NCeHu
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Rumbo al XVI EnHu
América Latina como geografía
Bariloche, 6 al 10 de octubre
Informe preparatorio del XIV Congreso
Mundial de la Cuarta Internacional, 1995
Una nueva época histórica
Daniel
Bensaïd
Viento
Sur
Miércoles 22 de enero de 2014
[Este texto
corresponde al informe presentado por escrito por Daniel Bensaid en el proceso
preparatorio del XIV Congreso Mundial de la Cuarta Internacional, realizado en
Bélgica, en julio de 1995.]
El último congreso
mundial de la Cuarta Internacional fue realizado en Río de Janeiro en 1991, un
año después de la caída del Muro de Berlín, en vísperas de la guerra del Golfo y
la implosión de la URSS. Allí se comenzó a registrar las líneas maestras de la
gran transformación mundial. Ahora se trata de actualizar esta transformación en
perspectiva.
Para evaluar los
cambios ocurridos desde hace una década no podemos acomodarnos en una idea
rutinaria de alternancia de los ciclos económicos y de los ciclos de luchas.
Estamos envueltos en una transición global (económica, social, institucional,
cultural). Esta reorganización de las fuerzas sociales fundamentales y de su
representación política pasa por un largo proceso en el curso del cual nuevas
formas de lucha y de organización se desarrollarán en función de conmociones
estructurales (de una amplitud comparable, si se quiere, a las que sacudieron al
movimiento obrero al inicio del Siglo frente al imperialismo y a la guerra) y de
la evolución de las formaciones sociales. Esto implica una renovación de
experiencias y de generaciones.
Para verificar, a la
luz de los principales problemas encontrados en los últimos años, la existencia
de un acuerdo fundamental sobre los eventos y las tareas sin los cuales una
corriente internacional militante organizada perdería rápidamente su función de
intervención para reducirse a una red de reflexión fundada sobre afinidades
residuales.
Para emprender el
trabajo necesario de redefinición programática. Gracias a nuestras tradiciones y
a nuestra herencia, el mundo tal como está continúa siendo comprensible en sus
grandes líneas, y nada sería más estéril que hacer tabla rasa del pasado para
extasiarse con novedades sin contenido. Sin embargo, un movimiento internacional
que no ayudase a pensar esta gran transformación y a responder con eficacia a
los problemas efectivamente nuevos sería rápidamente considerado inútil. Estos
problemas son reales y de magnitud: consecuencias de la globalización,
reorganización de la división internacional del trabajo, modificación de las
relaciones de dominación imperialista, crisis de los Estados nacionales ,
formación de conjuntos económicos y políticos regionales, desarrollo de
instituciones internacionales y definición de nuevas relaciones jurídicas.
Guardando toda proporción en el nivel de las comparaciones, el laboratorio que
se abre es de una amplitud comparable al de principios de siglo , donde se forjó
la cultura teórica y política del movimiento obrero: análisis del debate sobre
el imperialismo, sobre la cuestión nacional , debate estratégico sobre la
reforma y la revolución, batalla sobre las formas de organización política ,
social , parlamentaria.
Un cambio de
época
1. El agotamiento de
la expansión de posguerra
Detrás de los
principales acontecimientos políticos de los últimos años (caída del Muro y
reunificación alemana, implosión de la Unión Soviética, guerra del Golfo e
intervenciones militares en África, guerra de los Balcanes), hay un agotamiento
de la fase de crecimiento y de desarrollo posterior a la Segunda Guerra Mundial.
De 1945 a 1970, la tasa de crecimiento de los países industrializados fue
excepcionalmente elevada (5% en promedio en comparación con el 2% entre 1914 y
1950 y el 2,5% desde 1973), la producción mundial se multiplicó siete veces y el
comercio mundial cuatro veces.
Este crecimiento
impetuoso fue la base de los compromisos sociales en las diferentes partes del
mundo. En relación a los partidos reformistas parlamentarios, movimiento
sindical, movimientos populistas y movimientos anti-imperialistas en el Tercer
Mundo:
- El desarrollo del
Estado-Providencia y el culto al progreso en los centros imperialistas,
reforzando las posiciones reformistas, los pactos sociales y el fenómeno de
burocratización del movimiento obrero;
- Euforia burocrática
en la URSS y Europa del Este con la perspectiva de alcanzar-superar a corto
plazo al Occidente capitalista (los años Sputnik);
- Giro de Bandung
(movimiento de países no alineados) y los proyectos de descolonización /
desarrollo del Tercer Mundo (nuevo orden económico mundial, transferencia de
tecnología, proyecto de sustitución de importaciones).
Este contexto favoreció
la expresión de un cuestionamiento del sistema de dominación: luchas de
liberación nacional (Argelia, Cuba, Indochina) contra las formas tradicionales
de colonización y dependencia; luchas anti-burocráticas de masas en
Checoslovaquia y Polonia; movimientos juveniles y ciclo de huelgas de masas en
la mayor parte de los países desarrollados.
2. La globalización
y sus límites
La aceleración de la
globalización es real. El comercio internacional está creciendo más rápido que
el PIB de los países que participan en estos intercambios; desde 1975, las
inversiones directas en el extranjero crecen más rápido que las inversiones
domésticas; la interpenetración y fusión de capitales generan oligopolios cuyas
relaciones con los Estado de origen se aflojan; el comercio mundial toma la
delantera frente a la construcción de los mercados internos como base de la
acumulación.
¿Podemos concluir que
la economía mundial está constituida? La fórmula es demasiado general para no
ser ambigua. Si la aceleración mundial es incontestable, el comercio mundial
representa de 20 a 30 % del volumen total del intercambio, y las inversiones
directas en el extranjero 1 % del PIB mundial en 1990. Si los mercados de
capital y mercancías están cada vez más unificados, no ocurre lo mismo con el
mercado de trabajo (350 millones de trabajadores de los países ricos tienen un
salario promedio de 18$ USA por hora contra 1 a 2$ USA para 1.2 millones de
trabajadores de los países pobres). Las empresas multinacionales operan en
varios continentes y producen en decenas de países, pero permanecen vinculadas a
la potencia política, diplomática, monetaria y militar de los imperialismos
dominantes. Finalmente, la mundialización de los capitales se realiza, en el
último período, con base en el dinamismo del sector financiero antes que en el
desarrollo de las fuerzas productivas.
Se trata, por lo tanto,
de una situación intermedia, de transición, de crisis de los antiguos modos de
regulación, cuyos efectos son ya perceptibles: 1) mutación de las formaciones
sociales; b) dislocamiento de las esferas políticas y económicas (de ahí la
crisis de los Estados nacionales y de las clases dominantes), c) tentativas de
reorganización regional de los mercados y de las instituciones.
3. El debilitamiento
social de los trabajadores
Las fuerzas sociales y
políticas formadas en el período de crecimiento precedente están parcial y
desigualmente desestructuradas por los efectos de la crisis, de las ofensivas
liberales, de la reorganización de los aparatos productivos.
Los países
industrializados registran una baja significativa en el trabajo industrial
(cambio de organización del trabajo y de las cualificaciones, individualización
y flexibilización) y un ascenso de los servicios, con un crecimiento
espectacular del desempleo permanente y de las exclusiones crónicas,
reorganización del espacio urbano y desmantelamiento parcial de las
concentraciones obreras (relación fábrica / casa que estructuraba las
solidaridades sociales), marginalidad y bolsones de pobreza, situación de las
mujeres y de los jóvenes. Nadie puede prever el efecto acumulativo durante
décadas de estos fenómenos en sociedades donde los empleados representan más del
80% de la población activa.
En la ex Unión
Soviética y en la Europa del Este, el surgimiento de un capitalismo dependiente
tendrá efectos devastadores en las sociedades urbanizadas e industrializadas,
asumiendo formas inéditas de “tercera o cuarta mundialización”. Este proceso
está, por el momento, estacionado debido al carácter parcial de las
privatizaciones (débil desempleo oficial), ligado al carácter híbrido de las
formas de propiedad, pero la crisis urbana ya es aguda y corre el riesgo de
provocar fenómenos de éxodo rural opuesto (“éxodo urbano”) o de movimientos
migratorios hacia Occidente.
Una serie de países
dependientes agotaron el modelo de industrialización por sustitución de
importaciones, surgiendo en ellos rastros de dualización acentuada (zonas
francas, economía informal, problema agrario), así como la degradación de sus
exportaciones primarias, debido a los cambios tecnológicos en los países
desarrollados, al intercambio desigual y a la fuerte expansión del sector
financiero en las economías. La crisis urbana es de tal magnitud que no parece
manejable sin grandes reformas agrarias, chocando directamente con las clases
dominantes ligadas a la oligarquía latifundista. Los dislocamientos masivos de
población y refugiados alcanzan proporciones sin precedente, teniendo como
contrapartida intervenciones procurando controlar estos flujos (Haití) o medidas
de regulación de inspiración xenófoba (como los acuerdos de Schengen en Europa,
y el código 187 en California).
Las fuerzas organizadas
(movimientos sociales, partidos, sindicatos) salidos del ciclo de luchas
precedentes están debilitados socialmente. Sufrieron derrotas significativas en
los países ricos (mineros británicos, escala móvil de salarios en Italia,
siderurgia en Francia), en los países pobres (mineros bolivianos, contra-reforma
agraria en México), sin que aparezcan aún polos organizadores del próximo ciclo
de luchas.
La ruptura de los
“compromisos nacionales” forjados en el periodo de crecimiento y el
debilitamiento de los movimientos de clase propician la expresión de pánicos de
identidad y la búsqueda de otras relaciones comunitarias (nacionales, étnicas,
religiosas).
4. El
cuestionamiento de los Estados nacionales
Una de las mayores
consecuencias de la mundialización reside en la desarticulación tendencial de
las esferas económicas y políticas. En los años cincuenta, las economías
nacionales dominantes formaban conjuntos relativamente coherentes, articulando
un mercado, un territorio y un Estado. La competencia internacional y la
desregulación internacional introducen fracturas entre la lógica económica y la
soberanía política. Es difícil atribuir una nacionalidad a un producto o a una
firma. Las desigualdades sociales se profundizan entre ganadores y perdedores en
la carrera por la mundialización no solo en escala internacional sino también al
interior de los propios países desarrollados, poniendo a prueba los compromisos
sociales del Estado de bienestar.
La crisis alcanza a
aquello que favorecía una cierta cohesión social: la función redistributiva de
los Estados. De ahí la pérdida de legitimidad de las instituciones estatales
derrotadas por los efectos conjugados de las privatizaciones (refuerzo de los
poderes económicos privados), de la globalización (pérdida de control de las
relaciones económicas y monetarias) y de la desregulación. Este fenómeno no
afecta solo a los Estados dependientes y a las clases dominantes frágiles.
Comienza también a alcanzar a algunas burguesías europeas.
La reestructuración
liberal, el endeudamiento de los Estados (Estados Unidos, Italia, Bélgica) y de
las comunidades locales, la deslocalización regresiva de la carga tributaria en
perjuicio de los pobres, la crisis aguda de las finanzas públicas, desembocan en
la puesta en cuestión de los mecanismos del Estado de bienestar (indexación
salarial, servicios públicos, protección social, retroceso en los contratos
colectivos, privatización de la seguridad social) y en el incremento de las
desigualdades regionales. Paralelamente, la privatización de los poderes
económicos y financieros en perjuicio del servicio público y de las formas
públicas de producción y gestión favorecen una corrupción galopante y la
proliferación de fenómenos mafiosos.
En los países
dependientes, esta tendencia general se traduce en una crisis generalizada de
los sistemas populistas (México, países árabes, África negra), en un proceso de
privatización/dolarización y una pérdida de soberanía bajo la presión de la
deuda y la corrosión de los recursos dependientes de la exportación (materias
primas), una “desconexión forzada” para algunos países (de 1966 a 1987, el total
de las exportaciones de los países del Sur de las exportaciones mundiales tuvo
una caída de 23% para el 15%; mientras que la parte de los Nuevo Países
Industrializados pasaba de 1,1% a 5,5%, en América Latina se redujo al 3%). El
desmoronamiento de las élites locales, incapaces de homogeneizarse y de
estabilizarse en torno de un proyecto nacional viable, acentúa la corrupción, la
redistribución clientelar de los beneficios y las tendencias al desplazamiento
“clánico”/étnico de algunos Estados (Somalía, Etiopía, Ruanda). Las crisis que
experimentaron México o Argelia demuestran en qué medida países que habían
conocido una revolución o una guerra de liberación radical y que parecían mejor
colocados para enfrentar la situación de dependencia tampoco consiguieron
mantener tales posiciones. El primero busca hoy salvarse dentro de una
asociación socialmente costosa con su gran vecino del Norte: EUA; en cuando al
segundo se hunde en el caos de una guerra civil bajo el arbitraje de la antigua
metrópoli colonial: Francia.
La violencia social y
la violencia política junto al ascenso de “identidades oscuras”, inversamente
proporcional a la desaparición de los vínculos de solidaridad de clases, se
inscriben en este contexto.
5. La crisis de las
clases dominantes
Divididas por la
competencia, las clases dominantes existen en tanto tales a través del Estado
que las unifica. Pero el proyecto estructurador de los Estados nacionales (que
se impuso durante el siglo pasado en los países dominantes y en el curso de este
siglo en el Tercer Mundo) agotó sus efectos integradores y unificadores sin que
haya surgido un proyecto alternativo. Los Estados existentes siguen siendo la
forma necesaria de la dominación de clase, pero no la forma más apropiada para
hacer frente a las fuertes tendencias de la globalización. De ahí la
desestabilización, perceptible por todas partes, de las clases dominantes y sus
representantes políticos: corrupción galopante, negocios turbios, narcotráfico,
reino de los aventureros (Fujimori, Collor, Berlusconi); cuestionamiento de
sectores burgueses y pequeño burgueses menos dispuestos a aceptar la pérdida de
la soberanía del Estado y menos aptos a adaptarse a los efectos de la
competencia liberal; signos de división en el gran capital sobre las
perspectivas y soluciones inmediatas (Europa, Nafta, OMC). Más allá de sus
especificidades, el caso italiano es, en este sentido, un síntoma de la
situación general.
En América Latina y en
los países árabes, el ciclo populista burocrático está en el límite de sus
fuerzas. En África, numerosos Estados originados en el proceso de
descolonización no llegaron a consolidar una realidad nacional y una clase
burguesa dominante. Los efectos redistributivos que podría tener la corrupción y
el clientelismo están agotados. De ahí la explosión de las élites compradores.
Acorralados entre las exigencias de ajuste estructural y la descomposición
social, numerosos países dependientes se encuentran debilitados (Etiopía, Sudan,
Afganistán, repúblicas de la antigua URSS). Incluso en los países donde la lucha
por la independencia era más radical en sus formas y sus consecuencias duraderas
(Argelia, México, Angola y Mozambique) los regímenes populistas agotaron su
dinamismo histórico y sus élites burguesas y burocráticas se acomodan a una
pérdida de soberanía parcial, de hecho o de derecho, que termina reforzando la
agresividad (impensable hace veinte años) del discurso neo-colonial sobre la
inmadurez de los pueblos infantiles y la necesidad del puño tutelar.
En los regímenes
burocráticos, la emergencia de una burguesía dinámica y emprendedora conoce
enormes dificultades. La descomposición de los diferentes segmentos de la
burocracia da origen a una mistura de capitalismo especulativo y de clientelismo
burocrático, una especie de proto-burguesía mafiosa y compradora.
6. Un mundo injusto,
violento e inestable
El proyecto socialista
no es el único en crisis. También están en crisis las diferentes visiones del
mundo que coexistían, se confrontaban y se complementaban durante el periodo
precedente: desde los partidarios del “tercermundismo” de Bandung, a los del
universalismo democrático burgués, pasando por el de las ilusiones de progreso,
del comunismo productivista victorioso en el año 2000. El triunfo anunciado del
matrimonio entre el mercado libre y la democracia parlamentaria fracasó. Aunque
la analogía histórica es un recurso inevitable del pensamiento político y
militar, frente a la amplitud del cambio histórico en curso y las incertidumbres
de la salida señalada, de nada nos sirve razonar por analogía (por ejemplo, en
relación al inicio de siglo o a los años 30). Es importante estar atento a lo
inédito, a las formas específicamente contemporáneas de viejas contradicciones.
Ya no estamos en el periodo político de 1968, no salimos aún de la onda larga
depresiva y estamos al final de una época, abierta por la primera Guerra Mundial
y por la Revolución Rusa.
La ruptura de los
equilibrios inestables resultantes de la última guerra mundial no desembocaron
en un nuevo orden, como proclamó Bush, sino en nuevos conflictos inevitables en
un mundo injusto (desigualdades, dependencia, apartheid), violento (Golfo,
Yugoslavia, Ruanda) e inestable. Estamos frente a una especie de Contra-Reforma
regresiva (económica, política y cultural) contra las conquistas democráticas y
sociales: desempleo de larga duración, precariedad, pobrezas antiguas y nuevas,
exclusiones, epidemias, pauperización absoluta de algunas poblaciones,
catástrofes ecológicas, nuevas tecnologías y crisis moral.
Siempre hay una salida
para la crisis económica, el problema es saber a qué precio y quien paga la
cuenta. La crisis actual no desemboca forzosamente en una catástrofe
generalizada, pero el estrangulamiento lento y el agravamiento mundial de las
desigualdades pueden asumir dimensiones no menos violentas y no menos bárbaras.
Por detrás del movimiento cíclico, las contradicciones cada vez más potentes
recuerdan las características esenciales del sistema: la miseria de la mercancía
como medida para regular el intercambio de trabajos complejos y para organizar,
a largo plazo, la relación entre la sociedad y su medio ambiente
natural.
En las crisis aparecen
los nuevos elementos de regulación posibles (nuevas tecnologías, nuevos
productos, división y organización del trabajo). Sin embargo, estos elementos
siguen siendo parciales y no sistematizados. Restablecer las condiciones de una
nueva fase de acumulación y de crecimiento duradero no depende solo de un cambio
de las relaciones de fuerza sociales en países clave, sino también de una
reorganización de mercados, territorios, instituciones, leyes.
El problema crucial es
entonces el cambio de escala en la agenda, la redistribución de las relaciones
de dependencia y dominación, la constitución de grupos y bloques regionales, la
consolidación de los acuerdos y organismos internacionales capaces de
disciplinar el nuevo orden liberal. Y ahí es donde se imponen los
problemas:
a) de los instrumentos
políticos e institucionales de la internacionalización (el papel del FMI, del
BM, de la OMC), de las alianzas y de las nuevas formas de intervención militar
imperialistas;
b) del surgimiento de
conjuntos regionales cuyas características permanecen fuertemente diferenciadas
– de una tentativa de unificación monetaria y política (Unión Europea) a un
mercado común entre países ricos y dependientes bajo la hegemonía imperial
(Nafta), de un mercado común dependiente (Mercosur) a una zona libre de
libre-comercio más o menos organizada (Apec);
c) crisis y
desplazamiento de algunos Estados, ascenso de los nacionalismos, relaciones
entre naciones-etnias-Estado, multiplicación de conflictos
regionales.
Volveremos
resumidamente a estos tres grandes temas. Una de las funciones de una
organización internacional, incluso modesta, es efectivamente contribuir a poner
en práctica una actualización programática comparable, resguardando las debidas
proporciones, a las grandes controversias de inicio de siglo que determinarían
prácticamente por un siglo la cultura política del movimiento obrero en sus
diferentes componentes.
NUEVOS PROBLEMAS
7. Las nuevas
instituciones económicas
Sea en el campo del
comercio mundial (GATT, OMC), del consenso político (previsible reorganización
de la ONU), de la gestión de la deuda (Banco Mundial / FMI), e incluso de la
ecología (Cumbre de Río de Eco-92), las instituciones ligadas a la globalización
parecen cada vez más presentes y activas. Para algunos, es suficiente para
concluir con el surgimiento de una forma de super-imperialismo organizado con un
papel creciente de los oligopolios apátridas e instituciones planetarios
proto-estatales.
No nos incluimos entre
estos. Lejos de ello. Sin embargo, los instrumentos de la globalización nos
colocan problemas de análisis e intervención que debemos enfrentar.
a) Del GATT a la OMC.
Parte del sistema erguido al día siguiente de la Guerra (sistema de
Bretton-Woods, FMI, Banco Mundial), el GATT es un mecanismo de liberalización de
los intercambios controlado por las potencias dominantes que perpetua el
intercambio desigual y la dependencia. Por detrás de la creencia liberal
hipócrita, la realidad: normas de ajuste estructural, proteccionismo enmascarado
de los ricos, hegemonía cultural y financiera reforzadas por la desregulación de
los servicios, “patentamiento” del patrimonio genético, etc. El paso discreto
del GATT en relación a la Organización Mundial de Comercio en el marco de la
ratificación de los acuerdos de Marrakech, representa nuevas formas de
subordinación de los Estados, de los poderes electos (inclusive mal electos) y
de las legislaciones de los regentes del mercado mundial.
b) Bajo el impulso del
FMI y del Banco Mundial, la deuda externa continúa desempeñando una función
disciplinadora en relación a los países dependientes. Si la OMC mantiene una
dimensión de representación nacional, este no es el caso del FMI y del Banco
Mundial. Ellos encarnan la ley del capital: ¡un dólar, una voz! Estas
instituciones tienen ciertamente un poder de decisión limitado, comparativamente
al peso de las principales multinacionales (en cuanto al FMI controla haberes
que representan menos del 2% de las importaciones mundiales, solo diez empresas
trasnacionales contabilizan casi el equivalente a las ganancias anuales de las
190 siguientes y las 500 mayores empresas despedirán un promedio de 400 000
trabajadores por año para garantizar el aumento de su rentabilidad), pero
suficiente para cumplir el papel de gendarmes en el Tercer Mundo o en los países
del Este.
Se puede concebir otro
modo de cooperación y de crecimiento del planeta: organismos internacionales de
regulación sustituyendo al BM/FMI/OMC/G-7; organismos de promoción de comercio
internacional entre países de productividad similar; transferencia planeada de
riquezas de los países que la acumularon durante siglos en detrimento de los
países pobres; nuevos dispositivos de regulación de los intercambios que
permiten proyectos de desarrollo diferenciados, desconexión parcial y controlada
del mercado mundial y una política de precios correcta; una política migratoria
negociada en este contexto.
c) El debate sobre una
eventual “cláusula social” contra las importaciones provenientes de los países
dominados, y las nuevas formas de proteccionismo más o menos declaradas ilustran
bien la perversidad del sistema. En los países ricos, eventuales medidas de
protección tarifaria no serían admitidas sino como formas de sancionar
industrias que actúan en el exterior con explotación de mano-de-obra barata y
sin derechos laborales (como el código de conducta europeo o el código Sullivan
para las empresas que operaban en África del Sur en la época de las sanciones).
La competencia del Tercer Mundo invocada para justificar el desempleo en los
países industrializados es ilusionismo puro.
- El intercambio
comercial entre países ricos y países dependientes, incluidos los nuevos países
industrializados (NPI), incluso puede traducirse en la pérdida de empleos, pero,
en general, el flujo de capital representa beneficios. El desempleo no es, por
tanto, resultante principalmente de la competencia presentada como desleal, sino
un problema de la propia lógica económica y del aumento de la productividad en
empleos que atiendan a las necesidades sociales.
- Bajo los efectos de
la desregulación, las ventajas comparativas del desplazamiento para los países
del Tercer Mundo tiende a reducirse frente a los desplazamientos internos en los
propios países ricos, y a aprovechar el desarrollo desigual de las garantías y
las normas sociales (los desniveles salariales se han revelado considerables en
el propio seno de la comunidad europea)
- Además, lo esencial
de los bienes importados en los sectores de alta densidad de mano de obra (tales
como textiles y componentes electrónicos) son provenientes de fábricas que
funcionan en el exterior pertenecientes a los grupos industriales de países
imperialistas que, a excepción de Corea del Sur, mayoritariamente no son de
empresas nacionales de los países exportadores. La cuestión clave no es entonces
hacer cumplir dentro de los países ricos, un impuesto social a la importación
(cuyo control y destino serian demasiado inciertos) sin la estrategia a adoptar
en relación a las empresas multinacionales que producen en el extranjero y el
control a las que estarían sujetas (vigilancia, expropiación total o parcial,
reforma fiscal), o incluso el desarrollo de proyectos alternativos a los grandes
proyectos capitalistas (G7 en telecomunicaciones).
8. Jerarquía de
poder e intervención militar
Una de las condiciones
políticas para la salida de la crisis está en la reorganización del liderazgo
mundial. ¿Dónde está el declive norteamericano? Desde la Guerra del Golfo, los
Estados Unidos han utilizado la superioridad militar y su potencia de Estado
para reafirmar su hegemonía militar y diplomática; comenzando a restablecer su
competitividad productiva en algunos sectores. Pero la permanencia de enormes
déficits comerciales y presupuestarios enfatiza la fragilidad de estas
evoluciones. Los impasses de Europa y la limitación de Japón, por otro lado,
impiden el surgimiento, a corto plazo, de una alternativa real al liderazgo
mundial americano. La contradicción entre el poder político y el debilitamiento
económico de los EUA se refleja, incluso, en las contradicciones de las
instituciones internacionales: reorganización del Consejo de la ONU,
inexistencia de un nuevo orden monetario, redefinición de los pactos militares,
precariedad de la OMC ante los proteccionismos disfrazados de las
potencias.
Incluso antes de la
intervención iraquí en Kuwait, los Estados Unidos (y las principales potencias
europeas) reorientaron su política militar en función de nuevas bases
estratégicas (doctrina de Aspen) dando prioridad a la lucha contra la
inestabilidad del Tercer Mundo. La nueva doctrina había sido preparada y pensada
para el desarrollo de las operaciones de las fuerzas de intervención rápida,
para las guerras llamadas de baja intensidad (América Central), para las
intervenciones puntuales directas (Granada, Panamá). La guerra del Golfo fue la
primera demostración, a otra escala, de esta estrategia de golpes puntuales
masivos, en el contexto de nuevas relaciones de fuerza mundiales. Impuesta por
los trastornos político-estratégicos europeos, la redefinición del papel de la
OTAN está, desde su creación, subordinada a esta política en su
conjunto.
La legitimación
humanitaria de las intervenciones militares figura como el cuarto componente
estratégico en los documentos del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados
Unidos. Las nociones de derechos y deberes de injerencia (y reciprocidad)
oscilan entre el deber moral y el derecho político. El deber postula una
imposible inocencia de los interventores, como si el pasado, los intereses, la
jerarquía concentrada en el consejo de seguridad de la ONU y sus miembros
permanentes no existiesen más.
En realidad, se trata
de una burla del nuevo derecho internacional, traduciendo las nuevas relaciones
de fuerza y confiriendo a la preservación del orden planetario una legitimidad
antes comprometida por las guerras coloniales y sobre todo por la larga
intervención en Vietnam. Las intervenciones en el Golfo, en Somalia, en la ex
Yugoslavia, en Ruanda han demostrado las contradicciones prácticas de este
montaje jurídico-ideológico: ¿Quién decide y quién aplica? (¿Decisiones de la
ONU y del mando militar de las operaciones? ¿Qué será de la siempre proclamada
soberanía de los Estados? ¿Cuál sería la reciprocidad de este derecho de mano
única: ninguna intervención más de los ricos en los países pobres, sino lo
contrario?)
Tan pronto presentada
como la autoridad cosmopolita de un nuevo orden mundial, la ONU asumió lo
fundamental: la cobertura legal de las iniciativas y expediciones imperialistas.
La ONU hace los comunicados. Pero el vacío jurídico, desde el punto de vista
mismo de su Carta de intenciones y del derecho internacional, permite una
multiplicación de las intervenciones a diferente nivel. En los casos más graves,
los Estados intervienen bajo el mandato de la OTAN (Bosnia) o de los Estados
Unidos (Golfo), ignorando las posiciones de la ONU (Francia en Ruanda, Estados
unidos en Haití).
El fin de la
distribución bipolar originzado en Yalta pone al desnudo los problemas de
representatividad de los organismos internacionales y de las dificultades de
redefinición de su composición sobre la base de otros criterios que los de las
relaciones de fuerza superadas desde el fin de la última guerra mundial (el
ejemplo del Consejo de Seguridad, por zonas geográficas, potencia militar, peso
demográfico). Las jerarquías heredadas de Yalta han caducado, pero aún no está a
la vista la soberanía democrática internacional que supere las mediaciones de
los Estados y de las alianzas de Estados. Así pues, la contradicción continúa
siendo explosiva entre las necesidades de regulación proto-estatal mundial,
ligada a la internacionalización del mercado de bienes y de capitales
(transferencias formales o informales de soberanía) por un lado, y por otro, la
regulación social, aunque nacional en su esencial, ligada a la transformación
del mercado de trabajo.
9. Por una Europa
social y solidaria
El Tratado de
Maastricht representa una opción estratégica: traducir el proyecto de
organización política de Europa bajo la presión de una camisa de fuerza
monetaria y de sus criterios de convergencia. A partir de los procedimientos de
ratificación de Maastricht combatimos el tratado, no para reclamar por la
soberanía nacional amenazada como hacen las derechas chovinistas, sino desde un
punto de vista de clase: en nombre de la solidaridad social atacada por el
euroliberalismo y en nombre de una Europa social y solidaria, comprometida por
los efectos desiguales de esta Europa financiera y no democrática.
El tren se ha puesto en
movimiento. El proyecto inicial de Maastricht ya está caduco tanto por razones
económicas (no previstas por los tecnócratas, la brutalidad de la crisis estalló
con el Sistema Monetario Europeo y los criterios de convergencia desde 1992),
como políticas (la caída del bloque del Este y de los imperativos políticos de
la ampliación). La idea, reivindicada por la democracia cristiana alemana, de
una Europa a diferentes velocidades (una zona de libre comercio y una red de
asociación política atada a Rusia, organizadas en torno de un núcleo duro
proto-estatal franco-alemán), responde a esta nueva situación dentro de la
continuidad del Acta Única y del espíritu de Maastricht (no al pie de la letra,
pues eso también se ha demostrado impracticable).
Aunque no se parta de
cero, y aunque estamos en parte prisioneros de orientaciones ya tomadas (Acta
Única, Maastricht, ampliación), se trata de colocar nuevamente de pie el
proyecto europeo: Europa no será la misma dependiendo de las fuerzas sociales
que tomen la iniciativa y determinen su contenido:
- Ampliación y
profundización: el compromiso político y la convergencia social contra la camisa
de fuerza monetaria: reducción coordinada inmediata de la jornada de trabajo
hasta 35 horas máximas; sistema europeo de indexación de salarios y salario
mínimo europeo; armonización de la protección social alineada a partir de las
conquistas más ventajosas; plan de grandes proyectos en transportes,
comunicaciones, energía: proyectos industriales y “europeización” de
multinacionales estratégicas.
- Una Europa
democrática y ciudadana: ciudadanía e instituciones europeas (derecho de votos a
los residentes; derechos sociales y cívicos efectivamente iguales para las
mujeres), Asamblea europea y derecho de veto de los parlamentos nacionales;
supresión de los acuerdos de Schengen y de las medidas discriminatorias como las
leyes Pasqua. Aplicación correcta de la relación de asociación voluntaria:
definir el contenido democrático de subsidiariedad como nueva distribución de
las competencias y de los atributos de soberanía a nivel de Estados, de Unión
Europea y a nivel internacional. En este cuadro sería posible conquistar, en
definitiva, avances hacia la supranacionalidad y el reconocimiento de derechos
nacionales colectivos (País Vasco, Córcega, etc.).
- Una Europa pacífica y
solidaria: desarme nuclear; supresión de la deuda, nueva cooperación; medidas
ecológicas.
10. Alternativas al
nacionalismo
En las actuales
condiciones de internacionalización de la producción y del comercio, de crisis
de eficacia, de desorganización de la división del trabajo, de nuevas
migraciones de poblaciones, los Estados-nacionales no pueden continuar asumiendo
el mismo papel integrador del siglo pasado (integración en el mercado mundial,
soberanía limitada, interpenetración de las poblaciones). De ahí la búsqueda de
una legitimidad mítica (la tierra y los muertos), “étnica” o de identidad
(chovinismo y xenofobia), con su carga de fantasmas purificadores. Yugoslavia no
es la excepción (Israel, Alemania). En estas condiciones, el nacionalismo del
oprimido puede muy rápidamente convertirse en nacionalismo opresor de sus
propias minorías. Una alternativa de clase exige más que nunca una estrecha
relación entre proyectos nacionales-democráticos y una redefinición de los
intercambios, alternativas a la OMC y a los ajustes estructurales del FMI, así
como la defensa de reivindicaciones democráticas regionales o étnicas en un
cuadro de solidaridad más amplio evitando los callejones sin salida del
nacionalismo; derecho a la autodeterminación y libre asociación
(subsidiariedad); garantía de derechos a las minorías (lingüísticas, escolares,
culturales).
11. Construir un
nuevo programa
Las reivindicaciones
transitorias constituyen un puente entre las reivindicaciones inmediatas que
responden a las necesidades urgentes y la conquista del poder. Pero estos
puentes y pasarelas son, por el momento, muy precarios. ¿Dónde está el poder?
Todavía concentrado en los aparatos del Estado, pero también delegado en las
instituciones regionales e internacionales.
Es un problema para las
clases dominantes. La idea de un espacio político, económico y territorial
homogéneo es obsoleta, pero nada garantiza que tal espacio podrá reconstruirse
en una escala superior (regional). Las divisiones de la burguesía ilustran bien
las contradicciones entre un capital directamente mundializado, un capital aún
protegido por sus instituciones nacionales y un capital que busca una
reorganización intermedia (Unión Europea), con todas las implicaciones posibles
e imaginarias entre estos tres niveles.
Es un problema
estratégico mayor para el movimiento obrero, cuyas políticas fueron moldeadas
hace décadas en el marco del Estado nacional, con sus versiones revolucionarias
(nacionalizaciones, monopolio del comercio exterior, dualidad de poder) o
reformistas (democratización y políticas keynesianas). Hoy, la disociación de
los poderes políticos y económicos, la dispersión de los centros de decisión y
de los atributos de soberanía (a nivel local, nacional, regional, mundial) hacen
que las pasarelas proyectadas a partir de las reivindicaciones inmediatas partan
en diferentes direcciones. Es sorprendente constatar que el programa del PT
brasilero era mucho más moderado que el programa reformista radical de la Unidad
Popular chilena de 1970, o que un programa radical en algunos países europeos
(reducción de la jornada de trabajo, derecho de los inmigrantes, suspensión de
la deuda y desmilitarización) y frecuentemente mucho más rebajado que los
programas reformistas de los años 70, por lo menos en su forma escrita
(nacionalización, elementos de control y de auto-gestión). Confrontados con la
impotencia de un reformismo sin reformas, las fuerzas mayoritarias del
movimiento obrero oscilan entre la adaptación a la lógica liberal
(social-democracia moderna) y la recaída nacionalista (algunos partidos
comunistas o ex comunistas).
La defensa de los
derechos y conquistas sociales se apoya sobre las legislaciones y las
instituciones existentes, pero las medidas eficaces contra el desempleo y por
una economía al servicio de las necesidades sociales asumen una dimensión
directamente regional o internacional (reducción coordenada de la jornada de
trabajo, políticas comunes, proyectos de inversión o socialización de empresas
multinacionales). Por lo tanto, se trata, a partir de las luchas y experiencias
a favor de medidas lo más modestas y parciales que sean, de formular y
actualizar una propuesta transitoria para el siglo XXI. También es la forma,
abordando temas centrales y accesibles, de dar un contenido dinámico y accesible
a la recomposición. Se trata de reformular los primeros contornos de una
propuesta que conduzca a una contestación de conjunto del orden
establecido:
a)
Ciudadanía/democracia (política y social): en relación a la universalidad
truncada de los derechos humanos proclamados, derechos civiles e igualdad de
derechos (inmigrantes, mujeres, jóvenes), derechos civiles y derechos sociales
(igualdad hombres/mujeres); derechos sociales y servicios públicos;
b) Contra la dictadura
del mercado, sus consecuencias a corto plazo y su lógica de desigualdades:
derecho a la vida, comenzando por el derecho al empleo y la garantía de renta
mínima; reinversión de las ganancias de productividad (servicios de educación,
salud, vivienda) con ampliación de la gratuidad e injerencia en el derecho de
propiedad privada. Derecho de ciudadanos/ciudadanas a la propiedad social de las
grandes empresas cuyas opciones y decisiones tengan una mayor incidencia sobre
sus condiciones de vida presentes y futuras. Ese derecho no implica
necesariamente una nacionalización, sino una socialización efectiva (derecho al
uso autoadministrado, descentralización, planificación)
c) Solidaridad entre
generaciones (protección social, ecología);
d) Solidaridad sin
fronteras: desarme, deuda, constitución de espacios políticos regionales,
internacionalización de derechos sociales.
Un trabajo análogo debe
ser hecho a partir de los problemas más candentes de los países dependientes
(deuda, reforma agraria, cooperación regional) o de los países del Este
(alternativa a las privatizaciones, democracia, problema de las
nacionalidades).
Una conclusión
provisional
12. Un cambio
histórico
Cierto, los ciclos
económicos existen. Cierto, hay flujos y reflujos en las luchas y hemos
asistido, aquí y allá, a explosiones, movilizaciones y resistencias combativas.
Pero unir estos acontecimientos no nos debe hacer olvidar el cambio histórico
del modo de acumulación capitalista, sobre el que si aún es prematuro extraer
las consecuencias estratégicas, no lo es para ser consciente der la dimensión
del problema. La crisis de dirección revolucionaria, como fruto de la crisis del
movimiento obrero, adquiere todo su sentido en esta perspectiva
histórica.
La situación mundial es
siempre el campo de tendencias contradictorias. Sin lugar a dudas, a partir de
la década pasada, es imposible equilibrar los pros y contras, los puntos malos y
buenos: Nicaragua con Chiapas, Palestina con África del Sur. Los términos no son
equivalentes. Basta con escuchar y leer las declaraciones del Ejercito Zapatista
de Liberación Nacional: una insurrección de la desesperanza contra los efectos
de la modernización liberal. Con el fin del apartheid, como en la caída de las
dictaduras burocráticas, muchos factores entran en juego. Sin duda una
movilización de masas y una expresión de aspiraciones democráticas, pero
combinada con las necesidades propias del capital: el sistema del apartheid
entraba en contradicción, cada de forma más insostenible, con los vientos de
liberalización y de desregulación. Una vez establecida la dinámica, su dirección
está principalmente determinada por las relaciones de fuerza mundiales. Así, una
tendencia se impone claramente, ilustrada no por suposiciones sino por los
acontecimientos principales: desmantelamiento de la Unión Soviética sin
desembocar en una revolución política, dinámica restauradora dominante en el
Este, unificación imperialista en Alemania, derrotas de la revolución
centro-americana, guerra del Golfo, acuerdos Israel-Palestina, profundización
del aislamiento y agotamiento de la revolución cubana.
Por los tanto, la
crisis de dirección y del proyecto del movimiento obrero es fruto de tres
factores combinados: los duraderos efectos sociales de la crisis (cambio
social); los efectos acumulativos desorganizadores de la política de las
direcciones reformistas y populistas frente al primer choque de la crisis; los
efector profundos de la crisis del “socialismo realmente existente”.
En los países
imperialistas, los partidos estalinistas desacreditaron la revolución y los
social-demócratas la reforma. Ni unos ni otros cumplen hoy la misma función que
tenían en los periodos pasados. Los primeros solo sostienen su identidad en
referencia al campo socialista y no pueden transformarse en partidos reformistas
nacionales a menos que, en este papel, suplanten a la social-democracia. Al
mismo tiempo, los partidos social-demócratas tradicionales, apañados por el
torbellino liberal de la gestión leal y por el impasse de las recetas
keynesianas nacionales, están estrechamente asociados al capital europeo,
asumiéndose como el ala mercantil de la Europa de Maastricht, y encarnando cada
vez más un reformismo sin reformas. Esta crisis de representatividad del
movimiento obrero se traduce paralelamente en una crisis (diferente según los
países) de la eficacia y de la representatividad del movimiento sindical, por la
fragmentación y atomización de la consciencia de clase.
En los países de Europa
del Este y de la ex Unión Soviética, el hecho de que el discurso de clase sea el
del antiguo poder, con la perdida de sentido de las palabras, que no se haya
dado una fusión entre las aspiraciones democráticas de la sociedad y del
movimiento de clase, que la debilidad de las luchas anticapitalistas de masas en
los países avanzados no ofrezca más una referencia positiva como en 1968,
constituyen obstáculos al renacimiento de un movimiento social independiente del
capital tanto como de las antiguas fracciones de la burocracia.
En los países
dependientes, donde las corrientes anti-imperialistas progresistas podían
realizar alianzas conflictivas con los sectores de la (pequeña) burguesía en
formación, los cambios en las relaciones de fuerzas internacionales conducen a
un realineamiento realista en cascada (acomodamientos y compromisos con el Banco
Mundial y el FMI). La época donde la OPEP parecía poder hacer escuela y donde la
división internacional del trabajo heredada del colonialismo permitía un margen
de maniobra y acuerdos, parece superada. Durante un tiempo solapado por la
elevación del precio del petróleo, la desarticulación de este dispositivo
comenzó al final de los años 70, con la caída de los precios de las materias
primas, solapando la base social y la auto-confianza de este movimiento
anti-imperialista. Los cambios de las relaciones políticas mundiales posteriores
a la caída del muro de Berlín, el desmantelamiento de la Unión Soviética y la
guerra del Golfo han dado el último golpe, provocando una crisis abierta, no
coyuntural, en las formas del anti-imperialismo radical de la fase precedente
(confusión en Panamá, en Haití) y la fuerte tentación de adaptación destructiva
a una línea de retroceso en nombre de un realismo ilusorio (Salvador, Nicaragua,
África del Sur).
En este momento, la
tendencia dominante a escala internacional es el debilitamiento del movimiento
social (comenzando por el sindical). Si las elecciones producen cambios de
verdad (Italia), raramente los favorecidos son los partidos del movimiento
obrero y menos aún las alternativas radicales a los partidos en el poder: por el
contrario, son los caudillos y formaciones populistas, incluso partidos de la
extrema-derecha, los primeros beneficiarios de la derrota de los partidos
tradicionales. La izquierda revolucionaria está hoy más pulverizada y debilitada
que hace cinco años atrás (crisis de las organizaciones centroamericanas,
ruptura del PC filipino, retroceso de la izquierda sindical sudafricana). Para
la reconstrucción de un proyecto revolucionario y de una Internacional partimos
de condiciones considerablemente deterioradas.
13. Evitar
malentendidos
La discusión en el
CEI/1 exige algunas precisiones para intentar por lo menos
evitar los mayores mal entendidos. Algunos camaradas se han centrado mucho en la
idea del cambio de época. Tenemos que permanecer lúcidos. Los historiadores han
inventado categorías extremadamente refinadas y sofisticadas para expresar la
periodización de los ritmos (ciclos, fases, etapas, etc.). Se trata simplemente
de reafirmar que no estamos en una alternancia rutinaria de ascensos y
descensos, sino de una configuración que se acaba y que el cambio operado por la
reorganización del capital plantea realmente nuevos problemas. Existe una
utilización ideológica del tema de la internacionalización (apología del
liberalismo sin fronteras y resignación a las exigencias que derivadas de la
misma), que no por ello es menos real y determinante de la dinámica de las
transformaciones sociales, de las fracturas políticas, de la desestabilización
de los Estados.
Otros camaradas han
insistido en la emergencia de elementos de un nuevo modo de regulación
imaginable. Es verdad y tiene lógica. No existe en la historia cortes bruscos.
Lo nuevo se prepara en lo antiguo y los elementos de solución maduran en el
marco de la crisis: la tecnología, la organización del trabajo, nuevos mercados
y nuevos productos. Pero estos fenómenos no tienen hasta ahora ni la amplitud
(generalización), ni la coherencia suficiente para iniciar una nueva fase de
crecimiento sostenible. Por eso insistimos en las condiciones políticas e
institucionales de salida de la onda recesiva. Esto no quiere decir que estas
condiciones deben tomar la forma de una sola catástrofe o de una nueva guerra
mundial. Evocamos en el informe una hipótesis de estrangulamiento lento, donde
los conflictos locales de alcance internacional (tipo Bosnia) pueden ser uno de
los aspectos.
Finalmente, nos
preguntamos si es realmente necesario pasar tanto tiempo en una polémica estéril
sobre el “nuevo orden mundial”, como si algunos (la mayoría) dejándose llevar
por un pesimismo desesperado hubieran pasado a creer en la constitución de tal
orden y como si otros (fieles a su fe revolucionaria) depositaran toda su
confianza en la capacidad de las masas. La resolución mayoritaria del último
congreso mundial insistía (ya en su título) sobre los nuevos desordenes
(presentes como la guerra del Golfo y futuras). ¡Imposible leer la prensa en
estos días y ver un mundo ordenado! El antagonismo, el conflicto, la lucha son
inherentes al sistema y esto no está próximo a acabar. Sin embargo, el problema
comienza precisamente ahí. Como dijo sabiamente Gramsci, so se puede prever sino
la lucha, no su desenlace.
La revolución es
necesaria. Nosotros luchamos por hacerla posible y victoriosa. Pero la victoria
no es segura y sobre todo somos un número reducido (como los militares, siempre
con una guerra de retraso, estamos obligados a racionalizar tomando por base las
guerras precedentes), imaginando un proyecto revolucionario a partir de la
experiencia de revoluciones pasadas, mientras que el renacimiento de un
movimiento social aportara probablemente respuestas inéditas.
14. ¿Dónde está el
poder?
Algunos camaradas
parecen sorprendidos por la pregunta que se plantea en el informe: “¿dónde está
el poder?”. Se puede responder simplemente que la lucha de clases comienza, como
dijeras los clásicos, de Marx a Trotsky, en la arena nacional y que su horizonte
estratégico continúa siendo, en primer lugar, la conquista del poder político en
escala nacional. Esto no es falso, pero ya no es totalmente verdadero.
Rechazamos claramente la idea de un super-imperialismo realmente existente que
reduciría los Estados nacionales a vestigios y convertiría en falsas las luchas
en ese nivel; el objetivo loable pero lejano de una mundialización de las luchas
(o de una renovación internacionalista) puede servir, en ese caso, de pretexto
para la resignación, la pasividad o la adaptación a la dinámica
liberal.
Por el contrario, estos
Estados y el poder que ellos representan pierden el control de una parte
creciente de los procesos de producción, de los flujos monetarios, de la
deslocalización de capitales, de forma que la dimensión nacional de la lucha por
el poder político está cada vez más directamente imbricada en la dimensión
regional y mundial. No podemos ir más allá en la respuesta a la cuestión
denominada de los “estrangulamientos externos” como lo hacíamos en la época de
las primeras polémicas sobre el programa común de la izquierda en Francia de los
años 70. Una propuesta transitoria debe articular directamente las
reivindicaciones de defensa de las conquistas en un marco nacional y de las
propuestas de transformaciones al menos continentales. En su ausencia, la
iniciativa sobre esta cuestión la dejamos para la burguesía.
Existe un problema
análogo para los países dependientes atrapados en una nueva división
internacional del trabajo y cuyo espacio táctico se ha reducido
considerablemente. Ya hemos señalado que el programa del PT brasileño (el
programa votado, incluso por nosotros, y no la campaña de Lula) era mucho más
moderado que el programa de la Unidad Popular chilena. ¡Y se trata de Brasil!
¿Qué decir de los países que no tiene ese nivel de industrialización y esa
capacidad productiva? ¿Sobre cuales condiciones de desconexión del mercado
mundial puede constituirse todavía un camino para el inicio del desarrollo?
¿Cuáles son los efectos de lo que algunos economistas denominan desconexión
forzada para recordar la exclusión de países o de regiones colocadas al margen
del mercado mundial?
http://www.democraciasocialista.org/?p=1976
1/ Comité
Ejecutivo Internacional de la IV Internacional.
Traducción: Martín
Mosquera para democracia
socialista-org
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