Esto era la granja modelo de la Unión Europea: tres países, Francia, Alemania
y Suiza, dos de ellos enemigos históricos y hoy pilares de la UE, y el tercero
históricamente neutral y hoy con acuerdos estrechos con Bruselas, conviviendo,
sin fronteras y con infraestructuras comunes, alrededor del Rin: el corazón de
Europa.
Es el llamado “Eurodistrito del Rin” o “Aglomeración trinacional de Basilea”,
con 2,3 millones de habitantes de las tres naciones. A un lado la ciudad suiza,
sede de importantes industrias, al otro Saint Louis, villa francesa de la alta
Alsacia, y un poco más allá Lörrach, parroquia de Baden-Württemberg, el estado
más boyante de la dominante Alemania. Todo en razonable armonía. Y en eso llegó
el referéndum suizo.
El día 9 los suizos aprobaron en consulta limitar la emigración
europea, renegociando los acuerdos vigentes establecidos en la materia con la
UE. El mandato, que habrá que ver cómo se aplica, contempla el establecimiento
de unas cuotas de emigración dentro de tres años. La UE, que cada vez más se
comporta como un imperio arrogante y autoritario ha recibido una bofetada de la
pequeña Suiza. ¡Intolerable!
En la prensa alemana se lee que en el referéndum de Suiza, “ha ganado la
estrechez de miras y la cerrazón” y ha perdido, “la tolerancia y la justicia”.
La canciller Merkel ve “importantes problemas”. En Bruselas se enfadan, congelan
acuerdos y amenazan con represalias.
Nadie parece ser consciente del espejo que ese referéndum, en el que
indudablemente la derecha suiza ha capitalizado un resentimiento nacional hacia
ciertos deterioros, ofrece a toda Europa y en primer lugar a Alemania.
Desayuno
Desayuno en Saint Louis, 20.000 habitantes y una calle sin gracia que acaba
en la frontera. Bajo las banderas de Francia y Suiza un edificio de aduanas
abandonado desde 2008 y con las ventanas polvorientas. Edouard Dombó es uno
entre las decenas de miles de franceses que atraviesan diariamente esta frontera
para trabajar en Basilea. Treinta años en “Swiss Metall”, una empresa
metalúrgica que fabrica piezas para relojes. La empresa la han comprado los
chinos que se van deshaciendo poco a poco de la plantilla. “Alguno de mis
compañeros se ha suicidado”, dice. Ya sesentón, él se ha podido jubilar. El
referéndum del domingo va a cambiar aún más el ambiente hostil hacia los
“frontaliers” (en alemán “Grenzgänger”, en italiano “frontalieri”) los que
atraviesan cada día la frontera para trabajar en Basilea, explica. “Mi hijo, que
nació en Suiza se ha encontrado con que esta semana le han puesto problemas para
obtener el pasaporte suizo, le han dicho que hay que esperar a ver qué pasa”.
“Todo esto no anuncia nada bueno para Europa”, dice Dombó, nacido en Martinica y
votante de François Hollande. ¿Decepcionado?, “claro, pero, ¿qué se podía
esperar de Hollande? Todo esto supera a los políticos. Tampoco Obama ha podido
cambiar nada en Estados Unidos”, dice. “El euro lo desordena todo, esto no hay
quien lo arregle”, concluye encogiéndose de hombros.
En la sede del Comité de defensa de los trabajadores del Alto Rin (CDTF) la
organización de los frontaliers, los teléfonos no
paran de sonar. “El referéndum ha sido una bêtise total”, dice Jean-Luc Johaneck,
presidente de la CDTF. “Ante la crisis todo el mundo tiene miedo y éstas
son las reacciones”, explica. “Va a ser muy difícil aplicar el resultado del
referéndum porque Suiza necesita esa mano de obra”, pronostica Johaneck.
Almuerzo
Almuerzo en Basilea, magnífica ciudad. En su catedral gótica, tumbas de
comerciantes burgueses judíos del siglo XVI junto a las de la aristocracia y el
clero local. La industria de Basilea es enormemente dependiente de los
“frontaliers /Grengänger” para su funcionamiento. Por eso, la ciudad ha sido,
junto con Zurich y el cantón de Zug (sede de empresas fantasmas), el único de la
Suiza alemana donde no ganó el referéndum.
“La consulta no va a tener incidencia inmediata, todo dependerá de cómo el
gobierno aplique su mandato”, dice Katrin Bauman, jefa de recursos humanos de
“Bell”, primera empresa suiza de procesamiento de carne. Con 3000 empleados en
el país, “más del 60%” de la plantilla empleada en producción de la fábrica de
Basilea son “frontaliers”, dice Bauman. La fábrica se ve desde la frontera y en
su parking la mitad de los coches son de matrícula francesa. Al lado de “Bell”
hay una fábrica del gigante Novartis, segunda empresa farmacéutica mundial. Su
sede es Basilea, pero su contabilidad se hace en Chequia. Sin los extranjeros, y
especialmente contra Europa, Suiza se hundiría económicamente. El pequeño país
recibe de Europa la mitad de sus inversiones y le vende dos tercios de sus
exportaciones. Para muestra el queso.
“Europa absorbe el 80% de la exportación de nuestro queso, que podría pagar
la factura de la limitación de la emigración”, dice Manuela Sonderegger,
portavoz de Switzerland Cheese Marketing. La mayor parte del emmentaler, gruyère y del apenzeller se vende en Alemania, Italia y Francia,
explica.
Té a las cinco
Té vespertino en Lörrach, 48.000 habitantes. Un centro histórico antiguo
destrozado por el comercio y por un sentido práctico germano sin la menor
concesión a la estética. Aquí son 50.000 los alemanes que atraviesan cada día la
frontera hacia Suiza para trabajar. Gracias a la tacañería salarial alemana,
médicos y enfermeras ganan más del doble en Suiza. En Lörrach una enfermera
gana, con suerte, 1500 euros, en Suiza 4000 francos, equivalentes a 3200 euros.
En el Tesino, en la suiza italiana, una secretaria de abogado gana 3100 euros,
en Italia un abogado joven, si encuentra trabajo, unos 1500. En Francia el
salario mínimo es de 1700 euros. Y la diferencia va en aumento: en Suiza en mayo
se votará, en otro referéndum, el establecimiento de un salario mínimo de 3300
euros. Más franceses, alemanes, e italianos, querrán ir a Suiza.
“Aunque el referéndum no tendrá una consecuencia inmediata, habrá una
reacción de la UE y probablemente empeorarán las relaciones con Suiza y la
actitud negativa hacia los extranjeros”, pronostica la alcaldesa de Lörrach,
Gudrun Heute-Bluhm. “Quien contribuye al bienestar de un país debería sentirse
bien acogido”, sentencia. La frase es buena, pero de aplicación universal.
Tal como están las cosas, cualquier sociedad europea habría respondido igual
a la misma pregunta. En Alemania, por ejemplo, las encuestas arrojan una mayoría
de adversarios y críticos con la emigración. Pero la diferencia entre Suiza y
suis grandes vecinos no es solo los más desarrollados procedimientos de
democracia directa y consultas vigentes en ese país.
Hartazgo suizo
El dato central de la emigración en Suiza es su importancia, muy superior a
la de los grandes países europeos: De los casi 8 millones de habitantes de
Suiza, 1,8 millones son emigrantes. En Suiza hay un 23% de emigrantes, tres
veces más que en Alemania donde representan un 8,2% de la población. En el
cantón suizo de Tessino, de 300.000 habitantes, cada día vienen a trabajar
60.000 “frontalieri”. Traducido al alemán es como si cada día vinieran a
trabajar a Baviera 2,5 millones de checos.
A pesar de la enorme diferencia de magnitud, la derecha alemana se declara
inspirada por el referéndum suizo: tanto representantes de la CSU bávara como de
los euroescépticos deAlternative für Deutschland, dicen querer seguir su
ejemplo.
En 40 años, la población suiza casi se ha doblado. Desde la entrada en vigor
del acuerdo con la Unión Europea en la materia, en 2002, hay un flujo anual de
80.000 europeos que se instalan en Suiza, diez veces más de lo que esperaba el
gobierno, y más gente de la que entra en España o casi lo mismo que en Francia,
países diez veces mayores.
Entre el 30% y el 40% del personal en el ámbito de la sanidad y la asistencia
es extranjero, frecuentemente alemanes mal pagados en su país. La situación no
es muy diferente en otros sectores como la hostelería, el turismo y las
universidades. Casi dos tercios de los profesores de la Universidad Técnica de
Zurich (ETH) son extranjeros.
En ese contexto la derecha suiza no ha necesitado gran esfuerzo para atribuir
a los extranjeros los cuellos de botella en la asistencia sanitaria, los atascos
de tráfico y hasta la especulación y degradación del paisaje resultado del
aumento de población y la metástasis de infraestructuras de transporte.
Al lado de la realidad suiza, la histeria que se ha organizado en Alemania
alrededor del supuesto “turismo social” de rumanos y búlgaros, es notable. Desde
que los ciudadanos de esos dos países pueden circular libremente, “en Alemania
no ha habido un gran incremento del flujo ni se espera”, dicen en el consulado
rumano de Berlín. Los rumanos y búlgaros que vienen a Alemania tienen mayor
formación que el alemán medio (un 19% con estudios universitarios, frente al 14%
alemán) y su peso entre los receptores de ayuda social es ridículo: un 0,7%.
No solo Alemania, sino Europa entera achaca a Suiza lo que ella misma
practica, y con una brutalidad bien cruda, con los extracomunitarios, e incluso
con los pobres del maltrecho club continental cada vez más dividido en
categorías.
El problema que contiene el referéndum contra la emigración de Suiza supera
con creces la cuestión del denostado “populismo” y apunta hacia algo mucho más
profundo. Privada o mermada en su estado social, que era la base de su consenso
civil, y convirtiéndose a marchas forzadas en un club oligárquico y autoritario
con cada vez más desigualdades (entre sectores sociales y entre países), Europa
se agrieta y pierde su base social. Con más explotación y más desigualdad
Europa, simplemente, no vale la pena. Lástima, porque la integración de sus
naciones era un buen paliativo para su histórica agresividad dominadora, por lo
menos de puertas adentro.
“Fuck the EU”
Ante el retroceso del bienestar que la crisis introduce, los ciudadanos
redescubren sus estados nacionales como retaguardia. El resultado es algo
parecido a esa vulgar expresión que la vicesecretaria de Estado norteamericana,
Victoria Nuland, dedicó a Bruselas/Berlín por no contribuir lo suficiente al
cambio de régimen en Ucrania: “Fuck the EU”.
Eso es lo que han dicho los suizos, han mandado a hacer puñetas a la UE, pero
sobre todo es lo que está en el ambiente en muchos países de Europa, un
descontento que seguramente irá a más y que a falta de alternativas sociales y
democratizantes desagua casi exclusivamente hacia la derecha política.
Polonia tiene problemas con la política medioambiental europea, Alemania
quiere abrir su mercado de trabajo restrictivamente solo a la mano de obra
cualificada y al final se verá tentada por crear su Kerneuropa, un club de países
pata negra, en la Europa del sur se querrá renegociar la deuda, en el Reino
Unido el “Fuck the EU” es programa político idiomáticamente literal… Todo
el mundo quiere cambiar los torcidos contratos de un club y una moneda que
tienden a ser vistos como vacas sagradas a las que hay que sacrificar el nivel
de vida.
En su torre de marfil los señores de Bruselas y Berlín, parecen ignorar que
el “proyecto europeo” se va al garete desde el mismo momento en el que las
solidaridades (o aparentes solidaridades) y bienestares que contenía su promesa
se han disuelto.
El primero en decir el “Fuck the EU” fue el propio gobierno alemán, al
cerrarse en banda en el otoño de 2008 a cualquier solución solidaria del
desbarajuste bancario-financiero. En lugar de eso se optó por una estrategia
nacional-oligárquica para que la banca, en primer lugar alemana y
francesa, cobrara íntegramente sus deudas a costa de las clases medias y bajas.
Deudas contraídas financiando estúpidas especulaciones -en el caso del ladrillo
de España, Estados Unidos o Irlanda- con los enormes capitales del excedente
comercial exportador, logrado a su vez, en gran parte, con una tacañería
salarial que desestabilizó a los socios.
Tras aquel primer corte de mangas al “proyecto europeo”, siguieron
otros, todos antisociales y autoritarios; se cambiaron constituciones en 24
horas, se fulminaron primeros ministros por proponer referéndums (Papandreu) o
por replicar (el impresentable Berlusconi), y se les sustituyó por gente de la
banca; se fustigaron y reprimieron movimientos sociales como los de Grecia,
España, Portugal y otros que protestaban contra la estafa (mientras se aplaudía
el de Ucrania por consideraciones imperiales). Después de todo eso nadie puede
extrañarse de la reacción. Suiza forma parte del mismo reflejo contra una UE
crecientemente desagradable, pero seguramente será Francia la que genere el Fuck the EU más decisivo…
Hay que espabilarse para que todo ese malestar, de base completamente
racional, no lo monopolice la derecha y conduzca al continente hacia un universo
pardo.
Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/berlin/?p=550