”.
¿Pero cuáles eran esos problemas?
En su nueva ofensiva geopolítica la Gran Alemania
no ponía el acento en la supremacía militar (dejando a Francia la tarea de
asegurar a la Europa unida la disuasión nuclear) sino solamente su hegemonía
financiera, a la que se sustraían los países mediterráneos y Gran Bretaña, como
se vería en los años siguientes, por otras razones. Mientras tanto, Gran
Bretaña, que luchaba con una moneda propia como la libra esterlina, no
renunciaba a ella cuando nació el euro, la moneda única europea que tomaba al
marco alemán como ejemplo. A su vez, los países “cerdos” se adhirieron al estar
obligados por enormes deudas soberanas que los conocidos “parámetros de
Maastricht” no tuvieron en cuenta.
Pero hay que señalar que este endeudamiento
soberano no es tanto el efecto de gobiernos excesivamente gastosos (como
normalmente se dice), sino más bien de la inadecuada amalgama creada dentro de
la Unión MonetariaEuropea, con economías nacionales orgánicamente deformadas
desde el punto de vista productivo y, sobre todo, de la capacidad de exportación
-y esto precisamente cuando la moneda única impedía a los países con déficit
comercial poder adoptar “devaluaciones competitivas” de su propia moneda para
equilibrar los balances con el exterior, como ocurrió con la devaluación de la
lira en 1992. A la sombra del euro se ha hecho “crónico” el desequilibrio entre
países exportadores netos de mercancías (el “núcleo duro” con mayores
exportaciones que importaciones) y los que, por el contrario, importan más que
lo que exportan (que es la verdadera causa de su condición de “cerdos”). Pero
esto no es suficiente porque si el desajuste de la balanza comercial lo pagaron
los “cerdos” en moneda corriente el “núcleo duro” la pagó con títulos de su
endeudamiento soberano lucrándose con los intereses hasta su reembolso. Por
tanto, el “núcleo duro” ha acabado siendo exportador neto de mercancías y
acreedor de capital y los países “cerdos” como importadores netos y
deudores, estimándose que la asimetría se sanaría cuando aquel capital
recibido como préstamo se orientara a la producción de mercancías para la
exportación, consiguiendo progresivamente equilibrar el balance comercial.
Europa se situaba a la espera del resultado hasta que a mediados de 2011 ocurrió
algo que precipitó la situación.
4.- Los “mercados” entre el dólar y el euro.
En pleno verano de 2011 el gobierno de Washington
se vio obligado a superar el límite legal de endeudamiento presionado
férreamente por los “mercados”, pero las agencias de calificación de riesgos
(longa manus de los “mercados”) castigaron a la deuda pública soberana
norteamericana impidiendo la calificación máxima de triple A (cfr. G. Gattei, La
gran guerra del rating (2011), Bolonia, 2012). Sin embargo, puesto que la deuda
soberana alemana mantenía la calificación AAA, se creó una molesta disparidad de
calificación que podría llevar a los ahorradores internacionales, en sus
inversiones, a preferir los bonos de Berlin a los de Washington. ¿Los “mercados”
jugaban a favor de los intereses de Alemania? A esto había que poner
urgentemente remedio, pero sin renegar de la sanción infligida al gobierno de
Obama.
Los títulos públicos alemanes con triple A se
expresan en euros. Y es paradójico que en euros se expresen también las deudas
soberanas de los países “cerdos” que constituyen el anillo débil de la Unión
Monetaria Europea y que gozan (por así decirlo...) de una baja o pésima
calificación. ¿Por qué entonces no aprovechar el difícil momento coyuntural para
depreciar su calificación, para alejar a los ahorradores de la adquisición de
títulos cada vez más “cerdos” o devaluando la cartera de valores de los que
(sean Estados, bancos o empresas) los detentan? Así se activó el arma mortífera
del spread (2) que compara el precio de adquisición de títulos en euros
de los países “cerdos” con los mejores en el mercado que son, precisamente, los
bonos alemanes. Si los ahorradores rechazan la compra de los títulos peor
calificados, hay que inducirlos a subscribirlos ofreciéndoles las mejores
condiciones de rentabilidad, a costa del aumento del spread. Pero a tasas de
interés más altas empeoran los balances públicos de los países “cerdos” que
podrían terminar viéndose obligados a rechazar aquellas deudas tan onerosas para
sus finanzas (¿algo parecido no ocurrió quizás en Argentina hace tiempo y
después en Islandia en 2010?). En caso del default (3) de
Grecia, Portugal, España o Italia los poseedores de sus títulos públicos se
encontrarían con aquella parte de la cartera de valores incobrable y las
agencias de calificación tendrían las mejores razones para rebajar las
calificaciones de las empresas privadas y de los Estados “bloqueados” con
aquellos créditos en riesgo. Sea o no Alemania uno de estos Estados: ¿no
merecería entonces perder la triple A al igual que la calificación
norteamericana?
5.- “El pacto fiscal”
Ante tal amenaza, Alemania se puso rápidamente al
abrigo. ¿Pero cómo defender la cotización más alta de su deuda soberana?
Imponiendo a los países “cerdos” que se dejaran de tonterías y se comprometieran
a pagar sus créditos “sin excusas ni condiciones”. El instrumento fue el
pacto fiscal suscrito por los gobiernos europeos en marzo de 2012 (Gran
Bretaña y la República Checa fueron los únicos países que no lo firmaron),
ratificado después por los parlamentos nacionales. La “filosofía” del pacto
fiscal se puede resumir rápidamente: si el spread empeora la situación
financiera de los presupuestos públicos de los países “cerdos” con la amenaza
del default, el remedio está en reembolsar la mayor parte de la deuda soberana
existente, comprometiéndose a la vez a no incrementarla. Por lo tanto, dos son
los elementos del pacto a los que los gobiernos se han comprometido a llevar a
cabo a partir de 2013.
La primera exigencia es la obligación de establecer
un presupuesto público equilibrado, de modo que el gasto público se cubra
con los ingresos fiscales. Pero como en el gasto público están incluidos los
intereses que hay que pagar de la deuda existente, los gobiernos firmantes se
comprometen en verdad a configurar inicialmente un presupuesto con superávit,
que es el saldo positivo de impuestos y tasas sobre el gasto público. Aunque no
se contraigan nuevas deudas ¿qué se hace con las anteriores? Aquí interviene la
segunda exigencia que establece la devolución en veinte años de la parte de
la deuda que exceda del 60% del PIB, que es el porcentaje inicialmente
previsto en los acuerdos de Maastricht. Para hacerse una idea del volumen del
esfuerzo económico exigido a los países “cerdos”, se puede considerar el caso de
Italia: ante una deuda pública que alcanza los dos billones de euros (120% del
PIB), en veinte años se debe reducir a la mitad a golpes de 50.000 millones de
euros al año (50.000x20=1000000). Pero teniendo en cuenta que hay que pagar
también los intereses de la deuda existente (si bien de forma decreciente al
disminuir el montante final), ¡se estima que es necesario un saldo inicial de
65.000 millones de euros anuales que ha de cubrirse mediante la imposición
fiscal sin gasto público alguno!
De todos modos, un ajuste tan riguroso se
justificaba con la idea de la austeridad expansiva : si las inversiones
privadas hoy desertan porque el ahorro es “desplazado” por el Estado al
retenerlo para sus propios fines improductivos, con el presupuesto equilibrado y
el reintegro (parcial al menos) de la deuda soberana se volvería a inyectar
capital circulante que afluiría espontáneamente hacia los mejores yacimientos de
empleo. Por ello (como explicó Wolfgang Schäuble, autor del programa geopolítico
de 1994 que ahora es Ministro de finanzas) “los planes de austeridad no generan
recesión” (“La Repubblica”, 1.3.2012), sino desarrollo. ¿Pero quién garantiza
que, restituido por el Estado a los acreedores lo “ robado”, ellos lo dediquen a
inversiones productivas y no a especulaciones financieras sin que se genere una
recaída en términos productivos y de empleo? Y por tanto, específicamente para
los países “cerdos”, siendo buena parte de los acreedores extranjeros (casi el
50% para el caso de Italia), al reembolsar el ahorro nacional ¿no acabaría
relanzando fuera, por ejemplo en Alemania, la producción para la exportación?
Pero, se contesta, ¿a dónde sino precisamente hacia los países “cerdos”
penalizados por la huida de sus propios capitales? Por tanto a Alemania no le
conviene un programa de austeridad, salvo que no encontrara otros mercados en
lugar de estos, ya en vías de extinción, de la Europa mediterránea. Justamente,
pero no es casual que la Canciller Merkel haya ido varias veces a Pekin para
establecer acuerdos de exportación con China, ayudando en ello el transiberiano.
6.- Los “mercados” contra Alemania.
La perspectiva de una alianza, aunque sea
logística, entre Alemania y Rusia (que en la geopolítica anglosajona sigue
siendo el “Corazón de la Tierra”) preocupa al gobierno de Washington, formado en
la visión de Spykman-Mackinder. Por ello, al otro lado del Atlántico se
considera peligrosa una coacción financiera que termine marginando al
Mediterráneo y desplazando los intereses comerciales de Alemania hacia Eurasia.
De aquí nace el apoyo a un tratamiento distinto de las deudas soberanas “cerdas”
que no pase por su pago obligatorio impuesto por las reglas del pacto fiscal.
El sujeto de la alternativa debería ser el Banco
Central Europeo, renunciando a su único “principio inicial” de defensa de las
estabilidad de precios, que debería acordar un nivel tolerable del spread y, si
acaso lo superan los “mercados”, intervenir adquiriendo títulos soberanos de los
países en dificultades, hasta llevarlo a un nivel adecuado. Con un peso
financiero reducido, los países “cerdos” no deberían buscar ya grandes
excedentes presupuestarios y podrían dedicar los grandes recursos a su
disposición a aumentar el gasto público (mal visto en estos tiempos) y a reducir
al menos la presión fiscal que alcanza ya niveles insoportables. Con más
recursos disponibles, los ciudadanos podrían incrementar la demanda arrastrando
a su paso la producción y la ocupación. Y, así, habría crecimiento en vez de
austeridad.
¿Pero como debería financiarse el BCE? Incluso con
la emisión de más moneda, de modo que los precios internos de la zona-euro en
aumento incentivasen a producir a las empresas. ¿Pero a dónde trasladar la mayor
parte de las mercancías producidas? Mientras tanto al mercado europeo donde la
demanda aumentaría sólo con el crecimiento del empleo; pero, después, hacia los
mercados externos porque el incremento de moneda en circulación llevaría a una
devaluación del euro en el mercado de cambio favoreciendo las exportaciones,
también de los países “cerdos”, fuera de la zona euro. Y alguno ha intentado
cuantificar la devaluación necesaria para recuperar la competencia en Europa:
según Nouriel Roubini el BCE debería “poner en circulación más moneda y bajar
los tipos de interés, para devaluar el euro hasta la paridad con el dólar” (“La
Repubblica”, 2.4.2012).
¿Pero Alemania aceptaría espontáneamente que el BCE
fuera artífice de una inflación que en el imaginario alemán es una palabra (y
algo) tabú? Alemania no se ha recuperado del shock de la Gran inflación de los
años 1919-1923, a la que se debió el ascenso al poder de Hitler. Pensando de
este modo se obvia el hecho inequívoco que de aquella hiperinflación se salió
con la estabilización del marco de la socialdemocrática República de Weimar
(1923-1932) y que la catástrofe electoral de 1933 fue sobre todo provocada por
la miserable política de austeridad deflacionista adoptada por el gobierno
Brüning (se recurre históricamente a señalar que las dictaduras surgen
políticamente de las deflaciones monetarias, mientras que la inflación desplaza
el electorado a la izquierda). Pero da igual. Y entonces, para superar la
resistencia alemana no queda más que hacer que intervengan los “mercados” que
darían el ultimátum a Berlín: comprometer al BCE en la salvación de los países
“cerdos” asumiendo parte de las deudas soberanas también al precio de debilitar
el euro o bien forzar a los “cerdos” hacia el default, de modo que las agencias
de calificación puedan justificar la bajada en la calificación de todas las
instituciones (estatales o no) poseedoras de los títulos. En definitiva, una de
dos: o el euro se devalúa respecto al dólar o bien Alemania perderá la triple A.
7.- “Las finanzas son un arma y la política
es saber cuándo hay que apretar el gatillo” (F.F.Coppola, El padrino, parte
III).
A mitad del 2011 el eje “framánico” entre Angela
Merkel y Nicholas Sarkozy realmente parecía inoxidable. El desgaste lo sufre
Silvio Berlusconi, una vasija de barro entre dos copas de hierro, cuando en los
primeros días del mes de agosto el BCE de Jean Claude Trichet y de su sucesor
Mario Draghi le dan los primeros avisos para que “refuerce la reputación de su
firma soberana” adoptando medidas de austeridad extrema (¡leer para creer!) y
hacerlo “lo antes posible por decreto-ley, tras la ratificación parlamentaria a
finales del mes de septiembre de 2011” (cfr. “Corriere della Sera”, 29.9.2011),
pero que tergiversa y dejar pasar el mes de septiembre. ¿Pero se puede confiar
en un gobierno de un país tan “cerdo”? Entre bastidores periodísticos se dijo
que fue la Canciller alemana, el 20 de octubre, la que exigió la cabeza de
Berlusconi (cfr. “La Repubblica”, 31.12.2011), aunque transcurren aún tres
semanas de presiones directas para que aquellas “dimisiones voluntarias” se
llevaran a cabo el 12 de noviembre, dejando el puesto a un más maleable (así se
esperaba) Mario Monti, que acababa de ser nombrado senador vitalicio para que la
sustitución no parezca extra-parlamentaria. Y Monti, aunque era “un hombre de
Goldman Sachs”, sirve a sus patrocinadores europeos consiguiendo una alianza
parlamentaria tripartita (PD-UDC-Pdl) que sería el paso previo para aprobar un
presupuesto equilibrado para 2013, una maniobra de salvación de Italia de
inusitada dureza: los partidos, llega a decir Monti, “no hubieran podido
permitirse correr el riesgo de hacerse tan impopulares. Nosotros no tenemos este
problema, no tenemos que presentarnos a las próximas elecciones” (cit. In C.
Bastasin, Entre Atenas y Berlin, Milán, 2012, p. 45). Pero Monti es como
Badoglio: proclama que la guerra sigue, mientras ya está negociando el
armisticio con los aliados. Le basta, apenas, con hacer un viaje a Washington en
febrero de 2012 para revelarse como “el mejor amigo de los norteamericanos”,
como demuestra el 20 de febrero firmando, junto a otros 11 jefes de gobierno
europeos (con el inglés a la cabeza), una carta de “medidas valientes” para
repensar “el crecimiento más allá de la austeridad”. Pero fue un esfuerzo inútil
porque Merkel y Sarkozy lo rechazan. A pesar de ello, en abril lo vuelve a
intentar, en compañía del presidente la Comisión Europea, para solicitar al
menos un replanteamiento de las reglas del pacto fiscal, pero Merkel les
contesta que “el pacto fiscal no se toca” (“La Repubblica”, 28.4.2012).
Se sigue en el tablero y solo las elecciones
francesas, que sustituyen a Sarkozy con el “socialista” Hollande, pueden marcar
la diferencia. Se aclara el 30 de mayo cuando, en una teleconferencia, Obama,
Monti y Hollande critican en tres ocasiones el rigor de Berlin y “tres veces
Angela Merkel dice que no. En inglés y, para más seguridad, también en alemán”
(“La Repubblica”, 1.6.2012). Pero la rendición de cuentas no puede dilatarse más
porque, como Obama sugirió a Monti, “si Merkel no cede estará con las espaldas
contra la pared” (“La Repubblica”, 7.6.2012). Y es el 28 de junio, en la cumbre
europea de Bruxelas, cuando se escenifica el psicodrama: a las 7.30 horas de la
tarde, coincidiendo con el partido de fútbol entre Italia y Alemania, Monti
anuncia el veto de Italia a cualquier decisión comunitaria si antes no se
constituye un Fondo de rescate de los países “cerdos”. Lo apoya rápidamente
Rajoy, el presidente del gobierno español y “en la sala cae el hielo”. Se
suspende la reunión momentáneamente y se va a la cena, también para poder ver el
partido de fútbol que acaba con la victoria de Italia, que pasa a la
final...¡con España! “Congratulations, Italy played very well”, admite a las
22.30 Angela Merkel, pero
más explícito es el comentario del primer Ministro
irlandés Enda Kenny porque (dice) ahora el veto de Italia y España “hay que
respetarlo porque juegan la final”. Si bien eso no sería suficiente si no se
añadiese, de forma sorpresiva, el más importante de Francia. Alemania está
aislada y “a las 4.20 horas de la madrugada, tras 15 horas de negociación,
Merkel capitula” (“La Repubblica”, 30.6.2012). El escudo anti-spread se
constituirá y “Vaffanmerkel” (4) es el títular liberador, aunque poco elegante,
de un periódico italiano de aquel día (pero Italia deberá pagarlo caro perdiendo
la final de fútbol en agradecimiento de aquella ayuda española recibida en
Bruselas...).
8.- Prórrogas
La respuesta de Berlin a la derrota fue rabiosa. Al
día siguiente se presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional para
verificar si Alemania podía firmar una participación en el Fondo de rescate sin
autorización previa del Parlamento nacional. Al mismo tiempo otro recurso llega
a la mesa del Tribunal. Simultáneamente a la cumbre de Bruselas el Parlamento
alemán aprobó, con el voto bipartito de CDU/CSU y el SPD, el pacto fiscal. Esta
vez die Linke vota en contra, promoviendo la inconstitucionalidad sobre una
medida que desde el exterior condicionaría la libertad de decidir la política de
presupuesto público. Pero el Tribunal se toma su tiempo, anunciando el 17 de
julio que dará su parecer sólo el 12 de septiembre y que mientras tanto hay que
esperar que haya buena suerte. Rápidamente, el 24 de julio, la agencia Moody's
advierte que Alemania mantiene aún la triple A, pero que su outlook (la
previsión) pasa de positivo a negativo dependiendo de lo que la sentencia dicte
sobre el pacto fiscal y el escudo anti-spread.
Durante más de un mes la Bolsa y el spread suben y
bajan como en una montaña rusa y solamente el 6 de septiembre el presidente del
BCE Mario Draghi consigue arrancar de su Consejo Directivo, con el único voto en
contra del Bundesbank, la autorización principal de adquirir cantidades
“ilimitadas” de títulos de los países atacados por la especulación, si lo
solicitan expresamente. Pero hay una pequeña condición. La intervención del BCE
no deberá favorecer la inflación porque deberán retirar del mercado tantos
títulos como los que de forma equivalente requiera la intervención. Técnicamente
funcionaría así: el BCE emite moneda para adquirir los títulos “cerdos” con
validez residual de 1 a 3 años (la autorización concedida permite solo esto),
pero en contrapartida venderá títulos que ya posee, no necesariamente “cerdos” y
también con plazos superiores, para recuperar el incremento de liquidez que ha
puesto en circulación. En definitiva, no se incrementarán los precios, el euro
no se devaluará y el BCE abonará su intervención empeorando la calidad y la
cadencia de la propia cartera de valores.
Después, finalmente, se hace pública, el 12
de septiembre, la sentencia del Tribunal Constitucional alemán. El Fondo de
rescate de los Estados es declarado legítimo (y por ello el presidente del BCE
podrá ejecutar efectivamente la decisión principal del 6 de septiembre), pero
Alemania sólo participará un con máximo de 190.000 millones de euros, de forma
que aquella intervención “ilimitada” se convierte, al menos para los alemanes,
en limitado. Pero sin embargo el pacto fiscal es declarado constitucional y su
aprobación por parte de Berlín es ley para todos los otros Parlamentos de los
gobiernos firmantes (en Italia se había previsto ya y fue aprobado en primeros
del mes de julio). Como ya he explicado, los Estados adheridos se comprometen a
disminuir hasta el 60% del PIB su deuda soberana. Pero naturalmente no serán los
gobiernos los que paguen a los acreedores sino los ciudadanos a base de golpes
de superavits presupuestarios por efecto de menos gasto público y más
impuestos.
Así, para los próximos veinte años, que es el
tiempo establecido para devolver el exceso de deuda soberana, no habrá recursos
para el crecimiento económico en Europa. Es como ocurría en el Nuevo Orden
Europeo de la época de los nazis: entonces el Tercer
Reich absorbió, como una enorme bomba
extractora, en sus propias fábricas (también de muerte) la mano de obra de los
países vecinos, aliados o sometidos; ahora, en el Nuevo- Nuevo Orden Europeo la
Gran Alemania lo vuelve a intentar, pero esta vez más pacíficamente drenando
el dinero de los otros.
Notas del traductor
(1) Giorgio Gattei (Bentivoglio, 1944) es un
economista y enseñante italiano, profesor de Historia del pensamiento económico
en la Facultad de Economía de Bolonia. Entre sus obras principales está
“Historia del valor-trabajo”, “El difícil equilibrio” o “Karl Marx y la
transformación de la plusvalía en beneficio”, en las editoriales Giappichelli y
Mediaprint. Antes había trabajado en la filmoteca de Bolonia, cultivando el
interés por el cine de autor. También cuidó la edición del libro “La Trilogía de
la Vida de Pier Paolo Pasolini” (Bolonia, Capelli Ed, 1975). Su principal
contribución al análisis económico está referida a la teoría del valor-trabajo,
con especial referencia al problema de la “transformación de los valores en
precios de producción”, acercándose progresivamente a las posiciones de la
denominada “New Interpretation o Single-System Labour Theory of Value” (SSLTV),
según la cual el valor monetario de la producción es la expresión de la
concentración del conjunto del trabajo vivo distribuido en la producción de la
fuerza de trabajo. Gattei llega a esa conclusión a través de una lectura
original de la obra de Piero Sraffa.
(2) El “Spread” trata de la diferencia entre tipos
de interés de referencia acordados en un mercado (por ejemplo, el euribor en el
mercado de préstamos entre bancos) y los intereses pagados por una persona o una
sociedad cuando solicita un préstamo. A mayor riesgo, mayor ·”spread”. También
se denomina así a la diferencia entre el precio de adquisición y de venta de un
bien en un mercado organizado. Preocupa el crecimiento del “spread” entre los
bonos públicos españoles, por ejemplo, y los alemanes.
(3) El “paquete Fiscal” es una expresión acuñada
por Mario Draghi que hace referencia a aquel sistema de normas, exigidas por
Alemania, preparadas por la Unión Europea en diciembre de 2011 y ultimadas en
las primeras semanas del 2012 sobre un mayor control de las finanzas públicas en
los países del área. Entre ellas destaca la “Golden rule”, una regla que exige
que los presupuestos generales públicos de los países de la UE deben estar
equilibrados y fuertes sanciones en caso contrario.
(4) “Vaffanmerkel” símil con la expresión 'Vaffan
culo' ( tomar por culo) que “Libero” tituló el final de aquella sesión.
http://www.carmillaonline.com/2012/09/20/la-germania-contro-tutti/