¡Bienvenidos a Grecia!
Era el mediodía del lunes 13 de enero y esa tarde
debíamos partir hacia Grecia, por lo que antes de almorzar, decidimos dar una
vuelta por el distrito de Eminönü como despedida de Istanbul.
Como era típico en toda la ciudad, nos encontramos
ante una enorme mezquita, la Nueva o Mezquita Yuni (en turco Yeni Camii). Al
igual que otras mezquitas imperiales de Istanbul, fue diseñada como un kulliye,
complejo con edificios adyacentes para mantener necesidades no sólo religiosas
sino que incluían un hospital, una escuela primaria, baños públicos, un
mausoleo, dos fuentes públicas y un mercado, al que le fuera agregada una
biblioteca durante el reinado del sultán Ahmed III. El mercado de la mezquita
era el que se había convertido posteriormente en el Bazar Egipcio o Bazar de las
Especias; y el mausoleo o türbe contenía los sepulcros de varios sultanes y
miembros de la corte.

Mezquita Nueva o Mezquita Yuni

Lugar destinado a abluciones en la
Mezquita Yuni

Mujeres usando shaylas en las cercanías de
la Mezquita Yuni

Mujer con túnica y niqab junto a su
familia
Había varias tiendas con mercancías en la calle y
aproveché para comprar algunos pares de soquetes a una lira turca cada uno
(cuatro pesos argentinos). Y luego continuamos camino pasando por el hotel
Amisos, cuyo edificio fue uno de los pocos que me agradara, a excepción de los
emblemáticos, ya que en términos generales Istanbul no tenía muchas
construcciones estéticamente atractivas.

Hotel Amisos, taxis amarillos y moderno
tranvía
Fuimos a almorzar a un lugar popular donde nos
servimos platos típicos que completamos con un digestivo té turco, y estábamos
caminando hacia el hotel cuando me detuve a tomar varias
fotografías.
Dos de ellas tuvieron que ver con murales de mapas
temáticos de Turquía que me parecieron muy interesantes ya que constituían una
buena síntesis de los recursos turísticos de todo el país que tentaban a volver
para poder visitarlos.

Mapa temático de Turquía que mostraba los
recursos turísticos más destacados

Turquía – Un museo al aire
libre
Otras estuvieron relacionadas con la vestimenta de
los musulmanes que transitaban en el área de
Sultanahmet.

Mujeres musulmanas vistiendo túnicas y
shaylas

En base al Corán era muy bueno que el
hombre usara ropa blanca pero nunca por debajo de los
tobillos
Distraída registrando imágenes, perdí de vista a
Omar. Y como eso era más que frecuente, permanecí un rato en el lugar esperando
que él regresara, tal como había sucedido en otras oportunidades… ¡Pero eso no
ocurrió! Y el problema era que corríamos el riesgo de perder el bus a Grecia,
así que decidí ir por las mías hasta el hotel, que no estaba lejos. Allí me
senté en uno de los sillones del lobby, ¡pero Omar no aparecía…! Cuando llegó ya
eran más de las cuatro de la tarde. Lo que había ocurrido era que había salido a
buscarme por el camino que habíamos tomado el día anterior, pero yo había optado
por el que me resultaba más corto.
Desde el hotel pidieron un taxi para que nos
llevara hasta la oficina de la empresa Metro Turizm donde habían insistido en
que estuviéramos a las cinco ya que el vehículo partiría a las seis en punto.
Pero el taxista protestó porque pretendía un viaje al aeropuerto, así que tomó
nuestras maletas de mala gana y casi las tiró dentro del
baúl.
Al principio parecía que iba por el camino
correcto, pero en determinado momento se desvió por una autopista. Entonces
tratamos de decirle que no nos estaba llevando al lugar indicado, pero el hombre
no entendía inglés, y continuaba avanzando en medio de un embotellamiento
producto de la hora de vuelta a casa en una ciudad tan
extendida.
Le gritábamos: -“No… No…”, además de hacerle señas
con la cabeza y con el dedo. Le mostrábamos los boletos, ¡y nada!!!!
Faltando pocos minutos para las cinco de la tarde
y debido a nuestra desesperación, estacionó en la banquina e hizo un llamado por
el celular. Después de pronunciar unas palabras en turco, me dio el aparato a
mí. Una mujer me hablaba en inglés, pero no se entendía demasiado por el ruido
del tránsito. Yo atiné a decirle que queríamos ir a la oficina de la empresa y
le pasé el teléfono nuevamente al conductor.
El continuó conduciendo en la misma dirección en
que lo venía haciendo, y nosotros seguíamos insistiendo que no era por ahí. Y
cuando ya dábamos por perdido el mini-bus, ingresó a la terminal de ómnibus y le
mostró nuestros pasajes a un empleado de Metro Turizm, quien le indicó otro
lugar. Siempre dentro de la terminal paró en un determinado sitio, se bajó, sacó
las valijas del baúl, y en varios idiomas dijo cuál era el monto del viaje. Allí
había otro empleado de la empresa que afirmó en inglés que a las seis partiría
nuestro ómnibus, acompañándonos hasta la plataforma. Recién entonces
comprendimos que la necesidad de nuestra presencia a las cinco en la oficina era
para que un mini-bus nos llevara hasta la terminal.

Terminal de ómnibus de Istanbul, muy
moderna y limpia
A las seis en punto partimos. Muy pocos pasajeros,
dos choferes y un camarero que nos sirvió refrescos y bebidas calientes. Hizo
dos paradas, una de cinco minutos y otra de diez, cuyos tiempos fueron
respetados rigurosamente, por lo que no dieron más tiempo que para comprar
algunas galletitas como única cena.
Circulábamos por la carretera E84, cuando a las
diez de la noche llegamos a Ipsala, una localidad de sólo ocho mil habitantes en
la provincia de Edirne, pero uno de los puestos aduaneros más importantes entre
Turquía y Grecia.
Bajamos del bus e hicimos una fila para realizar
el control migratorio. El oficial tomó mi pasaporte y sin mirarlo lo tiró a un
costado. Yo me quedé parada junto a la ventanilla, y cuando vio que el de Omar
también era argentino, preguntó si éramos familia. Y al contestar
afirmativamente, sin mirarlos selló ambos.
Regresamos al ómnibus, y apenas arrancó volvió a
parar, pero esa vez en la puerta de un shopping donde había un enorme cartel que
decía que era el último antes de entrar a Europa. Ellos mismos tenían conciencia
de que ninguna parte de Turquía era europea, salvo desde el punto de vista
físico, porque a nivel social y cultural, no tenía nada que ver. Allí se dijo
que pararía quince minutos, pero se llegó casi a la media
hora.
Cruzamos el río Evros, y pasamos a Grecia, donde
nos esperaba otro trámite en el puesto de Kipoi, final de la carretera
E90.
Subieron los gendarmes y recogieron todos los
documentos, y al rato nos vinieron a buscar a Omar y a mí. Primeramente
comenzaron a preguntarnos en perfecto inglés el porqué de la elección de ese
camino, si era porque el costo era menor o por qué otra causa. Y como no podían
creer que quisiéramos conocer Istanbul y Athina, nos separaron y empezaron por
palpar a Omar y revisar su equipaje minuciosamente, donde además de ropa
encontraron libros.
Mientras tanto yo le pregunté al camarero si
pretendían dinero, debido a la experiencia sufrida en Colombia dos años antes.
Él me dijo que no, que ese procedimiento lo hacían con todos los
latinoamericanos y con los pasajeros de algunos países de la región, ya que se
trataba de una ruta de tráfico de estupefacientes. Y a pesar del fastidio que
ese hecho significaba, eso me tranquilizó, porque no iban a encontrar lo que
esperaban.
Luego pasé yo al lugar de la revisación. Traté de
darles algunos datos nuestros, pero me dijeron que sólo debía contestar lo que
me preguntaran. Hurgaron mi bolso, y lo más extraño que hallaron fueron
cuadernos escritos en español, tras lo que me preguntaron en qué consistían
nuestros negocios.
“¿Negocios? ¡Nosotros no estamos en ningún
negocio!” –le dije indignada. Porque evidentemente nos confundieron con
mulas.
-“Entonces, ¿en qué trabajan?” –preguntó un joven
oficial con gran curiosidad.
-“Somos profesores de Geografía de la Universidad
de Buenos Aires”, le contesté.
Se puso colorado, guardó todo rápidamente y no
sabía cómo pedir disculpas. Se quiso hacer el simpático y me preguntó si era de
Boca o de River.
Fotocopió los pasaportes, completó unos
formularios donde aparecían nuestros nombres y el suyo, diciendo que todo estaba
en orden. Todos los firmamos y nos entregó sendas copias. Luego llamó a su jefe,
y a coro nos dijeron: -“¡Welcome…! ¡Welcome…! ¡Welcome to Greece…!”
(¡Bienvenidos a Grecia!) Y después de cuarenta y cinco minutos regresamos a
nuestros asientos…
Tomamos la carretera E90, conocida como Egnatía
Odós. Nos dormimos a pesar de la incomodidad, y cuando nos despertamos estábamos
transitando por la E75, llegando alrededor de las cuatro de la mañana a
Katerini.

Asientos sumamente incómodos sin siquiera
apoyapiés
Al amanecer paramos en Lamia donde pudimos
desayunar y estirar un poco las piernas tras casi catorce horas de
viaje.

Nuestro ómnibus en el parador de
Lamia

Mucho tránsito de camiones en el
camino
Al salir de Lamia, pasamos por el lugar donde en
el año 480 a. C. se llevara a cabo la famosa batalla de las Termópilas durante
la Segunda Guerra Médica, en la cual se enfrentaron el Imperio Persa y una
alianza de polis griegas lideradas por Esparta.

Amanecer en las
Termópilas
Y en pocos minutos comenzamos a bordear el golfo
Maliaco, en el mar Egeo. El antiguo desfiladero de las Termópilas, delimitado
por el monte Calidromo y ese golfo, estaba convertido en una amplia llanura
costera.

Kamena Vourla, en el Golfo Maliaco del mar
Egeo
Finalmente, al mediodía arribamos a Athina,
capital de Grecia. Solamente nosotros habíamos hecho el viaje completo de casi
dieciocho horas. El ómnibus nos dejó en un área periférica, en la puerta de una
especie de terminal-galpón. Prontamente arribó un taxi libre conducido por una
mujer, quien nos llevó hasta el hotel Odeon en la avenida Pireos. Nos cobró diez
euros y después supimos que costaba exactamente la
mitad.

Avenida Pireos desde el balcón del hotel
Odeon
Ya era martes 14 y estábamos en Athina. Habíamos
tenido un viaje con algunos contratiempos pero que finalmente se habían resuelto
positivamente. Y si bien estábamos cansados, rápidamente nos higienizamos y nos
preparamos para salir a caminar por otra ciudad que soñaba con
conocer.
Ana María
Liberali