Asunto: | NoticiasdelCeHu 37/14 - La geografía del desarrollo desigual (Neil S mith) / Rumbo al XVI EnHu | Fecha: | Martes, 11 de Febrero, 2014 18:57:38 (-0300) | Autor: | Noticias del CeHu <noticias @..............org>
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NCeHu
37/14
Rumbo al XVI
EnHu
América Latina como
geografía
Bariloche, 6 al 10
de octubre
La geografía del
desarrollo desigual
Neil Smith
…El marxismo no es el puntero de un maestro
elevándose por encima de la
historia, sino un
análisis social de los caminos y
medios del proceso
histórico que está llevándose a
cabo
Leon Trotsky
El concepto de desarrollo desigual es un enigma en la
teoría marxista. Fue enérgicamente desarrollado por Trotsky en relación a la
revolución permanente pero también tomado por Stalin para propósitos opuestos.
Rápidamente codificado como “ley” en la década de 1920, se transformó en arcano,
sólo para ser desempolvado cautelosamente varias décadas después. Una réplica
útil para poner fin a la polémica, “la ley del desarrollo desigual (y
combinado)” fue sometida a un análisis con una llamativa falta de seriedad.
Mientras que es importante conocer esta historia, es incluso más importante
desarrollar la teoría del desarrollo desigual en un modo que nos ayude a
entender el mundo actual. En la medida en que es apenas una exageración decir
que el “desarrollo desigual” llegó a significar todo para todos los marxistas,
la tarea más urgente hoy parece ser el desarrollo de las bases analíticas para
el concepto. De acuerdo con esto, como una contribución a este esfuerzo
colectivo, quiero intentar aquí hacer varias cosas: primero, discutir brevemente
cómo y por qué el concepto de desarrollo desigual se transformó en arcano;
segundo, ampliar el concepto desde sus orígenes específicamente políticos; y
tercero considerar en qué consistiría una teoría del desarrollo desigual en los
albores de una globalización del capital que supuestamente desafía la coherencia
de las economías nacionales.
El bueno, el malo y el
arcano
La
discusión de Trotsky sobre el Desarrollo desigual y combinado se desprendió de
su teoría de la Revolución Permanente. La última teoría, desarrollada al calor
de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, insistía en que ninguna teoría
etapista de la historia determinaba la transición al socialismo, y que, a pesar
de las expectativas de muchos marxistas, una revolución antizarista en Rusia,
donde el proletariado estaba subdesarrollado pero la burguesía lo estaba aún más
(y ciertamente demasiado débil políticamente como para gobernar), no estaba
condenada a pasar por una etapa capitalista predeterminada. En cambio, la
alianza estratégica de obreros y campesinos –quienes dominaban numéricamente,
cuyas quejas eran poderosas y estaban a punto de estallar, pero cuya
fragmentación crónica, argüía Trotsky, los imposibilitaba para liderar la
revolución- podría llegar a la victoria. Contrariamente a la mayoría de las
expectativas, la revolución no necesariamente estallaría primero entre las más
desarrolladas clases obreras de Europa Occidental y Norteamérica, sino tal vez,
como Lenin diría más tarde, golpearía primero en el eslabón más débil. El
desarrollo del socialismo era desigual, insistía Trotsky, con respecto a
determinado evolucionismo histórico que perneaba mucho a la teoría marxista en
esos días (La acusación de Stalin era precisamente que Trotsky estaba tratando
de “saltar etapas necesarias de la historia”).
En vez de proceder en etapas relativamente separadas, la revolución sería
más bien un evento arrollador, sostenía Trotsky, desde un control democrático de
una forma de gobierno inicialmente burguesa, a la dictadura del proletariado,
aliado con el campesinado. El desarrollo político no era simplemente desigual,
en consecuencia, sino “combinado”, en el sentido de que ningún país, y
seguramente no la “atrasada” Rusia, podría llegar al socialismo por si sólo. El
desarrollo desigual, resumiría luego, “se revela con más agudeza y complejidad
en el destino de los países atrasados” quienes ante “el
látigo de la necesidad externa” están “obligados a pegar saltos”. El desarrollo
desigual en consecuencia engendra otra ley “que a falta de un nombre mejor,
podemos llamar desarrollo combinado…” (Trotsky 1962). Como baluarte ante
la teoría estalinista del “socialismo en un solo país” (Trotsky 1962), la teoría
del desarrollo desigual y combinado se transformó así en el sostén de la teoría
de la que había nacido en primer lugar –la teoría de la revolución
permanente.
El desarrollo desigual (y combinado) empezó, antes que nada, como un
concepto político desplegado para analizar y evaluar las posibilidades y
trayectorias de la revolución. Fue fabricado en las batallas políticas del
socialismo revolucionario en las primeras tres décadas del siglo XX y en la
historia específica de Rusia y la URSS. Es curioso, dada la prioridad conceptual
inversa entre revolución permanente y desarrollo desigual, que en los círculos
trotskistas la primera teoría sobrevivió como, tal vez, su contribución
fundamental a la teoría marxista, mientras sus bases fundamentales, la noción
del desarrollo desigual, cayó en una relativa oscuridad. Solo reapareció como un
objeto de interés analítico varias décadas después, tiempo en el que hubo poco
desacuerdo en el espectro del pensamiento marxista con que el “desarrollo
desigual” representaba una ley universal. “La ley del desarrollo desigual”, de
acuerdo a Ernest Mandel, “que algunos desearon restringir sólo a la historia del
capitalismo, o aun meramente a la etapa imperialista del
capitalismo, es… una ley universal de la historia humana” (1962:91). Louis
Althusser aumentó la apuesta universalista cuando nos dice, con una
exuberancia casi cósmica, que la “ley del desarrollo desigual… contrariamente a
lo que se suele pensar… no concierne sólo al imperialismo, sino a ‘todo en el
mundo’” (Althusser 1975:200-1). La “gran teoría de la desigualdad no tiene
excepciones… porque no es ella misma una excepción” sino más bien “una ley
primitiva, con prioridad sobre… casos particulares” el desarrollo desigual
“existe en la propia esencia de la contradicción” (Althusser 1975:212-13). Para
Mao, de quién Althusser escribe aquí, la ley del desarrollo desigual es esencial
porque “nada en este mundo se desarrolla absolutamente parejo” (Mao
1971:117).
El desarrollo desigual, primero concebido por Trotsky como una condición
empírica en Rusia que necesitaba la teoría de la revolución permanente, fue
convertido a mitad de siglo en una ley universal para justificar toda posición
política. Stalin marcó el camino al sacarle al “desarrollo desigual” todo
contenido, y la derrota política de Trotsky y la brutal consolidación en el
poder de Stalin, la subsiguiente guerra mundial y eventualmente la guerra fría,
todo ayudó a marginar toda amplia preocupación analítica o política del
concepto. Igual Trotsky no está libre de culpa. Él también apeló a la “ley
universal de la desigualdad” como “la ley más general del proceso histórico”
(Trotsky 1977:27). Pero el efecto del estalinismo fue más decisivo y personal:
Mandel registra en alguna parte que varios manuscritos de principios de los ’20
sobre desarrollo desigual fueron destruidos por Stalin, para que nunca fueran
encontrados, y sus autores fueron víctimas de sus primeras purgas. La supresión
de semejantes ideas hizo retroceder varias décadas a la teoría marxista.
El pretendido
universalismo del concepto fue crucial en el retroceso del desarrollo desigual
como una teoría coherente durante gran parte del siglo XX., y francamente llegó
a representar una vergüenza conceptual y teórica en la
tradición marxista. Una ley que explica “absolutamente todo” no explica nada, y
el hecho de que nada “se desarrolla de forma pareja”, usado como justificación
filosófica para semejante ley, la reduce a la trivialidad. Con tanta pretensión,
no nos dice nada específico sobre el capitalismo, imperialismo, o de la
reestructuración presente del capitalismo. Históricamente “el desarrollo
desigual” se hizo arcano precisamente porque, más allá del calor de la polémica
que generó y mantuvo, no tiene una utilidad explicativa real. El punto aquí no
es golpear sobre figuras políticas o intelectuales pasadas,
menos quedarse en debates pasados, sino aprender de la degeneración del
concepto, recoger los trabajos más recientes que son mucho más prometedores, y
lo más importante, usar este diagnóstico para delinear alternativas.
Un resurgimiento de la
teoría del desarrollo desigual tuvo lugar en los ’70 y ’80. Algunos de estos
trabajos continuaron los debates del período anterior (Löwy 1981; Molyneux
1981), pero algunos, durante 1968 y las distintas revueltas por la liberación
nacional alrededor del mundo, aún reconociendo que la situación revolucionaria
de principios de siglo no estaba en la agenda en sus últimas décadas, pusieron
el foco en la economía política del desarrollo desigual. Sin sorpresa el trabajo
resultante fue ecléctico, yendo de la teoría de la dependencia en América Latina
a las del desarrollo desigual en África y Europa (Frank 1967; Emmanuel 1972;
Amin 1976), hasta la geografía política y económica del desarrollo desigual
(Smith 1984). Que la últimas teorías no hayan estado atadas a los problemas
específicos de la revolución rusa de seis o siete décadas antes, sino que hayan
puesto sus energías en las luchas antiimperialistas de su época y en la sed de
conocer la dinámica específica del desarrollo desigual capitalista, fue para
mejor. Hubo suficiente éxito en que, mientras muchos marxistas y teóricos,
radicalizados en los ’60 y ’70, se reagrupaban en la academia durante este
período, la rúbrica del desarrollo desigual se volvió sino familiar nuevamente,
al menos de moda. Desde 1970, una poderosa tradición marxista en la geografía
fue especialmente exitosa en reubicar las preguntas del desarrollo desigual, y
el concepto es parte del lenguaje común de esta disciplina. Ciertamente se pagó
un precio por el redescubrimiento académico del desarrollo desigual a tal grado
que en algunos círculos involucra un mayor o menor desprendimiento de cualquier
tipo de política marxista. Sin embargo las ganancias dentro de la teoría
marxista incluyeron, centralmente, una distancia del callejón sin salida de la
polémica de principios de los ’20 y, más positivamente, una visión dentro del
proceso que creó las desiguales políticas económicas y geográficas de las que se
tuvo que aferrar la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
Hay indicios de tal concepción ampliada del desarrollo desigual en los
varios escritos pre y peri revolucionarios de Lenin (1975, 1977) y Luxemburgo
(1968) concernientes al imperialismo y la necesidad de colonias, y Mandel (1962,
1975), a pesar de ver el desarrollo desigual como una ley universal, empezó
tempranamente a hablar directamente, como nadie más lo había hecho, sobre la más
amplia dimensión económica y geográfica del desarrollo desigual.
El florecimiento de la teoría del desarrollo desigual, aún en su versión
más académica, presenta una oportunidad política.
Espacio y política: Más
allá de la nota al pie de Marx
En una famosa nota al pie en el tomo I de El Capital, Marx dice lo
siguiente:
A fin de examinar el
objeto de nuestra investigación en su integridad, libre de toda molesta
circunstancia subsidiaria, debemos tratar a todo el mundo como una sola nación,
y asumir que la producción capitalista está establecida en todos lados y se ha
apoderado de cada rama de la industria. (1967:581)
Esta abstracción de las diferencias entre los distintos lugares y
experiencias fue vital en tanto el objetivo amplio era una crítica analítica a
las contradicciones del capitalismo en su esencia; el poder de su
análisis hubiese sido imposible de otra forma. No es accidental, por
consiguiente, que en una era de autodenominada globalización, cerca de un siglo
y medio después, Wall street tropiece de vuelta con Marx (Cassidy
1997) como el primer diagnosticador del sistema que proporciona sus mansiones,
yates y su poder político. Pero la abstracción de Marx también limitó la
aplicabilidad de la teoría. En particular desespació y destemporalizó el
desarrollo del capitalismo, y proveyó pocos indicadores para lidiar con las
diferencias sociales, políticas y económicas a través del espacio. Aún las
concepciones de la espacialidad o su aparente ausencia, pueden
tener implicaciones políticas profundas. Francamente una teoría que desvela el
funcionamiento interno del capitalismo, es un sine qua non del análisis
político, pero sin una elaboración apropiada y matizada,
puede ser un arma sin filo para evaluar el funcionamiento actual del capitalismo
o para decidir qué debe hacerse –tanto en 1905 como un siglo después.
Diferencias histórico geográficas significativas, en formas y niveles del
desarrollo del capitalismo, produjeron precisamente los enigmas a los que
Trotsky, Lenin, Luxemburgo y muchos otros se vieron en la necesidad de hacer
frente en sus discusiones sobre el imperialismo, colonialismo
y desarrollo desigual. Para Luxemburgo era imposible comprender la reproducción
del capitalismo sin situar un “exterior” al capitalismo, una fuente no
capitalista de trabajo así como de mercados: “La acumulación del capital se
vuelve imposible desde todo punto de vista sin alrededores no capitalistas”
(Luxemburgo 1968:365). Lenin era más circunspecto, pensando al capitalismo no
tanto como un juego geográfico de suma cero. La proliferación del colonialismo
europeo, que “ha completado el
reparto de los territorios desocupados en nuestro plantea” (Lenin 1975:90), no
necesariamente implicaba el fin del capitalismo, él insistía, pero era probable
que llevara a una “redivisión” y reestructuración interna del poder colonial.
Para Lenin, en otras palabras, ya no había un “exterior” al capitalismo. Más
bien, el poder de la reorganización interna encontró un significado
supremo.
Este
no es sólo de interés académico. Hardt y Negri (2000) recientemente declararon
el descubrimiento de esta pérdida de un “exterior” en la era actual. En una veta
similar, desde una posición política diametralmente opuesta, Ellen Meiksins Word
(2003:127) argumenta que “Estamos aún por ver una teoría sistemática del
imperialismo diseñada para un mundo en el que todas las relaciones
internacionales son internas al capitalismo y gobernadas por los imperativos
capitalistas”. Pero unas siete u ocho décadas atrás Lenin ya tuvo esa
perspectiva en vista, y la discusión reconocidamente inspirada políticamente de
Trotsky sobre el desarrollo desigual iba en el mismo sentido (este era el único
propósito de su insistencia en el desarrollo tanto combinado como
desigual –una calificación que hoy ya no es necesaria a tal punto como lo está
implícita, dado por seguro). Más aún, geógrafos burgueses, desde el imperialista
liberal británico Halford Mackinder, hasta el norteamericano Isaiah Bowman ya al
Alemán Alexander Supan (que cita Lenin), eran todos explícitos respecto a que la
expansión territorial del capitalismo había llegado a su fin y de que el mundo
se enfrentaba a un “sistema político cerrado” como lo describió Mackinder.
Escribiendo meses antes de la revolución de 1905 y de Resultados y
Perspectivas de Trotsky, Mackinder (1904) comprendió las consecuencias en un
pasaje famoso: “Cada explosión de las fuerzas sociales, en vez de disiparse en
un circuito circundante de espacio desconocido y caos bárbaro,
volverá a resonar con agudeza desde los rincones lejanos del
planeta…”[1]
Este período, digamos desde 1898 hasta 1917, fue testigo del
nacimiento del desarrollo desigual apropiado en la economía política global. La
desigualdad geográfica ya no podría ser pasada por alto como un accidente de la
geografía histórica, el resultado de estar fuera del proyecto de la
civilización, un problema de haber sido simplemente dejado atrás por el
capitalismo “moderno”. La dinámica de la desigualdad era ahora crecientemente
reconocida como interna a la propia dinámica del capitalismo; el mismo lenguaje
de la civilización y el atraso empezó a desvanecerse en su propio misterio, no
por alguna moralidad política recién encontrada entre las clases dirigentes
europeas, sino por el reconocimiento forzado por las revueltas alrededor del
mundo de que la distinción en sí misma era obsoleta. Cualquier remanente
histórico de sociedades pre capitalistas que haya sobrevivido –y sobrevivieron
manifiestamente en grandes rincones del mundo así como en pequeños enclaves-
estaban ahora envueltos, apropiados y soldados en el seno un capitalismo mundial
más amplio. La desigualdad ahora emanaba primariamente de las propias leyes del
capitalismo en vez de la arqueología del pasado social y de la diferencia
geográfica. La insistencia de Mao de que “nada se desarrolla de forma pareja”
representaba, en esos días, una abstracción desesperada contra la realidad de
que aún su propia revolución basada en el campesinado era eventualmente incapaz
de detener.
Que el histórico punto de ruptura en
la historia del capitalismo alcanzado en este período es, en su mayoría, dejado
de lado –debido no solo al destino de la teoría del desarrollo desigual como una
víctima del estalinismo, y su absurda universalización desde varios lados, sino
también a la sensibilidad de la geografía política que ligó figuras tan
disímiles como Lenin y Mackinder, y ciertamente Cecil Rhodes (con su famosa
ligazón de la pobreza del este de Londres con la necesidad del imperialismo)-
también se perdió, o más bien se sumergió. Esta “Geografía perdida” tiene causas
complejas (Smith 2003:ch. 1), pero se mantiene muy viva en estos días en las
formulaciones de Hardt y Negri y de Wood, entre muchos otros. La pérdida de
sensibilidad geográfica fue simultáneamente una pérdida de sensibilidad
política; la desespacialización facilitó cierta despolitización, en tanto la
fuente del poder tanto local como global, el objetivo político de la revolución
socialista, perdió toda definición espacial. El propósito del “socialismo en un
solo país” fue parte de este proceso. Tomó a la Revolución Rusa, que era
transnacional, y a los amplios levantamiento urbanos de 1919
que estallaron a su paso –desde Berlín, Munich, Budapest, hasta Seattle,
Winnipeg y Amritsar, India- y los colapsó dentro de
un imaginario unidimensional nacional de
futuras posibilidades. El lenguaje de la geopolítica de los ’30 y las geografías
binarias de la guerra fría aplanaron aún más la comprensión predominante del
desarrollo desigual y todo sentido geográfico de la política en un tablero
basado en una mentalidad nacional.
Giovanni Arrighi (1994), en
contraste, ha sencillamente reconocido semejante ruptura histórica en términos
de un cambio de un mundo con centralidad británica a uno norteamericano, y esto
es ciertamente correcto. Pero este cambio puede ser aún más grande. El poder del
imperialismo europeo ciertamente involucraba poder militar en alta mar –el
control del comercio- pero crecientemente dependía del control del territorio
colonial. El imperialismo norteamericano que le sucedió en el siglo XX fue en
gran medida no colonial, mucho menos territorial y más basado en el mercado. La
victoria del poder geoeconómico sobre el geopolítico nunca fue absoluto, desde
luego, como lo atestigua la proliferación actual de la guerra
en medio oriente, pero las clases gobernantes de EEUU empezaron a darse cuenta,
inmediatamente después de 1898, que la expansión geográfica ya no era una
garantía o aún un medio plausible para la expansión económica. Nunca se renunció
a los cálculos geopolíticos, pero fueron significativamente marginados a favor
del cálculo económico, que llevó a dominar al neoliberalismo bajo el poder de
EEUU.
Si la desespacialización engendra
cierta despolitización, el corolario también se mantiene, y una
teoría del desarrollo desigual apropiada para el siglo XXI debe tomar esto a
pecho. El mundo es muy diferente de cómo lo era un siglo atrás, y la
suposición de que las economías nacionales y los estados
nacionales son el principio y el fin del desarrollo desigual, necesita ser
completamente revisada. Aquí el argumento no es para nada que la globalización
transformó en obsoletos a los estados naciones; semejante conclusión es absurda.
Pero sí sugiere que cualquieras sean los caprichos del poder de escala nacional,
hoy ya no estamos en un período de ascenso completo del poder nacional. Por un
lado, el poder económico de los estados nacionales es de lejos diferente a su
poder político, y por el otro lado la hegemonía intimidante del estado
norteamericano es una bestia muy diferente al del poder de Bostwana o Escocia.
Las nuevas formas de reestructuración global durante este último momento de la
ambición global de EEUU, han alterado dramáticamente las relaciones entre las
distintas escalas en las que el poder es ejercido –global, nacional, regional,
urbano y en adelante.
La cuestión de la escala es
especialmente importante aquí (Smith 1995; Herod y Wright 2002; Swyngedouw
2004). No hay nada dado sobre la escala del poder; más bien en tanto las escalas
en las que se manifiesta el poder mismo, son ellas mismas el resultado de la
lucha política, la creación de la escala es altamente política. La escala del
estado nación es también altamente contingente en la historia y el resultado de
luchas multifacéticas. La discusión del desarrollo desigual de las
primeras décadas del siglo XX, no sin razón, daban por hecho que el estado
nacional representaba la escala necesaria, sino la única, posible
de análisis. Esto a pesar del énfasis puesto, al menos
por Trotsky, en el proletariado urbano. Hoy, sin embargo, cualquier
teoría del desarrollo desigual no tiene tantos lujos y tiene que cubrir no sólo
la escala nacional política y económica, sino también el proceso de
reestructuración económica, los movimientos políticos y las revueltas culturales
en las escalas subnacionales –La urbana, la regional y (como nos ha enseñado el
feminismo), la escala del grupo familiar- y simultáneamente la escala
internacional. Más allá de que todos los estados nacionales mantienen un masivo
poder político, cultural y en algunos casos militar, ya no se mantienen sin
rivales como sostén de la economía política social global.
Hoy vivimos en un mundo de gobierno incipientemente global (FMI, BM, ONU, OMC,
etc.), organizado en bloques internacionales (UE, MERCOSUR, Asean, NAFTA) y, por
el contrario, la creciente devolución a la escala urbana de funciones sociales
reproductivas, entro otras. Todos estos desarrollos se han transformado en
objetivos de la lucha política, de Porto Alegre, a Timor del Este, de Chiapas al
movimiento no-global. Una teoría contemporánea del desarrollo desigual debe
tener la teoría de la economía política adecuada para poder tener en cuenta
estas y otras luchas.
La economía política del
desarrollo desigual
Una teoría contemporánea del
desarrollo desigual encuentra su punto de partida en Marx, no en el oscuro
hallazgo de escritos inéditos sino en el mismísimo texto aparentemente abstraído
de diferencias espaciales y temporales –El capital- en primer lugar, y en la
marcada distinción entre el valor y el valor de uso de las mercancías,
especialmente de la mercancía fuerza de trabajo. El razonamiento que sigue es en
cierta medida abstracto y esquemático, pero inevitable[2].
El capitalismo se distingue de otros modos de producción
de muchas maneras, pero lo central es la incesante diferenciación y
rediferenciación del trabajo concreto bajo el impulso de los requerimientos
sistémicos de la acumulación de capital. Al mismo tiempo el capitalismo se
caracteriza por la conversión avara de los valores de uso en valores, mediante
la aplicación de trabajo asalariado, y esto a su turno provee de una medida de
comparación en el mercado para mercancías con características físicas y
cualitativas diferentes –zapatos contra acero contra impresión de publicidad
contra flete al mercado. Esto conduce a lo que Marx llamó la “tendencia
universalizadora del capital”. La ley del valor en el capitalismo es por lo
tanto construida sobre una contradicción esencial entre, por un lado, una
tendencia constante a la diferenciación basada en la división del trabajo, y por
otro lado, una tendencia opuesta hacia la universalización que encuentra su
apoteosis en la tendencia hacia la igualación de la tasa de ganancia. La
diferenciación del trabajo es por supuesto desafiada por la apropiación
creciente de los saberes obreros, y la igualación de las tasas de ganancia es
sin duda contrarrestada por las prácticas innovadoras diseñadas para escapar de
la igualación a la baja de las ganancias. Marx enfatiza la falta inherente de
equilibrio que caracteriza a las sociedades capitalistas como resultado de esta
contradicción y, temporalizando este resultado deriva (en un trazo sin embargo
inacabado) una teoría multifacética de las crisis capitalistas.
¿Pero y si en lugar de temporalizar este resultado, lo
desplegamos en espacio? ¿Y si, además de la temporalización de Marx, pero en
consonancia con ésta, tejemos a través de ella la dimensión espacial de las
dinámicas críticas del el capital? La división del trabajo es en gran medida una
cuestión espacial. El capital se mueve a lugares específicos donde puede extraer
ventajas económicas y realizar tasas de ganancia más elevadas. Incluso si el
capital se hallara frente a un mundo completamente homogéneo –el totalmente
plano de la oportunidad económica tan cara a los teóricos neoclásicos que
encuentra un paralelo en la nota al pie de Marx haciendo abstracción de las
diferencias nacionales- los rígidos requerimientos de la acumulación rápidamente
conduciría a un desarrollo de ciertas especialidades y condiciones de trabajo,
distintos niveles de remuneraciones, diferentes recursos y tecnologías en
algunos sitios a expensas de otros. En búsqueda de ganancias y obligado a
competir, el capital se concentra y centraliza no sólo en los bolsillos de
algunos por encima de los de otros sino también en los lugares de algunos a
expensas de los de otros. Integrado a la diferenciación espacial de las rentas,
salarios, producción, costos y etc. existen sistemas diferenciados de
circulación financiera y de reproducción social, y todos están construidos de
varias formas en la geografía del capitalismo. Por supuesto, el sistema no
germinó en un llano indiferenciado, pero el punto central es que el cálculo en
la geografía física de la santificada ley de la ventaja comparativa de Ricardo,
que seguramente tuvo alguna base histórica en diferentes condiciones físicas y
climáticas, es en gran medida desplazada a medida que el capitalismo expande su
dominio a través de la tierra. La diferenciación de lugares, uno del otro, es
cada vez menos una cuestión de locación y dotación natural y crecientemente el
producto de la lógica espacial tal como es inherente a este modo de
producción según la teoría temporal de las crisis capitalistas de Marx. (No vale
nada que esto no es sólo un detalle histórico. El consultor del FMI y crítico
Jeffrey Sachs atribuye el subdesarrollo a “un caso de bad latitud (mala
latitud)”, y tan fresco determinismo geográfico se ha convertido en una virtual
industria casera: ver Sachs 2001, 2005; Diamond 2005; Kaplan 1997).
Por otra parte, la tendencia a la igualación de las
condiciones de explotación del trabajo, facilitada en primer lugar a través del
sistema financiero que por supuesto circula valor en su forma más abstracta, es
igual de real. “El capitalismo es por naturaleza nivelador”, sostiene Marx, ya
que “arranca en todas las esferas de la producción la igualdad en las
condiciones de explotación del trabajo” (Marx 1967, p 397). Ciertamente, la
tendencia universalizadora del capital, que distingue el capitalismo maduro de
otros modos de producción, tiende hacia “la aniquilación del espacio mediante el
tiempo” (Marx 1973: 539-40).
¿Cómo podemos resolver esta aparente contracción entre
tendencias opuestas hacia la diferenciación radical por un lado y una igualmente
implacable, competitiva igualación de las condiciones de producción social y
reproducción por otro? En la práctica, esta contradicción, interna a la lógica
de la acumulación de capital, encuentra su resolución precisamente en el
desarrollo geográfico desigual, que establece espacios discretos diferenciados
uno del otro y a la vez presiona sobre estos lugares, a través de sus bordes,
hacia la homogenización en un solo molde. El desarrollo desigual representa una
resolución forzada, y sin embargo impugnada, fija momentáneamente y sin embargo
fluida, para esta contradicción central del capitalismo. La tendencia niveladora
de este modo de producción continuamente roe a la diferenciación radical de las
condiciones de explotación del trabajo, y sin embargo la corrosiva
diferenciación de las condiciones de explotación del trabajo también frustra
eternamente esta “aniquilación del espacio mediante el tiempo”. La cuestión de
las escalas se vuelve absolutamente vital aquí, porque sin un sentido del
trazado de la escala es imposible captar la expansión desde la lógica en gran
medida temporal de Marx hasta la lógica geográfica inherente en el desarrollo
desigual. Puesto de otra forma, si podemos captar la tendencia inherente a
diferenciar un lugar de otro, como un impulso del capitalismo per
se, ¿qué es lo que constituye exactamente un lugar coherente?
A finales del siglo XX, fue simplemente asumido que la
desigualdad del desarrollo en general concernía a la escala nacional. Esta no
era una suposición poco razonable considerando que el período dio cuenta de un
número creciente de formaciones estatales nacionales en la economía política
global. Pero no hay nada inherentemente privilegiado respecto de la escala
nacional como unidad espacial de la organización política. Siglos precedentes se
caracterizaron por un mayor dominio de las ciudades estado y los reinos, ducados
y provincias, condados y cantones, entre otras, y de hecho la división nacional
del globo es gemela de la ambición globalizadora (universalizadora) del
capitalismo. El Estado nación, de hecho, jugó un rol crucial y a la vez
específico en la evolución del capitalismo. Es términos contundentes, a medida
que la escala del capital se expandió dramáticamente, las unidades políticas y
territoriales de la organización social, cultural y militar heredadas, ya no
eran capaces de administrar economías que sobrepasaban los viejos límites. La
escala expandida del poder económico requería políticas de mayor alcance para
contribuir a organizar el proceso de la acumulación de capital, y recayó en los
estados nacionales emergentes la creación de una nueva geografía de condiciones
internas más o menos homogéneas –leyes laborales e impositivas, sistemas de
transporte, medios de comunicación, sistemas de reproducción social, subsidios
al capital, etc. El Estado nacional organizó efectivamente la solución para la
contradicción inherente entre la necesidad de cooperación socioeconómica por un
lado y la competencia, ahora implantada en el centro de la economía global, por
otro. El sistema global de naciones estado representó así una solución
territorial para una contradicción político económica, arrojada por la
universalización del capital; este sistema ordenó la diferenciación político
económica en un sistema global que estuvo más unificado que jamás antes.
Luxemburgo estaba completamente en lo correcto al sostener que el capitalismo
necesitaba su “afuera” constituyente, pero el sistema de estados nación proveyó
las bases para crear ese afuera dentro del capitalismo global.
Aunque la construcción de la escala nacional jugó así un rol de pivote en
la evolución temprana del capitalismo, no es excluyente en proferir soluciones
territoriales para las contradicciones económico-políticas entre competición y
cooperación, diferenciación e igualación, en las sociedades capitalistas.
Procesos paralelos operan en otras escalas, igualmente –aunque de modo
diferente- insertados y transformados por las necesidades de la acumulación de
capital. A lo largo de la historia, la escala urbana ha provisto varias
funciones sociales, centralizando no sólo el poder económico sino también
militar, religioso, cultural y político. Haciendo foco en el económico, Marx
sostuvo una vez que la “base de toda división del trabajo bien desarrollada y
producida en la época mercantil, es la separación entre la ciudad y el campo”
(Marx 1967:352). Durante un largo tiempo, esta distinción espacial fue
mayormente sinónimo de la división general del trabajo entre agricultura e
industria, pero en la era de la agricultura industrializada y del eco-turismo
global esa distinción funcional es más borrosa. De todos modos, mientras que los
niveles salariales y toda una serie de otros costos de producción son cruciales
para determinar la desigualdad del desarrollo a una escala nacional, el peso de
la renta del suelo se vuelve vital en la escala urbana. Cualquier área
metropolitana y su suburbio constituye un mercado laboral geográfico (sino
social) singular, y así la organización de las actividades dentro de las áreas
urbanas es regulada más acorde a la renta que a los niveles de salarios. Otras
escalas geográficas –ya sea el barrio, la región subnacional, o la
multinacional- son de modo similar, el producto de relaciones sociales,
económicas y políticas específicas. Resumiendo, bajo el capitalismo presenciamos
un andamiaje de escalas geográficas que en mayor o menor medida organiza la
diferenciación territorial esencial de la acumulación de capital –los medios de
delinear, a varias escalas, la construcción del “afuera” del capital
adentro- y el flujo del capital a través de los límites.
Podemos por la tanto concebir un correlato espacial de la derivación
marxiana de los ciclos capitalistas de expansión y crisis. El capitalismo no
sólo genera ciclos temporales de expansión y crisis, sino también ciclos
espaciales de desarrollo en un polo y subdesarrollo en otro. El dinamismo de la
acumulación de capital convierte esta lógica en algo así como un modelo de
expansión capitalista en subibaja (Smith, 1984). En el grado que el desarrollo
en una región, nación, área urbana o distrito crea subdesarrollo -desempleo más
alto, rentas más bajas, subinversión, etc.- simultáneamente creó las condiciones
para una nueva ola de expansión en precisamente esas áreas que estaban
subdesarrolladas; a la inversa, las áreas desarrolladas se vuelven susceptibles
al subdesarrollo de cara a la competencia con áreas de menores costos. Esta
dinámica puede verse mejor en las escalas locales donde los impedimentos
políticos al flujo de capital son menores. Así el desarrollo de los suburbios
privó a las ciudades del muy necesario capital, pero el consecuente
abaratamiento de las ciudades y el envejecimiento del capital concentrado en los
suburbios creó la oportunidad para el aburguesamiento de las ciudades[3]. El subdesarrollo intensivo y vicioso de Irlanda bajo los
auspicios del imperialismo británico ha sido revertido de forma similar al
convertirse ese país en una de las regiones más prósperas de Europa,
recientemente superando a su viejo dominador en términos de ingreso per cápita.
El Este de Asia, que emergió de la Segunda Guerra Mundial como una región
indiscutiblemente del “tercer mundo”, está ahora crecientemente integrada en los
circuitos del capitalismo, de la producción y (en algunos casos) del
consumo global. Taiwán, Hong-Kong y más recientemente China
son emblemáticos de este cambio como también lo son Singapur e India más al Sur.
Que este desarrollo es altamente desigual en el seno de estas economías es
precisamente el punto y ciertamente es un punto de comparación con las previas,
y en muchos casos más limitadas, revoluciones industriales de
Europa. Corea del Sur puede ser el caso emblemático: un cuadro de campos de
arroz destrozados en los 50s, ahora cuenta con el undécimo
PBI más grande en el mundo.
La lógica de la acumulación de capital es espacial tanto como temporal, y
el desarrollo desigual es bastante precisamente, sino siempre, el resultado
predecible. Los socialistas revolucionarios de comienzos del siglo XX
visualizaron esto sólo parcialmente. Trotsky captó la situación geográfica
adversa de Rusia, su población esparcida y su “desarrollo económico natural”
precapitalista, su clima tanto como su sistema de transporte, y su estado
absolutista, como factores de su “atraso”. Cualquiera que fuera el impulso
progresivo implicado en las teorías tempranas del desarrollo desigual, fue
truncado abruptamente por el estalinismo y por el interés de las élites
capitalistas que mantuvieron el foco ideológico en una pueril igualación de las
diferencias espaciales con estrechas miras en la escala nacional, incluso
cuando, como con Trotsky, el enfoque político era resueltamente
internacionalista. Así como los marxistas hoy no quieren saber nada con el tipo
de “leyes de la historia” de hierro que marcaron una era más temprana, es vital
al mismo tiempo recuperar un sentido de la ordenada aunque siempre maleable
geografía de la acumulación a escalas múltiples. O como Trotsky decía, la fuerza
de “la ley del desarrollo desigual...opera no solo en la relación entre países
entre sí, sino también en los varios procesos dentro de uno y el mismo país”, y
sin embargo la “reconciliación de los desiguales procesos económicos y políticos
sólo puede ser logrado a escala mundial”.
Que el capitalismo no opera sólo en un nivel plano, y por lo tanto la
lógica en subibaja de la expansión geográfica no ocurre en una forma pura, no
condena esta teoría del desarrollo desigual más que lo que la asunción irreal de
Marx de un solo espacio nacional lo hace con su análisis del capitalismo. El
punto, como siempre, es usar la teoría para entender los procesos geo-históricos
como están “ocurriendo realmente”.
Conclusiones
Así como la forma de dominio burgués difiere entre países “avanzados” y
“atrasados”, Trotsky escribió alguna vez, “la dictadura del proletariado también
tendrá un carácter muy variado en términos de bases sociales, formas políticas,
las tareas inmediatas y el ritmo de trabajo en los distintos países
capitalistas”. A lo largo de la mayor parte del mundo en la actualidad, no
estamos viviendo en un momento revolucionario o siquiera pre-revolucionario.
Ciertamente Perry Anderson sugiere que no encuentra “ninguna oposición
significativa” al capitalismo en “occidente”. Aunque este sea el caso, la
transición al socialismo, que preocupó a los revolucionarios socialistas un
siglo atrás, no es ciertamente el contexto dominante hoy, y nuestra
comprensión del desarrollo desigual debe completarse de acuerdo con
esto. Una teoría del desarrollo desigual apropiada para la coyuntura presente
necesita comprender la lógica capitalista que yace por debajo del “carácter
variado” de los lugares, sus “bases sociales” y “formas políticas”.
En
búsqueda de soluciones a las contradicciones internas, las sociedades
capitalistas crean geografías específicas, y sin embargo estas geografías se
vuelven en sí mismas la prisión de las posibilidades sociales, económicas y
políticas. Las geografías del desarrollo desigual capitalista contienen
bastante literalmente lucha, ya sea en colonias o guetos, imperios o suburbios.
Las teorías del desarrollo desigual que se formaron en el primer cuarto del
siglo XX visualizaron estas posibilidades al mismo tiempo del propio desarrollo
desigual emergía como el sello de la geografía del capitalismo. Como atestigua
ampliamente la historia de las revoluciones y luchas de liberación nacional del
siglo XX, no hay necesariamente una correspondencia exacta entre niveles y tipos
de desarrollo capitalista en un lugar particular y la propensión a la
revolución, pero un análisis certero de las posibilidades políticas en el futuro
depende de una teoría desarrollada del desarrollo desigual.
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Colaboración
y traducción de de Esteban Mercatante y
Martín Noda
Fuente: Bill Dunn
and Hugo Radice, 100 years of permanent revolution: Results and
prospects, Pluto press, 2006.
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